En ocasiones, la razón es el silencio. Los gestos son insuficientes. Nada de cuanto sucede alrededor sirve para explicar esta sensación abrasiva, extraordinaria, lúbrica y a la vez desoladora. Se trata, quizá, de reconstruir un puente que alguien concibió mucho tiempo atrás, en un paraje tan vibrante como la ciudad en llamas descrita por Hjalmar Söderberg, a la que el niño que protagoniza su célebre relato creyó haber pertenecido siempre tras contemplar un cuadro con doscientos años de antigüedad. Algo existía entonces y algo subsiste entre padres e hijos. Algo mayúsculo e indefinible que se ensancha con el transcurso del tiempo, hasta agrietar la inconsolable normalidad que precede a la muerte. Estrechar la mano del padre y esparcir frágiles nudos de aliento en las esquinas de la habitación, sabiendo que la sangre no contiene todo el vocabulario, y menos aún la fuerza torrencial que debiera convertirlo en carne.
Así, más allá de las empresas personales, que rara vez se traducen en plenitud, merece resumirse el empeño literario: como una enferma singladura cuyo fin es la correcta e intranquila reinterpretación del otro; la confesión distanciada de todo cuanto fuimos alguna vez en cualquier lugar. Y que también expresó Jorge Luis Borges en su poema El remordimiento:
Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé.
No fue feliz. Cumplida no fue su joven voluntad.
Porque esta, su voluntad, es la tinta invisible que acumulan las pequeñas acciones, las palabras que nutren esa quemada geografía tan permeable al hecho de no saber y no querer decir. Tinta que explica absolutamente todo: lo que fue, lo que muere, lo que subsiste no se recuerda, lo que alimenta el motor incansable de la creación literaria, alrededor de la cual nace esa otra vida expuesta a las debilidades de la modernidad.
Con su ensayo Tinta invisible (Blackie Books), Javier Peña nos regala, y subrayo la palabra, un ensayo que nos explica a muchos, que explora lo que en algún momento hemos sentido quienes buscamos acortar la distancia que nos separa del padre, que define con palabras abiertas el insobornable suceso que tarde o temprano nos expulsará de ellos para siempre. Desglosando las distintas emociones que orbitan alrededor de una despedida, el escritor coruñés explora esos otros estados, anímicos y azarosos, que abonan la vida del escritor, que lo destruyen y reinventan en su inconstante proceso de autodescubrimiento.
Con un estilo que no ahorra en detalle ni honestidad, Javier Peña recurre a la crónica y al género biográfico para reconstruir los grandes hitos de quienes han sido responsables de la historia de la literatura, con el propósito de explicar ese último momento, siempre revelador, siempre frío y acalorado, en el que dos personas se rinden cuentas, se desdicen de lo nunca confesado, revocan, estrechándose la mano o dándose un beso tardío, los muchos propósitos que negaron al otro. Diré que Tinta invisible es una obra deliciosa, emocionante en muchos paisajes, reveladora de los muchos rincones, algunos de ellos oscuros, que vertebran el fenómeno literario. Pero es algo más. Algo de extraordinaria textura es que, en palabras del propio autor, solo nos deja todo lo que somos.
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Autor: Javier Peña. Título: Tinta invisible. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros.
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