Hemos tenido el privilegio de coincidir con Jorge Fernández Díaz en Madrid. Con él hemos hablado de periodismo, de amor, de literatura; de novela negra, de Borges y de su último libro recientemente publicado en España, El Puñal, mientras Jeosm, una vez más, hacía magia con su cámara.
Afable, discreto, inteligente, buen conversador. Jorge Fernández Díaz es el compañero perfecto de tertulia de café, por eso hemos quedado en el Gijón, café antológico de Madrid que aún encierra, en mitad de sus silencios de media mañana, el murmullo de tantos escritores, tantos artistas; tanta vida impresa sobre el mármol de sus veladores.
Jorge llega con su mujer, la periodista Verónica Chiaravalli. Los tres habíamos compartido tertulia allá en su ciudad, Buenos Aires. Tal vez por eso ésta no ha sido del todo una entrevista, sino más bien una charla entrañable sobre libros y vida. Y la vida de Jorge Fernández Díaz se divide dolorosamente entre dos amores irrenunciables: el periodismo y la literatura. Por eso, sin dejar apenas que abra mi libreta llena de preguntas por hacer, Jorge toma la palabra. Me cuenta que tiene en la cabeza el discurso de ingreso en la Academia Argentina de las Letras, que ya es inminente y que eso lo ha obligado a hacer algo que nunca antes se había planteado: teorizar sobre el periodismo: «Querría plantear este discurso como la tesis de una llamada al orden dentro del oficio, revisar las funciones; reorganizar la profesión, establecer un campo teórico de diferenciación entre aquellos que hacen periodismo y los que escriben opinión. Qué significa ser articulista hoy en día; en qué se ha convertido (o reconvertido) el periodista».
El fervor de sus palabras me lleva a las de otro periodista y escritor, el sevillano Manuel Chaves Nogales, pues a pesar del tiempo y las geografías que las separan, tienen un eco parejo: “No tienen nada que hacer en el periódico los literatos al viejo modo, esos caballeros necios y magníficos que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano (…) que todas las mañanas meten por debajo de la puerta sus impertinentes prosas”. Creo —continúa Jorge— que debería establecerse un orden riguroso, respetar los límites entre periodismo, literatura y opinión…
Le miro a los ojos. Eso me lleva a pensar, Jorge, en tu obra. ¿Dónde termina el periodista y dónde empieza el escritor?
Sonríe tímido el escritor, pero contesta apasionado el periodista. Yo viví el proceso de la escritura, vamos a decir, en tres fases de maduración; la primera apremiado por la adrenalina y las tensiones del periodismo. La actualidad lo llenaba todo, vivía en un estado de enamoramiento de la palabra al servicio de la verdad que me absorbía la vida como una amante exigente. La segunda fase iría desplazando suavemente a la primera y sería así como paulatinamente surgiría en mi impulso de escritor una convergencia gozosa entre periodismo y literatura. Los libros siempre habían sido mi gran fuente de información y en esta etapa de encuentros me ocurre algo curioso: cuando soy periodista, mis recursos; mi información, la encuentro en los libros, en la literatura; mas cuando me siento a escribir libros, mi fuente es, fundamentalmente, la vida.
Pero claro, el periodismo tiene límites, reglas éticas; responsabilidades (“escribe solo aquello que puedas probar”) así que en esta última fase de la escritura en la que me encuentro sé que finalmente puedo serenar mi pasión de primera juventud con el periodismo y, como el gangster que recorre fríamente la estrecha distancia que lo separa de los labios de la rubia, así uso yo la ficción de la literatura para saltarme los límites de la verdad del periodismo. La ficción protege a los terceros y en este proceso uno puede hacer crónica de la vida privada. Puede incluso hacer novela negra.
¿Qué es novela negra para ti, Jorge?
La novela negra es la historia de una aventura urbana, es la cacería, el recuerdo escrito de lo que fuimos. El western y la novela negra son los dos grandes géneros de aventura del hombre moderno en un momento histórico en el que las grandes aventuras del hombre ya no son posibles. El reducto del sabor de la aventura se esconde, sobrevive, en la novela negra. Por eso al hombre moderno, a pesar de los ordenadores, las redes sociales, Internet, le sigue fascinando este género literario y cinematográfico; porque en nuestra información genética subyace aún la fascinación por la cacería, por seguir las huellas. En definitiva, por vivir —otra vez— la Aventura con mayúsculas.
Se hace el silencio mientras Jorge apura su taza de café. El escritor no quiere dejar pasar la oportunidad de adentrarse todavía un poco más en el territorio arriesgado de las definiciones (él también es un cazador valiente). Su acento dulce porteño convierte la argumentación casi en un poema:
Mirá vos, a propósito de este tema me vienen a la memoria las palabras del inevitable Borges sobre los orígenes de la novela policial que él hace recaer en Poe y sus “Crímenes de la Rue Morgue”, donde ya estaban incluidas todas las características del género. Aunque lo de Poe no era “género negro”, era, podríamos decirlo así, un “género blanco”, de enigma. Poe no quería que su género policial fuese un género realista sino fantástico; no de la inteligencia, sino de la imaginación.
Después, Conan Doyle desarrolla magistralmente otra tradición del cuento policial: el que se anuda en torno a un misterio descubierto por la operación intelectual de un ser superior llamado Sherlock Holmes, que antes se llamó Dupin y después padre Brown.
El género policial derivará en la novela negra cuando el realismo irrumpa cambiando completamente la naturaleza misma de la historia. El realismo y la violencia articulan el género que a medidos del S.XX entronca directamente con lo tecnológico, lo científico, lo sociológico… y su inevitable parentesco con el periodismo.
¿Es El puñal una novela negra?
Yo prefiero decir que El puñal es una novela de aventuras del siglo XXI; por eso su protagonista, Remil, pertenece al “tercer grupo” de héroes literarios.
Antes de dejarme hacer la inevitable pregunta sobre los grupos y los héroes, el escritor me mira sonriente, enigmático, como un niño que está a punto de revelar un gran secreto. Hace el recuento con los dedos:
Uno; el héroe de corazón puro; ya sabes, Ulises y compañía. Dos, el héroe cansado, de Sam Spade a Lucas Corso. Tres, el héroe infame. Ese que a pesar de ser un sinvergüenza sin escrúpulos hace que el lector se ponga siempre de su parte. Ese es Remil, un héroe de aquí y de ahora. Y es que tal vez a los lectores estadounidenses les siga funcionando la estructura “rubia-muerte-policía-persecución-castigo justo», pero desde luego en Argentina (y creo que en España tampoco) eso ya no funciona.
Ya en 1930, Borges (de nuevo él) afirmaba que para el argentino la policía era una mafia por lo que no era creíble el personaje del policía honrado. Hoy confirmamos que esto sigue siendo así. La idea de un policía honesto poniendo cintas amarillas en el lugar del crimen no es posible. En cambio un Remil literario en la Argentina de hoy es perfectamente creíble. Y para él tuve que crear a La Mujer: Nuria es la versión femenina de Remil porque también es “moderna”. Es la mujer depredadora; la del “pacto siniestro”; capaz de usar su inteligencia emocional para manipular y convertirse en un ser casi letal. Literariamente hablando me interesa mucho esa mujer; la que es capaz de enamorar a un tipo como Remil…. .
¿Dónde hay más negrura, en la novela negra o en una novela de amor?
La realidad del amor es más compleja que la macroeconomía, por eso yo uso la literatura como protectora (y a la vez como escudo de autoprotección) de las voces de la calle donde me inspiro para las historias.
Mi faceta de periodista ha sido importantísima en este caso. Poder sentarme y entrevistar a la gente que me contaba sus experiencias de amor y desamor; de sexo, locura, desengaño, frustración, ilusiones… fue un ejercicio intensísimo de viaje al interior del ser humano y además me dio una enorme comprensión sobre los héroes subversivos; anónimos, que nos muestran por contraste lo que no somos nosotros. Parte de esa información la he utilizado como material de escritura disuelto en literatura.
Desde luego que la negrura del amor es más oscura, más definitiva que la de cualquier otro género, aunque hay que estar atento a lo que ocurre ahí afuera. La realidad es siempre mucho más negra que la ficción pero lo bueno es que trabaja para el escritor.
¿Cuál es la novela de amor que te hubiese gustado escribir? ¿Y la novela negra?
Por primera vez en toda la entrevista, lo veo dudar: Uffff. Mirá vos que dejaste a un argentino sin palabras y eso no es fácil, bromea. Nos reímos y el periodista aprovecha la oportunidad para organizar sus pensamientos.
Bien. Creo que la policíaca la tengo clara: El largo adiós. Sí. Chandler, sin duda.
Y en cuanto a la novela de amor. Bien… creo que me hubiese gustado hacer la historia de una mujer enamorada de sí misma antes que de cualquier otro; una mujer de armas tomar que no busca justificarse, que sabe cómo manipular; que se ha construido minuciosamente desde el interior al exterior y a la inversa y que se niega a abandonar al personaje que le ha costado toda una vida inventar. Una mujer como la “Julia” de Somerset Maugham.
Sí; Julia es la novela que elijo. Y ahora que lo pienso, es una novela en la que quizás se reconocería un poco mi Nuria de El puñal.
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