Frente al mar y rodeados de hierba, las tumbas de Juan Goytisolo y Jean Genet descansan juntas, en el cementerio marroquí de Larache. El sol, que no sabe de exilios ni territorios, desnutre sus contornos. Más allá de letreros y fetiches, en su desgastada turgencia reconocemos a dos escritores cuyas vidas cohabitaron los bajos fondos de lo inmenso, confines donde la reflexión se ensucia para volverse profunda e incontestable. La sencillez de sus túmulos es sinónimo de resistencia, de ser apátrida y virtuoso, de oposición a los dogmas que absolutizaron el clasismo literario. Bertolt Brecht, en su poema A los que vendrán después, escribió: «Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos… ¿Qué tiempos son estos, en que una conversación sobre árboles es casi un crimen porque implica silencio sobre tantas fechorías?». Aquí, junto al océano Atlántico, conversan dos autores que no solo abrazaron la marginalidad, sino que la convirtieron en razón y reino.
El incentivo de mis callejeros y andanzas no se limitaba a contentar de un modo u otro sexo. El ámbito urbano en el que calaba, su fantasmagoría creadora, avivaba mi percepción de las cosas, me abría a nuevas y arborescentes parcelas de la realidad.
Parcelas y territorios que eran respuesta a su herencia familiar, a su posición acomodada que convirtieron su juventud, y con ella sus primeras obras, en un ejemplo de deseo y presidio, de militancia y callada exploración. El estilo realista y la crítica soterrada de sus dos primeras novelas, Juego de manos y Duelo en el paraíso, dieron paso a la búsqueda de una voz literaria que expresara de manera más efectiva su visión crítica de la sociedad. La Chanca, publicada en 1962, supuso su primer acercamiento a lo marginal, a la asunción de un compromiso no solo social, sino literario, que desembocó, ahora sí, en el estilo rupturista y polifónico de Señas de identidad y su extraordinaria Reivindicación del conde don Julián. Esta última supuso un desafío a las convenciones literarias y culturales de España. Con su estructura disruptiva y una defensa abierta del exilio, Goytisolo se adentró, por primera vez, en el territorio de Jean Genet, pero no a través de la emulación, sino del deseo. En la ruptura de la forma había una transgresión vital, un intento por retorcer las estructuras en busca de la libertad personal que, hasta el momento, había sido retórica y cauta. La misma que Genet describía sin tapujos en su novela Diario del ladrón, cuyo manuscrito original ha sido recientemente publicado por la editorial Cabaret Voltaire.
Se trata de una obra transgresora, en la que el autor explora la vida a orillas de la sociedad, retratando el mundo de los ladrones, los vagabundos y los homosexuales en un periodo de profunda estigmatización. Más allá de su carácter explícito y el espíritu rebelde que demuestra contra la moralidad de la época (así lo demostraron sus primeras novelas, Nuestra Señora de las Flores y El milagro de la rosa), Genet reivindica su pertenencia al suburbio, a la clase marginada, a los sujetos que conciben el delito en términos no solo vitales sino estéticos.
Sin duda —dice el autor francés—, el culpable debe su singularidad a la sociedad, pero tenía que poseerla antes, para que la sociedad se la reconociera e hiciese de ella un crimen. Yo he querido oponerme a la sociedad, pero esta ya me había condenado, castigando no tanto al ladrón como al irreductible enemigo cuyo espíritu solitario tenía ella. Pues bien, la sociedad contenía esa singularidad que luchará en su contra, que le clavará una espalda en un flanco, provocándole un remordimiento una turbación, una llaga por donde corra su sangre, misma no se atreve a derramar. Si no puedo conquistar el destino más radiante, quiero el más miserable, no para alcanzar una soledad estéril, sino para obtener, con un material tan especial, una obra nueva.
Lo miserable convertido en realidad y reivindicación, en Goytisolo fue una apuesta literaria, un deseo de acercarse a la vivencia a través de la palabra, una pulsión que se reflejó en obras como Makbara y Las virtudes de un pájaro solitario, y que solo se aplacó cuando este abandonó definitivamente Europa para trasladarse a Marrakech. Allí consiguió liberarse de su cautividad, lejos ya de ese muro espantoso que amilanó su memoria, siempre plegada a las incógnitas y a los sucedáneos de la virtud, a placeres que eran copias de esos placeres absolutos retratados por Genet y que solo podían aprehenderse en los bajos fondos, en las callejuelas, entre marginados cuya sabiduría y resistencia eran inaplacables. Allí es donde la vida de Goytisolo coincidió con la obra de Genet. Y aquí, en Larache, es donde ahora descansan ambos, igualados marginalmente por el cemento y la liturgia ociosa del mar.
Encantador el texto. Algoa así para leer todos los días, práctico, sencillo, interesante y novedoso para mí. Genial artículo. Ahora mismo estoy ya buscando info.