Precoz, revolucionario y maldito, Jean Vigo es al cine lo que Rimbaud a la poesía. Poeta y cineasta coinciden también en la absoluta libertad de su inspiración, habiendo concebido así una obra tan breve como rupturista, que habría de ser referencia obligada para sus sucesores. Rimbaud es a la poesía nihilista lo que Vigo al realismo poético francés de los años 30, lo mejor de la legendaria pantalla gala de entreguerras. Únicamente hay algo diametralmente opuesto en los dos artistas: Rimbaud vino al mundo en el seno de la burguesía católica, Vigo era hijo de dos militantes anarquistas.
Nacido en París, el 26 de abril de 1905, también sería la capital de Francia la que le vio morir 29 años después. Fueron sus padres Eugène Bonaventura Vigo y Emily Cléro. Redactor jefe de la revista Le Libertaire, Eugène firmaba en ella sus artículos con el seudónimo de Miguel de Almereyda, y con ese nombre habría de ser incluido por Max Netlau en su Historia de la anarquía (1934).
El pequeño Jean dio cuenta de muchos biberones en los mítines que su progenitor pronunciaba. Pero fueron más las veces que le visitó en prisión, antes de que fuese estrangulado en la de Fresnes en extrañas circunstancias (1917). Cuando su madre también perdió la tutela del futuro cineasta, ésta pasó a manos del viudo de su abuela, el fotógrafo Gabriel Aubès. Para que el escándalo subsiguiente a la muerte de su padre —recluido por última vez acusado de traidor, dado su pacifismo frente a la Gran Guerra— no afectase al muchacho, sus tutores deciden inscribirle en el instituto de Millau con el nombre de Jean Salles. Muchas de las secuencias de Cero en conducta (1933), primer largometraje de Vigo, estarán basadas en los recuerdos de su paso por esta institución. Será Aubès quien le enseñará el lenguaje de las imágenes, del mismo modo que entre los anarquistas ha aprendido a no poner la más mínima cortapisa a su inspiración.
Estudiante de letras en la Sorbona, apenas acaba el primer curso su precario estado de salud le lleva a un sanatorio en Font-Romeu donde conocerá a Lydou Lozinska. Enferma y postrada en cama a perpetuidad, se casará con ella en enero de 1929. Fue la compañera de su vida. Los problemas económicos no tardan en sumarse a los de salud que sufre la pareja.
Llegado a Niza por la bonanza de su clima, Vigo se convertirá en auxiliar de cámara de los Estudios Franco Film y fundará el cineclub Los Amigos del Cine. Entre sus proyecciones, a menudo en la semiclandestinidad, ya que las cintas o están prohibidas o se exhiben sin los cortes que manda la censura, sobresalen títulos de Joris Ivens, René Clair, Germaine Dulac, Henri Storck, Luis Buñuel y Dziga Vertov. Un hermano de este último, Boris Kaufman, será el operador de A propósito de Niza (1929), primera cinta de Vigo, quien también contará con la ayuda de Germaine Dulac. Producida con un dinero de su suegro, se trata de un insólito documental social. Muy en la línea del cine-ojo propuesto por Vertov, en sus secuencias el impulso poético cuenta más que el realista. Vigo fustiga con su tomavistas a los alegres desahogados que animan la Costa Azul. A propósito de Niza también es deudora del surrealismo, como cabía esperar en ese ardiente admirador de las vanguardias que fue Vigo, quien incluso llegó a tratar a Luis Buñuel. Cinta de clara inspiración libertaria, pese a su restringida exhibición, la primera película de Jean Vigo llamó la atención de los responsables del Journal Vivant, revista cinematográfica de actualidades para la que el cineasta realizó en 1931 el cortometraje Taris, roi de l’eau. Una vez más, la inspiración poética vuelve a superar al realismo habitual en esta clase de realizaciones.
De nuevo en París, rueda Cero en conducta. Lo que en ella se cuenta es la revuelta de unos escolares, pero la musa de Vigo es tan ácrata que la cinta permanecerá prohibida hasta 1945. Aun así, sus productores le encomiendan la realización de un guión de Jean Guinée titulado La Atlántida. Enmarcado dentro de cierto género del cine galo del momento —el fluvial—, que ya ha dado títulos como La Belle Nirvernaise (1923) de Jean Epstein, o La fille de l’eau (1924), de Jean Renoir, el guión de La Atlántida carece de esas connotaciones sociales que tanto interesan a su realizador. Sin embargo, será el pilar de su obra maestra. Ambientadas en una barcaza que recorre el Sena, sus secuencias nos proponen una de las más bellas historias de amor loco que ha dado la pantalla. Antes de su estreno —el 24 de abril de 1934— será mutilada y censurada por sus propios productores, quienes, además, deciden cambiar su título por el de Le chaland qui passe, haciendo así alusión a una canción de moda homónima, incluida en la película.
Vigo apenas puede asistir a la primera proyección de su filme. Minado su organismo por la enfermedad, muere de septicemia el 5 de octubre de 1934. Pese a que su filmografía se reduce a un corto, un medio y dos largometrajes, menos de 200 minutos en su totalidad, queda patente en ella la genialidad del malogrado cineasta. En efecto, como la de Rimbaud, la suya fue una obra breve, exaltada y concebida en la juventud, como el verdadero fulgor poético.
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