“Escuchar a Extremoduro por primera vez es un viaje frenético y estupefaciente: una experiencia inolvidable y adictiva”. Así comienza esta historia autorizada de uno de los grupos de rock más importantes de la música española. Su autor, Javier Menéndez Flores, escritor y periodista cultural, es responsable, entre otras obras, del bestseller Sabina en carne viva (Ediciones B, 2006). Hoy hablamos con él de aquellos míticos rockeros y de su biografía, que el autor acaba de revisar en Extremoduro: De profundis (Ediciones Cúpula, 2022), libro del que lleva ya tres ediciones.
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—¿Por qué ahora una revisión de aquella biografía de Extremoduro?
—Porque la primera moría en 2013, y aunque como autor quedé muy satisfecho en su momento, es cierto que era una biografía que de alguna manera nació incompleta, pues unos meses después, Extremoduro publicaba un nuevo trabajo, Para todos los públicos, que ya no pudo quedar reflejado en el libro. En realidad, faltaban un disco, una gira que sí salió, y un disco y una gira malogrados por el COVID que no pudieron ser. Esa sensación de no haber tenido la oportunidad de concluir el trabajo me incomodaba; me parecía de justicia para con el grupo y para mi propio trabajo cerrar el círculo.
—¿Los rockeros nunca mueren?
—Extremoduro no ejerce, pero está muy vivo, aunque no esté en activo. Ya lo he dicho en otras ocasiones, pero ha entrado en la categoría de grupo mítico, pues muchos de sus temas forman parte de la memoria musical y sentimental (perdóname la cursilería) de varias generaciones.
—¿Cuáles son las novedades de esta revisión?
—A las 600 páginas de la biografía original he añadido casi ciento cincuenta más inéditas, además de la ingente documentación gráfica (la mayor parte de las fotografías han sido aportadas por el mismísimo Iñaki “Uoho” Antón, que es la “mitad pensante” de Extremoduro), y por supuesto hay todo un capítulo dedicado a la ruptura y separación del grupo.
—Iñaki está muy presente e involucrado tanto en esta revisión como en el primer libro. Sin embargo, la ausencia de Robe, el otro integrante del grupo, es llamativa.
—Iñaki ha sido fundamental, pues hemos retomado aquellas conversaciones de entonces y me ha contado cosas que ni yo sabía sobre las canciones del grupo, además de aportar la mayor parte de las fotografías que se incluyen en la publicación. Robe participó con interés y cariño en la primera edición, pero no en esta revisión; me dijo que no le apetecía hablar de la separación, que realmente no le apetecía actualizar el libro, o al menos él no lo veía necesario.
—¿Cómo surge el proyecto?
—Fue un encargo de la editorial Grijalbo, pero un encargo que coincidía plenamente con mis gustos. Entre los nombres de los periodistas propuestos para el trabajo de biografiar a Extremoduro, tanto Robe como Iñaki me eligieron a mí porque yo había entrevistado a Robe unos años atrás y a él le había gustado bastante el resultado. Además, resulta que conocía mi libro con Sabina En carne viva y había leído artículos míos en prensa. Digamos que mi trabajo les convenció a los dos.
—¿Cómo fue el trabajo de escritura?
—Desde el primer momento quise hacer un trabajo más centrado en lo musical, pues el verdadero valor de Extremoduro, más allá de las anécdotas vitales, es su música, son sus canciones. Pero aun así yo creo que también está tratada —o eso es lo que procuré— la travesía del grupo desde sus comienzos hasta lo que entonces era su final, digamos “un final abierto”, que ahora, casi una década después, queda cerrado definitivamente. Bueno, a menos que decidan volver a unirse. (Risas)
—Dices que esta biografía de Extremoduro «no esquiva ningún aspecto». ¿A qué te refieres?
—Fundamentalmente a que no he andado con medias tintas. Los aspectos más polémicos o difíciles del grupo y sus miembros estuvieron desde el principio reflejados en las letras de sus canciones. Su obra (en realidad como la de cualquier artista) está vinculada a su propia autobiografía, y por eso en este caso ha sido inevitable la visita al mundo de las drogas, los procesos de rehabilitación… todo eso ha quedado plasmado también en el libro.
—¿Extremoduro es un grupo “para todos los públicos”?
—Extremoduro ha trascendido el concepto de “grupo musical” pasando a ser un “fenómeno musical” e incluso sociológico: en sus conciertos está todo dios. Son un clásico, capaces de hermanar a varias generaciones procedentes de varios estratos sociales, y eso es hermosísimo, porque al final está en ellos toda España, incluidos nuestros extraños, digitales, jovencísimos hijos: mi hijo de 19 años tiene un grupo de rock y le encanta Extremoduro, por ponerte un ejemplo cercano.
—Si Extremoduro hubiese nacido como grupo musical de hoy, ¿crees que lo habrían tenido más difícil en este panorama de cancelación, autocensura y juicios en redes sociales?
—Más allá del discurso feroz de sus canciones que reside en su enorme talento, Extremoduro se habrían abierto camino hoy, esto seguro, porque el talento siempre termina arrasando. Es que mira, Robe ha sido capaz de hacer de lo soez una de las Bellas Artes precisamente porque lo soez en él es su propia piel, y como no es impostado, es capaz de conectar con el público hablando a los demonios que todos reconocemos alguna vez como propios.
—¿Cómo era la relación de Extremoduro con la prensa de entonces?
—Los medios generalistas los ninguneaban, pero a partir de los 90 los grandes medios empezaron a cortejarles y entonces ellos los rechazaron. Por entonces yo trabajaba como colaborador de la revista Rolling Stone y les pedí que me concedieran una entrevista con foto en portada, pero Robe se negó: “Yo no poso”, argumentó. Esa actitud la he entendido con el tiempo y la amistad que me une al músico, y ahora sé tiene que ver con la autenticidad. Publicar un disco que se llama Iros todos a tomar por culo (1998) y decir en la presentación “ya sé que se dice “idos”, pero me da igual”, en otro caso sería una solemne tontería, pero en este podríamos decir que fue absolutamente premonitorio: años después tengo entendido que la RAE revisó y modificó el modo imperativo, aprobando la sustitución de éste por el infinitivo. De hecho, tanto Iñaki como Robe son dos tipos muy cultivados, muy lectores; escriben mejor y con menos faltas de ortografía que muchos periodistas y, si me apuras, que algunos escritores.
—En cuanto a tu trabajo, no solo escribes biografías
—Yo publiqué mi primera novela en 2005, Los desolados, pero mis libros de biografías han eclipsado al resto, sobre todo los dos de Sabina, que fueron auténticos superventas. En el 2000 publiqué Perdóneme la tristeza, el primero con Sabina, pues no existía una biografía trabajada de Joaquín. Años después surgiría el segundo, en esta ocasión no ya una biografía, sino un libro de conversaciones: Sabina en carne viva, para el que nos encerramos en un hotel los dos, a charlar y a beber. Es un libro del que me siento muy orgulloso: muy loco, con mucha ráfaga etílica y fragmentos grabados en los que no se entiende absolutamente nada de lo que decimos, entre otras razones por las 12 o 15 botellas de whisky que se bebió Joaquín y las cervezas que me bebí yo. Salíamos de copas, comíamos y cenábamos en el hotel sin volver a nuestras casas. Ya sabes que como fuera de casa en ningún sitio. (Risas). Sí, sí, aquellas biografías y su éxito llamaron a otras, y bueno, eso ha hecho que mi parte de biógrafo sea la más conocida, aunque yo me sigo empleando en la ficción. De hecho, en 2020 publiqué mi última novela, Todos nosotros, por la que he sido galardonado con el Premio Cartagena Negra de Novela y el Premio Nacional Pop Eye al mejor libro de ficción.
—¿Por qué has esperado casi una década para revisar la biografía de Extremoduro?
—En el proceso de escritura hay una sobredosis inevitable y cuando uno termina, necesita desengancharse. En este caso me he reencontrado, en la reedición, con nuevas ilusiones, como con una novia de la adolescencia. He encontrado cosas nuevas en las canciones y en mí mismo.
—Una canción que, según tú, defina a Extremoduro.
—Una sola, ufff, es muy difícil. Te diría «El camino de las utopías», que a mí me parece un himno, y «La ley innata», que es una ópera rock; una especie de obra conceptual inspiradora. Creo recordar que el periodista y escritor Manuel Jabois declaró en alguna ocasión que no dejaba de escuchar ese disco cuando escribía.
—¿Por qué llegó el final para Extremoduro?
—Porque se les acabó el amor, así de sencillo. Un día se dieron cuenta de que el grado de calidez individual que un músico necesita para tocar conjuntamente ya no lo tenían.
—¿Estás satisfecho de esta actualización de la biografía de Extremoduro?
—No solo es una actualización, sino toda una revisión. Los libros solo se corrigen con nuevos libros. Me siento realmente satisfecho, porque son 600 páginas de trabajo honrado y no ha sido fácil, pues he querido analizar la parte más compleja, que es el sentido. Evidentemente, siempre va a ser mi lectura o mi versión de los hechos. Pero eso es lo que hay: es mi criatura y estoy orgulloso de él. Y es que ni los padres somos capaces de conocer la verdadera naturaleza de los hijos. Lo mismo ocurre con los libros o con cualquier otra obra que implique creación.
—¿Por qué crees que en España no termina de cuajar el género biográfico?
—Porque aquí somos estupendos y la biografía no es un género respetado. Los escritores tenemos muchos complejos en este país. Muchos escritores, al igual que los adolescentes, suelen cometer un gran error en nuestro país: hablar sobre lo que no saben. Hay mucha literatura sin vida.
—Después de tantas biografías, ¿eres capaz de sostener alguna idea propia, o son todas ajenas?
—Yo llegué a mis biografiados con ideas propias. He entrevistado a más de 600 personas para Interviú en los años en los que las entrevistas se pagaban a peso de oro y la propia publicación era un top en tiradas y ventas. Ese trabajo enriqueció mi mirada, porque yo creo que, de una manera u otra, socializar te engrandece. Y luego está tu derecho a la misantropía o la vida cartuja, por supuesto, pero, citando a la gran Figuera Aymerich: “Solo ante el hombre me comprendo, y mido mi altura por su altura”. Estos treinta años de periodismo han sido definitivos para alimentar mi trabajo como escritor.
—¿Tienes entre manos un nuevo proyecto?
—Sí, una novela policíaca de largo aliento. Pero sigo en fase de corrección, porque en eso soy de una minuciosidad casi patológica. Mis editores siempre me dicen lo mismo: “Hay escritores que pasan de todo y luego estás tú”.
Siempre he detestado la negatividad de Extremoduro. Si sus miembros tenían buen nivel cultural, no se notaba. A los pijos les impresionan los grupos que escupen rabia con la ayuda del alcohol y lo que no es alcohol. A los pijos se les reconoce porque les gusta posar y parecer muy encabronados. Es una sensación nueva para ellos y les da la seguridad de la que carecen. Es una rebeldía embotellada, inofensiva, juvenil, del sistema. Pueden hasta ser ministros y jugar al mismo juego infantil. Mucho cuero negro, mucho índice y meñique alzado, pero van a la sanidad privada mientras la critican.
Personalmente me da igual Extremoduro. Es un proyecto pasado. Lo digerí, lo disfruté, y lo versionee. Después de apartarlo de mi vida volví a escuchar la nueva propuesta de Robe y tengo que decir que me voló la cabeza como pocas veces me ha pasado en mi vida. Fue una conexión brutal con Mayeutica. Lo he visto en directo tres veces y me ha llevado a escuchar mucho más de su obra. Repito que para mi ha sido un re descubrimiento y me atrevo a decir que incluso a agracido mi vida y mi musicalidad lo que he vivido , y lo que vivo hoy día en cada escucha. Todos experimentamos, tropezamos y avanzamos en el camino. Yo me quedo con el Robe de ahora , y rememoro los tiempos de Extremoduro. Nada más. Respeto a todos.