Hace pocos días, medio mundo se propuso apagar las luces eléctricas durante una hora. Y el pasado 22 de abril se celebró el Día de la Tierra. Son gestos simbólicos, muy efectivos a nivel publicitario. No quiero restar mérito a la gesta de crear una mayor conciencia colectiva sobre nuestro soporte vital, herido de muerte por nosotros mismos. El problema es que la Tierra no necesita una hora, ni un día. Necesitaría que a partir ahora cada día fuera SU día. Necesita un «qué pasa después de eso». Mañana, mil millones de coches seguirán circulando, decenas de miles de aviones surcarán los cielos, miles de toneladas de residuos de la combustión de hidrocarburos se lanzarán a la atmósfera y de basura plástica acabarán en el mar. Eso es lo que sucederá mañana. Y lo mismo, pasado, y el otro.
«El planeta nos está lanzando un mensaje claro y tenemos que responder de forma urgente y contundente» (Juan Carlos del Olmo)
Las mayores corporaciones en el mundo son compañías petroleras. Una de las más importantes, Shell, informó hace más de 25 años tener pleno conocimiento sobre los peligros del calentamiento global, pero no se hizo absolutamente nada. Llevamos unas tres décadas palpando claramente el calentamiento global y el progresivo aumento de las temperaturas podría llegar a alcanzar un umbral insostenible, por la rapidez en que se está produciendo. Aún no se conoce bien dónde está ese umbral, pero sí se estima que, sobrepasado éste, el efecto en cadena que se produzca puede ser de proporciones catastróficas, pudiéndose llegar a tardar siglos para volver al sistema en equilibrio y de biodiversidad tal y como lo hemo conocido. Un evidente ejemplo es el retroceso experimentado por las grandes placas de hielo continental, como las de Groenlandia y la Antártida, y absolutamente todos los glaciares alpinos, estén en Europa, Asia, África o América. El nivel medio del mar ha aumentado cerca de veinte centímetros durante el siglo XX y a este ritmo acabará anegando muchas poblaciones costeras. Existen en la Tierra aproximadamente 30 millones de especies vivas, pero hoy su desaparición es mil veces mayor que en cualquier otro periodo conocido de nuestra Era. Estos datos están contrastados científicamente, son reales. En palabras de la historiadora de la ciencia Naomi Oreskes, «el mundo científico ha afirmado y reafirmado la validez de las pruebas científicas”. Los efectos ya no son algo lejano, los vemos a diario. Cada año la troposfera bate un nuevo récord de temperatura. El Protocolo de Kioto, la Cumbre del G-8, o el Acuerdo de París son ejemplos de la preocupación global. Pero, aún así, el cumplimiento de los objetivos propuestos está resultando absolutamente insuficiente.
“No más palabras, acción” (Cesare Pavese)
Ante este panorama que se avecina uno puede deducir que no hay nada que hacer, o que por mucho que se haga ya es tarde para reaccionar de forma eficiente. Unos porque siguen creyendo que se trata de ciclos naturales, al margen de la actividad humana; y otros porque piensan que, hoy por hoy, es imposible modificar los ambiciosos intereses económicos de las grandes multinacionales, que están lejos de tener en consideración la preservación del Planeta. ¿Cómo se frena esto? Concienciándonos cada uno de nosotros, la humanidad entera al unísono si fuera posible. Y esa es la esencia que pretende trasmitirnos Joaquín Araújo con este magnífico libro.
“No conviene olvidar que la más alta tecnología de aquel momento, el gesto de ostentación más orgulloso y todo un monumento al poder y a la riqueza fueron abatidas por una modesta porción de agua fría” (Joaquín Araújo)
Hemos olvidado un par de cosas muy importantes. La primera es que nuestro Planeta es otro ser vivo y que, como dice Araújo, bebe, se alimenta y respira. Y la segunda, y más importante, que es frágil. Antes la Naturaleza no nos necesitaba, pero ahora, por primera vez en más de tres mil millones de años depende directamente de nosotros. Hemos alterado en muy poco tiempo el delicado equilibrio de la biosfera, el medio que hace posible la vida. Vida que en nuestro caso ha evolucionado hasta tener consciencia de la propia existencia. Nuestra mente es un lujo creado por la propia Naturaleza, y precisamente sería paradójico que este hecho extraordinario fuera en detrimento de la existencia de vida. Pero la Naturaleza, cuando responda, lo hará de forma contundente, a gran escala. Ya está dando preocupantes avisos. Sencillamente, nuestra fuerza no puede competir con la suya.
“La primera y principal tarea del presente es que quede algo de pasado sobre este mundo para que pueda darse algo de futuro” (Joaquín Araújo)
Araújo nos presenta 365 propuestas, para todos los gustos, y todas ellas implican una clara iniciativa por nuestra parte. Cosas tan sencillas como escoger el caminar o el pedalear, o subir y bajar escaleras, para moderar el gasto de energía de fuentes externas. Reciclar. Alimentarnos de productos locales y de temporada, para no sembrar más contaminación. Evitar la masificación del turismo, viajando menos. Otros gestos precisan de la implicación de políticas específicas y mediante acciones globales comprometidas con el medio ambiente, nuestro bien más público. Es bien sabido que uno de los mejores caminos para frenar los efectos del cambio climático es la apuesta por las energías renovables. El sol proporciona 15.000 veces más energía de la que necesitamos, de modo que podemos, debemos, aprovecharlo para obtener una energía más limpia, segura, duradera y más barata. Pero para optar por fuentes energéticas no contaminantes es imprescindible la colaboración de empresas y gobiernos, que implicaran un cambio social en la demanda, y en la que los poderosos podrían seguir lucrándose pero en un nuevo entorno en el que todos saldríamos beneficiados.
“Uno de los engaños que vive nuestra sociedad es el creer que si queremos consumir y contaminar menos, debemos renunciar al confort. Necesitamos no necesitar tanto” (Joaquín Araujo)
Hay un primer gesto fundamental: habría que resolver diferencias y arrogancias. Como bien señala Araújo, el agua es el elemento común que nos une a la inmensa mayoría de las especies existentes. Los humanos hemos creado dos mundos, y los dos destruyen por igual. En los países desarrollados, por el derroche y la contaminación, y en muchos de los países pobres, por sobrevivir a costa de proporcionar a otros su patrimonio y riquezas naturales. Sin respeto, consideración y cooperación, ese esfuerzo será infructuoso.
«El hombre moderno vive ajeno a esas sensaciones inscritas en lo profundo de nuestra biología y que sustentan el placer de salir al campo» (Miguel Delibes)
No sé si quedan resquicios para la esperanza, tal vez sí los haya. No hay que ser un visionario, pero todo parece indicar que vamos a seguir por el mismo camino o parecido. No queda otro remedio que pactar con la Tierra, y consuela que haya personas valientes como Joaquín Araujo, comprometidas en evitar este gran problema ambiental que nos acecha, animando a que se den pasos adelante en ese sentido. Personas que no están dispuestas a aceptar lo inaceptable, empujando, uniendo fuerzas, para conseguir una absoluta concienciación y un rechazo colectivo de lo que está ocurriendo.
“Nuestras vidas son caminos que se internan en el bosque. Todos los escritores tenemos una deuda inmensa con los árboles pues ellos han publicado nuestros libros” (Joaquín Araujo)
Joaquín se expresa con claridad, y serena inteligencia. Vive instalado en la sencillez del pasado, de una vida intensa, lenta, austera y consecuente. Algún día el regreso hacia la Naturaleza de la que la civilización nos desterró podría ser forzado, y la única opción viable. Nuestra tarea es contemplar, para comprender, pues “en la cultura está la última tabla de salvación”. Salvemos lo que nos salva. Hagamos algo más grande que nosotros mismos.
“Si un pueblo pierde el miedo al poder, aparecerá entonces un gran poder” (Lao Zi)
Estamos ante un libro precioso e imprescindible, que aviva razones, corazones y almas, y convence de una necesidad vital como es conservar la biodiversidad de nuestro Planeta, pues su condena será la nuestra.
Félix Rodríguez de la Fuente no murió en aquella avioneta el 14 de marzo de 1980. Lo que él y su equipo lograron, continuó en manos de una devota generación que había descubierto la Naturaleza de una forma completamente distinta a como se había visto hasta entonces. Entre esas personas que perpetuaron su obra, está Joaquín Araújo, precisamente, uno de los principales colaboradores de El hombre y la Tierra, extraordinarias filmaciones sobre el mundo natural que son un referente internacional desde entonces. Tras el fallecimiento de Rodríguez de la Fuente en Alaska, Araújo completó ocho capítulos de dicha serie documental.
Joaquín Araújo Ponciano (Madrid, 1947). Campesino: dedica la mayor parte de su tiempo a la agricultura y ganadería ecológicas. Ha plantado aproximadamente un árbol por cada día que ha vivido, unos 24.500. Se empeña además en escribir, hacer radio, cine documental, dar conferencias y realizar exposiciones. Se dedica, pues, al activismo ecológico y cultural desde hace 47 años. Tiene 34 carnets de otras tantas ongs. De algunas fue fundador y presidente. Colecciona sus propias dimisiones. Está escribiendo sus libros —106 y 107— como único autor. Le han publicado además 11 como coautor y 69 colectivos. A todos ellos acompañan 8 enciclopedias que dirigió y, en parte, escribió. Sus 2.516 artículos han sido publicados en 146 revistas, 19 blogs y 17 diarios. Actualmente escribe con frecuencia en cinco blogs y dos revistas. Comisario de 27 exposiciones y autor de los textos de casi todas ellas. Guionista y/o director de 340 programas de TV, la mayoría documentales. Ha hecho unos 5.500 programas de radio, casi todos con secciones propias. Dirigió también algunos. Tanto en radio como en televisión hizo los primeros directos de naturaleza de la historia de esos medios en España. Ha dado unas 2.600 conferencias tanto en España como en una decena de otros países. Le persiguen los premios. De los 47 recibidos destacan: el GLOBAL 500 de la ONU, considerado el más importante del mundo en su campo; el Wilderness Writting (solo hay cinco premiados en el mundo); el del BBVA a la difusión de la multiplicidad vital que es el más importante que se da en España. Es el único español al que le han concedido dos veces el Premio Nacional de Medio Ambiente. Nominado a los Oscar de Hollywood y a los Goya por su participación en Nómadas del Viento. Es Numerario de la Real Academia de las Letras y de las Artes y medalla de oro de Extremadura.Excelentísimo Sr. por tanto. A un IES, unos aguazales, un taller, un cóctel, dos árboles monumentales, una fuente, una cima y un museo les han puesto su nombre. Y, sobre todo, pretende , aunque seguramente es imposible, salvar a lo que nos salva: la NATURA.
—Estimado Joaquín, ¿por qué decidiste dedicarte a las cosas de la Naturaleza?
—Desde muy pequeño me atrajo primero todo lo relacionado con la cultura rural. Más tarde, con precocidad escandalosa, me interesó la poesía, y me percaté de la estrecha relación que tenía con la belleza del entorno. Finalmente comprendí que para contar algo sobre lo que me atraía era necesario ser, además, naturalista. Naturalista que defiende lo que ama e intenta conocer.
—Vives en una casa al aire libre, cultivas tu propio huerto, te paras a escuchar el canto de los pájaros, el sonido del viento, del agua… Me parece una forma inteligente y sosegada de vivir. ¿Qué consejo darías a todos aquellos que viven “atrapados”, engañados?
—Que si hacen un pequeño esfuerzo pueden perfectamente vivir como yo. La trampa y excusa para no hacerlo está más en estereotipos urbanos, en la tendencia de las mayorías a amontonarse, hacer ruido y luego quejarse.
Recurro al viejo refrán campesino: lo que puede hacer un hombre puede hacerlo cualquier otro hombre. O mujer, claro. Con todo lo que puede ser un consejo provocador, es que aquí, en los bosques, se vive la vida de verdad y se disfruta de lo lindo.
—Pero has renunciado a muchas cosas (he leído el apartado Mis dimisiones de tu página web). ¿La ética por encima de todo?
—Por supuesto. No solo porque es nuestro mejor producto, la más bella y refinada creación de la mente, sino también porque no consentir corrupciones, no traicionar a tu pensamiento, incluso no aguantar la idiotez de algunos de los que mandan, es parte fundamental de la salud mental y, no menos, de la social.
—Me gusta mucho tu loa a la vida lenta, pues comparto plenamente tus planteamientos sobre la filosofía destructora del “todo vale” y la nefasta sacralización de la velocidad y la inmediatez. Estamos equivocados, somos más infelices y, encima, enfermamos más. Dime quién empieza a deshacer el bucle, si todo está montado para seguir en esta cadena de montaje.
—Pues justo donde he dejado la anterior respuesta: en la coherencia con lo que piensas y sientes. En no dejarte abrasar por los lugares comunes de la comodidad sacralizada. Perderte, salir del rebaño, es la mejor forma de encontrar algo de sentido a la vida y a ti mismo. Pero todo empieza en uno mismo, todos podemos ser individualmente la solución. Nada cambia si tú no cambias.
—He leído algunos de tus “naturismos”, esos pensamientos que te inspira la Naturaleza. De tu libro titulado Agua rescato algunas ocurrencias geniales, como “el agua también tiene sed, sed de miradas admiradas”. ¿Cómo has conseguido establecer esas conexiones tan puras con lo que te rodea?
—Desde casi siempre considero que la poesía es el verdadero lenguaje de la Natura. Sumemos que uno ha dedicado miles de horas a contemplar lo que me rodeaba, y comienza a ser mucho más fácil describir al paisaje y los elementos que lo forman. Por si eso fuera poco, tengo cierta facilidad para las metáforas, acaso porque leo poesía todos los días desde los catorce años.
—Haces danzar a las palabras. Encuentro única tu manera de expresarte, poética, original y elocuente. ¿Cómo y cuándo nace esta afición tuya por escribir?
—Temprano. Incluso escandalosamente pronto. Leo autores muy complejos desde los trece años. Un amigo de entonces, Antonio Ramos Gascón, que acabaría siendo catedrático de literatura española en Estados Unidos, me introdujo en la lectura de poesía..A los catorce ya publiqué algunos cuentos. A los 16 fundé una tertulia literaria con Leopoldo María Panero. Escribo poesía a menudo desde entonces. Como siempre sucede con los poetas, casi toda sin publicar, aunque pronto saldrá mi cuarto poemario, todos ellos ya de la edad madura.
—El arte se inspira en lo natural. ¿Qué representan para ti la pintura y la literatura?
—El arte es pura imitación de la vivacidad, es decir que algo bello logre su continuidad, que intente vencer al tiempo, que coquetee con la eternidad. Sin olvidar que es el mejor alimento para la sensibilidad, tras la contemplación, claro está.
—He leído que tu ensoñación favorita es la rebelión de los bosques, sin los cuales no habrá retaguardia alguna. En algo me recuerdas a Tolkien, que reflejó en su obra la amenaza que la revolución industrial representaba para la vida tradicional en las zonas rurales de Inglaterra y los paisajes. Los árboles, llamados Ents en la mitología que creó, guardaban los bosques. ¿Cuántos árboles has plantado ya? ¿Te imaginas una visión de España desde un satélite en la que predominara el verde sobre el ocre?
—Por supuesto que sueño con lo que supondría el verde dominando grises, negros y pardos. Para empezar, es el mejor antídoto contra el cambio climático y todas las amenazas que conlleva. He plantado, con mis manos, un árbol por cada día que he vivido, 25.000. Por proyectos míos algunas instituciones y ayuntamientos han plantado otro millón y medio. Pero deberíamos tener algo más del doble de los árboles que hay ahora mismo en el mundo. Solo hay una codicia legítima, la de más bosques, que son un bien público para todos sin excepción.
—Como tú mismo dices, no se puede llamar al tiempo presente “tiempo científico” o “tiempo del progreso” tomando una única definición como correcta. ¿Cómo debería ser el progreso, para ti?
—Nada debería ser llamado progreso si no crecen también los árboles, la transparencia, los derechos y libertades, la vida en suma. Tampoco se trata de que crezcan la ciencia y la tecnología casi exclusivamente: también debería hacerlo la cultura y el arte. El progreso debe progresar, y la forma de hacerlo es no monopolizar su identificación exclusiva con más dosis de comodidad y velocidad.
—En la década de los 80, cuando se empezó a hablar del agujero en la capa de ozono, se tomaron medidas drásticas para disminuir las emisiones de Compuestos Clorofluorocarbonados (CFC). ¿Por qué crees que hubo tanta efectividad entonces y ahora no?
—No fue tan rápido, pasaron diez años entre la primera advertencia científica y el protocolo de Montreal. Se prohibieron los CFCs, pero no en todo el mundo. Queda bastante para cerrar el agujero de la capa de ozono. En cualquier caso, no eran tan dominantes como los combustibles fósiles.
—La primavera está pasando de largo, como otras veces. Las señales son evidentes y claras. ¿Estamos a tiempo de hacer algo, o empieza a ser demasiado tarde?
—Ciertamente, el asesinato de las primaveras es la primera consecuencia del cambio climático. Lo demuestran casi todos los elementos básicos de la Natura y muchas especies de animales y plantas. La primera oleada de desastres ya resulta inevitable, pero tenemos que llegar a tiempo para evitar más de dos grados más de calentamiento, porque de lo contrario las catástrofes serán realmente devastadoras. Lo trágico es que se podría corregir la tendencia con solo usar la energía estrictamente necesaria.
—Hemos sido nosotros, ¿verdad? No se trata de ciclos cósmicos.
—Ha sido el bulímico uso de muchísima más energía de la estrictamente necesaria. La adoración de la velocidad y de lo superfluo han sumado mucha contaminación. A lo que se sumó la deforestación y el auge del urbanismo.
—¿Cuál es la industria que más está contaminando en la actualidad?
—Están casi empatados el sector primario, el transporte y la producción de energía eléctrica
—¿Cuál de nuestros cuatro elementos está más amenazado?
—Si tenemos en cuenta su fundamental papel en todos los ciclos y procesos vitales, deberíamos señalar al agua, pero es la atmósfera lo que ahora mismo necesita más ayuda.
—Se me ocurre un disparate, algo que jamás va a suceder. ¿Y si el mundo, así en global, dejara de usar coches? ¿Serviría de algo para nuestro planeta, o ya está herido de muerte?
—Por supuesto, el efecto sería poderoso. El transporte es responsable de algo más de la cuarta parte de la contaminación del aire. La herida es grave y se trata de que no sea definitiva, sin olvidar que los primeros afectados seremos nosotros los humanos. Aunque el modelo económico y sus tecnologías tienen capacidad para destruir toda la vida del planeta, estoy seguro de que un poco antes acabarían con la de todos los humanos.
—¿Qué opinas sobre el dislate de la penalización sobre el uso de placas para aprovechar la energía solar en España?
—Es una de las más malévolas estupideces de la política de todos los tiempos. Se nos escapa, por ejemplo, que es necesario usar todos los ingresos obtenidos por el turismo en pagar la importación de combustibles fósiles.
—Cuando hablas del símil de nuestra civilización con el Titanic dices que “en ese barco viajamos absolutamente todos”. ¿Crees que podría surgir un esfuerzo común que realmente sea efectivo y eficiente contra la amenaza del cambio climático?
—Desde luego, como todos estamos siendo afectados, lo lógico sería que también fuera la humanidad entera la que emprendiera la rectificación. Sobre todo porque apenas notaríamos mengua alguna gastando hasta un 30% menos de energía en todos los hogares y empresas. Sería darnos tiempo para acometer lo más preciso, urgente y coherente en estos momentos, que no es otra cosa que cambiar por completo el modelo energético.
—¿Eres optimista respecto a la reversibilidad de las alteraciones que ya está experimentando la biosfera?
—Es notable el incremento de la llamada «conciencia ambiental». Podríamos estar cerca de una involución, imprescindible para que también cambien los modelos y los políticos.
—Tan solo un 4% de la superficie de la tierra está protegida, y un 1% del paisaje marino. Los protocolos no están siendo efectivos. ¿Qué está fallando?
—Tener leyes no es garantía de que se cumplan. Tampoco es suficiente con proteger espacios, se trata de un cambio radical en todas las formas de relacionarse con el derredor. Falla que las prioridades quedan en el polo opuesto.
—¿Qué imagen acude a tu mente cuando lees este nombre: Donald Trump?
—Pues la más que conocida expresión, aquella de caer al fuego desde la sartén.
—Hay que regresar, ¿verdad? Regresar a nuestros orígenes.
—He dicho más de una vez que esto solo tiene una salida: la entrada. Pero eso no tiene nada de regresión, es pura coherencia, reconocimiento de los límites. Calidad de vida, creatividad, ser original es recurrir al origen, pero como nadie puede vivir fuera de su tiempo, se trata de aprovechar todos los adelantos alcanzados, para domesticarlos con un uso ajustado a las necesidades de cada uno y respetando los límites del planeta.
—Hay un libro extraordinario llamado Intemperie, de Jesús Carrasco, que está ambientado en una tierra yerma, asfixiante. El paisaje desolado es tan protagonista como lo son los personajes, y solo uno de los protagonistas —un pastor— sabe escuchar a esa tierra agónica. ¿Podríamos concluir que aquel que sabe escuchar donde solo parece haber silencio es capaz de encontrar un futuro?
—Poco, o nada, me resulta más importante, clarificador, estimulante, que la contemplación de los paisajes todavía vivos. De todos los sentidos usados para vincularnos a la realidad el más importante es el oído, por mucho que seamos una especie acaparada por lo visual. Todo se expresa, sin palabras, pero se expresa. Llamemos silencio a lo que supone la falta de ruidos producidos por la prisa.
—El paisaje nos tiene que enseñar mucho todavía. ¿Qué gesto nos recomiendas para empezar a Ver y Comprender?
—Hay que ponerse en medio de un entorno lo más vivaz posible. Acudirán miles de estímulos, pero como se trata de que la vida está pasando por el tiempo y el paisaje, se trata de abrirle la puerta para que también se cuele en tus entrañas. Si la dejas pasar pasan muchas cosas, muy diferentes para cada uno. Conviene insistir, aunque al principio parece que no sucede nada.
—De todos los proyectos en los que te has comprometido, ¿cuál es que mayores satisfacciones te está dando?
—Mi vida en el bosque y mis libros de poesía manuscritos. Son minoritarios, pero disfruto como un poseso.
—Has dicho de Miguel Delibes que es el padre biológico de todos los defensores de la Naturaleza, y uno de los primeros ecologistas de este país. ¿Cuál de sus libros te ha conmovido más, y por qué?
—Tenemos un buen número de preecologistas en el mundo de la cultura. Miguel es uno de los mejores. Su discurso de ingreso en la Academia Un mundo que agoniza es el que más explícitamente reclama un cambio de rumbo.
—Sé que has señalado en alguna ocasión que ya has hablado bastante de tu época como colaborador con Félix Rodríguez de la Fuente, pero ¿te gustaría recordar algo en especial? ¿Cómo recuerdas los años de trabajo con el gran Félix? ¿Qué aprendiste junto a él?
—Desde luego lo que más agradezco es la oportunidad de trabajar a gran escala en el mundo editorial y cinematográfico. De él directamente aprendí muy poco, porque aunque hicimos una gran pareja profesional nuestras prioridades, cultura básica y emociones no podían ser más opuestas.
—¿Nos podrías recomendar a los lectores de Zenda algún libro imprescindible, que consideres especial, en la compresión del medioambiente?
—El mencionado de Delibes, los aforismos de Goethe, el Libro del Tao, y con cierta inmodestia mi Placer de contemplar.
—¿En qué proyecto trabajas ahora?
—Varios, acaso demasiados. Estoy escribiendo mis libros 105, 106 y 107. Pronto se colocará mi exposición 27. Sigo haciendo mucha radio y dando casi cien conferencias al año. También sigo con el cine. Estoy rodando un piloto de una nueva serie de televisión.
—¿Qué es ser un ser humano libre para ti, Joaquín?
—El que practica la austeridad voluntaria y, si es posible, vive lo máximo posible al aire libre.
Muchas gracias Joaquín, ha sido un verdadero placer conversar contigo, y un gran aprendizaje. Como tú siempre dices, “que la vida nos atalante”.
Ilustraciones: Paco Guerrero
Autor: Joaquín Araujo. Título: Gestos para salvar el planeta. Editorial: Lectura Plus. Venta: Amazon, Fnac
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