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Jorge Valdés Díaz-Vélez, la poesía como excelencia

Jorge Valdés Díaz-Vélez, la poesía como excelencia

Cada libro es una etapa que se va cerrando y uno tiene necesidad de seguir haciendo camino, seguir escribiendo. Así el poeta mexicano Jorge Valdés Díaz-Vélez, cuyo nuevo poemario, Los ojos del caballo, acaba de publicar la editorial valenciana Pretextos situándolo definitivamente como un clásico de la poesía moderna mexicana, lugar que ha sido refrendado mediante el homenaje que la Casa Marie Jo y Octavio Paz acaba de rendirle en Ciudad de México. Dividido en cuatro partes (Reloj de sol, Donde la lluvia, Las condiciones de ausencia y Tierra quemada), estamos ante una obra de madurez plena, donde Valdés Díaz-Vélez hace un gran esfuerzo formal para transcribir la belleza de la vida, que atrapa con un sincero sentimiento de amor, sensualidad y fulgor. Jorge ha sido diplomático de carrera y mientras se dedicaba a ese oficio ha escrito hermosos poemarios, algunos de los cuales le han granjeado importantes premios como el de Aguascalientes, que lo reconoció con claridad como un excelente poeta. España, Costa Rica, Estados Unidos. Valdés Díaz-Vélez asume haber tenido la suerte de estar acreditado en tres continentes: África, Europa y América, desde la insular como la hispanoparlante de Cuba como la no hispanoparlante de Trinidad y Tobago, y en Centro, Norte y Sudamérica. Todo esto le ha dado una serie de parámetros de vivencias y convivencias con culturas y referentes poéticos que han puesto en juego y en jaque su propio trabajo poético. Eso ha sido muy importante para él, me reconoció en una conversación. «Finalmente lo que uno escribe tiene que ver con lo propio y como complemento de la realidad en la que uno está en un momento determinado de la vida que tiene que ver con las etapas por las que uno atraviesa en su biografía», dice. «Biografía sin tiempos» podríamos bautizar la obra en conjunto  de Jorge Valdés, que comprende una veintena de libros y algunas antologías, donde podemos leer: «Oye la dirección del tiempo sobre los altos muros, deja que los teclados fluyan. La fiesta ya empezó. No faltes, alguien pronunciará tu nombre y con un movimiento en falso apagará todas las velas». Y en este reciente Los ojos del caballo, donde escribe: Recordar, hacer memoria, luchar / contra el olvido, no perder los rasgos /  de aquel rostro, conservar un instante / que nos hizo felices, una efigie / que adquiera nitidez en la penumbra / de un pétalo. Recordar al que fuimos. / Guardar para nosotros el poema, / su hueso y su cadencia, el soliloquio / de los seres ausentes que aún perviven / o un ángulo del cielo y su impureza. / Señas de identidad atesoradas, / minúsculas monedas del avaro / para dar al barquero de la Estigia. «La reflexión sobre el tiempo», me comentó al respecto, «es uno de los pilares de toda la humanidad. Saber que estás dentro de un tiempo que te corresponde dentro de un tiempo más amplio; que el tiempo propio, humano, es más limitado, y que ese otro tiempo seguirá fluyendo después de que el tiempo propio se acabe. También tiene que ver con la idea de las tres heridas de las que habla Miguel Hernández y que son los tres grandes temas de la poesía: el amor, la muerte y la vida. Esto es lo que me ha acompañado desde siempre». También lo ha acompañado la certeza de que toda existencia es un viaje. Como Pessoa, Valdéz Díaz-Vélez abraza la idea sobre la finitud de la percepción y de la traslación de la percepción de un yo poético que se va desdoblando conforme va avanzando el tiempo, con una historia de vida que, como decía Borges, a fin de cuentas y después de todo lo escrito, de todo lo visto y lo vivido, lo que se descubre es que al mirarse uno mismo al espejo o al terminar ese dibujo o pintura, lo que encontramos es nuestro propio rostro. Por eso, Jorge siempre se acuerda de lo que Borges decía: «Entre el alba y la noche hay un abismo; el hombre que se mira en los espejos gastados de la noche no es el mismo». Poeta que trabaja muy artesanalmente cada poema, durante días, meses, años incluso, para él en esa dedicación reside la sinceridad, porque como escritor, y asegura que es su caso, tiene una decidida voluntad de compartir, «plasmar una especie de espíritu de conversación desde una franqueza total. ¿De dónde proviene esto? De la propia realidad, de la forma de dirigirse a un hipotético lector, que también es uno mismo como autor. Y en esto se cruzan todas las lecturas que se han hecho, todos los autores que se admiran y la gente que se quiere, porque todo esto tiene una dirección que es múltiple y que se va repitiendo conforme pasan los años, los libros, los poemas». Porque en definitiva la poesía, como muestra Jorge Valdés Díaz-Vélez, es comunión. Salud, maestro.

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