Hay poco pudor en las páginas de este libro, bastante poco. Será porque nadie en su sano juicio querría releerse en voz alta o enseñar fotos suyas, de niño, abrazado a un osito de felpa. Y algo de eso tiene Crónicas biliares, el libro que Jorge Bustos acaba de publicar con Círculo de Tiza. Pero bueno, es él. Que Jorge Bustos es un arrogante es algo que hasta él admite de buena gana. Alguien a quien sus arrebatos de prosista le pueden y que sin embargo sobrevive al exceso de confianza por su capacidad de hacer humanismo a contrarreloj: desde hablar de la alineación de Zidane hasta revisitar las fábulas de Esopo. Y eso, a su manera, adjetiva, explica y hasta redime.
Leo a Jorge Bustos desde mucho antes de su fichaje como columnista de El Mundo, y lo hago sólo para estar en desacuerdo con él. Algo así como una terapia con sanguijuelas. Esa forma rara de empatía que pueden entablar quienes se llevan la contraria. He llegado incluso a pensar que la discrepancia se ha convertido en una secreta amistad y una modalidad de respeto. ¡Jorge, por Dios!, exclamo ante el papel poroso de sus glosas futboleras de los lunes y qué decir de sus opiniones sobre asuntos tan variados que abarcan desde los vestidos de la Pedroche en año nuevo hasta las mociones de censura. ¡Jorge, por Dios!, digo llevándome la mano a la coronilla. Pero regreso, siempre regreso. Y esa es la razón de este encuentro.
“Yo no pensaba publicar esto”, dice. Nos citamos —tiene delito la elección— en el Café Gijón. Tranquiliza que el novísimo llegue sin fular ni sombrero. Sobre la mesa reposa un ejemplar de sus Crónicas biliares, un compendio de textos —dice él que furibundos, aunque al lector se le antojen voluntariosos— de los que habló en Zenda hace ya unos días en una larga entrevista con Gonzalo Gragera. Pero esta mañana, el encuentro va de otra cosa, acaso porque no he venido buscando ni un titular ni su costado derecho. Esta vez no habrá jabs. Hoy no.
Las Crónicas Biliares las escribió hace ya unos diez años, aquel tiempo en el que joven filólogo se ganaba la vida escribiendo folletos de hipotecas o editando entrevistas a David Bisbal. Lo primero que llama la atención al leerlas es la desaparición total de cualquier alusión política. En esos años, entre 2006 y 2008, España echaba abajo la persiana de la fiesta y la gente pasaba de pedir la vez para la hipoteca a esperar su turno en la larga fila del paro. De aquello, ni rastro. Incluso, lo más cercano al fútbol que podrá conseguir el lector es un real Kant contra un Atlético empirista. Punto.
Acaso porque no está obligado a tener una posición ante nada, o porque incluso se sabe leído sólo por sí mismo, el Bustos de este libro sorprende con cosas como una niña que tiene pirañas en el estómago o la lúcida creencia de que las personas se enamoran por falta de oferta. Salen solas las risotadas para quien lee, incluso con el firme propósito de seguir estando en desacuerdo con él. Sin duda, entonces ya era un joven airado y un arrogante. Pero, qué cosas, mal no se le daba.
Las crónicas de este libro dan la idea de un estilo que está por hacerse de la misma forma que sus textos de hoy en la prensa diaria delatan obra en proceso. En las Crónicas biliares de Jorge Bustos hay algo del diario de la hija de los Clutter en A sangre fría: esa actitud de quien escribe con letra redondeada a veces y con cursiva en otras. Alguien que leía a Gombrowicz y Vila-Matas unos días, y a Céline y Arrabal otros. Soy así o asá. Y es justamente ahí donde radica el encanto de estas páginas y, en buena medida, el motivo de este café y, por qué no, de este barbitúrico. En un mundo al que Bustos acusa de falta de imaginación, hay voluntariosa y engreída plasticidad. Esas ganas de ser un género literario más que una firma. Y eso despierta cierta ternura. Un apresto de Julien Sorel. El gesto de quien, al escribir, se señala el dorsal —como dice él hoy de estas páginas— y que avanzó por las páginas de los periódicos sin ganas de matar a ningún padre.
Dice Bustos que España es un país que fulaniza. Que se entretiene en los nombres y apellidos más que en las ideas. Eso no ocurre en estas crónicas a las que más que el enfado le pueden las ganas de estar enfadado. La mucha fe de quienes escriben o aspiran a hacerlo. Insisto: además del impudor hay ternura en ese gesto. Y aunque Bustos no deja que acabe el encuentro sin una de las suyas –“mi lector ideal soy yo mismo”, llega a decir-, quien lo escucha y quien lo lee, no se va de vacío ni de la lectura ni de la conversación. Tendrá, siempre, ganas de volver… para seguir estando en desacuerdo. Eso, a su manera, también adjetiva.
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Autor: Jorge Bustos. Título: Crónicas biliares. Editorial: . Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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