Aunque en 2016 lo calificaron como promesa de la literatura latinoamericana, el nicaragüense José Adyak Montoya es un hombre distraído de las provocaciones del ego, seguro de que si las editoriales no le publicaran, igual escribiría para sí mismo.
«En ese caso, seguiría escribiendo para mí y mis cercanos porque desde que tengo memoria lo hago; es algo sin lo que no concibo la vida», confesó en entrevista a Efe Montoya que acaba de publicar su novela Aunque nada perdure, sobre la escultora Edith Gron.
El volumen de 206 páginas publicado por la editorial Planeta recrea la vida de la artista nicaragüense de origen danés, cuyo nombre pocos recuerdan en Managua, aunque su obra está repartida por la ciudad.
«Mi cercanía con Edith surge por cuestiones circunstanciales. Si bien hoy en día es un personaje olvidado por las nuevas generaciones de Nicaragua, mucho de su trabajo monumental es reconocible en Managua porque sus monumentos en la capital son puntos de referencia», explica José Adyak, de 33 años.
La obra la forman 39 capítulos en los que el autor narra tres momentos de la vida de la artista y los repite de manera cíclica.
Primero, Edith sufre en 1931 un accidente de niña y en el hospital conoce detalles de su viaje desde Dinamarca y el proceso de migración. Luego, de 1955 a 1956 trabaja en la escultura de un héroe anónimo en la Batalla de San Jacinto y más adelante se detalla la experiencia de la escultora en 1989, meses antes de su muerte.
«Esos tres ejes me parecieron pertinentes para contar su vida, pero a medida de que escribía, me di cuenta que si bien el libro se lee lineal, también puede hacerse con cada momento por separado, aunque no me lo planteé al principio», revela.
Montoya trabaja los datos duros de la vida de Edith Gron y enfatiza en detalles cotidianos de la vida de la artista, a partir de lo cual consigue una intimidad con el lector porque refleja a la escultora como una mujer de carne y hueso.
«El trabajo de escribir ficción es de imitación, es hacer un espejo del universo y en ese espejo reconocernos. Esos detalles generan veracidad a un trabajo literario; son pequeños destellos con los que uno puede conectar y son necesarios porque generan en el lector un enganche de algo que conoce», explica.
Según confiesa, en el proceso de escritura, entre 2015 y 2018, el autor convivió con el personaje como si estuviera a su lado. La presencia de Edith se convirtió en una obsesión y a veces platicó con ella en el mundo neblinoso de los sueños.
«Durante esos años yo conviví con Edith todos los días de mi vida. Soñé con ella, dialogué con ella. Cada día tuve un pacto tácito con su recuerdo, y le conté cómo iba a escribir su historia», señala.
Montoya vive en México, lo cual le facilitó la investigación de la parte de la vida de Edith Gron en la capital mexicana, donde residió un tiempo. Además entrevistó varias veces a las sobrinas de la escultora en Managua y visitó Nueva York, otro sitio en el que la creadora vivió, aunque allí encontró pocos datos.
«Nueva York es el hoyo negro más grande de la novela porque casi no pude encontrar información de sus años allí. Ahí hay silencios que yo lleno con la ficción porque fue difícil encontrar información de esos dos años», reconoció.
El libro es de fácil lectura, aunque es profundo al desvelar al ser humano que fue la escultora. Aunque la obra ha sido elogiada, Adiak Montoya desconfía de los halagos. Prefiere mantener un buen ritmo de lecturas y escribir de manera obsesiva porque no conoce otra fórmula para ser mejor autor.
«Los artistas en general no somos ajenos al ego; puede ser dañino o benigno, según se administre. Los elogios se agradecen es un reconocimiento a un trabajo que es duro, pero no significan mucho más que eso. Sin ellos igual seguiría escribiendo», reitera.
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