Una historia de amor a través de varias décadas llega a nuestras librerías. La madrina de guerra, segunda novela del profesor de Historia José Antonio Lucero, desvela una relación que se fragua por medio de cartas, cartas en medio de una guerra. España fragua su futuro entre tiros y trincheras. Un joven manchego, Teófilo, comienza a cartearse con la que sería su madrina de guerra, Aurora, una enfermera de Madrid. Lo que comienza como una pausa de paz en un entorno violento se convierte con los años en una mirada llena de esperanza para un futuro sin balas. La pareja vivirá a lo largo de los años encuentros y desencuentros con ese telón de fondo de una guerra entre hermanos. José Antonio Lucero ha vuelto a poner luz en uno de los episodios más oscuros de nuestra historia reciente para mostrarnos que el amor es uno de los sentimientos más poderosos capaz de perpetuarse al margen de ideologías o destinos escritos.
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—El concepto de madrinas de guerra, nacido más o menos en la Primera Guerra Mundial, puede ser poco conocido para los lectores. ¿Qué es una madrina de guerra?
—Una madrina de guerra es una chica generalmente joven que en la Guerra Civil Española cumple la función de escribir cartas a soldados que no tienen con quién escribirse, soldados que —por situaciones familiares— no reciben correos. Estas chicas cumplen esa labor humanitaria, esa labor humana de que haya soldados que reciban cartas.
—¿Ha conocido personalmente, durante el proceso de documentación, a alguna de estas madrinas?
—No, he conocido a hijos de madrinas, en concreto he conocido a Joaquín Sabina, cuyos padres fueron madrina de guerra y soldado. También he podido hablar por teléfono con hijos de madrinas: una autora, que también ha escrito, llamada Luz Marías, cuyos padres fueron madrina y soldado, y también a través de correo electrónico con otra persona cuya madre fue madrina. Lo cierto es que todas esas historias se parecen mucho, y algunas se convirtieron en historias de amor.
—Cuéntenos el proceso de escritura de la novela.
—Esta novela surge tras la escritura de La vida en un minuto, que terminé en 2019. Entonces surge con Clara, mi editora, la cuestión de ver qué otra historia puedo rescatar. La vida en un minuto rescata el accidente de tren de León, que fue el accidente ferroviario más grave de la historia de España. Me gusta ese concepto de buscar historias en nuestra Historia reciente que no hayan sido tratadas en la literatura. Todo comenzó cuando leímos un artículo de Arturo Pérez-Reverte que habla sobre su madre, que fue madrina de guerra. Me llamó la atención, porque conocía muy poco sobre ese concepto y, a partir de ahí, al indagar, comprendí que podía haber una buena historia, una historia de amor entre una madrina y un soldado. Ese fue el aliciente con el que surgió La madrina de guerra.
—¿Cómo fue el proceso de documentación?
—Me gusta mucho bucear entre documentos, bibliografía, historiografía… ¡Soy historiador! De hecho, el proceso de documentación de esta novela ha sido incluso más largo y complejo que el propio proceso de escritura. Por un lado, cualquier persona podría pensar: “¡Otra novela sobre la Guerra Civil!” He intentado que esta no fuera una novela más, que cuente algo inédito. Para eso he tenido que leer mucho: los últimos libros de Paul Preston, Julián Casanova… Lo primero que quería era contar una historia de la Guerra Civil que no fuese contada y también que estuviese actualizada según lo que hoy sabemos del conflicto. He intentado contar una historia que no sonase repetitiva, que no repitiese tópicos sobre la Guerra Civil. Por otro lado, he tratado de contar una historia cotidiana. La novela es una novela epistolar, y en las cartas uno tiene que reflejar a dos personajes, uno de 21 y otro de 18, que están escribiéndose. He leído muchas cartas de madrinas de guerra, cartas de soldados que escribían en las trincheras… Hay varios libros sobre la cuestión epistolar en la Guerra Civil y he tratado de leer todo lo que he podido. A partir de ahí me ha sorprendido mucho comprobar qué se escribían, qué escribía un soldado en una trinchera cuando tenía que enviar una carta alguien. Uno puede pensar que son cartas llenas de dramatismo, pero no. Son cartas donde hay un componente cotidiano: hablaban sobre lo que se comía, cómo se entretenían cuando había largas jornadas sin combates… He intentado que ese componente cotidiano —que he encontrado en la documentación— esté ahí, en estas cartas de La madrina de guerra. Es una documentación que me ha gustado mucho y he intentado dedicarle mucho peso, porque creo que la Guerra Civil no puede contarse otra vez como se ha contado siempre. No sé si lo he hecho bien o mal, pero he tratado de encontrar un resquicio de historia que no se hubiera contado.
—¿Es usted escritor brújula o escritor mapa?
—Extremadamente mapa. Cuando voy haciendo ese proceso de documentación, después comienza el proceso de esquematización de la historia. Sabía adónde quería llegar, sabía cómo quería llegar. Es cierto que la historia te va dando atajos, falsas puertas por las que uno entra y al final te encuentras en un sitio que no te planteabas, pero siempre he tratado de mantener mi mapa, y soy muy metódico. Entiendo el proceso de escritura como un proceso de trabajo: escribir, leer, reescribir. No me gusta —o al menos yo no soy así— ese concepto de “a ver qué surge si estoy inspirado”. Creo que el mito romántico del escritor inspirado no existe. La novela histórica es un tipo de novela que requiere mucha precisión, tanto en su documentación como en su escritura. El tipo de escritura que yo planteo es una escritura donde hay juegos temporales, donde el lector se va encontrando con distintos recovecos y distintos tiempos que van sucediéndose… y eso requiere una planificación muy exhaustiva.
—Con su primera novela fue finalista del premio de novela Ateneo Joven de Sevilla. ¿Cómo llegó a ser escritor? ¿Cómo fue ese día en que se enfrentó a la página en blanco?
—Creo que he sido escritor siempre. No sé por qué desde muy pequeñito he tenido el empuje, la necesidad de contar, de crear. En mi casa había una máquina de escribir, y con ocho años escribía historias, repetía historias que había visto en la tele, las contaba de otra manera. Soy profesor de secundaria, y eso lo veo en alumnos de mi cole, alumnos que tienen esa necesidad, ese juego creativo de escribir y contar historias. Otros no tienen esa necesidad. Me veo reflejado en estos primeros, así que realmente he querido ser en la vida muchas cosas: policía, bombero… Escritor siempre estaba, desde muy pequeñito, y creo que había algo esperándome ahí para que tuviera la oportunidad de publicar. Realmente no sé cómo es enfrentarse a una página en blanco, porque desde muy pequeño me he enfrentado a ellas. No me ha intimidado la página en blanco. Sí que es cierto que cuando uno se pone a escribir hay veces que te sale mejor y otras veces tienes que tirar todo lo que has escrito y debes reescribir, pero la página en blanco no me da miedo.
—¿Cuáles son los ingredientes de una buena novela?
—Me dijo una vez Almudena Grandes —autora con la que he tenido relación de amistad— cuando yo tenía 24 años, tras leer una novela que autoedité: “Tú tienes algo que se tiene o no se tiene. El escritor al final es un trilero: tienes que coger a un lector, enseñarle una bolita, escondérsela, mostrársela aquí, que el lector piense que está aquí, cambiársela de sitio… sorprenderlo”. Ese es el ingrediente que debe tener una novela, ya sea histórica o thriller: tiene que jugar con el lector. Una novela es un juego entre escritor y lector. Sea el género que sea, eso tiene que estar ahí, ese juego de trileros.
—En esta novela emplea un narrador en tercera persona que es testigo de todos los acontecimientos. ¿Por qué ha usado este tipo de narrador?
—Me gusta jugar con los narradores. Es cierto que en La madrina de guerra siempre es el mismo narrador. Me gusta que el lector pueda entrar en la mente de los personajes y pueda encontrarse con los pensamientos, con el futuro, con el pasado, con lo que van a hacer unos, con lo que van a hacer otros… Me gusta controlar todo eso, y creo que en una novela donde hay una estructura compleja el narrador omnisciente y de tercera persona te da esa amplitud que yo quería que el lector encontrase.
—Hasta el momento sus novelas se ambientan en la Historia de España del último siglo. ¿Qué otros momentos históricos le parecen atractivos para una ficción?
—Creo que todo momento histórico tiene su peso o su interés. Me gusta mucho este momento en el que escribo, porque es un momento en el que todavía no hay mucha huella o mucha memoria. Me gusta jugar con eso y evocar en las personas emociones que están muy presentes todavía, como son aquellas del siglo XX. Creo que el siglo XIX es un siglo extremadamente completo a nivel político y social en España, es el siglo en el que surgen las grandes ideologías políticas: el liberalismo, el socialismo, el comunismo… Es un siglo también muy interesante sobre el que escribir, y me podría ir a todo eso. Soy un romántico de la Historia: me encanta el Imperio Romano, aquella Hispania del mundo decadente de finales de la época antigua que tan bien retratan otros autores históricos… No sé qué tipo de época podría retratar en futuras novelas, pero me gusta mucho la Historia. Sí que es cierto que trato de que las novelas no sirvan únicamente para que el lector lea sobre un periodo histórico, sino que también entienda que hay un reflejo de esa Historia en nosotros. Y el siglo XX es el siglo más propicio para eso, y por eso escribo —por ahora— sobre ese siglo.
—¿Cree que se puede enseñar escribiendo?
—Creo que sí. Soy profesor e intento que mis alumnos aprendan Historia de muchas formas. Doy clase de secundaria, de primero a cuarto de ESO, e intento que mis alumnos encuentren en muchos otros recursos —como también en la literatura— un medio de aprendizaje. Por ejemplo, yo enseño también en YouTube. La literatura es un buen medio, la literatura es un reflejo —como cualquier otra producción cultural— sobre un tiempo pasado. Creo que puede ser una buena manera, siempre bien documentada, para enseñar cómo se vivía o cómo se pensaba en determinado momento, pero siempre siendo consciente de que realmente si uno quiere aprender de verdad debe acudir directamente a la producción de los historiadores. El gran problema que tenemos hoy día con la Historia es que se escucha poco a las personas que la estudian, que dedican gran parte de su vida a investigar la Historia. Si los políticos leyeran a más historiadores, no se tergiversaría tanto la Historia como ahora.
—¿Para qué escribe José Antonio Lucero?
—Me gusta escribir para entretenerme. Me gusta escribir, y escribo porque me genera un entretenimiento el crear una ficción. Si no me entretuviese lo que escribo no escribiría. En el momento en el que el proceso de escribir me sea un fastidio no lo haría, porque me dedico a otras cosas, como la docencia. La escritura es un proceso más de entretenimiento para mí porque me lo paso muy bien creando, me lo paso bien con los personajes, me lo paso bien conversando con ellos y yendo a ver qué tienen que decirme. Básicamente escribo para mí. Si eso le gusta a alguien, bienvenido sea.
—Es profesor de Historia, divulgador de contenidos, escritor. ¿Cómo se define?
—Cualquiera te diría una frase muy épica, pero yo realmente no sé cómo definirme. Me gusta mucho enseñar y me gusta crear. Los caminos de mi vida me han llevado a enseñar y a crear. Incluso cuando comencé a enseñar intenté que la creatividad estuviese presente, por eso traté de aplicar otros sistemas de enseñanza. Creo que soy una persona muy creativa, intento que la creatividad esté en mi vida y me lo paso muy bien creando. Ese es el empuje que me ha llevado a tener muchas facetas. Es importante ser polifacético hoy día. El que se define como una cosa… ¡su vida es un poco aburrida! A mis alumnos les enseño eso, que la riqueza de la vida no te la da solo el trabajo, sino tus aficiones, los objetivos que quieres desarrollar, el disfrutar de las personas o de ti mismo… Eso es lo que yo intento.
—Si pudiera viajar atrás en el tiempo, ¿qué consejo le daría a un joven José Antonio que está decidiendo su futuro universitario?
—A mis alumnos que terminan secundaria intento hablarles de mi experiencia, decirles que no sólo es importante perseguir aquello que te gusta (que suele decirse siempre), porque a veces puede fallar. Es importante también hacer lo que a uno se le da bien, lo que uno disfruta haciendo porque se le da bien. Para eso es importante detectar los talentos. En los centros educativos tenemos que detectar los talentos de las personas. Un alumno tiene que terminar secundaria sabiendo qué hace bien y potenciándolo.
—¿Es usted hoy día el profesor que quería ser?
—Más bien soy el profesor que habría querido tener. Hay una frase que me dijo un profesor que me marcó: “¿Me lo pasaría bien en mis clases?” —pensando en el alumno que yo era—. “¿Disfrutaría de las clases de José Antonio Lucero?”. Intento recordar qué tipo de alumno era. No era un buen alumno, me aburría, dibujaba en las clases de matemáticas, suspendía los exámenes, me costaba concentrarme. Intento dar clases al alumno que yo era. Es más fácil dar clases a un buen alumno, lo complejo es darlas a uno con dificultad para concentrarse, para motivarse, para encontrar un aliciente en la educación.
—¿Como novelista se ha permitido en algún momento licencias históricas?
—Sí, sabiendo que la literatura nos da pie para que uno pueda experimentar con la Historia. Un ejemplo: en La madrina de guerra aparece durante unos capítulos Miguel Hernández. Cuando estaba planeando la novela el personaje protagonista, Teófilo, pasa un breve periodo de tiempo en la cárcel de Torrijos, aquí en Madrid. Buscando documentación sobre esta cárcel leí que ahí estuvo Miguel Hernández entre mayo y septiembre de 1939. Me di cuenta de que en mi ficción mi personaje coincidía con Miguel Hernández y me apeteció mucho ponerle en la novela, hablarle, preguntarle qué tal estaba. Y en ese dialogo ficticio —que es una licencia que me he tomado— he disfrutado muchísimo, porque mientras lo escribía lo tenía delante y podía hablar con él. Espero que sus familiares lo entiendan como un homenaje, porque he intentado que lo sea. Para escribir a ese Miguel Hernández leí su biografía, volví a leer muchas de sus poesías y he intentado ser lo más fiel posible, pero lógicamente es una licencia histórica.
—¿Cómo cree que van a recibir sus lectores esta novela?
—Mis lectores estaban esperándola. Es una novela —y lleva pocos días en el mercado— que me genera muy buenas sensaciones porque creo que es muy buena novela. Al tiempo me genera inseguridad por esa necesidad autoimpuesta de no defraudar a los lectores. Volviendo a Almudena Grandes, coincidimos el verano pasado por última vez. Estuvimos firmando en Rota, hablamos sobre la novela y le dije que me daba miedo si La madrina de guerra no iba a ser mejor que La vida en un minuto. Ella me dijo: “Es que los escritores tenemos realmente que pasar de la primera a la tercera novela”. Espero que esta novela les guste a los lectores. Quienes leyeron mi anterior obra se van a encontrar sorpresas, porque hay personajes que vuelven. Me gustó mucho lo que hacia Almudena Grandes con sus Episodios de una guerra interminable, y también Carlos Ruiz Zafón: crear un universo compartido en el que hay personajes que van fluyendo de una historia a otra. Estas dos novelas tienen ese juego lector, ese juego escritoril de personajes que fluyen.
—¿Cree que la literatura ayuda a entender la realidad?
—Antes decíamos que la literatura puede ayudarnos a aprender. Creo que sí. Precisamente la literatura es una producción donde los escritores intentamos reflejar una realidad determinada, y esa realidad ayuda a otras personas a comprender el mundo en el que viven. La literatura es un medio que nos puede ayudar a comprender dónde está el sentimiento humano, dónde está la causa de todo lo que pasa. La literatura, como el cine y la música, es un reflejo cultural de lo que somos como seres humanos.
—Cuéntenos, si puede, cuáles son sus próximos proyectos.
—Lo cierto es que no tengo proyectos literarios en firme. La madrina de guerra la terminé de escribir no hace mucho. Es una novela que vino muy rodada tras La vida en un minuto. Actualmente tengo ideas —más que proyectos— en marcha, y quiero seguir ahondando en episodios históricos recientes donde haya algo que rescatar.
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