Desde junio de 1954 Sam Phillips sabe que está haciendo un buen negocio. Antiguo comentarista radiofónico, además de técnico en la emisora que le contrataba, en 1950 abrió un estudio de grabación en Memphis (Tennessee) con el objeto de que los innumerables músicos locales no tuvieran que desplazarse a lugares como Nashville —también en Tennessee— para poder llevar a cabo los primeros registros de su talento.
En sus comienzos, la Sun era el sello de todo el blues y el rhythm and blues que a Phillips le resultaba interesante. Hablamos de músicos como B. B. King, Joe Hill Louis, Howlin’ Wolf, Willie Nix o Jackie Brenston. Sería este último, a la sazón integrante de la banda de Ike Turner, quien grabó en 1951 el que probablemente sea el primer rock & roll: Rocket 88. Sin embargo, aunque Phillips ignora que está escribiendo la Historia, sí que sabe que ésta nunca pasa por los afroamericanos como Brenston. Y desde luego, lo que le consta es que todo ese sentimiento que transmite su música llegaría a una audiencia mucho más amplia si fuera interpretada por un “blanco” en lugar de por un “negro”.
El blanco resultó ser Elvis Presley, que en agosto del 53 acudió a Sun Records para grabar un disco con una canción, a modo de obsequio para su madre, y once meses después, el cinco de julio de 1954, tras toda una sesión infructuosa, acabó registrando una versión de «That’s All Right», un blues del delta del Misisipi, original de Arthur Crudup y fechado en 1946, con el que nació el rockabilly.
En efecto, en aquellas jornadas gloriosas del rock & roll seminal todo fueron iluminaciones, momentos estelares, epifanías que alumbraron el ritmo del Diablo, origen del rock y, por ende, de toda la sedición juvenil fraguada en torno a él en la segunda mitad del siglo XX. Pero, hace hoy 68 años, el tres de abril de 1956, toda esa grandeza aún estaba en ciernes en aquella casa del 706 de la avenida de la Unión. Mientras llegaba la Million Dollar Quartet —como la recuerdan las crónicas de nuestros días—, la jam session del cuatro de diciembre, que habría de reunir en una grabación espontánea a Presley, Johnny Cash, Jerry Lee Lewis y Carl Perkins, el tres de abril del 56, Cash escribe su propia página en el capítulo. Sí señor, un día como hoy Johnny termina la grabación de «I Walk the Line», su primer tema para la Sun y, junto a «Folsom Prison Blues», una pieza del 55, su canción más representativa.
En realidad, a Cash el rockabilly, más que el rock & roll, solo le tocará de forma tangencial. Su espacio de confort será el country, pero también el blues, el góspel e incluso el folk. Su propuesta será siempre tan ecléctica que lo que cumple es recordarle como un auténtico abanderado del cancionero estadounidense. «I Walk the Line» es una canción de amor que no lo parece. El ritmo, harto representativo del más característico repertorio de Cash, evoca a un tren, o a algo impreciso, que se acerca para volver a alejarse. Cualquier cosa, pero nunca a esa promesa de fidelidad a su primera esposa, Vivian Liberto, a la que se refiere la letra. Estamos, pues, ante la complejidad de lo sencillo, ese átomo que sintetiza la grandeza del Universo.
“La escribí en 50 minutos para expresar mi deseo de fidelidad a aquellos que creían en mí y que dependían de mí, a los ojos de Dios y para mí mismo”, comentó Cash mucho tiempo después, convertida la pieza en un emblema de su repertorio y él en el hombre de negro, por el riguroso luto que solía vestir en sus actuaciones, extasiado por el deísmo.
Si hablamos de sus directos, ninguno como el concierto que dio en la prisión de Folsom (California) el 13 de enero de 1968. Desde que escribió «Folsom Prison Blues» quería cantar para los penados, y cuando lo hizo casi provoca un motín. Al entonar ese verso que reza: But I shot a man in Reno, just to watch him die (Pero le disparé a un hombre en Reno, solo por verle morir) soliviantó a los reclusos hasta el punto de que Carl Perkins, el compañero sin suerte que encontró refugio en la banda de Cash, llegó a creer que aquello se iba a salir de madre. Nadie volvió a dudar de la autenticidad de Johnny Cash. Por eso nadie lo puso en duda cuando, preguntado por el famoso verso del disparo, respondió que tan solo era una figura poética. Y aún hay más, Folsom Prison Blues es uno de esos álbumes que se conservan en ese archivo fabuloso que es la Biblioteca del Congreso estadounidense.
Pero no divaguemos, hoy estamos con las grabaciones. Ya convertido en un mito, cuando a Cash le preguntaban por la de «I Walk the Line» y su singular ritmo, hablaba de un billete de dólar que ponía entre las cuerdas de la guitarra, para terminar de afinarla, en busca de un sonido del que no pudo disponer ese tres de abril de 1956, cuando Sam Phillips se creía que solo estaba haciendo dinero, ignorante de que, además, estaba escribiendo la Historia.
Una historia que, ya en 1969, se detendría en otra sesión de grabación en Nashville. En aquella ocasión, Cash regaló su guitarra a Bob Dylan tras grabar el conmovedor dueto de «Girl from the North Country» que abre Nashville Skyline, el álbum de 1969 del Premio Nobel.
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