El escritor John Banville regresa con Los ahogados (Alfaguara), firmada por su seudónimo Benjamin Black, una nueva entrega de su detective Quirke, probablemente la más literaria y profunda de toda la serie negra que ha publicado.
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—¿Cómo de importantes son las emociones en las novelas policiales?
—Soy novelista, no sé mucho sobre emociones. Un amigo mío, muy emocional, que siempre tenía amoríos desastrosos, un día me dijo: “John, dame un consejo”. “¿Yo? ¿Por qué me pides un consejo?”, le pregunté, “yo no sé nada de eso”. Me planteó entonces por qué escribía estas novelas. “Bueno, pues porque son novelas. Yo no sé nada de los seres humanos. Son otras las personas que viven”. Yo me paso todo el día sentado escribiendo sobre eso.
—¿Algo exagerado eso?
—A ver, sé lo que parece, y es lo que parece. Es un truco. La imaginación me permite vivir en las vidas de otras personas, pero cuando tengo que abordar a personas de carne y hueso no las entiendo. Los seres humanos me suelen sorprender, incluso personas que he conocido toda mi vida. A veces estaba sentado, y me decía algo mi mujer que no me esperaba, pero supongo que esto es algo bueno.
—¿Por qué es bueno? ¿Es bueno ser sorprendido? ¿Tener curiosidad?
—Por supuesto que es bueno, porque lo contrario es estar aburrido todo el día. Imagínate lo que puede ser saber lo que va a decir una persona todo el tiempo. Cinco semanas antes de que mi mujer muriese, vinimos a Madrid. Ella estaba enferma. Fuimos al Prado, al Thyssen, descubrimos un restaurante al que acudíamos todos los días y a tomar una copa cerca de mi hotel. En esa calle había un sitio llamado «El lugar australiano» y descubrimos que era un burdel, y estábamos ahí viendo australianos, y no solo australianos. Fueron cinco semanas antes de que falleciera y siempre lo pasamos bien. Hasta al final. La noche antes de morir, me dijo: «No tengo miedo. He tenido una vida gloriosa». Y lo dijo en pasado. Luego me dijo adiós, y a la mañana siguiente murió temprano. Creo que es un regalo de partida lo que me dijo: que no tenía miedo, que solo es la muerte. Eso es la gloria de la vida. Estar siempre sorprendido y encontrar siempre cosas nuevas. Si no hubiera nada nuevo, nada merecería la pena.
—Los asesinatos, los crímenes, están condicionados por un sentimiento. ¿Es el caso de este libro?
—Pues tampoco sé demasiado de crímenes (risas). No he matado a nadie, aunque tengo un sueño recurrente de matar a alguien. Lo interesante es que mis hijos tienen el mismo sueño. Hemos estado involucrados en un crimen que sucedió hace quince años y, aunque no teníamos nada que ver, debíamos enterrar el cuerpo, y entonces la policía aparece y me pregunta: “Señor Banville, ¿conocía a esta persona que mataron?”. Nervioso, lo niego, pero como si tuviera un sentimiento de culpa. Nunca lo había pensado. Pienso en lo que me pregunta usted y sospecho que las personas que cometen crímenes son sentimentalistas, tienen una concepción errónea del mundo porque consideran que si matan a esta persona o roban o quitan dinero a esa otra el mundo es mucho mejor. Pero eso es una ilusión.
—¿De dónde provienen los crímenes de sus libros?
—A mí siempre me ha gustado Kafka, y decía que el artista no tiene nada que decir. No tengo cosas que aconsejar a la gente. Solo quiero escribir un libro que vaya a gustar y que te dé un sentido más intenso de estar vivo, y para eso es. Cuando la ejercitas, la imaginación es tan maravillosa como cualquier otro músculo que puedas tener. Los móviles están matando la imaginación…
—¿Por?
—Las armas son lo peor que le ha pasado al hombre, pero estos móviles son muy malos, porque dan a la gente una sensación equivocada. Aquí debo tener cuidado con lo que digo. Hasta ahora, la democracia era una mentira bellamente configurada. Se inventó en la sociedad griega, que tenía una élite de hombres que gobernaba. Era una sociedad esclavista y las mujeres no votaban. Luego llegaron los romanos y tuvieron unos regímenes que duraron siglos y a los que no se puede llamar democracia. Estados Unidos llama democracia a lo que tiene, cuando el 30 por ciento de personas no puede votar. Eso no lo es. Pero el móvil le ha dado al mundo la idea de que tienen importancia y que tienen una voz en él.
—¿Un desastre?
—Un desastre, sí. La democracia está gobernada hoy por unas élites que no están suficientemente educadas, que mienten y que dicen que todo el mundo tiene voz, pero las buenas democracias están gobernadas por élites educadas que se preocupan por la sociedad, por los pobres, por la gente que no tiene hogar, por los niños, para que reciban educación, y también por sacar a los mendigos de las calles. Eso es democracia. No es solo que todo el mundo tenga voz.
—La democracia se está deteriorando.
—No, creo que cada vez hay más democracia, pero creo que es algo malo. El mundo siempre ha sido gobernado por élites, y las élites saben cosas. Son educadas, tienen conocimientos, son inteligentes. Las élites en una sociedad bien gobernada se preocupan por las personas que no están en esas élites, pero sería una locura pensar que no existe ninguna élite.
—Ahora lo que tenemos entonces son élites que no se preocupan de la gente.
—En Dublín conozco a alguien que vive en una tienda de campaña en la calle. Mi amiga ha sido drogadicta. Tiene 42 años, pero parece que tiene más. Es muy alta y cuando me ve corre hacia mí y me abraza. La gente que pasa alrededor me mira y se pregunta qué está pasando. Lo que quiero dejar claro es que las personas de cualquier nivel social son interesantes para mí, pero no me engaño y no me digo que una sociedad no está gobernada por unas élites. Esta chica, Helen, vive en el mismo sitio que yo, en el mismo lugar. Ella fuma y le compré veinte cigarrillos. ¿Sabes cuánto cuestan en Dublín? 17 euros, veinte cigarros. Hay que ayudar a esta gente. Procurarles confort, que vivan lo mejor que puedan, ¿por qué no vamos a hacerlo? Para mí sería parte de la democracia. Para mí la democracia es la que se encarga también de la gente de la calle, la que dice “no te vamos a abandonar, no te vamos a tachar, aunque vivas en la calle”. Lo que quiero decir es que las élites de la democracia deben cuidar a las personas, pero esta visión de la democracia ahora es una ilusión.
—En Los ahogados queda la impresión de que cada vez pesan más los personajes y menos las tramas.
—La verdad es que no me acuerdo del argumento. (Risas) Seguro que hay un argumento, estoy seguro, pero a ver, estos personajes son seres humanos. Lo que hacemos, quiénes somos. Como novelista me interesa lo que la gente es y lo que la gente hace.
—El amor tiene peso en esta nueva entrega.
—El amor nos hace seguir. Esta mañana estaba escuchando un audiolibro y volví a mi adolescencia. A ese momento de enamorarte. Tenía una novia cuando tenía 11 años que se llamaba Katherine y nos enamoramos. Su familia venía de Inglaterra por vacaciones y nos veíamos cuatro semanas. Seguimos así, enamorados, desde los 11 hasta los 17 años. Nos mandábamos cartas. Era amor puro. Eso me sostuvo a lo largo de la adolescencia y luego cometí el error de quedarme en su casa y en la semana de Navidad cortó conmigo, pero me tuve que quedar ahí una semana. Me había comprado mi primera copia del Ulises. La adquirí en Liverpool, porque en Irlanda no la podías comprar en ese momento, y todavía hoy se ven pequeños cercos en sus páginas de mis lágrimas. ¿Es bonita la historia? (risas) La vi años después y le pregunté por qué cortó conmigo y me comentó que no lo sabía. Creo que la mejor escena de este libro es la que discurre en la playa. Estoy orgulloso de ella, donde están Phoebe y Stratford juntos. Los personajes son mis marionetas. Me gusta jugar con los personajes. Una de las cosas que tiene el arte es que es infantil. Se dice que los niños encuentran la imaginación en todas partes y eso es lo que hay que hacer, ser niño. El arte es una especie de obra de teatro que manejas. No es más. Una vez mi mujer me dijo: “Por eso te sientas en esa sala en silencio todo el santo día”. Mi hijo me confesó que mi mujer le mandaba a mi habitación algunos días para comprobar que estaba vivo, pero yo lo que estaba haciendo es jugar. Juego con ellos como si fuera Dios. La vida es eso, entender que vamos a morir, que existe oscuridad, pero también gloria.
—Vuelve a la Irlanda de su infancia con estas historias.
—Cuando empecé a hacer los libros estaba fascinado por saber cuánto podía recordar de esos días. Era algo extraordinario poder profundizar en la memoria y ver qué podía sacar de ahí, de esas historias… Y luego pensaba si esto es lo que recordaba o no, o si me lo había inventado, porque yo creo que inventamos el pasado, y es algo bueno también.
—Era una sociedad marcada por el catolicismo, como España por el franquismo, Rusia por el comunismo… ¿Cómo ve que ahora vuelvan otra vez dogmáticos para decirnos lo que está bien, lo que está mal, qué es lo que está permitido y qué no está permitido?
—Sí que creo que están volviendo esos movimientos a Europa, a Estados Unidos, pero la gente se olvida de lo que hubo antes. La gente no sabe casi nada del pasado y le importa incluso menos. Una vez hablé con mi hija de la censura literaria, que llegó hasta los años noventa, y me dijo, extrañada: «¿Cómo? ¿Prohibían libros?». Pues sí, los prohibían y los censuraban, y libros muy inocentes. Los jóvenes se olvidan del pasado. Es algo inevitable. Somos una especie limitada. No podemos seguir reinventándonos nosotros y nuestra historia. Siempre terminamos cometiendo los mismos errores atroces que cometimos antes. Quirke no ha aprendido nada de su vida. Stratford un poco más. Las únicas personas que aprenden del pasado en mis libros son las mujeres. Hoy sigue habiendo mujeres supeditadas a los hombres, incluso las chicas caen en ese error. Salvo que ahora hay libertad absoluta, que es igual de malo.
—¿Sería posible que Benjamin Black se esté «Banvillizando»?
—Espero que sí. Creo que este libro es mucho más profundo que todos los anteriores, tal vez por el hecho de que haya estado abordando el luto y la pérdida durante estos tres últimos años. El duelo te cambia la visión del mundo, porque cuando el ser amado muere necesitas ese mundo de los muertos, lo visitas. Una parte se va con esa persona y no vuelve, y esto te influye en que profundizas más en el sentido de estar vivo, y te hace vivir de una forma más vivida, y eso es lo que hace una obra de arte. Yo estoy lleno de la presencia de mi mujer, que está conmigo, aunque se haya ido. Pero siempre está. Es la primera vez que me pasa, pero ella está en el libro. Es ese sentimiento de pérdida. El duelo es como un aumento. La persona se ha marchado pero, de una forma curiosa, la presencia es más intensa.
—Como siga así, habrá escrito más libros como Benjamin Black que como Banville. A lo mejor pasa a la historia como escritor de novela negra. ¿Lo ha pensado?
—Estaría bien. (Risas) Banville es mejor que Black. Sus frases son más bonitas, su pensamiento es más profundo, su imaginación más cuidada. Black se esfuerza, pero Banville siempre va a ser mejor. No espero que haya muchos lectores de ninguna mis novelas en el futuro. Ya me parece difícil que te lea la gente. Es muy difícil escribir, y no digo que mis otros libros sean mejores que este, pero sí son distintos. Yo ya llevo cincuenta años. Y luego compito con otros escritores que ganan el Nobel. Enfrentarte al lenguaje es una de las cosas más complejas. Es una de las mejores invenciones, pero te traiciona. Piensas que has escrito algo, pero el lenguaje habla por sí solo. Yo he escrito frases que son horrorosas, y al releerme me digo: “¿Cómo he podido escribir eso?”. Pero bueno, intento mejorar. Siempre intento hacerlo un poco mejor.
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encontre un excelente escritor aun no he leido sus libros pero ya lo anoté en mi agenda…