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Jesús Ruiz Mantilla: «El periodismo es un género literario absoluto»

Jesús Ruiz Mantilla: «El periodismo es un género literario absoluto»

Llegó al diario El País en 1992. Desde entonces, Jesús Ruiz Mantilla (1965) ha formado parte de la sección de Cultura, el suplemento de cine El Espectador, El País Semanal o Babelia. Su vida profesional comenzó con el buen pie de los lectores aventajados. Estaba tan bien dotado para la palabra escrita como para la música, a la que ha dedicado páginas enteras en libros y periódicos.

En 1997 publicó su primera novela, Los ojos no ven, una historia de intriga con Salvador Dalí de fondo. A esa siguió Preludio, que relata la historia del pianista León de Vega, obsesionado con la obra de Chopin. Tras Gordo, Yo, Farinelli, el capón y el ensayo Placer contra placer, aparecieron las novelas Ahogada en llamas y La cáscara amarga, que componen una trilogía sobre el siglo XX de la que Hotel Transición es el final y más autobiográfico de los volúmenes.

Ruiz Mantilla regresa ahora con Papel (Galaxia Gutenberg), una novela que narra el viaje a los infiernos del periodismo contemporáneo y plantea al lector un oficio asediado por la precariedad laboral, la proliferación de bulos interesados y la depauperación que experimentan quienes han vendido su alma al diablo. Treinta años de profesión le permiten a Ruiz Mantilla reflejar el salto digital en los medios de comunicación, así como el choque entre la vieja escuela periodística y las nuevas generaciones, ambos mundos en el veterano reportero Benjamín Sarabia y en Luz Perea, una novísima periodista incapaz de soltar su móvil.

Sin eludir el realismo de Benito Pérez Galdós, del que Ruiz Mantilla es apasionado lector, la novela despliega las muchas penumbras de una industria mediática atada de pies y manos por los poderes que la condicionan. Y así lo procura su autor: que se vean claramente los dobleces y escollos. En tiempos en los que la mentira viaja a la velocidad de la luz, el oficio vive sus horas más flacas. Algo de la Divina comedia y el mito de Fausto sostienen esta novela que lleva más de una década escribiéndose dentro de Ruiz Mantilla.

Además de escritor y periodista, Ruiz Mantilla ha coordinado varias iniciativas y proyectos culturales, como el reciente Festival Internacional de Literatura en Español de Castilla y León, del que fue director literario. La programación por él diseñada reunió a destacados autores a lo largo de las nueve provincias de la comunidad autónoma, y lo hizo con la intención de establecer un diálogo entre creadores con el patrimonio cultural y natural. Sobre Papel, su nueva novela, pero también sobre los retos y paradojas del periodismo y cultura conversa en esta entrevista concedida a Zenda.

—Sarabia y Luz experimentan lo que la mayoría de los ciudadanos: la desaparición de las certezas. ¿Por qué tendría que ser más importante lo que pasa a los periodistas que a los médicos, por ejemplo?

"Lo que cuentan los personajes es algo que he visto y vivido. No me siento capaz de escribir un libro sobre lo que ha ocurrido a los médicos"

—No es que sea más importante, es que es mi experiencia. Lo que cuentan los personajes es algo que he visto y vivido. No me siento capaz de escribir un libro sobre lo que ha ocurrido a los médicos. Tendría que ser uno de ellos o alguien muy cercano. Pero ocurre que lo que cuento en este libro sí lo he vivido. Y lo hago porque creo que en los últimos años se han levantado las alarmas no sólo para los medios, también para la democracia. La mentira descarada hoy se difunde a la velocidad de la luz. Se hace para desestabilizar al poder y desintegrar las sociedades tal y como están concebidas. Eso implica prestar nuestra atención por completo a este tema, en lugar de volcarnos en otros asuntos que nos permitirían avanzar.

—Este libro se mueve entre la esfera pública más agresiva y la intimidad vulnerada. Hay una reflexión moral de la que no sale nadie indemne. ¿O acaso sí?

—Me di cuenta de esa paradoja a medida que avanzaba la novela: que íbamos por un camino que nos llevaba al mito de Fausto, tanto a los personajes como a mí. Eso hacía la historia todavía más oscura e inquietante. Estamos atenazados por elementos externos que tratan de mermar nuestra independencia y potencial periodístico. Nosotros también hemos vendido el alma al diablo. Ha pasado en todos los medios, tanto en España como en el resto del mundo. Atravesamos la misma transición y sufrimos por igual un mordisco en la yugular de nuestra independencia. Eso se expresó en la precarización y las primeras restructuraciones de empleo. Veníamos de una época muy rica y de mucho bienestar. Y la clave de un medio es la independencia económica, pero cuando las cosas van mal hay muchos tiburones del poder económico y del poder político dando vueltas alrededor. «Yo te presto», «yo te saco adelante». Lo hacen solo con la intención de sacar ventaja.

Los periódicos reflejan la sociedad de la que forma parte. La España de esos años pensó que la fiesta sería eterna, pero la crisis de 2008 lo arrastró todo. ¿Es acaso un signo de los tiempos?

"Hemos vivido tres crisis: la de 2008, la que desarrolló cada empresa de forma particular y la crisis de un cambio del modelo"

—Fue El mundo de ayer, de Stefan Zweig. En la primera etapa todo era maravilloso y feliz, alegre, próspero. Era el signo de que iba a pasar algo, y pasó. Comencé a preocuparme sobre lo que estaba ocurriendo con la información cerca de 2004, cuando todos estábamos felices, pero ocurrió lo que ocurrió. Hemos vivido tres crisis: la de 2008, la que desarrolló cada empresa de forma particular y la crisis de un cambio del modelo. Esas tres crisis generaron una eclosión, un big bang. Me considero optimista, pero este libro ha ido contra mi naturaleza. Es lo que los hechos apuntan, y tengo que contarlo.

Ha surgido una ola de populismos de derechas e izquierdas, así como la centralidad de lo que llamamos «relato». ¿Qué  fue primero, el bulo o el populismo?

—Confluyeron. Fue ahí cuando el populismo se dio cuenta de que el bulo le permitía consolidarse. El problema actual es la velocidad. La tecnología permite llegar a ciertos sectores que, a la hora de votar, pueden producir cambios. No es indiscriminado. Está perfectamente delimitado a qué objetivo se dirigen. Es algo muy sofisticado que se orienta a llegar al poder. El bulo es una herramienta, inquietante claro, pero es un medio, no un fin. El fin es el poder.

Según Carlo Feltrinelli, pasamos de la era Gutenberg a la era Zuckerberg. ¿Así como la imprenta a la iglesia del XV, las RRSS disputan hoy la auctoritas a los medios?

"Sé que las redes son importantes para nuestro trabajo, pero me quitan tiempo y paz para lo que considero imprescindible"

—Ahora no sólo se da el hecho de que todo el mundo puede opinar acerca de todo, sino que tiene armas para hacerse ver. Mi madre es influencer. Tiene 86 años. Siempre ha sido comprometida políticamente, ha ocupado distintos puestos y acababa de descubrir en Facebook un espacio para proponer polémicas. Hace diez años no disponía de esa herramienta. Yo en cambio detesto Facebook, no tengo Twitter. Sé que las redes son importantes para nuestro trabajo, pero me quitan tiempo y paz para lo que considero imprescindible: escribir, leer a Tolstoi y no estar pendiente de lo que se dice en Twitter, ya me enteraré, porque todo lo que se dice ahí rebota. Es verdad que Trump ha gobernado a golpe de Twitter, pero no necesitaba enterarme al momento. Es algo artificial.

—Papel es casi un reportaje, una cartografía de los tiempos y la profesión. ¿Qué relación tiene con la trilogía de Hotel Transición?

—De esa autobiografía podría tener algo Hotel Transición, que tenía mucho de autoficción. Este libro quizá tiene que ver más con Gordo y con Preludio. Sentí la necesidad de identificarme con este personaje, que es un punki, que entra y sale del relato como le da la gana. Trabaja en la sección de cultura de un periódico, y además tiene mi tercer apellido. Posee aspectos en los que se asemeja mucho a mí, y sí que tiene cierta coherencia con la voz de Hotel Transición, aunque esta la considero más festiva, iconoclasta e incontrolable.

—¿Qué circunstancias personales determinan la aparición de este libro?

"Galdós siempre da sentido a mi literatura, pero también Cervantes"

—Este libro empieza hace diez años. Entonces los periódicos ya estábamos en el hoyo de la falta de independencia, esa cima donde habíamos sufrido los ERTEs y el paro. El Gobierno, aliado con los poderes económicos, había decidido cortar la cabeza a determinados jefes de medios. Fue entonces, en 2017 o por ahí, cuando me di cuenta que debía escribir esto. Ya tenía la idea de un personaje veterano y una millennial, dos generaciones en conflicto que necesitan aliarse para sacar las cosas adelante. Esos dos personajes los tenía clarísimos. Así que me puse a escribir. No había tiempo que perder. La pandemia comenzó justo cuando estaba escribiendo la parte final del libro, que decidí incluir como un telón de fondo.

—La novela como artefacto del XIX nos coloca ante grandes conflictos. A juzgar por Papel, veo que aún le ve sentido.

—Galdós siempre da sentido a mi literatura, pero también Cervantes. Nos coloca ante el reto de disponer de toda la libertad que nos ofrece. El problema del periodismo, que es un género literario absoluto, es que tienes que sujetarte a los hechos. Pero eso no quiere decir que no puedas elevarlos a la categoría de literatura. Los hechos son al periodismo lo que los personajes a la novela: entrañan el conflicto, las paradojas y lo humano. Eso es lo que me gusta explorar en una novela.

—¿Qué llevó a Jesús Ruiz Mantilla al periodismo y además a la crónica musical, que nunca ha dejado?

—No lo decidí yo. Lo hicieron otros. Entonces yo ya estaba por la redacción. Había acabado la carrera de periodismo. En 1992 entré al periódico a trabajar en lo que entonces se llamaba Edición Internacional, y que mandábamos fuera. Al ver que era aficionado a la música, un amigo que estaba en Cultura, Andrés Fernández Rubio, me dijo: «¿Por qué no escribes de música clásica? A nadie le interesa ese tema ni quiere escribir sobre eso». Fue así como empecé a hacer entrevistas a violinistas, pianistas, directores de orquesta… Entonces comenzó mi relación con la crónica musical, que sigo haciendo hasta hoy, y que reivindico como tal, porque no considero que lo que yo hago sea crítica. Me interesa más el híbrido.

—¿Y su relación con la literatura dónde comienza? ¿A qué edad se hizo lector?

"De tener algo parecido a una conciencia de lector, ocurrió con Miguel Strogoff. Me dije a mí mismo: Yo esto nunca lo dejaré"

—De niño fui un lector voraz. Mi padre me hizo una biblioteca maravillosa con clásicos como la Eneida, también con Julio Verne o Alejandro Dumas. Había ejemplares de Los Cinco y Los Siete Secretos, pero también Platero y yo. Era una cosa ecléctica. De tener algo parecido a una conciencia de lector, ocurrió con Miguel Strogoff. Me dije a mí mismo: «Yo esto nunca lo dejaré». Ya empiezo luego a leer con mucho interés a autores del realismo español: Delibes, Cela, Galdós. O Valle-Inclán. Era un reto leer aquello a los 14 años. No entendías nada, pero sabías que aquello era bello. Muy pronto llegué a García Márquez, Neruda, Vargas Llosa… Rápidamente fueron sucediéndose los escritores centroeuropeos hasta hoy. 

—Usted publicó su primer libro en 1997. Comenzó pronto.

—¿Pronto? No me parece. Un escritor no es tal hasta que no intenta que le publiquen dos novelas después de haber recibido muchas negativas. Cuando a la tercera le dicen: «Sí, la publicamos», entonces ya te lo crees. Ese fanatismo que te hace no desfallecer es una buena escuela. Te reafirma en tu voluntad y la vocación.

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