José Avello quedó finalista del premio de novela Alfaguara/BBVA en 2001 con Jugadores de billar. Esta novela, que estuvo también a un paso de alzarse con el Premio Nacional de Narrativa, 2002, nunca recibió por parte de los lectores el reconocimiento que muchos hemos creído que merecía. Ahora, la editorial Trea, con el empuje vigoroso de su editor, el poeta Álvaro Díaz Huici, ha puesto en las librerías esta magnífica novela, lo que supone una nueva oportunidad para leerla. El académico y escritor José María Merino escribió entonces una crítica elogiosa en Revista de libros, cuyo primer párrafo comienza de esta guisa:
«Mientras se insiste en vaticinar la muerte del género novelesco, cada día se publican más novelas. Y para confusión del lector común, las poderosas sinergias que fortalecen lo comercial ponen de moda innumerables productos del género desprovistos de interés estético y narrativo, con los que tienen que competir las ficciones valiosas. Por eso resulta tan gratificante descubrir libros como Jugadores de billar, una novela muy literaria, aunque parezca una redundancia decirlo, resultado bien logrado de un proyecto ambicioso en todos los extremos, en la ordenación de la trama, en la construcción del escenario, en la elaboración de los personajes, en el estilo. Novela que utiliza como elementos destacados una voz narrativa compuesta con precisión y un lenguaje vivo y sugerente, lleno de matices, y que no pierde de vista esa metáfora sobre la realidad que debe exigirse a toda ficción que merezca la pena».
José Avello había publicado antes La subversión de Beti García, novela con la que quedó finalista del Premio Nadal, en 1983, una obra que a pesar de haber sido publicada un año después en la editorial Destino tampoco tuvo el favor del público.
Yo escribí el siguiente obituario el 15 de febrero de 2015 en El País, que ahora recupero para Zenda.
José Avello, retratista literario de Oviedo
Fue profesor universitario y autor de dos novelas de gran ambición artística
José Avello (Cangas de Narcea, 1943), fallecido el lunes en Madrid, fue un escritor raro. Tenía una gran ambición, aunque solo publicara dos novelas, pero él siempre supo que, o hacía la mejor obra o no valía la pena continuar. En 1983 fue finalista del Premio Nadal con la novela La subversión de Beti García y en el año 2001 presentó Jugadores de billar al premio Alfaguara/BBVA, que ese año ganaría Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo. Juan José Millás, que estaba de jurado en el premio, recomendó a Amaya Elezcano, entonces editora de Alfaguara, la publicación de esa obra y tras el entusiasmo de Millás para que yo también la leyera, “porque la novela habla de un Oviedo que tú tienes que conocer bien”, Amaya decidió publicarla y que yo la leyera en galeradas.
Jugadores de billar está ambientada en Oviedo en los años noventa. Los cuatro personajes que forman el meollo de la trama, amigos desde la infancia y ahora ya en la cuarentena, se llaman Manuel Arbeyo, Álvaro Atienza, Floro Santerbás y Rodrigo de Almar, personajes de la vida provinciana que bien pudieran tener relación con otros reales a los que Avello hubiera conocido. La afición de estos amigos es reunirse regularmente en un reservado del café Mercurio de la calle Mon ovetense, para jugar al billar. Avello construye, con esa mesa de billar, una metáfora de la vida en la que los jugadores planean sus estrategias en el juego igual que lo hacen en la vida diaria. A Avello le gustaban las novelas de personajes, pero en Jugadores de billar quiso que “el protagonista central fuera la ciudad de Oviedo, el estilo de vida de la ciudad, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes”. Desde que Clarín publicara La Regenta, y salvo Dolores Medio con Nosotros, los Rivero, ningún escritor se había atrevido a retratar la imagen contemporánea de esa heroica ciudad que en muchos aspectos sigue durmiendo la siesta, como hizo Avello con esta novela.
Avello estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo, y como él mismo contaba, asistió a las clases del filósofo Gustavo Bueno y se interesó desde muy joven por el teatro y la poesía. Durante diez años fue profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Con 65 años se retiró de la docencia, pero siguió dirigiendo tesis doctorales en la Complutense como emérito hasta los 70. “Descubrí que la docencia me resultaba una actividad apasionante, pues básicamente consiste en investigar sobre la realidad social y cultural, leer y reunir información de forma sistemática y transmitirla luego a los estudiantes bajo un orden que facilite su entendimiento, es decir, consistía en leer y narrar, cosas que he hecho durante toda mi vida de forma espontánea”.
Fue un hombre distinguido y culto, con retranca norteña, que mantuvo siempre una postura elegante para estar en el mundo sin molestar. Como escritor raro que dije al principio que fue, no buscó nunca la foto ni el elogio y siempre quiso escribir la novela perfecta.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: