El escritor y periodista Jesús García Calero no ha escrito un libro de viajes, sino la biografía de una ciudad, donde la historia hilvanada con palabras, recuerdos e imágenes propone un recorrido de literatura profunda por la superficie asombrosa de una ciudad-novela. Aquí no faltan los personajes principales llenos de luces y sombras, los imprescindibles secundarios y un escenario único en el mundo, que Calero descifra con estas palabras:
La cita para esta entrevista tiene lugar en un escenario imbatible: la casa-estudio de Augusto Ferrer-Dalmau, frente al impresionante lienzo que acaba de finalizar y que aún huele a óleo fresco, y a esfuerzo, y a talento. Como si los azares encadenasen al periodista y su obra alcalaína con el pintor de batallas, charlamos sobre la ciudad milenaria de Alcalá frente al Retrato a caballo del cardenal Cisneros.
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—Realmente este es el primer libro que publicas en solitario.
—Sí, salvo un libro de poesía que publiqué en la editorial Visor, hace años, titulado Lecciones de tiniebla. Sí, es verdad que mi publicación más reciente fue un ensayo de tema histórico, Don Juan contra Franco (Plaza y Janés, 2018), escrito a medias con el periodista Juan Fernández-Miranda.
—Entonces aparece Manuel Mateo Pérez, responsable del elegante sello Tintablanca y te hace un encargo totalmente diferente a todo lo anterior.
—Eso es. Me encarga la guía literaria de Alcalá de Henares, un encargo muy interesante, porque no podía ser un libro de historia ni tampoco una guía al uso, pero tampoco dejar de serlo, claro. Debía ser un libro útil para el lector. Así que la única manera de unirlo todo era mi mirada. Encontrar esa mirada unificadora ha sido para mí el gran descubrimiento de este encargo, y a la vez ese descubrimiento ha constituido mi propia aventura de creación.
—Pero la mirada, como periodista, ya la tenías entrenada; tal vez lo complejo ha sido entonar una voz propia como, digamos, narrador primerizo…
—Eso fue lo más complicado, desde luego, pero cuando me puse manos a la obra la voz se me fue aclarando. Al adentrarme en la historia de una ciudad como Alcalá tuve por primera vez conciencia de la densidad absolutamente infinita de personajes y de historias, y de alguna manera me dejé llevar, decidí beber de los afluentes frescos de aquella memoria tan nutritiva para un escritor primerizo y asombrado.
—Precisamente la guía comienza con el fluir constante de las aguas de un río.
—Claro. El río Henares, junto al que nace la ciudad hace dos mil quinientos años, o más, diez mil, vete tú a saber. Y es que esa zona tenía las condiciones perfectas para un asentamiento humano. Cuando te zambulles en esa profundidad, por muy reportero que seas, comprendes que el viaje lo tienes que contar de una manera cercana, y para eso no valen solo las marcas del presente, donde puedes recorrer el pasadizo que te lleva a contar la Historia, sino que en este caso necesitaba regresar. No podía alojarme narrativamente en el pasado. Y en esa imposibilidad y ese esfuerzo, en esa ida y vuelta narrativa, encontré mi propia voz.
—¿De qué manera?
—Contando los hechos en segunda persona, porque me parecía una manera interesante de interpelar al lector, pero también de interpelarme a mí mismo, pues en las edades de una ciudad están las edades de una vida, y de alguna manera en una ciudad universitaria como Alcalá está también tu época universitaria; en su carácter literario reconoces tu pasión por la literatura y en una ciudad que ha sido un plató de cine se recogen los fotogramas de tu experiencia de aprendizaje a oscuras, donde has estado compartiendo los sueños con otra gente.
—También el teatro…
—Por supuesto, ¿cómo lo iba a olvidar? Es un teatro que lleva abierto, en activo, desde el siglo XVII, con gente que durante cuatrocientos años se ha sentado a reír, a patear, a llorar, a sentir. Hay una pátina que no puedes dejar de percibir ni como amante del teatro, ni como periodista ni como ser humano.
—¿Fuiste a Alcalá con la voluntad de la sorpresa, o la ciudad se reveló ante los ojos “nuevos” del escritor?
—Yo diría que más bien lo segundo. Traté de no regresar como lo que siempre había sido: un transeúnte de la ciudad, adonde había acudido en ocasiones al premio Cervantes, a pasear, visitar algún monumento, la Universidad… pero era, digamos, un picoteo turístico. Y claro, al regresar con toda aquella documentación consciente tienes una sensación nueva que te indica que estás muy cerca de lo invisible: de los problemas de los ciudadanos romanos que la habitaron, de lo que ocurrió cuando la invadieron los árabes, de cómo cambian las cosas que creemos inamovibles, como el nombre de los dioses o el nombre de las estrellas… Me llamó mucho la atención que ya había una historia de Alcalá antes de que Alcalá tuviera un nombre. Ya existía, llena de vida, hace milenios, y ni siquiera sabemos cómo la nombraban aquellos habitantes.
—Una densidad casi inasumible.
—Ese era el reto: tuve que limpiar la mirada limitada, y abrirla a infinitud de fuentes y multitud de experiencias.
—Y en esa mirada nueva de escritor, ¿ha prevalecido la parte de poeta o la de cronista?
—No he sabido desprenderme del poeta porque yo creo que al descubrir mi voz también he descubierto que uno de los temas que más me gustan es contar el paso del tiempo, pero no como una melancolía, sino como la evidencia de que hay una experiencia humana detrás de cada cosa que decimos o sentimos, y que esa experiencia te toca a ti ahora, como si fueses un nuevo portaestandarte. Eres el que lleva el relevo. Es muy bonito en una ciudad como Alcalá, tan vieja, ser consciente de todas las historias ganadas y perdidas, incluso las que son de mentira. Y eso es lo que he tratado de reflejar en la guía.
—¿Historias que son mentira?
—Sí, claro. Alcalá es la ciudad donde nació Cervantes, por tanto es la capital de toda la ficción moderna, es esa capital “del alma”. Es, por Cervantes y por ella misma, una ciudad-novela.
—¿Cómo has organizado la narración de esta guía de Alcalá?
—No me he alejado mucho de lo cronológico. Es decir, empiezo por lo más antiguo y acabo por lo más reciente, pero de una manera ágil, pues no hay ni un solo capítulo donde no esté el presente o la incertidumbre por el futuro, y es que cuando en una tienda ves a un señor hablando por el móvil en árabe y sabes cómo ha sido la historia árabe de Alcalá, ahí se produce un choque, unos versos que riman. Y eso yo quería contarlo también.
—Vamos al turrón, porque el turrón del libro no es Alcalá, es uno de sus personajes históricos.
—El cardenal Cisneros, sí, al que tenemos junto a nosotros, grandiosamente pintado por Augusto Ferrer-Dalmau. Yo siento que a este personaje histórico le debemos un homenaje. Y la mejor manera que encontré de hacerlo fue expresar esa admiración dedicándole este paseo y esta memoria de Alcalá y recordando que el cardenal merecía estar en el libro de Stefan Zweig Momentos estelares de la Humanidad. Creo que fue un olvido imperdonable que no figurase ahí. Sobre todo cuando te asomas a su biografía y te das cuenta de que todo lo que hizo lo realizó en el “tiempo de descuento” de su vida. En aquella época a un señor de sesenta años ya le tocaba morirse, y sin embargo, en esos veinte años que le quedaban, Cisneros logró el prodigio de inventarse una ciudad del conocimiento: el primer Campus de la historia, llenándolo, además, de expertos, sin tener en cuenta ningún tipo de prejuicio por cuestiones de religión. De hecho, invitó al mismísimo Erasmo de Rotterdam. Así que esa idea que tenemos de Cisneros de cardenal carpetovetónico apegado a lo peor de la historia de la Reconquista es completamente falsa.
—O al menos matizable, porque también protagonizó episodios tremendos.
—Por supuesto. Es que vivió en esa época, donde cabían muchas vidas en una vida, y sobre todo en una vida tan larga: fue confesor de la reina Isabel la Católica y a la vez la persona de la que más desconfió el rey Fernando. Y sin embargo, y a pesar de todo, como cabía esperar en este país, nunca lo escucharon como era debido, y así les fue. Por tanto, digamos que en la biografía de Cisneros está todo lo mejor que somos y también algunos de los fantasmas que todavía no hemos sabido espantar.
—Se ha apoderado tanto Cisneros de tu narración que está por encima del propio Cervantes, símbolo internacional de Alcalá.
—Es que ese es otro capítulo. Sí que está, lo que pasa es que he querido llevar a Cervantes a una explicación antimítica: explicar que un talento y un personaje como el de Cervantes sólo era posible precisamente por la degeneración de aquella España, que explica el concepto de humanidad que refleja su obra. Y esa degeneración que Cervantes traduce con tanto talento es su mayor grandeza. Su modernidad es la del descreído. Y claro, todo eso emerge en esta ciudad, pero casi por accidente, pues Cervantes vive y cuenta rodando por el mundo. Sin embargo, la obra ingente del cardenal Cisneros sí permanece, porque su obra no es otra que la propia ciudad de Alcalá.
—Pero no solo hay gloria en este paseo por Alcalá.
—No, efectivamente. He procurado, cada vez que hablaba de sus incontables grandezas, tener en el rabillo del ojo sus muchas ruinas. Cuando ponemos en marcha cualquier proyecto vital uno echa mucha energía y mucha ilusión, pero a la par se está cegando a la parte que no va a poder contemplar, porque toda obra humana tiene una limitación inevitable, que es el tiempo.
—Dices en la guía que “las ciudades son cuestión de tiempo”.
—Exactamente a eso me refiero. Hay un momento en el que las cosas se abandonan, y Alcalá sufrió muchos episodios. En cada etapa histórica hay una ruina, y las hay enormes, insuperables. Por eso cuando acabas el libro te das cuenta de que ver Alcalá como la vemos hoy es algo así como un conjunto de milagros, porque ha sabido sobrevivir a sus ruinas dándoles un nuevo sentido. Es que Alcalá no es la nostalgia de la grandeza pasada, sino una manera de vivir el presente en un escenario magnífico que habla del pasado.
—Hay una escena, entre pasado y presente, contada casi como un rodaje cinematográfico, que es cuando Cisneros imagina la Universidad.
—Yo quería contar, con licencia de novela, una escena que tenía en la cabeza: cómo el fraile Cisneros había podido imaginar aquel campus por primera vez. Entonces traté de andar sobre sus huellas y me di cuenta, paseando, de que arquitectónicamente, el convento donde profesó, a las afueras de Alcalá, rodeado de huertas, bien pudo servirle de referencia constructiva y académica. Desde aquella cuna intelectual me lo imagino caminando y llegando hasta los soportales de la plaza, mirando aquel vacío de lo que todavía nada era; buscando, como ser espiritual, algún augurio. Y entonces yo mismo miré al cielo y vi un halcón sobrevolando mi cabeza como tal vez sobrevoló la de Cisneros y detuve aquel instante revelador. Luego lo llevé a la guía jugando con la mirada alta del halcón como metáfora de la aspiración alta, casi imposible de concebir, de aquel hombre singular.
—No olvidas tampoco las referencias en esta guía a los creadores contemporáneos.
—Cito a Pérez-Reverte y su novela Sidi, porque me parecía fundamental como referencia de esos siglos en estas tierras. La capacidad narrativa del novelista nos permite cabalgar entre sus páginas en compañía de Díaz de Vivar y su lugarteniente, Álvar Fáñez Minaya, asociado precisamente con este valle del Henares, un territorio que, como bien nos recuerda Reverte, era digno de localización para un wéstern clásico a lo John Ford.
—Y el último capítulo lo titulas «De Nebrija a Garci».
—Claro, porque es que ha habido decenas de rodajes de la época dorada del cine en Alcalá, desde Espartaco a Garci, que ha rodado varias veces ahí, concretamente su película sobre Sherlock Holmes (Holmes & Watson: Madrid Days) y Sangre de mayo. Lo llamé para preguntarle y me estuvo contando muchas cosas sobre cine en Alcalá de Henares.
—También hablas de los bares actuales de Alcalá; de los chavales que piden la cerveza porque va con la tapa gratis o de la biblioteca que no cierra nunca.
—Eso último fue algo maravilloso; de repente saber que si tú en Nochebuena, por ejemplo, quieres ir a una biblioteca, tienes que hacerlo en Alcalá de Henares. Me parece además que esto es muy coherente con la historia de esa Universidad, que se fundó para que el conocimiento fuera lo más importante. Si necesitas leer, hay una biblioteca abierta en Alcalá cualquier día a cualquier hora.
—¿Qué sentido tiene este tipo de guía para la gente que viaja ahora mirando Instagram?
—Fíjate que lo pensé mucho. Es verdad que hay gente que inmediatamente mira en internet los datos, los diez sitios que no te puedes perder, o compra una guía al uso, y eso está muy bien cuando tienes un tiempo de preparación muy limitado. Pero si tú realmente lo que quieres es ir preparando un viaje con calma conviene haber leído algo más. El hurgar, saber, tener curiosidad por lo que no se ve, saber que con las piedras de una iglesia que se quemó en la Guerra Civil se construyeron refugios antiaéreos, o que con los mármoles de los palacios se hicieron iglesias, realmente es caminar sabiendo que a dos palmos por debajo de tus suelas han caminado romanos, godos, árabes… La vida o el viaje son siempre cortos, hagámoslos anchos.
—¿Se puede disfrutar de Alcalá sin conocer su historia?
—Se puede, como de cualquier cosa bonita. Pero el conocimiento da profundidad al mundo. Lo sabía Cisneros cuando construyó la Universidad de Alcalá y lo sabe cualquier viajero: cuando uno se preocupa por conocer la historia de un lugar, éste recupera el tono de una conciencia cultural. Entonces el verdadero viajero sabe que se codea con gigantes.
—Y además, en Alcalá también está “el Libro”.
—Ese libro define la cultura de Occidente: la Biblia Políglota. Que es más grandiosa que la de Erasmo, a pesar de ser aquella más famosa. Y es que la Biblia de Cisneros los juntó a todos. Date cuenta que en aquel momento había mucha desconfianza por los conversos, pero nadie podía saber los matices del hebreo de manera más exacta y perfecta que un converso, y Cisneros no dudó en contar con ellos para la traducción. Además, no debemos pensar en la Biblia tan solo como un libro religioso, pues tuvo un impacto asombroso en la ciencia. A mí me impresionó descubrir que, gracias a ella, la medicina avanzó hasta el punto de haber en Alcalá lecciones de anatomía con cadáveres. Y estamos hablando del siglo XVI, es decir, ochenta años antes de que Rembrandt pintara su famoso cuadro que reflejaba la lección anual. Por el contrario, en Alcalá se practicaban lecciones de anatomía de este tipo continuamente, y además con la afirmación revolucionaria para la época de que “hay que poner en duda lo que sabemos”.
—La Leyenda Negra no es tan negra.
—La Historia es compleja y está llena de matices porque el hombre, que es el que la protagoniza, es un ser complejo. Y el señor Cisneros, que tenía un papel de Gran Inquisidor, sin embargo permitía que se abrieran cadáveres para aprender la mecánica del cuerpo y que los médicos pudieran avanzar; y al mismo tiempo invitaba a Nebrija, rechazado y odiado por sus propios compañeros, a regresar a su cátedra, argumentando que tan solo el hecho de haber escrito la Gramática ya le daba derecho de por vida a recibir un sueldo de la Universidad. Y eso es de una grandeza enorme. Hay mil detalles, millones de acciones honrosas, memorables, similares.
—¿Qué es lo que más te ha impactado de este nuevo descubrimiento de Alcalá de Henares?
—Para mí la historia más emocionante de todas es la ocurrida en 1850, cuando se reúnen los vecinos de Alcalá y dicen: “¡Basta ya”! Vamos a hacer algo para salvar esta ciudad que, con las desamortizaciones, el abandono, las ruinas, los estragos, robos y chanchullos, está desapareciendo delante de nuestros ojos”. Así que deciden algo absolutamente democrático: constituir la primera sociedad civil de Europa occidental, donde se vienen a juntar todos los ciudadanos con una participación muy asequible de cien reales, salvando todo aquello con la única finalidad de que permanezca junto, cuidado y a salvo de depredadores para que pueda volver a ser Universidad algún día. Hoy, 174 años después, uno mira con emoción la iniciativa y los logros de aquellos “condueños” cuyos descendientes siguen siendo los dueños de la Universidad de Alcalá de Henares, y hasta tienen la llave; de hecho, pueden entrar cuando quieran. Es realmente envidiable. Hoy en día no sé si seríamos capaces de llevar a cabo algo tan noble a largo plazo.
—¿Un titular para esta guía?
—El editor me pidió un titular en pocas palabras, y le di éste: “Una historia entre ficciones”.
—¿Visitas obligatorias que quisieras recomendar al lector?
—Corral de comedias y Universidad, además de la plaza de Cervantes, donde puedes comprar los mejores pasteles de la ciudad. También recomiendo que se acerquen, en la manzana del teatro, a un pozo que esconde una historia preciosa (otra más): durante la Guerra Civil ese pozo fue el cofre improvisado y secreto donde tres héroes de Alcalá guardaron, conservada en una lata y envuelta en plásticos, la partida de bautismo de Miguel de Cervantes.
—Y al escritor Jesús Calero ¿para qué le ha servido esta guía?
—Para el asombro de una ciudad maravillosa, pero también para encontrar el tono y practicar la escritura lejos del periódico. Llevo mucho tiempo con una historia en la cabeza que me gustaría poder contar en una novela. Naturalmente, versará sobre algo a lo que he dedicado mucho tiempo en mi investigación periodística: la arqueología subacuática.
—Por último, no podemos dejar de citar las acuarelas de Paula Varona, que son un acompañamiento extraordinario al texto.
—Realmente lo son: Paula y yo hemos ido un par de veces a Alcalá juntos, paseando la ciudad y comentado los detalles. Ella ha aportado un color plástico, poético maravilloso, deslumbrante, que permite ver no el color, sino la luz en sí, reflejada en las cosas. Y ha conseguido que Alcalá, que es una ciudad que se asocia a piedra antigua, a pátina, de repente aparezca en estas acuarelas iluminada por un sol eterno de verano. De hecho, el color del libro, un amarillo de trigo tostado, incide en esa idea de ciudad luminosa o iluminada. En esa imagen deslumbrante que es Alcalá de Henares.
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