Foto: Manuel Rivas y John Berger en la presentación de King
“John Berger escribe acerca de lo que verdaderamente importa”. Susan Sontag
La lectura de El toldo rojo de Bolonia (Abada editores, 2011), un librito tan breve como hermoso de John Berger (Londres, 1926 – París, 2017), que contiene algunas de las claves de su universo poético, artístico, social y literario, me trajo a la memoria que hace dieciséis años tuve la fortuna de organizar para Alfaguara la presentación de su novela, King. Una historia de la calle. Este es mi homenaje tras su fallecimiento el pasado 2 de enero.
Berger, después de publicar en 1995 su novela Hacia la boda, empezó a pensar en escribir un libro sobre los homeless, pero, “cada vez que me disponía a escribir me parecía más difícil. ¿Cómo evitar la superioridad, la caridad barata, la piedad?”, escribió. Se le ocurrió entonces “que los homeless por lo general tienen perros y que si la historia fuese contada por un perro podría evitar esos riesgos y eludir cualquier tipo de juicio personal”. Así nació King, la novela que publicó Alfaguara en el año 2000, y que significó para mí un reto profesional porque, recién llegado al grupo mediático más importante del momento, no cabía la posibilidad de organizar una presentación convencional con el pintor y crítico de arte, autor de El sentido de la vista (Alianza, 1990), un bellísimo libro sobre el arte de mirar que en los primeros años noventa me regaló Luis Mateo Díez; o de G. (Alfaguara, 1992), novela con la que había ganado en 1972 el prestigioso Booker Prize. John Berger también había escrito guiones, como el de Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000, las películas que Alain Tanner rodó en 1976 y que en aquellos años me impactó por la utopía de su mensaje (y porque yo tenía entonces 25 años).
Pero estábamos en King. Una historia de la calle, la novela de John Berger con la que había que demostrar que era posible estar a la altura de las circunstancias. Claro que yo contaba con la ayuda de dos magníficos profesionales: Rosa Junquera y Gerardo Marín, e hicimos de aquella noche algo mágico. Lo primero que pensamos fue celebrarlo en la calle, como correspondía a un invitado tan ilustre, y hacerlo con el perro callejero que narra esta historia. Berger vivía entonces en un pequeño pueblo de los Alpes franceses y llegó a la editorial con un queso de la región como regalo para su editora, Amaya Elezcano. John Berger tenía entonces 74 años y su cara y sus manos tenían el aspecto de un rudo campesino, pero su amplia sonrisa y sus maneras joviales eran las de un muchacho encandilado con la vida.
Hablamos con el ayuntamiento para que nos dejara ocupar la Plaza del Conde de Barajas, un lugar recoleto muy cerca del Mercado de San Miguel, de la Plaza Mayor y de la calle de Bringas, un entorno galdosiano que por unas horas recuperó el ambiente literario. Se montó un pequeño escenario, pusimos un micrófono que se alimentaba de la corriente de un bar cercano, colocamos un cartel, invitamos a Manuel Rivas como maestro de ceremonias y pedimos a unos músicos callejeros que compartieran con el público una muestra de su saber hacer, sembramos de sillas parte del recinto… y al anochecer del 28 de septiembre de 2000 comenzó la fiesta. Surgió la palabra y la música y en un momento la plaza se llenó de poesía.
Al día siguiente, Rosana Torres lo contaba así en El País. “La de ayer también fue una historia de la calle. Por la tarde, en una pequeña plaza del casco histórico de Madrid, Berger volvió a meterse en la piel de los sin techo de la mano de Manuel Rivas, quien dijo: “Berger atrae y nos hace ver mejor y no dejar de plantearnos lo que le pasa al otro y por qué”. Los dos leyeron, hicieron pintadas y, sobre todo, jugaron. No estuvieron solos. Se rodearon de músicos callejeros, esos que se ganan la vida a diario tocando para los que muchas veces les han convertido en parte del cotidiano mobiliario urbano. Y también se rodearon de textos que entroncan a través de imágenes poéticas con el mundo de Berger. Textos de Lorca, José Hierro, Claudio Rodríguez, César Vallejo, Ángel González… También la palabra de Berger se convirtió en sonido.
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