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Jorge de Cominges, ha muerto un extraño

Jorge de Cominges, ha muerto un extraño

Es un recuerdo borroso: tendría yo nueve, diez, once años, y sería en las páginas de El Noticiero Universal o El Periódico de Catalunya, pero el caso es que en esa franja de edad y entre ese pequeño espectro de publicaciones fue cuando y donde comencé a leer las críticas de cine de Jorge de Cominges. Me fascinaba que hubiera un oficio dedicado a escribir sobre cine y, quizá por la sonoridad del apellido de su firmante, sin duda por la devoción no exenta de humor que transmitían aquellas piezas, me dediqué a seguir su trayectoria. Quién iba a decirme que 17, 16, 15 años más tarde, con el cambio de siglo, iba a acabar trabajando al lado de Jorge: él como director de Qué Leer y yo como el último recién llegado a una redacción en la que ya estaban Toni Iturbe, mi valedor en aquel fichaje, y Antonio Lozano. Una redacción que compartimos con Fotogramas, de la que Jorge había llegado a ser subdirector, y más adelante con Clío. Una redacción en la que, a lo largo y ancho de casi una década, viví la cara más gloriosa del periodismo cultural, cuando las cosas se hacían con tiempo y con medios, cuando todos los colaboradores cobraban y aún había un futuro para la profesión.

Qué Leer, nacida a imagen y semejanza de Fotogramas de la mano de Jesús Ulled y Elisenda Nadal, con asesores como Sergio Vila-Sanjuán, Óscar López y Margarita Rivière (volveremos sobre ella), tenía mucho de la personalidad de Jorge, que disfrutaba lo mismo citando a Proust que comentando el más frívolo de los chismorreos. Qué Leer fue la primera revista de este país que puso cara y cedió protagonismo a los miembros de la industria editorial, y en ella tenían cabida desde el best seller que estaba en boca de todos hasta los títulos de narrativa experimental o de geografías diversas que los redactores o colaboradores quisieran destacar en un momento determinado.

"La de Jorge era una presencia peculiar, observadora, inteligente, gozosamente mordaz, tan cercana como tú quisieras que fuera"

Frente al talante más pasional del matrimonio Ulled-Nadal, Jorge fue un director discreto, que sabía estar, que elegía con inteligencia sus batallas (y por ello rara vez las perdía) y que nos dio tanta libertad y confianza como apoyo. Cuando Jorge Herralde le llamó para protestar por las dos críticas tirando a negativas que yo había dedicado a Anagrama en pocos meses y sugirió que no me encargaran más libros de su editorial, Jorge (que había publicado con Herralde su segunda novela, Tul ilusión) contestó que yo —insisto: el último mono de aquel zoo maravilloso— escribiría sobre lo que tuviera que escribir. Cuando Javier Marías amenazó con cancelar una entrevista de portada a causa de un error que yo había cometido en la sección de avances (dije, ingenuo e inepto de mí, que la primera parte de Tu rostro mañana era una novela de ciencia ficción), Jorge solventó la crisis invitándome a enviar un fax de disculpa que Marías aceptó rápida y graciosamente con otro fax. En las reuniones de redacción (para comentar el último número de la revista o para preparar el siguiente), en los premios Qué Leer y demás saraos literarios, la de Jorge era una presencia peculiar, observadora, inteligente, gozosamente mordaz, tan cercana como tú quisieras que fuera.

"Con el mismo savoir faire de siempre, Jorge supo dar fe de ellos desde el distanciamiento y la ironía"

Su jubilación coincidió prácticamente en el tiempo con la venta de Qué Leer a MC Ediciones, etapa infausta en la que la redacción quedó reducida a Toni y a mí, a la que sobrevivimos durante un lustro largo gracias al esfuerzo y el cariño de nuestros colaboradores, entre los que por supuesto se contaba Jorge, y que terminó en enero de 2015. Fue, por cierto, el mismo año en el que falleció Margarita, su esposa desde 1971, otra voz fundamental del periodismo barcelonés a la que tengo que volver a citar tanto por el cariño que me dedicó como por el amor, el respeto y la admiración que Jorge transmitía siempre que hablaba de ella.

Porque las desgracias nunca llegan solas, la viudez no tardó en acompañarse de la enfermedad, larga y llena de episodios difíciles. Con el mismo savoir faire de siempre, Jorge supo dar fe de ellos desde el distanciamiento y la ironía, no permitió que el cáncer fuera más fuerte que su curiosidad y sus pasiones. Siguió viajando, siguió visitando exposiciones, siguió leyendo, siguió viendo cine y comentándolo. Siguió siendo Jorge.

"Hoy, dentro de la tristeza, me alegra poder decir que tuve la enorme fortuna de que Jorge no fuera tan extraño para mí"

Además de sus cuatro novelas (Un clavel entre los dientes, la citada Tul ilusión, Las adelfas y El desconcierto), además de Mis años de cine, donde pasó revista a los tiempos delirantes en los que trabajó al otro lado de la cámara en diferentes producciones, Jorge firmó la autobiografía Memorias de un extraño. Hoy, dentro de la tristeza, me alegra poder decir que tuve la enorme fortuna de que Jorge no fuera tan extraño para mí, en lo profesional y en lo personal. En uno de nuestros últimos intercambios de mensajes estuvimos comentando la colorida fotografía de Johnny Guitar, que yo acababa de ver por vez primera con un retraso espectacular, y él me recomendó Chicago, Años 30, también de Nicholas Ray: «¡Esos rojos! —exclamó, para acabar diciendo, con la misma devoción que me había seducido hace 39, 38, 37 años—: Has de verla. ¡Cyd Charisse!». Gracias por todo, Jorge. Descansa en paz.

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