Considerado como una autoridad mundial en el uso de las nuevas tecnologías asociadas a internet por parte de niños y jóvenes, el británico John Carr es también el hijo de un hombre de origen polaco, que huyó del gueto de Łódź y sobrevivió, lo que explica ahora en el impactante El día que escapé del gueto.
El también asesor del Consejo de Europa y miembro del Departamento de Medios y Comunicaciones de la London School of Economics ha señalado que en su infancia desconocía la verdadera peripecia vital de su padre, de quien su madre se divorció, y fue a los doce años cuando descubrió que no era católico, sino que era judío y había sobrevivido a los nazis. A lo largo de su vida, este hombre, nacido como Chaim Herszman, pero que cambió de nombre en varias ocasiones —Henryk Karbowski, Jan Szewczyk, hasta acabar en Henry Carr—, arrastró las «atrocidades» vividas y las que presenció, guardándolas para sí, hasta confesar a su hijo cómo huyó de Polonia, llegó a la frontera rusa, luego se refugió con una familia alemana en Renania, estuvo en la resistencia francesa y fue capturado en un puerto de montaña en España. Posteriormente, fue interrogado como posible espía nazi en Gran Bretaña, hasta acabar en las filas del ejército británico, estableciéndose en el norte de Inglaterra, donde se casó con su madre, que era una mujer muy católica.
«Creo que el libro funciona porque lo que se narra es verdadero y a partir de dos fuentes, lo que me contó mi padre, que murió en 1995, y lo que investigué de fuentes independientes, que me han ayudado a verificarlo todo», ha indicado. En estas investigaciones incluso llegó a hablar con un testimonio del momento en el que su padre clavó el cuchillo al soldado nazi.
Carr ha desvelado que escribir este relato fue, en cierta manera, como una «automedicación» porque de pequeño tuvo una «relación horrible» con él y «quise saber, conocer su vida, para ver por qué se llevó tan mal conmigo, aunque luego fue un buen abuelo». Para acabar de completar las conversaciones, hizo el mismo viaje que su progenitor desde Polonia hasta Gibraltar, aunque en unas condiciones «muy distintas» a las suyas. No ha obviado que «escribiendo el libro, en la tinta cayeron muchas lágrimas», y ha agregado que su padre siempre «creyó que era un tipo duro y que si se hubiera quedado en el gueto habría encontrado la forma de que el resto de su familia sobreviviera —lo que no pasó—, una idea ridícula pero que es habitual en otros supervivientes».
Carr, en estas indagaciones, ha profundizado, asimismo, en lo que le ocurrió a su tío Nathan, que fue el otro superviviente de su familia, acabó viviendo en Israel, y quien podría ser protagonista de su próximo libro. Sobre el capítulo español de la huida de su padre, que nunca más quiso volver a Polonia, el escritor ha querido agradecer hoy a los guardias civiles que le encontraron que no lo mataran al cruzar los Pirineos desde Francia, porque gracias a eso acabó en la cárcel de Miranda de Ebro. En esta localidad, el director del centro no quería niños —su padre entonces tenía 16 años— y un diplomático se hizo cargo de él, con lo que «mi padre, a pesar de todo, tuvo muchos momentos de suerte en su vida».
Preguntado por su trabajo relacionado con las nuevas tecnologías, Carr ha avanzado que ha participado en el proyecto de ley sobre seguridad en internet aprobado la pasada semana por el parlamento británico, y espera que en breve sea la Unión Europea la que apruebe una legislación parecida para intentar eliminar la visualización de pornografía por parte de los más jóvenes o para luchar contra las noticias falsas.
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