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José Avello y la novela como obra de arte     

José Avello y la novela como obra de arte     

Existen muchos tipos de escritores y también diferentes destinos literarios: la historia de la literatura está llena de contradictorios y paradójicos ejemplos. Pero lo que une y emparenta a todos los escritores y a sus dispares trayectorias es la búsqueda de la novela ideal. En esa búsqueda del tiempo perdido se encuentran los escritores amateurs y los escritores profesionales, los escritores vocacionales y los que toman el oficio desde una perspectiva más pragmática. En esa búsqueda de la novela ideal se cruzan los destinos de todos los escritores, como principio y final de sus aspiraciones. Una novela ideal que casi siempre el urdidor de palabras cree rozar con los dedos de las manos, pero que por una u otra razón se le acaba escapando por las rendijas de la realidad. La búsqueda de esta novela perfecta es en sí misma, dada la naturaleza híbrida del género, todo un oxímoron que no cesan de intentar llevar a la práctica los escritores.

Los hados de la literatura, no me canso de reiterarlo, son caprichosos y a veces conceden ese extraño don a los escritores más insospechados, a aquellos que nunca gozaron o tuvieron fama de serlo. A estos escritores —como Alain Fournier autor de El gran Meaulnes (1913)— casi siempre les aguarda un destino trágico, por lo que suelen morir jóvenes; aunque también existen algunos ejemplos más sosegados, como el de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo (1958). Pero en ambos casos, como Moisés bíblicos, suele estarles vedado contemplar el resultado de su obra, su recepción en los lectores. Célebre es la anécdota de Tomasi di Lampedusa en un congreso literario celebrado en el convento de San Pellegrino Terme (Bérgamo), al que asistió en la subordinada condición de acompañante de su primo Lucio Piccolo: un poeta de efímera fama, apadrinado por Montale, y del que actualmente apenas nadie se acuerda a no ser por esta pintoresca vicisitud literaria. La celebridad póstuma de Tomasi di Lampedusa amargó los últimos años de Piccolo, pero esa es otra historia.

"José Avello, como Tomasi di Lampedusa, prácticamente ha pasado desapercibido para el mundillo literario"

Pues bien, a este selecto elenco de escritores anómalos con cuyas obras nadie contaba, de escritores que nunca estuvieron invitados a la fiesta de las vanidades y tampoco al sórdido reparto de canonjías, sinecuras y mercadeos de sus contemporáneos, pertenece José Avello. En justicia cabe adscribirlo con todos los honores en ese resistente grupo de escritores vocacionales, configurado a partir de diferentes generaciones literarias, que nunca se han doblegado ante las adversidades, los ninguneos y los olvidos de sus favorecidos correligionarios. Grupo de escritores que como estrellas fugaces o cometas errantes han dejado tras su paso sobre la bóveda literaria la imperecedera estela de su obra, contribuyendo de manera decisiva a mantener viva en los lectores, y también en los futuros escritores, la candorosa llama de la literatura y el transustanciado fervor por la palabra. En su vocacional ejemplo subyace, además, la esperanza de que un escritor no tenga por qué ser un contumaz guerrero o un consumado comunicador y relaciones públicas —tal como prodiga el catecismo del mercado literario— para poder navegar entre la catarata ingente de libros prescindibles; y que simplemente basta, o puede bastar, con dedicarse cabalmente a la escritura, sin más estrategias y ambages.

José Avello, como Tomasi di Lampedusa, prácticamente ha pasado desapercibido para el mundillo literario, quizá porque siempre tuvo la fortuna de ser el segundo o el más destacado finalista de los premios a los que se presentó, Nadal y Alfaguara entre ellos; sin olvidar que también estuvo a punto, como recuerda Miguel Munárriz, de «alzarse con el Premio Nacional de Narrativa, 2002». Esta peculiar trayectoria tangencial con el éxito literario ha permitido que sus dos únicas novelas, aunque publicadas con escasos recursos y medios de promoción, no cayesen del todo en el olvido. Desde entonces, el destino de ellas ha sido bastante azaroso, aunque permanezcan muy vivas sus páginas en sus contados lectores; afortunadamente, tanto La subversión de Beti García (1984) como Jugadores de Billar (2001) pueden encontrarse en la editorial Trea.

"Jugadores de Billar sorprende y atrapa al lector desde la primera página, quizá debido al vértigo narrativo que desencadena su sólido y meditado planteamiento argumental"

José Avello quiso escribir la novela ideal, la novela redonda —como una bola de billar— de su tiempo. Y a ello se dedicó con perseverancia y secreto y socrático trabajo, sin desfallecer ante la ardua tarea de pergeñar una obra de arte. Si su primera novela La subversión de Beti García sorprende, Jugadores de Billar deslumbra. La palabra subversión tiene varias connotaciones, desde su versión hasta la más literal de subvertir o trastocar el orden establecido. La propia novela, como género literario, es una subversión llena de versiones de la realidad. En esta compleja primera novela pueden entreverse con difusa nitidez algunos de los débitos que José Avello tiene con el realismo mágico, especialmente con el García Márquez de Cien años de soledad, como revela la levitación de la Muda del Molino; fragmento que no deja de recordar paródicamente la ascensión de Remedios la Bella al cielo: «Según decían, en el interior las moscas se adensaban por millares entre las largas sallas negras de la Muda y cuando se encabritaban por la presencia de un extraño, la hacían levitar». Pero esta novela es sobre todo una indagación sobre los límites del horror, ya que «no siempre se debe identificar el horror con las tinieblas». El horror se encuentra instalado en «la lógica de la cotidianidad», detrás de la apariencia de su sosegado relato, solapado tras uno de sus más desconcertantes mecanismos «el odio sutil». Avello aísla a sus personajes en espacios cerrados, la casa del Molino de la Veguilla, la casona del barrio de San Telmo de Buenos Aires, la casa de Oviedo aledaña al Fontán y la casa de la Braña del Acebal, en una atmósfera asfixiante y corrosiva que le permite abismarse por las tenebrosas interioridades de sus personajes, para analizar con la minuciosidad de un entomólogo las inconfesables [com]pulsiones humanas. Para ello no duda en subvertir el orden establecido a través de los tabúes familiares —el incesto— y de los tabúes sociales —la locura—, siempre solapados por los ideales y los desabridos imperativos de la realidad.

Jugadores de billar se publica 17 años después de La subversión de Beti García. Señalo este hecho porque durante estos años José Avello tuvo que realizar una profunda introspección y una compleja revisión de sus supuestos narrativos, desde los tres pilares de la retórica: la inventio, la dispositio y la elocutio. Jugadores de Billar sorprende y atrapa al lector desde la primera página, quizá debido al vértigo narrativo que desencadena su sólido y meditado planteamiento argumental, así como el riguroso proceso seguido de decantación estilística o, si se prefiere, de reescritura.

"Su tarea no era, pues, la de escribir una novela que vendiese muchos ejemplares, sino la de hacer una obra de arte que perdurase en el tiempo"

José Avello no ha escatimado esfuerzos, ni ha cesado de volver una y otra vez —como un sacrificado esteta— sobre cada fragmento de su vasta novela, para ajustar cada una de sus palabras al modo de los antiguos maestros canteros. Su tarea, bien lo sabía, estaba fuera del tiempo y de los intereses más pragmáticos (léase mediáticos), a pesar de que en sus páginas dilucidase con más hondura que cualquiera de sus coetáneos un periodo temporal muy concreto. Su tarea no era, pues, la de escribir una novela que vendiese muchos ejemplares, sino la de hacer una obra de arte que perdurase en el tiempo; es decir, que cumpliese con el sueño antiguo de todo escritor verdadero.

En Jugadores de billar apenas han quedado huellas de los intrincados andamiajes a los que tuvo que recurrir José Avello para concebir sus páginas: solo la diafanidad de su escritura revela, casi como pauta preceptiva, la técnica del sfumato de los pintores renacentistas. José Avello construye capa a capa la sólida estructura narrativa de su novela, y sobre el lienzo de un tapete de billar traza la cartografía sentimental y moral de un periodo reciente de nuestra historia. Como señala Miguel Munárriz, tal vez recogiendo las palabras del propio autor, José Avello quiso que «el protagonista central fuera la ciudad de Oviedo, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes».

"José Avello invita al lector a participar en la partida que se juega en sus páginas, a dilucidar sobre su tapiz la dudosa realidad sobre la que nos movemos"

La novela de José Avello es un prodigio narrativo, donde apenas hay digresiones. El escritor se desdobla en sus personajes y todo empieza a adquirir otra insondable dimensión cuando aparece el cuarto jugador o el cuarto narrador. He hablado de preceptiva desde una perspectiva pictórica, pero, ciertamente, la novela de José Avello se muestra como un pragmático tratado sobre el arte de narrar; para ello el autor se sirve del cerebral e intuitivo juego del billar. Las bolas de marfil, a las que el jugador da impulso y efecto —son como las palabras que el escritor elige por sus significados y connotaciones—, urden en su particular sintaxis «polígonos sobre el tapete», con sus calculadas trayectorias y sus imprevistas parábolas.

José Avello invita al lector a participar en la partida que se juega en sus páginas, a dilucidar sobre su tapiz —con el hipnótico deambular de sus triangulaciones— la dudosa realidad sobre la que nos movemos.

Sí: existen muchos tipos de escritores y también diferentes destinos literarios, la historia de la literatura está llena de contradictorios y paradójicos ejemplos. José Avello pertenece por derecho propio a ese selecto grupo de recónditos escritores prometeicos que han arrancado una obra de arte a la usura implacable del tiempo. Jugadores de billar es una novela memorable, tal vez la cumbre narrativa de su generación.

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