Jorge Dezcallar nació en 1945 en Palma de Mallorca. Fue embajador en Marruecos, en el Vaticano y en los Estados Unidos, y director del CNI (Centro Nacional de Inteligencia). Diplomático de larga y rica experiencia, ya retirado, en los últimos años ha escrito los siguientes libros: Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías (Península, 2015), El anticuario de Teherán (Península, 2018) y la novela Espía accidental (La Esfera de los Libros, 2021). Escribe habitualmente artículos en el Diario de Mallorca.
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—Abrazar el mundo está escrito durante el confinamiento, aunque usted ya quería escribirlo desde hacía unos años. ¿Qué sintió, mientras lo escribía, con todo lo que estaba pasando?
—Sentía que el libro era más necesario que nunca.
—¿Qué le estaba ocurriendo a usted?
—Estaba encerrado en el campo, en un precioso pueblo mallorquín con tiempo para pensar y para pasear.
—¿Qué pensaba en aquellos momentos?
—En que la pandemia iba necesariamente a cambiar muchas cosas en nuestras vidas. Y también en geopolítica.
—En estos últimos años ha publicado algunos libros. ¿Por qué toma la pluma después de su carrera de diplomático? Una vez que ésta está consumada, digamos.
—Porque ahora tengo dos cosas que antes no tenía: tiempo para escribir y libertad para decir lo que pienso.
—¿Siente que ahora puede decir cosas que antes no podía?
—Absolutamente. Cuando uno está en activo tiene que morderse la lengua.
—¿Le gusta mucho escribir libros y artículos?
—Me apasiona y me absorbe.
—¿Es más difícil la gestión de los asuntos diplomáticos que escribir un libro?
—Hay problemas diplomáticos de muy difícil solución. Escribir un libro no es fácil pero puede ser menos complicado.
—¿Qué supone escribir para usted?
—Una liberación del algo que llevas dentro. Lobo Antunes dice que escribir es escuchar con fuerza, y yo estoy de acuerdo
—¿Cómo son esos libros que ha publicado en relación a éste?
—Diferentes. Los dos primeros tienen mucho de autobiográfico. Luego escribí una novela y este es un texto más denso.
—El anticuario de Teherán (2018) gusta mucho. ¿Es un libro especial para usted?
—Todos son como criaturas propias. El anticuario recoge mis vivencias a lo largo de una vida dedicada a la diplomacia. Creo que soy el único español vivo que puede presumir de haber firmado la paz con Rusia o con los indios Ácoma de New Mexico, o haber recibido el tesoro de la Mercedes. Nunca en mi vida he visto tantas monedas de plata juntas.
—¿Echa de menos el ejercicio activo de su profesión de diplomático?
—Mixed feelings, que dicen los anglosajones. En ocasiones, sí. Y mucho. Pero en otros momentos me alegra no tener ya responsabilidades y ser dueño de mi agenda. Eso vale mucho.
—¿Cuál fue el destino que más le gustó, el que más le llenó?
—Yo creo que Marruecos. Porque combinaba mucho trabajo con la sensación de ser gran potencia y de poder realmente contribuir a resolver problemas.
—¿Por qué?
—Porque me tuteaba con todos los ministros, tenía sus teléfonos móviles, venían a cenar a casa con frecuencia y cuando no lograba resolver con ellos un problema (muchas veces de empresarios españoles) me quedaba el recurso de ir a ver al primer ministro discretamente, por la puerta de atrás, o visitar a media noche a un consejero real y tomarme a solas con él un whisky. No era extraño obtener resultados positivos.
—El libro que ahora publica se titula Abrazar el mundo, título que me parece muy interesante. ¿Podría explicarlo?
—Durante la pandemia teníamos ganas de regresar a una normalidad que nos permitiera abrazarnos los unos a los otros. Y con el mundo pasa igual, tenemos que abrazarlo y modificar nuestros comportamientos porque es el ecosistema que nos sustenta y no somos sus propietarios sino sus meros administradores. También la geopolítica nos debería llevar a no separarnos, a evitar ese decoupling del que ahora tanto se habla, porque sería muy malo para la globalización.
—Dice en el libro que la humanidad está mejor que nunca, aunque reconoce que ahora no estamos muy bien, con el Covid y con todo lo que está ocurriendo en estos momentos. ¿Seguimos progresando positivamente?
—Estoy convencido. El que tengamos problemas no significa que como humanidad no estemos ahora mejor que nunca antes en nuestra historia. Lo explico en el primer capítulo. No es optimismo, es realismo.
—¿Cómo podría mejorar la comunidad internacional según su experiencia como diplomático?
—Tenemos que ser capaces de adaptarnos a los cambios que se han producido desde 1945, que es cuando nacen las instituciones que nos rigen: la ONU, el FMI, el Banco Mundial… Hoy hay países que han entrado con fuerza en el escenario del Gran Teatro del Mundo que exigen otro reparto de la tarta del poder. Y no les falta razón.
—Mucha gente tiene miedo de una posible III Guerra Mundial. ¿Es fundado ese temor?
—Yo creo que ahora con la guerra de Ucrania no lo es, a menos que se utilicen armas nucleares. Sin embargo la invasión rusa de este país hace que en los medios se hable de la posibilidad de la Tercera Guerra Mundial con una normalidad que hiela la sangre.
—¿Cómo cree que sería esa Tercera Guerra Mundial?
—Terrible. Devastadora. Nos podría devolver a la Edad de Piedra. Todos perderíamos, absolutamente todos. Y eso aún en el supuesto poco verosímil de que no se utilizaran armas nucleares (que se utilizarían).
—¿Cómo podríamos evitarla?
—Con sentido común, con solidaridad, con tolerancia y arreglando nuestras desavenencias con métodos civilizados. Y eso exige ser capaces de darnos nuevas normas aceptadas por todos y de poner al día desde la ONU a la OMC.
—¿Es fundado el temor a una guerra nuclear?
—Lo es, aunque no creo que se llegue a ello en Ucrania. Claro que yo tampoco creía que fuera a haber una guerra imperialista por territorio, como las que había en el siglo XIX, en pleno corazón de Europa, ¡y en el siglo XXI!
—¿Cómo cree que acabará la guerra de Ucrania?
—Mal para todos. Para Ucrania en primer lugar, porque con mucha probabilidad acabará neutralizada y desmembrada. Y con muchos muertos y refugiados y un país destrozado. Para Rusia porque, aunque diga que ha ganado, su población pagará un precio muy alto por las sanciones, y porque va a estar mucho tiempo aislada y cara a la pared. Para nosotros, que ya pagamos altos precios por la energía y sufrimos inflación, aumento del déficit y del gasto militar, desaceleración económica, disrupciones en las cadenas de suministros… Hasta los afganos o los sudaneses van a sufrir por la falta de alimentos que causa esta guerra, pues de Ucrania procede el 30% del trigo que consume el mundo.
—¿Qué ocurrirá después?
—Que habrá que lidiar con una Rusia aislada y revanchista que no tendrá otra opción que echarse en brazos de China, lo que tampoco nos conviene, acelerando la división del mundo entre democracias y autoritarismo.
—¿Cómo actuará Rusia?
—Como un oso herido, a pesar de que pretenderá haber ganado y logrado los objetivos que se proponía en Ucrania. La procesión irá por dentro también.
—¿Considera que España está actuando bien en este conflicto?
—Sí, después de algunas dudas iniciales como consecuencia de las diferentes opiniones que al respecto mantienen los socios de gobierno, el PSOE y UP.
—¿Está actuando bien Europa?
—Muy bien. Creo que de lo poco positivo que ha tenido la invasión de Ucrania ha sido reforzar nuestra integración al menos de tres maneras: acogiendo a cuantos refugiados nos lleguen, que son muchos; enviando material militar por valor hasta la fecha de mil millones de euros con cargo al presupuesto comunitario; y siendo capaces de poner de acuerdo a veintisiete países con intereses muy diferentes sobre unos durísimos paquetes de sanciones que también nos hacen daño a nosotros. Nada de eso era fácil.
—¿Qué podrían hacer España y Europa para mejorar su actuación?
—Continuar sin pisar la línea roja que nos lleve a un enfrentamiento militar. Porque entonces estaríamos en la Tercera Guerra Mundial por la que antes me preguntaba usted.
—¿Cree que Europa tiene un buen futuro, geopolíticamente hablando?
—Por lo menos tenemos señales de futuro tras la victoria de Macron en las elecciones presidenciales de Francia. Porque Marine Le Pen no oculta su antieuropeísmo.
—¿Cómo puede mejorar ese futuro?
—Con integración cada día mayor. Hablando con una sola voz en defensa de nuestros intereses y con una capacidad de proyección militar cuando haya que defenderlos. Los presupuestos de defensa de los 27 superan los 250.000 millones de euros, mientras Rusia con 65.000 no nos toma hoy en serio. De otra manera caeremos en la irrelevancia, y con ella también perderíamos nuestro envidiable nivel de vida, pues con el 6% de la población tenemos el 25% del gasto social mundial, en un momento en el que el centro económico del planeta se desplaza hacia el Indo-Pacífico. Nos acecha lo que llamo el Síndrome de Venecia.
—¿Estados Unidos tiene un buen futuro?
—Por ahora sí. Por potencia económica, tecnológica y militar. Porque tiene más patentes que nadie y su soft power sigue siendo envidiable.
—¿Cómo puede mejorar ese futuro?
—Trabajando de puertas adentro para solucionar sus graves problemas de polarización política, de discriminación y segregación racial, y de crecientes desigualdades económicas. Tiene trabajo por delante.
—¿Estados Unidos podría dejar de ser pronto la primera potencia?
—No lo creo. No a corto plazo, desde luego. El PIB americano es de 18 billones de dólares y el chino es de 14 (Rusia no llega a 2), pero su renta per cápita es de 65.000 dólares y la de los chinos solo está en torno a 10.000. Tiene que remar mucho todavía.
—¿Cree que a partir de este conflicto iremos a un nuevo orden mundial?
—Creo que lo que pasa en Ucrania revela un cansancio con el actual orden multilateral que ha regido el mundo desde 1945. Rusia hace ahora saltar la arquitectura europea de seguridad y China querrá adaptar las normas que rigen la actual geopolítica a sus intereses y conveniencias.
—¿Cómo sería ese nueve orden?
—Bipolar imperfecto, con EEUU y China como hegemones que sin embargo necesitarán a Europa para hablar de economía y a Rusia para hablar de desarme.
—¿Ve a China como potencia hegemónica a corto plazo?
—No. China lo que quiere es desarrollarse económicamente. Si quisiera comportarse como la gran potencia que ya es procuraría influir en Rusia para poner fin a las matanzas en Ucrania. Ser un hegemón no es solo poseer más armas, sino asumir responsabilidades en la marcha del mundo.
—¿A medio plazo?
—No.
—¿Y a largo?
—Sí.
—Dice en el libro que el cambio climático es un problema mucho más grave que el Covid-19. ¿Qué estamos haciendo mal?
—A su lado el Covid es un simple arañazo. No le prestamos la suficiente atención a nivel global. Solo Europa se ha puesto las pilas, pero Europa solo es responsable del 9% de la contaminación.
—¿Cómo podríamos solucionar este problema tan importante?
—Trabajando juntos, incluso con tus enemigos, porque en esto estamos todos juntos.
—¿Qué opina de Donald Trump como presidente de Estados Unidos?
—Un desastre sin paliativos. Y el problema es que puede volver.
—¿Qué opina de Biden?
—Bienintencionado pero con poco carisma. Más popular en Europa que en los EEUU, y eso no es bueno.
—¿Qué ha cambiado en el mundo con Biden?
—Por lo menos ha regresado al Acuerdo de París sobre el Clima y no despotrica ni de Europa ni de la OTAN. Con Biden se ha restaurado la relación transatlántica, que sufrió mucho con Trump.
—¿Considera que nuestros gobiernos tienen claro que en política exterior, dado su alcance en el tiempo, a través de distintos gobiernos, es necesaria una política de estado?
—Es algo de primero de primaria. Pero a juzgar por la forma en la que el gobierno maneja la política sobre el Sahara, yo diría que Pedro Sánchez no se ha enterado.
—¿No cree que sería precisa una política de estado en muchos otros asuntos para que España fuera mejor? ¿En cuáles, por ejemplo?
—En toda la política exterior. Habría que sacarla de la pelotera partidista de todos los días para darle continuidad, porque responde a los intereses del Estado, que no tienen por qué cambiar cuando lo hace el inquilino de La Moncloa, y porque es la única manera de darle estabilidad. Cuando Pedro Sánchez va a Marruecos con la advertencia de que lo hace sin el respaldo del Parlamento, se debilita él y debilita a España.
—¿Cómo se hace una política de estado?
—Con paciencia, con debate, con consultas y con consenso entre las fuerzas políticas, al menos las más importantes.
—¿Seguiremos siendo dependientes de otros países, sobre todo en energía?
—Sí. Porque carecemos de gas y petróleo, y no queremos (con buen criterio) más carbón. Salvo que desarrollemos mucho las alternativas o volviéramos a la nuclear.
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Autor: Jorge Dezcallar. Título: Abrazar el mundo. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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