Johannus tuvo claro que su mayor bienestar era evitar los compromisos, supo que no era un ciudadano religioso ni sumiso a formar parte plural de la sociedad. Incluso habiendo nacido en la segunda mitad del siglo XX.
Johannus siempre se sintió viviendo en el siglo XIX.
Al día de hoy se encuentra más identificado con los filósofos y anti-pensadores del siglo anterior al siglo pasado. Hombres dedicando su tiempo, y su capacidad intelectual y académica, a observar a Dios y al hombre, en establecer la razón o la paradoja.
Johannus renunció a una familia, y durante un verano accedió a una ruina moral que le haría sentirse poeta e incansable fabricante de objetos musicales inútiles. Por no decir también que a la sombra enferma de la figura paterna de Keef The Riff, como encarnación del luterano-en-reverse, el cristiano al revés. Pero la sombra que ejerce sobre un Johannus desentendido, que sabe que vive según las mareas del río que es su propia vida y circunstancia.
Esteta Johannus se enreda con el consumo profesional de Hidratos de Opium que utiliza como motor del alma y promueve su nuevo estadio de creación recreativa y permanente; sabe que se divierte incluso angustiado por figuras ausentes que podrían servirle de musas. A todos nos sorprende que Johannus recaiga en sus peligrosos hábitos, aunque podría entenderse que esta maratón se haya anunciado en su desordenada vida anterior, una carrera hacia el placer, un gusto por la caza y la sangre de la presa, y experiencias psicotóxicas con químicos que no duda (incluso) en consumir para sus presentaciones en sociedad. Pues Johannus venía de otra de sus temporadas al borde del equilibrio, de pasear a sí mismo por foros públicos y privados, privado Johannus de filtro alguno y sometiéndose a polémicas y escarnio público y social.
Johannus se expone y confiesa la que es su vida amoral y desordenada, la búsqueda permanente del placer siguiente. Pero puede mentir y decirse la verdad a sí mismo.
Después de todo, se entrenó para eso.
En tiempo real, mi antihéroe está surgiendo de las cenizas de su incendio, permitió que el bosque se queme entero y ese fuego fue su abrigo.
Y aquí está saliendo desintoxicado de su enésimo abismo emocional y catarsis creativo. A duras penas y en frágil estado controlado por sustancias controladas de psicofarmacia, cumple con sus obligaciones heroicas, cantando por bulerías de Sinaloa y a tiempo para embarcarse en otro año de campaña. Como es de suponer, va a terminar agotado e intoxicado, volcado al destilado del agave. El siguiente verano será sombrío, una noticia conmueve profundamente a Johannus, es la mortandad cercana de su figura paterna, el exigente pero amado Keef The Riff. Esto desentraña una sensación de mortandad que desvaría a Johannus, se plantea cómo reaccionar frente a semejante noticia si el mal estuviera invadiendo su mortal cuerpo físico.
No puede evitar que vengan hacia él los sándwiches de miga.
No es la primera vez que Johannus siente silbando a las balas del destino, la ruina y la pérdida de personas queridas y cercanas. Sabe lo que es celebrar una nochevieja de luto o cumplir años con la policía tocando la puerta de su vivienda bunker de estudios existencialistas.
Sin embargo, esta vez es distinto y decide (todavía recuerda el día exacto) someterse a todas las intoxicaciones posibles.
Pobre alma que le está diciendo al mundo que no sirve para someterse a compromiso alguno que no sea el deseo inmediato y a la vida marginal que no se presta a ubicuidad social alguna.
Ahora encarnado en un Hemingway que transita entre la tauromaquia y el suicidio cubano, Johannus va a tomarse en serio esta decadencia sabática, una picaresca trágica, sin dormir, intoxicándose en público, atormentado por el sufrimiento que provoca a la donchenatella. Solo consigue insistir en sus mecánicas del desastre. Vuelve y sabe que está perdiéndolo todo de nuevo, renunciante y confeso, vuelve al abrigo de los tibios muslos de la donchenatella, sabiéndola incondicional a su corazón pero temeroso de perder la flor que es el amor y una belleza tan joven.
Se sabe habitando un pasar insostenible y fantasea con las profecías cumplidas, y se proyecta en un caudal de creación que lo aleja más de la vida mundana, adonde sueña con volver para conquistar un corazón que todavía no ha perdido. Por segundo año consecutivo, y después de treinta años de fieles servicios a la libertad y el caos, Johannus se somete a una cura de psicofarmacia y monitoreo permanente. Hay días en que no toma las medicinas. Se lo avisan sus dientes. Lo descubre cuando termina hablando con extraños sobre la existencia de Dios.
Y siente que la tierra tiembla.
Johannus se fue hundiendo en infiernos propios y ajenos. Todos bajo el mismo cielo estrellado sin luna. Se mezcló con los de abajo, con bestias rabiosas y salvajemente derrotadas, embusteros y canallas (o ex hombres), pero aun así, rodeado de las gentes, sentía que era el hombre más solitario del universo.
Su obsesión será recuperar aquello que ha perdido y servirse de nuevo el vaso de leche que dejó anoche en la heladera. Confió en la frescura de la leche que ayer era leche agria y representaba la negrura del abismo.
Pierde entonces el esteta su lucha interior y encuentra en la meseta del ético la reconquista tan deseada. Está para empezar de vuelta. Todos lo verán, pero nadie sabe. Johannus se deja ver como un patético reflejo de sí mismo, preso de un narcisismo masculino habitual, imposible de evitar.
Johannus da la vuelta al día en ochenta mundos.
Todo debe nivelarse generando un fantasma.
Pero una nueva herencia es inevitable,
Johannus vuelve a batirse con la muerte y el duelo.
Posiblemente, como quien se bate a duelo consigo mismo,
se siente a escribir.
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