La cosa va de bandos. En el Congreso de los Diputados —mientras se lleva a cabo la siguiente entrevista— están los unos y los otros decidiendo quién va a echar a perder la nación. La cita con Jeosm (Talavera de la Reina, 1982) iba a ser precisamente a unos segundos de la Carrera de San Jerónimo, pero hay jaleo por allí y la policía tiene la zona cortada. Mejor cambiar de lugar.
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—Si no es usted uno de los nuestros, ¿de quién es entonces?
—De mí. Siempre he sido una persona muy independiente en todo. Si tuviese que elegir una camarilla o un bando sería el de la peña de mi barrio, de mi club de grafiti. Ahí me siento uno de los suyos, en ese entorno, pero aquí no. A nivel profesional, evidentemente, utilizo otras herramientas y trabajo con otros fines muy diferentes al de los escritores o los periodistas. Creo que pertenecer a una u otra de estas camarillas o grupitos que hay en los periódicos o en el mundo de la cultura o de los escritores a mí no me hubiese beneficiado en nada; el beneficio está en no pertenecer a ninguno y tener buenas relaciones con todos.
—¿Por qué cree que no le hubiera beneficiado?
—Pues porque no tendría la libertad que tengo ni la objetividad que tengo en mi trabajo, ¿sabes? Creo que el pertenecer a algo te hace posicionarte. Entonces, si me tengo que posicionar por algo, me posiciono por mi barrio, por mi infancia, por mis amigos de toda la vida, por el grafiti… Pero no tanto aquí; soy una persona que vengo de fuera, no del mundo de la literatura ni del mundo del periodismo, luego sería una gilipollez querer formar parte de algo que no soy.
—«Hay escritores que se acuñan en grupos, etiquetas que obsesionan a los observadores y críticos de este lagar, manías persecutorias por decir que uno es de los dé o de los cé», escribe A. J. Ussía respecto a Ray Loriga. Pero esto, entiendo, es extrapolable a su figura.
—Sí. Pero es lo que pasa al final, en general, en la sociedad con las etiquetas: la gente necesita etiquetar a alguien para tener claro dónde está. Yo siempre he huido de eso, pero no es tanto huir, sino que me gusta reivindicar mi independencia.
—¿Huir es de cobardes?
—Depende. Hay veces que es necesaria una huida. Ya sabes que dicen que una huida a tiempo es una victoria. Pero ya no es que huir sea de cobardes —en ese sentido—, sino que la independencia es un valor. El no mojarte o el no formar parte de algo ya te está posicionando, por eso le doy tanta importancia a esa independencia.
—En No soy uno de los vuestros hay autores de diferentes estratos ideológicos, de hecho.
—Yo quería que no se distinguiese ni por izquierda ni por derecha, ni por joven ni por mayor, ni por sexo… Me daba igual. A mí me interesaban las personas, retratar un mundillo, una escena cultural. Ése era mi baremo principal: personas que hacen cosas, que cuentan cosas y que son relevantes en todo el mundo de la cultura. Me da igual de qué medio sean, de qué pie cojeen, si uno es más mayor o si el otro es más joven. Una de las cosas chulas de este libro es que abres una página y hay alguien muy significado políticamente o muy comprometido con una causa —la que sea— y en la siguiente está la persona opuesta.
—Nuria Labari cita unas palabras de su autoría: «Las escritoras son las únicas mujeres que he retratado que se preocupan más por parecer listas que por salir guapas». «¿Y los escritores?», quiso ella saber. «Ellos son los hombres más presumidos que he fotografiado en mi vida», respondió usted.
—Sí. En todo ejercicio que tenga que ver con la imagen y con la imagen pública hay una gran parte de vanidad. Yo pensaba que, viniendo del mundo del rap, de los futbolistas o de los luchadores, ya estaba vacunado de la vanidad y de los egos, pero de repente me encontré con que eso había sido sólo el principio, una base, que estuvo muy bien conocerla y trabajarla, hasta que llegué al mundo literario. Siempre he tratado de retratar a la persona tal y como es, sea más guapa o menos guapa, más culta o menos culta; a mí me interesa un poco más la persona que el personaje. Pero es curioso que en algunos entornos me pasaba que la mujer se sentía cómoda cuando se hacía un tipo de trabajo en el que parecía que era como la portada de Vogue y el hombre como si fuese Al Pacino o Clint Eastwood. Y aquí me encontraba un poco la parte contraria: los hombres estaban más preocupados por la estética y las mujeres por la parte más intelectual. Me parece muy bonito y muy interesante, porque también cuenta mucho de ese entorno.
—Recuerdo su tuit del cachorro que trepa por una verja para encontrarse con otros perros igual de pequeños que él. «Así llegué a fotografiar el mundo literario», escribió. ¿Qué se encontró usted?
—Me gustó lo que me encontré porque era un campo nuevo a descubrir para mí, sobre todo eso. Vi un montón de posibilidades de explorar, de poder reafirmar mi mirada fotográfica, de poder crear un discurso fotográfico con ese tipo de personas o de personalidades. Y me gustó también porque no soy uno de los suyos, entonces tengo otra misión, otra mirada más espacial, no tan concentrada. Me gustó por la idiosincrasia de ese mundo tan diferente y tan de cara a la galería y tan visceralmente humana por dentro. Yo pensaba que estas cosas del «postureo», por decirlo de alguna manera, iban más enfocadas al tema estético, a los raperos, o en la publicidad, porque cuando tienes que hacer fotos a alguien debes vender una imagen concreta, y me he dado cuenta de que aquí también hay mucho de eso.
—¿Se ha desengañado?
—No, no me he desengañado, sino que me he afianzado en darme cuenta de qué es la vida y qué es la condición humana.
—¿Desde dónde nace No soy uno de los vuestros?
—El libro parte de un archivo fotográfico. Tenía un montón de retratos de «peña» interesante que, por desgracia, ya no está entre nosotros, así que era una manera de homenajear a los que ya no están y de reafirmar un poco a los que están, siempre con un punto de vista fotográfico, ni ideológico ni nada, y de cierta estética visual.
—En el caso de la entrevista entre Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte en Zenda, ¿sabía usted quién era uno y quién era el otro?
—Pérez-Reverte sí, claro, pero Javier Marías ni idea. Cuando llegué no me sonaba ni su cara. Me ha pasado con algunos autores.
—¿Se lo confesó?
—No. Esa completa ignorancia, que no es mala fe ni es chulería, me ha ayudado mucho en mi trabajo, porque me quita presión.
—Aunque la mentada entrevista de Antonio Lucas a Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías fue la primera que realizó para Zenda, en realidad ya había un escritor al que retrató previamente, ¿no?
—Ray Loriga fue el primer escritor que fotografié. Hice algunas cosas vinculadas con Arturo, un vídeo promocional, pero el primer encargo de un escritor me llega de Alfaguara.
—¿Ha habido algún autor que se le haya resistido o se haya puesto un poco «pijotero» con su imagen?
—Por lo general no, porque ya contaba un poco con que pudiese darse el caso. Yo les hacía una propuesta, siempre con varias fotos que a mí me gustaban y me encajaban con el proyecto, y les preguntaba con cuál de ellas se sentían más cómodos. A veces coincidía la opinión y a veces no. Pero bueno, también es su imagen.
—¿Quiénes son más vanidosos: los jóvenes o los mayores?
—Es diferente el grado de vanidad. Imagino que pasa con los músicos o con otro perfil de gente. La persona más joven como que necesita estar bien para que sepan que está y así hacerse ver. Y el más mayor, para consolidar.
—¿Cómo fue la sesión de Mario Vargas Llosa?
—Fue un retrato muy rápido, como la gran mayoría de los que hay en el libro, y muy sencillo. Fueron cuatro o cinco disparos y él una persona súper respetuosa, encantadora, muy agradable y muy amable.
—¿Lo suyo es la velocidad?
—Pues por desgracia sí; para unas cosas viene muy bien, pero para otras no tanto, porque hay veces que trabajas tan rápido que no puedes compartir más tiempo del que te gustaría con la persona que retratas, y al final no se puede generar una relación que muchas veces es necesaria para el retrato. Pero sí he aprendido a tener como varios tips o una dinámica que me asegura que la persona esté cómoda a la hora de hacer un buen retrato.
—¿Está de acuerdo con lo que dice Antonio Lucas, que habla como camina?
—Puede ser, sí. ¡Qué generoso ha sido Antonio, macho! Con ese prólogo me ha definido muy bien.
—¿Cree que usted ha definido a los retratados de su libro?
—Cada uno lo hacemos con lo que sabemos, con nuestras armas, ¿no? Ha habido gente que me ha escrito textos —tú, María José Solano Franco, Karina Sainz Borgo, Jesús Fernández Úbeda, Alfonso Javier Ussía, Antonio Lucas, Ana Iris Simón, Antonio Pampliega…— que definen cómo soy y cómo trabajo. Hay algunos textos también que no me definen a mí en particular, pero sí hablan de la foto, como el caso de Juan Cruz. Y yo pues intento un poco lo mismo: definir a la persona para salir de esa típica foto proporcional de autor. Igual que vosotros tenéis vuestra mirada a la hora de escribir o de entrevistar, yo tengo que tener la mía a la hora de fotografiar.
—Le dedica el libro a su madre, Carmen, «por demostrarme que con trabajo, sacrifico y constancia se consiguen las metas y enseñarme que el respeto, la educación y la humildad son la llave maestra que abre las puertas a los que siempre nos negaron la entrada».
—Yo vengo de un barrio muy marginal de Madrid. Mi infancia o mi economía familiar no tiene nada que ver comparada con otras personas que he retratado. También soy un fracasado escolar. Tengo la EGB porque me la «regalaron», me dieron el graduado escolar para que me fuese del colegio. Hice FP, pero no la acabé y empecé a currar muy pronto. Entonces, nos hemos tenido que comer muchos prejuicios por ser de barrio, por estar tatuado, por no tener estudios, por el grafiti y por un montón de cosas, así que de primeras esas puertas se cerraban y como que no había opción a poder entrar en diferentes sitios por la historia que fuese. Y mi madre en particular, y la infancia que tuve, y la gente con la que me he rodeado me enseñaron que simplemente con respeto y educación puedo llegar a cualquier sitio. Y es un poco lo que he hecho aquí. He retratado a mucha gente que no conocía de nada, como es el caso de Javier Marías. He procurado tratarles con el máximo cariño, respeto y educación. Eso me ha llevado a que en el paso de los años ya haya vuelto a retratarlos. Hay algunos con los que he compartido tres minutos y otros que son como mis hermanos. Ese trato de respeto y educación da pie a que pueda hacer el trabajo de una manera más fluida y también ha dado pie a que yo pueda hacer este libro. Pienso que si mi profesor de colegio viese que publico un libro en el que salen Almudena Grandes, Rosa Montero, Pérez-Reverte, Javier Marías o Elvira Lindo, me diría: «¿cómo has llegado hasta aquí?».
—¿Por qué lo llaman prejuicio cuando quieren decir clasismo?
—Pues porque yo creo que está más normalizada la palabra prejuicio, que ya te vale para todo. Y la palabra clasismo tiene una connotación negativa, que se lo toman como un insulto cuando realmente no lo es, porque es una realidad. Yo he estado en sitios, al igual que tú, con un montón de autores, sitios en los que si me tomo dos cervezas me jode el mes. O no me puedo quedar a comer por la misma razón. Es otra clase de exclusión, pero es que es una realidad; por eso yo vivo en Villaverde y no en la zona de Retiro, por ejemplo. Villaverde me encanta, evidentemente, pero no partimos de la misma base. Creo que es algo con lo que tenemos que aprender a convivir. Lo que me molesta es cuando el clasismo es déspota. Yo tengo mis clasismos de barrio, que entiendo que a mucha gente le puede chocar, pero si hay un respeto y una educación, pues perfecto. Pero, como te digo, a mí me molesta cuando ese clasismo es un poco más déspota.
—«Si la voz de la radio te enamora, no te acerques a la emisora». Si el libro le gusta, ¿no se acerca al escritor?
—Yo tengo la suerte, y lo digo como algo positivo, de no haber sido nunca muy mitómano. Nunca he endiosado a nadie, entonces no tengo ese rollo de que se me caiga un mito cuando lo conozco. Eso, por un lado. Y por otro, yo con los autores, aunque trate mucho, es poco tiempo, así que tampoco me da para conocer a todos más a fondo. Sí que algunas veces puede pasar, pero siempre he sido mucho de diferenciar la obra del autor, por lo que me da un poco igual; voy allí, les hago una foto, y si su libro es mejor, genial, lo disfruto, y si no, pues a otro libro y ya está.
—¿Qué «cromito» le ha faltado o le hubiera gustado tener?
—Te podría decir nombres por decir, pero es que yo nunca tuve entre mis planes, primero, ser fotógrafo. Y segundo, nunca me podía imaginar que retrataría a la gente que he retratado. Yo qué sé… Me gustaría, por ejemplo, decirte Martin Scorsese, Al Pacino, Robert De Niro… Me fliparía retratarlos, pero tampoco es algo que me preocupe, tío. Y si alguno se me ha escapado, pues ya vendrán otros. No tengo esa ambición. He podido retratar a Cristiano Ronaldo, a Pedro Sánchez, a José Luis Rodríguez Zapatero, a Jorge Javier Vázquez, a Karim Benzema, a Andrés Calamaro, a Ian Gillan… La vida me está regalando un montón de momentos interesantes con gente muy interesante.
—No es usted uno de los nuestros, ¿pero alguien tenía que contarlo?
—Sí, alguien tenía que contarlo, pero por suerte no lo cuento yo, sino que lo cuentan los textos que hay en el libro de la gente que habla de mi trabajo. No me gustan las fotos que se tienen que explicar, y con los libros me pasa lo mismo. Intento que mi trabajo no te lleve tanto a la reflexión. Si la hay, perfecto, pero hago esto para no tener que hacer todo lo demás.
—¿Cuáles son sus principios?
—Yo creo que el pilar principal es la honestidad.
—¿Y cuáles sus finales?
—La lealtad, la sinceridad, el compañerismo y la generosidad, porque creo que al final hay que ser generoso y dejar que sean generosos contigo también. Además de la constancia, la confianza, la conciencia y el trabajo, tío. Más o menos con eso puedo ir tirando. Cuando creces en un mundo sin ambición es un lujo llegar a final de mes o poder tener una casa; poder mantenerme, tener para comer, que mi familia esté sana… Yo con eso tiro. Y lo que venga después —relacionado con el trabajo— lo acepto y lo agradezco, evidentemente, pero es que nunca me he considerado alguien talentoso ni especial. Al final soy un tío que hace fotos de una manera determinada y a la gente le puede gustar más o menos lo que hago, pero no soy ningún tío especial en nada. No soy imprescindible.
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