Considerado uno de los autores franceses más relevantes de la actualidad, Jérôme Ferrari, ganador del premio Goncourt en 2012, acaba de publicar en España su último título, A su imagen, una historia en la que reflexiona sobre la representación de la realidad a través de la fotografía.
En una entrevista con Efe, rememora que la idea de esta novela surgió a raíz de un ensayo que escribió con Oliver Roche sobre la guerra en Libia de 1911 y de unas imágenes «abominables» que encontraron del conflicto ítalo-turco y de darle vueltas a por qué se inmortalizan según qué escenas. Publicado por Libros del Asteroide y Edicions 62, en el relato, distinguido con el premio Le Monde y el Méditerranée, Ferrari narra a lo largo de un funeral la peripecia vital de Antonia, una joven fotoperiodista, que cubrió la guerra de Yugoslavia en 1991, y que acaba de fallecer en el año 2003 en un accidente de coche en su Córcega natal.
A su juicio, con el intento de plasmación de la realidad a través de una imagen, «se crea una ambigüedad fundamental, porque la fotografía captura algo real, ciertamente, pero se trata de un fragmento parcial de esa realidad, seguramente falaz, al sacarlo del tiempo y de la historia. Necesita un discurso que la explique».
No rehuye que en anteriores obras suyas, como El sermón sobre la caída de Roma, la cuestión de la fotografía ya estaba presente de forma periférica, pero «ahora en esta obra es central, junto con otros temas míos habituales como el pensamiento místico, aunque ni siquiera soy creyente, y el mal, que para mí no se agota nunca, sigue siendo un gran enigma». Preguntado al respecto, asevera que ya en su primer título traducido al castellano, Donde dejé mi alma, trataba sobre la tortura durante la guerra de Argelia y «lo que más me interesaba era cómo gente que no eran psicópatas la justificaban. ¿Cómo nos podemos dejar convencer de algo así, y de forma masiva?», se pregunta.
En esta ocasión, el conflicto que aparece descrito es el de la antigua Yugoslavia, en los años noventa, y «cómo una persona podía disparar a su vecino, con quien había convivido durante más de diez años. Que esto ocurra es para mi un enigma puro», apostilla.
Para escribir la obra, revela que se ha documentado profusamente y que no todos los fotoperiodistas actúan de la misma manera en lo referente a la parte estética de la foto. «Algunos fotógrafos rechazan cualquier formalismo estético y consideran que sería obsceno hacer eso con lo que ven, mientras que hay otros que no se hacen ningún planteamiento. No creo que pueda haber una definición general, porque hay casos en los que la necesidad de estetismo lo estropea todo y es atroz, y hay casos en los que la simple presencia del fotógrafo o de hacer la foto es horrible». En este punto, rememora el caso de la niña de trece años colombiana Omayra Sánchez, que murió ante las cámaras tras permanecer tres días atrapada en el lodo, víctima de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en el año 1985.
Jérôme Ferrari destaca que una revista como Paris Match hizo una portada con la niña de única protagonista. «En un caso así, ¿quién es el obsceno, el fotógrafo que la captó o quien decidió poner a Omayra en portada?».
Por otra parte, en la novela hay pinceladas sobre el movimiento independentista corso y sobre el papel que jugaban hace unas décadas las mujeres, quienes «por una suerte de infantilismo y endogamia pasaban a ser solo una propiedad de sus futuros esposos, los militantes nacionalistas, con lo que ellas quedaban como atadas a un arnés, sólo existían como negación de su individualidad».
Actualmente residente en Córcega, de donde proceden sus progenitores, Ferrari avanza que si bien el Goncourt en su momento sí le pesó, ahora no, y cuando tiene una idea, simplemente se sienta ante el ordenador y va desarrollándola. Ahora tiene una idea «difusa» en mente sobre el turismo, «para mí, una de las calamidades contemporáneas más importantes, puesto que donde es fundamental acaba echando a los vecinos de los barrios, porque es como que los residentes molestamos. Hay que encontrar medidas políticas para que la gente pueda cohabitar», concluye.
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