“Todos los nombres bonitos son tristes”. Lo dice una niña a propósito del nombre de su muñeca. Lo repiten dos adultos que se han seguido intuitivamente hasta un cementerio en el negro otoño previo a la nieve de los fiordos. Apenas se conocen y ya se desean. Pero detestan el amor, y a dios. Se burlan del amor. Ninguno de los dos tiene nombre, que se sepa.
Nació el escritor en septiembre de 1959 en la pequeña localidad pesquera de Haugesund, donde el arenque (esquilmado) ha sido sustituido por la explotación petrolera del mismo mar. Se crió en la granja de sus abuelos, hijo del encargado de la cooperativa local de alimentos y de una madre dedicada a los cuidados, es decir niñera, enfermera o lo que se solicitara: una madre cuidadora que además de Jon tuvo otras dos hijas. Habla la familia el idioma noruego minoritario, nynorsk o nuevo noruego, cuando el oficial es el bokmål; y practican el credo luterano. El ambiente está construido.
Con 13 años renuncia a su religión, se declara ateo y se enrola en una banda de rock, en un lugar donde la tradición musical, además de las baladas de origen vikingo, es el jazz. Ahí empieza todo: escribe las letras del grupo y de ahí, a un paso, empieza con la poesía. A trompicones termina el bachillerato y se traslada a Bergen, la segunda ciudad del país, dispuesto a estudiar Literatura Comparada, lo que también le llevará su tiempo, porque nada más llegar a la universidad su novia da a luz a su primer hijo. Fosse se gana la vida en un diario local y bien sabemos los del oficio lo interminable de sus jornadas. Y sigue escribiendo. A día de hoy ha publicado más de 70 títulos y tiene seis hijos habidos con tres mujeres consecutivas.
Durante esa década de los 80, publicó sus primeras novelas, Rojo y negro, donde aborda un tema que será recurrente en su obra: el suicidio; y Guitarra de cuerdas, sobre una madre en un callejón sin salida: la puerta de la casa se cierra y dentro ha quedado solo su bebé: ecos probablemente de una paternidad mal construida. El autor ya demuestra en estas dos primeras entregas la prosa poética, depurada e hipnótica, carente de comas o respiros, que le va a encumbrar en el mundo entero.
“Fosse entiende la poesía como misticismo y el misticismo como poesía —escribe su debida editora en España, Silvia Bardelás, filósofa—. Para él son inseparables. En su forma de escritura, una actitud de escucha total sin pensar en lo que escribe, aparece la música. El ritmo no es aleatorio, responde a una respiración y, en el fondo, al enfrentamiento del ser humano ante la consciencia de estar existiendo”. También publica en esa década de los 80 su primer poemario y una primera colección de ensayos: Fosse era ya por entonces profesor de la Academia de Escritura de Hordaland.
Le llega en 1989 el reconocimiento en su país con la novela traducida al inglés como Boathouse, un país, Noruega, donde la gente ahoga la soledad y el oscuro frío en la lectura y la escritura, y donde más prosperan y proliferan los círculos de lectores. Reclusión y ecos del pasado resuenan en la obra: un hombre de 30 años vive encerrado en casa de su madre, un día le sucede un encuentro fortuito con un antiguo compañero de la escena del rock, y el azar (los encuentros fortuitos, otro de sus temas recurrentes) terminará por deshacer el matrimonio del viejo amigo (el amor mal comprendido y el sexo se suman a sus obsesiones).
Todo fue por un encargo: una compañía nacional de teatro le pide que escriba una obra dramática, oferta que rechaza, hasta que la urgencia pecuniaria le obliga a doblegarse a la insistencia. Corría el año 1992 y, de nuevo fortuitamente, Jon Fosse descubre en el drama una escritura fluida que califica como “la mayor revelación en mi carrera de escritor”. Una tras otra, sus obras son representadas en los teatros noruegos: Alguien va a venir, Y nunca nos separaremos, El nombre (una mujer embarazada que espera la llegada del padre de su hijo a casa de sus padres), Canciones nocturnas (la indecisión de una mujer tentada a dejar a su marido por otro hombre) y por fin, Alguien va a venir en París (1999), que escenifica el director francés Claude Régy y supone la irrupción de Fosse en Europa.
Así, hasta 40 piezas: Fosse es el autor noruego más representado en el mundo junto a Ibsen. Como en su anterior prosa, sus dramas recrean continuamente momentos de esperanza y duda, como si los personajes vivieran en una estación de espera. Un día de verano aborda el mito del abandono del hombre que desaparece sin dejar huella, esta vez en el mar; Variaciones sobre la muerte, obra en un solo acto en torno a una joven que cuestiona su decisión de suicidarse, contada en sentido inverso desde el momento de su muerte. Intercala el drama con la prosa de Melancolía (I y II), donde ficciona la vida del pintor noruego del XIX Lars Hertervig en su descenso a la locura. Y así hemos llegado al siglo XXI: rodeado su sentimiento del miedo a la locura, sus pulsiones suicidas, la incomprensión del amor y el desprecio del sexo por el sexo.
Demasiado fácil o rápido debió de resultarle al autor la narración dramática porque, entre tanto, había ido descendiendo a los infiernos sin apenas darse cuenta. Suele suceder con las adicciones: Fosse, divorciado por segunda vez, reconoce estar atrapado en el delirio alcohólico y se somete a una terapia de desintoxicación de la que resurge convirtiéndose al catolicismo más ortodoxo y contrayendo nupcias por tercera vez, ahora con una mujer católica confesional, lo que hace pensar que algo tuvo que ver la religión con su vuelta al mundo; y no sólo al mundo, sino a la narrativa. Retoma la Trilogía que había dejado en el camino y en 2012 comienza a escribir su obra magna: Septología, siete volúmenes a lo largo de los cuales el escritor sigue la vida de un pintor llamado Asle y su alter ego, también pintor y de nombre también Asle, que se encuentra en un proceso mortal de intoxicación etílica.
Tras la catarsis, regresa a la narración dramática y es de nuevo aplaudido en los escenarios. Una de las obras de este nuevo período, Viento fuerte, incluida en el volumen Teatro, se estrenó en Madrid el jueves 19 de diciembre. Pero no abandona su narrativa: Un resplandor, donde en un modo muy teatral pero introspectivo, un conductor se pierde en los bosques noruegos y le sucede un encuentro con una criatura fantástica.
Fosse creció entre cuáqueros, quienes, según él mismo ha explicado a Bardelás, están en contra de toda forma de ritual y autoridad, y buscan “la luz interna dentro de cada uno”. “Es importante entender el aprendizaje que ha tenido en ese mundo de lo que significa el silencio y de la no necesidad de hablar para tapar una emoción o el aburrimiento o la vivencia del tiempo como si fuera un metrónomo —prosigue la editora—. Lo interesante es que esa forma cuáquera de experimentar el silencio lo ha llevado al Maestro Eckart, que aparece de manera directa en Septología, y que el Maestro Eckart lo llevó a los místicos medievales y que los místicos medievales lo llevaron a un acercamiento a la Iglesia Católica”.
“La evolución literaria de Fosse es paralela a su evolución personal. Su biografía sólo es pertinente en la comprensión de su escritura por aquellos acontecimientos que lo empujaron a experimentar una luz que procede de la oscuridad creando un resplandor. Desde mi punto de vista, esta descripción del momento místico es el ingenio que lo distingue como autor. Una intuición poderosa que ordena su narrativa. Es posible que esa naturaleza noruega en la que algún rayo surge de la oscuridad en mitad de las altísimas montañas haya creado en él esa sensación de ir más allá, de entender que en un resplandor está todo y que ese todo no está físicamente aunque podemos sentirlo. El hecho es que narrativamente, sus personajes, guiados por una búsqueda de el gran vuelo, como dice Asle en Trilogía, viven situaciones de oscuridad que en otras novelas estarían planteadas como conflicto pero que Fosse las recrea como una caída de la inocencia en la perversión (…) Los personajes de Fosse caen en el alcoholismo o la desesperanza pero nunca pierden la búsqueda inocente de el gran vuelo”.
Además de novela, poesía, drama y ensayo, el Nobel ha publicado literatura infantil y ha traducido al noruego oficial alguno de sus autores de cabecera, como el poeta austríaco Rainer Maria Rilke, aunque él se empecine en seguir escribiendo su propia obra en su noruego minoritario.
Considerado por la crítica como el Beckett del siglo XXI, la obra que ahora publica De Conatus recopila cuatro de sus últimas piezas capitales:
En Soy el viento, el Uno y el Otro están en una barca, en la inmensidad del mar. En el puente, los personajes comparten un aguardiente, beben en silencio y se preguntan sobre el sentido de la vida que navega sin rumbo fijo.
Viento fuerte gira alrededor de un extraño triángulo amoroso. El tiempo y el espacio se desintegran. En un apartamento del decimocuarto piso, el viento sopla y la ventana cae lentamente al vacío. Un poema sobre el amor y la soledad que nos lleva a presencias más allá de la realidad.
En Invierno, una mujer y un hombre se encuentran de vez en cuando en una ciudad a donde el hombre llega en viaje de negocios. Una conexión temporal amenazada por un final abrupto o un trastorno radical.
Sueño de otoño es una historia de amor y un drama familiar. En un momento aparentemente fortuito, un hombre y una mujer se conocen en un cementerio. Se conocieron en una vida pasada y tal vez sentían nostalgia el uno por el otro.
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Autor: Jon Fosse. Título: Teatro. Traducción: Cristina Gómez Baggethun. Editorial: De Conatus. Venta: Todos tus libros.
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