Fotografía de portada: Gustavo Bravo
Se llama José Javier Clemente, aunque es conocido como Jeosm, y es de Villaverde, un barrio del sur de Madrid. Un tipo de barrio, muy orgulloso de serlo. Empezó como grafitero y se pasó a la fotografía para que sus obras perdurasen, aunque nunca ha abandonado el grafiti. No puede defender este arte urbano, que él no considera arte, frente a los que dicen que es vandalismo y ensuciar las calles, porque, afirma, “es vandalismo y ensuciar las calles”. Entre sus clientes encontramos empresas muy importantes y personajes que también lo son: editoriales, grupos de comunicación, marcas de artículos deportivos…Desde estrellas del fútbol al presidente del Gobierno de España, pasando por escritores, gente del cine, la música, la literatura, etc. Muy pocos se resisten a ser inmortalizados por su objetivo.
No se considera un artista ni como fotógrafo ni como grafitero, simplemente no entiende ese calificativo asociado a su persona ni a su trabajo. Con sus fotos pretende ser diferente y llamar la atención. Pese a haber retratado a personajes muy conocidos, no sólo a nivel nacional sino también internacional, se considera un fotógrafo accesible a cualquier persona. Es igual de feliz fotografiando a futbolistas como Cristiano Ronaldo o Fernando Torres que a una abuela de su barrio. Lo único que le importa es el producto que sale de su cámara.
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—Empezaste como grafitero y te pasaste después a la fotografía.
—Sí, pero sigo pintando. Fue una evolución lógica, es decir, yo me hice fotógrafo gracias al grafiti, ya que tenía que documentar las pintadas que hacía. Empecé de una manera muy rudimentaria con una cámara muy básica que tenía mi padre, disparaba a mis grafitis y cuando iba a la tienda de revelado me encontraba con que salían las fotos negras. Claro, es que disparaba por la noche, sin flash y con un carrete de 100ASA. Tuve que interesarme un poco por los carretes de 400ASA, por lo que era un flash, etc. Llegó un momento en que la parte de documentar mi grafiti ya la tenía cubierta, pero luego acababa haciendo más fotos de mis colegas pintando que de mis propias pintadas. Me di cuenta de que de un carrete de 36 fotos me salían más de la forma de actuar de mis colegas que de mis propios grafitis. Ahí me empezó a picar la curiosidad por saber cosas de fotografía. Estuve así cuatro o cinco años, con mi cámara compacta de carrete que llevaba siempre encima, y ya con el tiempo decidí formarme mejor en una escuela de mi barrio.
—¿Ahora eres más fotógrafo o más grafitero?
—En principio al cincuenta por ciento. Pero en realidad ahora dedico más tiempo a la fotografía porque así me gano la vida. No obstante, el grafiti sigue siendo algo muy importante para mí. Soy quien soy gracias a ello, desde luego.
—Defiéndeme el mundo del grafiti ¿Qué le dirías a alguien que dice que es vandalismo y ensuciar las calles?
—Nada. Es que es vandalismo y ensuciar las calles, no hay defensa posible. Al final vivimos en una sociedad en la que hay un montón de puntos de vista diferentes, actuaciones diferentes, distintas formas de vida. Y es más normal que haya más grafitis en Madrid que en un pueblo de Soria, por ejemplo. Al final, en una ciudad tan masificada como la nuestra el grafiti está entre nosotros y llevarlo de una manera o de otra ya depende más de las instituciones.
—¿Y qué propondrías tú a las instituciones?
—Yo no propondría nada a las instituciones porque una de las fuerzas del grafiti es precisamente eso, no estar en las instituciones. Esa es la rebeldía. No es mi labor ni pretendo que lo sea. No soy jurista, ni político, ni nada de eso, por lo que no considero que sea asunto mío.
—¿Consideras que el mundo del grafiti es un arte?
—Yo creo que no. Sí que es cierto que hay artistas que viven del mundo del grafiti pero para mí, como tal no es una forma de arte. No me considero un artista, ni mucho menos. Pero ni como fotógrafo ni como grafitero y esa es una pelea que a veces tengo con algunos clientes. Cuando alguien me llama artista me hago como pequeñito, no me identifico con ese calificativo, no va conmigo.
—¿En qué te gustaría trabajar si no te dedicaras a la fotografía?
—Seguramente en algo relacionado con el tema plástico, con el dibujo, el diseño gráfico o algo así. O tener una casa llena de perros en el campo (ríe). Un rollo relacionado con algo creativo o si no, liarme la manta a la cabeza, tener un huerto y diez perros adoptados, y vivir feliz con todo ello.
—Centrándonos en tu trabajo, te dedicas sobre todo al retrato, al reportaje y a la publicidad. ¿Con qué te encuentras más cómodo, qué es lo que más te gusta hacer?
—Lo que más me gusta es el retrato, desde luego. Y siempre que intento hacer cualquier tipo de trabajo acabo enfocándolo en el retrato. Esa es la base de mi trabajo.
—¿Y en blanco y negro siempre o casi siempre?
—Siempre que puedo. Hay veces que el cliente lo quiere en color y se hace en color, no tengo ningún problema, faltaría más. Pero el del blanco y negro es un lenguaje para mí mucho más cómodo. Y me parece que es una postura, cómo decirte, como de reivindicar lo clásico. Esa idea de que hoy lo más vanguardista es lo clásico. Viendo cómo se trabaja hoy abusando tanto del Photoshop, con esa fotografía tan digital, yo intento tirar un poco por la parte humana, por la parte casi analógica de que veas la foto como algo vivo. El blanco y negro me ayuda a llegar a eso.
—Cuéntame qué se le pasa por la cabeza a un tipo que lleva poco tiempo dedicándose a la fotografía y de repente le contacta Arturo Pérez-Reverte y le pide asesoramiento para un libro que va a escribir. ¿Cómo llegó a ti y cómo fue ese momento?
—Sí, El francotirador paciente. No me conocía de nada, de hecho no me llamó. Cuando empezaba a dedicarme a la fotografía yo trabajaba de encargado en una tienda de grafiti y arte urbano. Un día se presentó allí Arturo para comprar unos libros, con el fin de documentarse para ese proyecto que tenía entre manos. Aunque yo eso no lo sabía. Yo había leído alguno de sus libros y, evidentemente, al verle entrar sabía quién era. Pero mi primera impresión fue de desconfianza, a lo mejor como consecuencia de ser un tipo de barrio. Soy de Villaverde y allí no te puedes fiar de nadie (ríe). Compró un montón de libros y yo le pregunté si eran para regalar, al ver que se interesaba por obras muy diferentes, desde el grafiti más canalla al más elitista. Le pregunté por su interés con el fin de aconsejarle. Y fue cuando me dijo que estaba documentándose. Le pasé algo de bibliografía que le pudiera interesar y no volví a verle hasta pasados dos o tres meses. Volvió varias veces más, seguimos hablando, hasta que un día me presentó el borrador del libro. En ese momento me pidió algunas correcciones, sobre todo en lo relacionado con el argot. Por supuesto yo no soy quién para meterme a nivel de épica o de historia con un autor como Arturo, pero sí en cuanto a términos, ubicaciones, cosas así. Fue a raíz de ese momento cuando nos hicimos amigos, y hasta hoy. Y te voy a decir una cosa, lo que más me fascina de una persona como Arturo Pérez-Reverte es la libertad que tiene para decir siempre lo que piensa. Una libertad que en ocasiones despierta muchas envidias, sobre todo entre esa gente que para lanzar opiniones tan arriesgadas tiene que hacerlo ocultándose en el anonimato.
—Y tras conocer a un escritor de su talla ¿Quién crees que tiene más ego, un escritor o un grafitero?
—Mira, eso es una de las cosas que me ha volado la cabeza literalmente. Yo antes de trabajar con gente de la literatura lo había hecho con futbolistas, haciendo fotos para la publicidad de Adidas y el Real Madrid. Antes había retratado a muchos raperos, a grafiteros y a luchadores de MMA. Imagínate que después de conocer a toda esa gente, yo venía ya con el ego curado. De repente llego al mundo de la literatura y flipo totalmente. Ya no solo por el ego, sino por la vanidad. Y más en hombres que en mujeres. Todo esto me cortocircuitó la cabeza y al final llego a la conclusión de que no es un tema de entornos sino de la sociedad en general. Es decir, el ego y la vanidad están presentes en cualquier ámbito de la vida.
—¿Qué hace un tipo de barrio fotografiando a gente tan conocida y variopinta como José Luis Garci, Vargas Llosa, Jorge Ilegal o el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por citar sólo algunos ejemplos?
—Pues simplemente intento ser yo. Me comporto exactamente igual estando delante de un escritor como Vargas Llosa o de un grafitero cualquiera. Digamos que utilizo códigos diferentes a la hora de comunicarme con ellos, pero la educación y el respeto siempre tienen que ir por delante. Y sin ningún tipo de complejo. Además, nunca he sido mitómano. Cuando hacía fotos de futbolistas famosos, prácticamente no sabía quién era ninguno de ellos, porque a mí no me gusta el fútbol. Y me ha pasado igual con gente de la literatura o de la música, a la que sí he podido admirar, pero me ha dado siempre igual. Yo al final estoy ahí para hacer mi trabajo. Para hacer esa foto tengo que conseguir que la persona a la que voy a retratar esté lo más cómoda posible conmigo y saquemos algo honesto, bonito y sincero.
—Y además colaboras con marcas como Adidas, Atresmedia, Sony Music, Planeta… entre muchas otras. Hablamos de grupos muy potentes. ¿Ocupan estos clientes todo tu tiempo o eres accesible a otro tipo de público, digamos más normal, entre comillas?
—No, en absoluto ocupan todo mi tiempo. De hecho, justo ahora lo que estoy haciendo es abrirme a otro tipo de públicos, porque tengo mucho miedo a encasillarme. Cada cliente, independientemente de tu discurso, tu mirada o tu estilo, quiere tener su línea titular cubierta. Te das cuenta de que determinados clientes, por muy grandes que sean o por mucho trabajo que te den, no te permiten desarrollar ciertos aspectos de tu estilo. Estoy trabajando un poco en esa línea, en priorizar mi discurso, mi estilo, mi personalidad y mi trabajo, por encima de la marca con la que colaboro en ese momento.
—¿Cómo es una sesión de fotos con personajes tan conocidos como los que aparecen en tu web?
—Pues mira si quieres te cuento la sesión con Pedro Sánchez. La entrevista era para Zenda y la foto estaba pactada para la portada del XL Semanal. El trabajo se consiguió través del escritor y periodista Miguel Munárriz. Él pactó la entrevista, me llamó y me lo comentó. Me dijo que había conseguido veinte minutos para las fotos con el presidente del Gobierno. A mí me parecía de coña, ni se me pasó por la cabeza que me pudieran dejar veinte minutos para fotografiar al presidente. Además, fue justo después del confinamiento en que había algunas restricciones que no estaban del todo claras y la situación en general era un poco confusa. Era en la Moncloa, un entorno que yo no conocía. No sabía lo que me iba encontrar allí, ni cómo era la zona en la que íbamos a trabajar. Por supuesto, ni idea de la luz que iba a haber en la habitación ni ningún otro aspecto que pudiera condicionar mis fotografías. Entró el presidente y la encargada de prensa se dirigió a mí para decirme que tenía quince minutos para hacer las fotos. Cuatro de ellos se fueron en una conversación que mantuvieron Miguel Munárriz y el presidente (ríe). Empiezo a colocar el trípode y a prepararme cuando llega una persona que me dice que tengo cinco minutos para hacer las fotografías. Era algo con lo que contaba (ríe). Primero fui a asegurar y a salvar las fotos que me habían pedido para el XL Semanal. Luego llevé al presidente a un terreno más distendido, le pedí que se quitara la chaqueta y le hice los retratos, digamos más míos, que son los que se publicaron en Zenda. Entre el primer y el último disparo, con conversación intercalada entre el presidente y Manuel Munárriz, pasaron seis minutos (ríe). Es uno de los bagajes que me ha dado mi trabajo. Estar preparado para conseguir la mejor foto en el menor tiempo posible. Tener muy claro lo que quiero hacer y trabajar con una seguridad muy grande, sea quien sea la persona y sea cual sea el entorno.
—¿Y no temes que haya gente que pueda estar interesada en contratarte para alguna sesión, gente más anónima digamos, y se sienta intimidada por tus trabajos?
—Creo que sí, creo que es un factor a trabajar. A veces cuando ven que te relacionas con un tipo de público que para ellos es inaccesible, automáticamente tú te conviertes en inaccesible. No sé si piensan que porque yo haya hecho fotos, por ejemplo, a Zidane, vivo como Zidane. No es real pero puede haber gente que llegue a pensarlo. Al final se trata de darle la vuelta a todo esto. Que esa persona quiera que le haga una foto la persona que le ha hecho una foto a Zidane. Girar un poco el discurso en ese sentido. Soy un profesional de la fotografía y me lo paso igual de bien retratando a un perro que a una celebrity . A mí lo que me importa es mi trabajo. Como te decía antes lo que busco es la foto honesta y sincera, independientemente de su contenido. Todo el mundo tiene una historia interesante y eso es lo que intento mostrar, lo que quiero sacar a la luz con mi fotografía. En mi barrio he conocido a gente mucho más interesante que en otros entornos más elitistas: un luchador de MMA entrenando como un jabato durante cuatro o cinco horas diarias para pelear por 500 pavos; ese padre o esa madre del barrio trabajando duramente para sacar adelante a su familia. En resumen, me interesa mucho más la persona en sí, lo que hay dentro, que la celebrity de turno.
—Es decir, invitarías a cualquier persona a que se acerque a ti para una sesión de fotos.
—Por supuesto que sí.
—Cuéntame alguna anécdota curiosa que te haya sucedido durante alguna sesión.
—Me han pasado muchas. Estar trabajando en un estudio y que se vaya la luz cuando ya todo está preparado. Por suerte llevo iluminación de emergencia que funciona con batería, la pusimos en marcha y pudimos salvar la sesión. Me ha pasado que clientes que me concedían dos minutos, finalmente se han sentido cómodos y hemos estado mucho más tiempo. O que me llamen por otro nombre o les llame yo por otro nombre. Cosas así. Me han pasado cosas curiosas también trabajando con gente del grafiti. Como saltar una valla y reventar una cámara. Al día siguiente tener un trabajo y llamar rápidamente a un colega para que me deje una cámara. De todo.
—No olvidas tus orígenes. Publicaste un libro llamado Villaverde, resistir en pandemia. Háblame un poco de él.
—Es quizá el proyecto más bonito y más humano que he hecho. Es un libro benéfico que elaboré con una asociación de mi barrio. Me vino porque yo había trabajado muchos años como educador y coordinador de tiempo libre. Entonces en la época de la pandemia quedé con uno de esos chicos con los que había trabajado y me propuso hacer una exposición sobre el barrio. Yo le dije que consideraba que no era un buen momento para una exposición, por el tema de las restricciones y todo eso, y que pensaba que era mucho mejor hacer un libro. Pedimos presupuesto, yo hice las fotos ellos los textos, y los cobramos un poco por encima del precio de coste. Los beneficios los destinamos a la Red de Cuidados, que eran los que llevaban comida y artículos de primera necesidad a la gente que lo necesitaba durante la pandemia. Estoy muy orgulloso de haber hecho ese libro porque ha ayudado a mucha gente. Es cuestión de actitud, valores y principios. Estamos aquí para eso. Yo lo veo como sacar el sentido al término patria, es decir, mi patria es mi barrio por esto. Para mí fue un homenaje a la gente del barrio que estuvo ahí en los peores momentos. Fue muy bonito.
—Pero has publicado muchos otros: Realidad, un libro callejero sobre el hip hop y la cultura urbana en 2010; Sacrificio en 2014, sobre artes marciales; Guerreros urbanos, sobre el mundo del grafiti en 2016, para el que contaste con la colaboración de Arturo Pérez-Reverte; Mujer en 2017, en el que participan escritoras y mujeres periodistas muy conocidas; Grandeza, con los jugadores del Real Madrid; la colección Veritas… ¿Con cuál te quedas de todos ellos?
—Me quedo con Realidad por ser el primero. Es el que está peor hecho a nivel de impresión, yo no tenía ni idea de imprenta, pero tiene esa inocencia y esa fuerza del principiante. Esas ganas de sacarlo adelante, recorriéndome toda España, pagándomelo yo todo —de hecho, todos los libros menos Guerreros urbanos y el de mi barrio me los he autoproducido yo—. Por todo ello es al que tengo más cariño. Para mí era como el final, ya había publicado mi libro, sin embargo no era más que el principio. Y luego Guerreros urbanos, por la oportunidad que me brindó. Poder tener un libro con textos de Arturo Pérez-Reverte y publicado por Alfaguara y La Fábrica en una coedición para mí fue muy importante. Que una editorial de referencia en foto en España como la segunda, que ha publicado a grandes fotógrafos españoles y europeos, incluso americanos, te publique un libro está muy guay. Digamos que son los dos más importantes para mí.
—Háblame del libro que te falta por publicar.
—Tengo varios proyectos. Uno dedicado al mundo de la literatura, pero todavía necesito darle una vuelta. No quiero hacer las típicas fotos. Mi manera de trabajar es la siguiente: cuando recibo el encargo de retratar a alguien me meto en Google para ver qué fotos le han hecho. Lo hago para saber por dónde no debo ir. Me ayuda mucho para conocer a la persona y saber cómo se siente cómoda, sus posturas, etc. Utilizo esa comodidad para hacer los primeros disparos y conseguir así que la persona se relaje y luego intento hacer mis fotos. Quiero hacer algo así relacionado con la literatura pero con fotos algo diferentes. Me da mucha pena porque ha fallecido gente a la que me hubiera gustado retratar. Luego soy un gran amante de los animales, sobre todo de los perros. Me gustaría hacer un proyecto de gente con sus mascotas o solo de las mascotas. No sé, lo tengo un poco por determinar. Tengo ideas al respecto pero no tengo claro cómo ejecutarlas. Es lo que me falta por definir. También tengo pendientes cosas relacionadas con el mundo del grafiti.
—Algún libro que te gustaría publicar pero que no tienes claro que lo vayas a hacer.
—Me gustaría publicar uno dedicado a las madres, a las madres del barrio. Me interesa la madre como figura casi sociológica. Yo recuerdo la vida de barrio y tengo la imagen de los padres en el bar y las madres yendo a la compra, al colegio a por los niños, limpiando en casa, trabajando también fuera de casa… Yo no entendía por qué al padre se le llamaba cabeza de familia cuando quien tenía toda la responsabilidad ahí era la madre. Me gustaría hacer algo dedicado a ellas. Lo que no sé es si funcionará como argumento de venta. Es algo que tengo muy interiorizado, para mí es algo muy bonito y muy emocionante, pero no sé si a la peña le interesará.
—¿Qué tiene que tener una fotografía para que sea buena?
—Ahora mismo que sea algo diferente. Tenemos tanta masificación de imágenes, que yo me pongo a ver cosas en Instagram y me preguntas por lo que he visto hace diez minutos y no me acuerdo. A no ser que me haya llamado realmente la atención. Entonces, dos cosas: que sea diferente para llamar la atención y que afiance tu estilo. A mí por eso me gusta mucho trabajar en blanco y negro, con fotos muy duras, retratos diferentes. Distinto a lo que estamos acostumbrados a ver.
—¿Y qué tiene que tener un fotógrafo para ser bueno?
—Yo creo que lo importante está en la calidad humana. Hoy una foto la hace cualquiera. Con un teléfono, con una cámara automática, siguiendo un tutorial, da igual. Pero la complicidad que se crea en una imagen si la foto es buena no la consigues si no eres humano. Yo por eso siempre focalizo primero en la persona y luego complemento con la luz. La luz me ayuda a contar muchas cosas. Variándola puedo comunicar distintas escenas. A un sitio soso se le puede dar un encanto distinto con una buena iluminación, otro rollo, un gesto que lo acompañe. Por eso creo que la principal virtud del fotógrafo es que sea humano, sobre todo en el retrato.
—¿Qué es más fácil de plasmar en una foto el bien o el mal?¿O te he preguntado una tontería?
—No has preguntado una tontería, en absoluto. Yo creo que depende de la intención y ahí es el fotógrafo el que manda. Hay gente que dice: ha pasado esto y yo he hecho la foto porque estaba ahí. No, perdona, ahí ha habido una intención. Según hagas la foto y sitúes la escena ya estás definiendo lo que quieres contar y cómo lo quieres contar. Siempre hay una intención. Entonces, tu intención va a indicar qué quieres contar, qué quieres transmitir, si el bien o el mal. En una guerra puedes hacer una foto a un tío disparando a una mujer o hacer una foto a otro salvando a un bebé. Ahí está la intención, lo que tú quieres contar. Evidentemente, por desgracia, vende más el mal que el bien. Da más morbo y provoca más curiosidad entre el público.
—¿Alguien a quien te gustaría fotografiar?
—A muchísima gente, por ejemplo José Coronado es un tío que me mola mucho. Me mola como actor, su planta, me mola estéticamente. Me gustaría también repetir fotos a algunas personas. Porque no tuve un buen día o no lo tuvieron ellos y poder repetir la sesión. Pero por ejemplo, si me pides que vaya a hacer una foto a una abuela de San Fermín (otro barrio de Madrid), voy súper emocionado a hacer ese trabajo.
—¿Hay alguien a quien nunca fotografiarías?
—No, nadie. Yo fotografiaría a todo dios. De hecho, si mañana tuviese la oportunidad de hacer un retrato a Putin, aunque no sea políticamente correcto hacerlo, me encantaría. Yo he visto retratos de Gadafi, de Franco, de Hitler… de peña que no es políticamente correcta, pero que tienen un valor brutal. Entre otras cosas porque gracias a ellos se construye la historia, guardamos un testimonio de lo que hicieron. Considero que es importantísimo aparcar las ideologías a la hora de hacer un trabajo como el mío. De lo contrario siento que me estaría perdiendo cosas muy importantes. Al fin y al cabo el objetivo de todo fotógrafo es que su trabajo perdure y cada disparo que realizas no se va a volver a repetir, no existe una foto exactamente igual a otra. Es una oportunidad única retratar a alguien que haya marcado la historia de algún modo, sea cual sea su ideología.
—¿Alguien fácil de fotografiar?
—Por ejemplo, el director de cine Rodrigo Cortés. Es un tío que se le ve que tiene mucho respeto por la profesión y facilita que tú hagas la mejor foto. Me pasó también hace poco con Risto Mejide. Es gente que confía plenamente en tu criterio, te dejan hacer y eso es maravilloso.
—¿Y alguien difícil?
—Uno de los momentos más complicados que he vivido fue con un luchador de MMA. Yo tenía que hacer fotos a todos los participantes y este acababa de perder un combate, le habían pegado una paliza tremenda y no quería que le hiciese fotos. Se convirtió en algo peligroso. Otros lo entendían perfectamente porque formaba parte del juego, pero ese en concreto estaba con el cable cruzado y fue muy complicado.
—¿Qué colaboración te gustaría que te propusieran?
—Una en la que se tenga en cuenta la visión del fotógrafo. Me da igual la empresa, el entorno o el medio, me da lo mismo. Que sea una colaboración real. Una de las cosas que me encuentro mucho ahora es que me llaman por mi estilo. Guay, todo perfecto. Pero luego, cuando llegas ya no quieren tanto ese rollo. Para mí la colaboración perfecta es aquella en la que me dejen desarrollar con ellos, no trabajar para ellos. Hay una gran diferencia. Esa es la línea que estoy intentando trabajar ahora.
—¿De qué trabajo te sientes más orgulloso?
—Más allá de un trabajo en concreto me siento orgulloso de un método. Hablo de transversalidad. Tener en mi portfolio por ejemplo a un grafitero o a un luchador de MMA, y tener a un Vargas Llosa, al presidente del Gobierno, un retrato de Almeida, de Errejón o del rapero Randy. Gente muy diferente, incluso opuesta, y en entornos muy diferentes.
Espectacular artículo. Muy bueno.
Muy interesante. Disfruto con la gente que sabe hacer bien alguna cosa.