Con apenas 16 años el periodista y abogado Alfons Quintà escribió una carta de chantaje al escritor Josep Pla. Más adelante, conoció las cloacas del poder político y financiero. Destapó el caso Banca Catalana, fue el primer director de TV3 y acabó suicidándose tras asesinar a su expareja en 2016.
El escritor Jordi Amat ha pasado dos años sumergido en la peripecia vital de este personaje turbio, acosador, procaz y desequilibrado, al que disecciona en su nuevo libro, El hijo del chófer (Tusquets/Edicions 62).
En estas páginas, que no dejan indiferente desde la primera línea, cuenta cómo creció bajo la sombra de Pla, puesto que su padre, Josep, fue su fiel chófer durante años, lo que le permitió desde niño conocer a los poderosos que se sentaban en la mesa de «Camelot» del autor ampurdanés.
En una entrevista con Efe, Amat ha explicado este martes que le intrigaba cómo «este señor, que era un psicópata, hubiera tenido una trayectoria periodística de éxito, desde la Transición y hasta el año 1985, cuando dejó TV3. Me preguntaba si nuestra sociedad era también patológica».
Con bisturí, muchas horas de entrevistas, quemando pestañas leyendo documentos, el barcelonés ha armado una obra adictiva que lleva al lector no sólo hasta el corazón de un personaje abyecto, si no que va mucho más allá para mostrar las dinámicas del poder en Cataluña en los últimos decenios.
La muerte de Alfons Quintà, en diciembre de 2016, a los 73 años -igual que su padre y el padre de Jordi Pujol- tras asesinar a su compañera Victoria y luego de suicidarse disparándose en la cara, empujó a Amat a acercarse a alguien que «con una determinada escritura de su vida, permitía entender cómo ha funcionado Cataluña o, en todo caso, una parte de este país que no hemos querido ver que existía».
«Esto —prosigue— era necesario explicarlo, porque creo que puede ser terapéutico; ver también que venimos de aquí».
A su juicio, después de la confesión del expresidente Jordi Pujol en 2014 de que su familia tuvo una fortuna en el extranjero sin declarar, era necesario que «colectivamente revisáramos nuestras vidas como ciudadanos y entender unas dinámicas de poder que no son ni mucho menos exclusivas de Cataluña, pero que habíamos imaginado que igual nosotros no teníamos esas taras, que sí tenemos. Esto es lo que el libro intenta explicar», apostilla.
Sin obviar que Alfons Quintà era un hombre muy inteligente, con «una inteligencia maligna», Jordi Amat descubre cómo de muy joven «sabía cosas sobre el poder que ningún otro chaval de Cataluña conocía», gracias a la amistad de su padre con Pla, quien tenía contactos con el «poder real».
«Desde muy pequeño Quintá —precisa— veía en la mesa del escritor al poder real, creciendo en una esfera restringida y muy exclusiva de gente que era el poder, el poder catalán durante el franquismo, el poder franquista catalán, y entiende esa lógica de que el poder se puede usar en positivo o se puede convertir en el anillo de Frodo que destruye».
Tras intentar hacer carrera en la Marina Mercante y fascinado por la revolución, pronto llega al periodismo, donde «a pesar de ser un tío raro» (podía, por ejemplo, realizar llamadas telefónicas a horas intempestivas a una fuente y durante mucho rato), se hace un nombre, entre otros con Manuel Ibáñez Escofet, que le acaba despidiendo, lo que nunca le perdonará.
Llega al diario El País y allí «se convierte en una de las grandes figuras del periodismo catalán, lo que no sé hasta qué punto es asumido, porque es muy incómodo de asumir, puesto que actúa de la manera que actúa». «Su caso es la constatación de que los cínicos sí sirven para este oficio», proclama Amat en referencia a la frase contraria de Ryszard Kapuscinski.
Destapa el caso Banca Catalana desde el medio más poderoso que existe en 1980, «sabiendo cosas de Jordi Pujol que no sabe nadie, porque las ha escuchado en el Camelot de Pla» y con un artículo «interesantísimo y con mucha información».
A pesar de sus otras noticias sobre este banco, todas contrarias a sus gestores y con Jordi Pujol, acabado de nombrar nuevo presidente de la Generalitat, al cabo de un tiempo, «y para sorpresa de todo el mundo», el político le requiere para que ponga en marcha TV3, «todos convencidos de que había sido por un chantaje, pero yo creo que no y que no hay una única explicación».
Para Amat, «puede que Pujol pensara que este señor peligroso era mejor tenerlo con él. No creo tanto que un día Quintá llegara con una maleta y mostrara el documento con la ‘deixa’ (legado) de Florenci Pujol. Nos gusta la teoría de la conspiración pero, a veces, la realidad desmiente nuestras ilusiones».
Alfons Quintà consigue, tal como apunta en el libro, que los catalanes hagan suya la televisión, y que ésa se convierta «en una pieza fundamental» en Cataluña, en la empresa «periodística más importante».
El libro también relata su paso al frente del diario El Observador, que quería ser un contrapoder a La Vanguardia, y sus últimos días, resaltando Jordi Amat que fue el abandono «originario» de su padre en favor de Pla, dejando de lado a esposa e hijo, lo que llevó a Quintà desde entonces a vengarse de todo lo que pudo.
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