El elogio de la lentitud frente a una prisa que mata, la defensa del paso del tiempo ante el falso reclamo de la eterna juventud y la valentía de abrir los cajones atrancados de la memoria son la apuesta literaria del escritor y periodista Jesús Terrés para concluir que no puede haber belleza sin dolor. «La belleza cobija la luz pero también la oscuridad. Si quitas el dolor, el sufrimiento, la cicatriz o la herida, también quitas la otra parte», señala Terrés a Efe sobre su primera novela, Buscaba la belleza.
Y es esta la idea que hilvana una novela con tintes autobiográficos pero donde lo que prima es el mensaje, y la biografía «ha sido plastilina, arcilla con la que construir lo que ya sabía que quería construir» su autor. Afirma que ha sido «muy fiel» a la biografía en cuanto a emociones y «muy infiel» en cuanto a lugares, años, incluso personajes, y calcula que finalmente habrá un 60 o 70 % de biografía y un 30 o 40 % de ficción.
Buscaba la belleza parte de dos acontecimientos traumáticos en la vida del autor: la muerte de su padre y el aborto de un hijo, separados por veinte años de distancia. A partir de ahí, Terrés (Valencia, 1977), colaborador habitual sobre viajes, gastronomía, cultura y arte en medios como Vanity Fair y Condé Nast Traveler, y autor de la Guía hedonista, inicia un viaje emocional en el que plantea temas como el duelo, el amor y la búsqueda de la felicidad en un mundo incierto. El protagonista logra hacer las paces con su pasado y alejarse del mantra que le ha guiado desde la muerte de su padre, «olvidar para ser feliz», porque entiende que el sufrimiento forma parte de la existencia y que no puede haber belleza sin dolor. Y es que el protagonista ha vivido gran parte de su vida con la idea de que «no había pasado nada: su padre se había ido y ya está, y él tenía que seguir viviendo. Esa negación de su muerte la termina pagando».
Para Terrés, «la belleza habita en la vida, en lo vivo», y nunca en la mentira, y por ello, defiende que un objeto o una persona que envejece es bella, justo lo contrario de lo que predica el mundo que estamos construyendo, lamenta, donde «la belleza es un teléfono móvil, un objeto inanimado de líneas metálicas que durará dos años, o una mujer eternamente joven. Construimos una contemporaneidad con una belleza muy a medias» y «supertóxica porque es inalcanzable. No puedes ser siempre joven», plantea, y reivindica la lentitud de la vida y la reserva de espacios, dentro de las prisas del día a día, para tomar un café, dar un paseo con tu pareja, leer o hablar. «La prisa mata», asegura uno de los personajes del libro en varias ocasiones, una frase que Terrés hace suya «no como un lugar al que llegar, sino una pelea diaria» frente a un entorno que nos lleva a lo opuesto. «Nos estamos entregando a un mundo que nos quiere de paso y rápido», mantiene, mientras reivindica más empatía y más inteligencia emocional, pues «el mundo está lleno de adultos de 40 años con la inteligencia emocional de un niño de 10», y eso «es ridículo».
La novela aborda también la importancia de abrir esos cajones de la memoria que mantenemos cerrados, la mayoría de las veces porque ni siquiera sabemos que están cerrados, y que acaban enquistándose dentro de uno mismo. «Los cajones no se ven», explica este escritor, pero añade que la señal de alarma puede estar «en ese no sé qué me pasa pero estoy mal, estoy triste o tengo miedo» o «en esas sensaciones de que algo está mal y no sé qué es». Terrés anima al lector a llevarse la novela a su terreno, a utilizarla y a vivirla, y le pide que «le conceda la posibilidad de que le remueva». «Que lo lea con el corazón abierto», apunta.
Hostia y qué cierto! Me ha gustado el artículo.