José Luis Ucha puede estar orgulloso. El gaditano, responsable de varios proyectos a nivel internacional en su género favorito, la animación, ha dirigido la película que logró desalojar a El juego del calamar del podium de Netflix. “Estuvo una semana como número uno global en adulto e infantil”, asegura sin que, sin embargo, la frase huela a alardeo barato.
Estos, es cierto, ya llevaban lo suyo a sus espaldas. O a su grupa. Cuatro años y medio de trabajo, trescientas personas de veinte nacionalidades diferentes (“casi un tercio de ellas hispanas, orgullo patrio”, dice José Luis) y ahora dos compañías enormes como Paramount y Hasbro pasando la mano por la crin a sus creadores, que afrontan la posibilidad de continuar una franquicia que nunca se fue, pero que ahora parece más recuperada que antes.
—Mi Pequeño Pony es un juguete, y además una franquicia de décadas. ¿Hubo requerimientos, exigencias o limitaciones para los creadores de la película?
—Da un poco de vértigo. Son 40 años de historia, y la quinta iteración desde los primeros ponys. Ellos son todo colorines y arco iris, pero para contar algo con ellos tienes que estudiar. Como cuando haces un noir tienes que ver cuáles son las convenciones, pues lo mismo con ellos. Hay que analizar el ADN y empezar a jugar con esos elementos para sacarles partido.
—¿Pero no hubo exigencias previas de Hasbro, una marca enorme de juguetes?
—Sí hubo unas reglas básicas en el diseño. No pueden tener el color de caballos normales, no pueden ser marrones, blancos… Tienen que tener un punto fantástico. Pero no nos dieron directrices, no dijeron nada más. “Haced la historia y los personajes, y si hacemos que llegue al publico haremos juguetes”. De modo que hubo un apoyo total. Ayudaron con una hoja de mercado de colores, pero fuera de eso, para nada. Hace poco murió Brian Goldner, jefe de Hasbro, que fue el que dio un giro total a a la compañía, el que entró y dijo que había que contar historias con los juguetes. Él fue el que montó el revamp de G. I. Joe y habló con Spielberg y Michael Bay para la franquicia Transformers. Mi pequeño pony se inserta ahí.
—Asombra la metáfora de los reinos: hay unicornios, ponys y pegasos. Es una especie de Alianza de Civilizaciones. Sorprende lo audaz y lo sustancioso que puede ser eso para contar una película.
—El objetivo era entretener, por respeto también a los padres. Tengo un crío, el otro director (Robert Cullen) dos niños, y los dos nos hemos tragado truños de dibujos. Queríamos hacer algo que como padre, que si te quedas delante, también te entretenga. Y sobre el contenido es analizar el ADN. En un mundo de ponys que se quieren, ¿qué puede ser lo peor que puede haber? Que se lleven a matar los tres. Y tirando de ahí era una metáfora interesante para el planteamiento.
—De hecho, el argumento consiste en recuperar una cierta esencia, lo antiguo. Lo que en una franquicia de 30 años añade otro sentido, su propia metáfora.
—La idea era esa, volver a la base. Más allá de los cuernos y las alas, todos somos ponys. En EEUU ahora todo está polarizado políticamente y la película se ha leído como libertaria, como comunista, en plan woke… Se ha dicho de todo. Nos estamos volviendo locos con el tema identitario, somos diferentes pero tampoco tanto. Por eso me gusta cuando escucho a José Luis Garci decir que tenemos que aprender a querernos.
—Hay más miedo ahora que hace pocos años, pese a que estamos viviendo una época de libertad. La autocensura vuela.
—Estoy de acuerdo, tenemos más complejos ahora cuando hay más libertad y menos prejuicios que cuando había muchos más.
—¿Qué opinas de la nostalgia? ¿Está de moda más que antes?
—Nostalgia ha habido siempre. Miramos a lo que teníamos nosotros de pequeños, pero igual hacía George Lucas cuando se montó Indiana Jones. Miras atrás y cada uno tira de sus propios recuerdos infantiles. La identidad de Mi pequeño pony, si investigas, te das cuenta de que antes era para niñas y ahora hay niños y niñas que se han sentido vinculados a ellos porque con este muñeco tienes el tema de no querer crecer. ¿Qué es el pony? Es un caballo que no crece, como un Peter Pan. El padre de Sunny muere, pero ese sueño de un mundo mejor que le promete es posible, y luego, cuando no funciona, llega lo que llamamos la segunda muerte del padre, que te dice que la nostalgia no puede ser, que era todo mentira… pero al final no. Nostalgia sí, pero siempre hay que añadir algo a todo eso, no conformarte con lo que era.
—Lo incorporáis a la película, el prólogo es de dibujos convencionales ante de pasar a digital, jugáis con ese código. Hay dos niveles ficcionales en la peli, de esa manera. El pony que juega con ponys que es de dibujos. Luego la película adquiere su propia consistencia visual.
—Los ponys en dos dimensiones son los de la generación anterior, el recuerdo, y en la película son juguetes de madera. Así quedan inmortalizados. Luego, con el 3D, todo acaba teniendo un look muy limpio, y le metimos bastante grano a la imagen para que tú creas que hay una cámara ahí filmándolos.
—¿Qué influencias tienes como director de animación?
—Yo creo que hay un batiburrillo de cosas. Cine palomitero de los ochenta y noventa, de la Amblin, Lucas, Donner, Raimi… pero también cine clásico, sobre todo musicales: Cantando bajo la lluvia, El mago de Oz, Los paraguas de Cherburgo... Y somos de la misma quinta, la tele de los ochenta: El Equipo A, Twin Peaks, y Búscate la vida, de Canal Plus, donde estaban personajes clave como Charlie Kaufman o James L. Brooks. Y de animación no soy nada Disney: cuando se recuperaron en los noventa con La sirenita y El rey león yo ya me había pasado al anime, Satoshi Kon y Tokyo Godfathers, Perfect Blue… Es un director que revolucionó la animación, y ahora Nolan y Aronofsky lo fusilan.
—Hay directores de animación como Gil Kenan o Andrew Stanton que se pasan a imagen real. ¿Que dificultades ves en ese tránsito?
—A mí no me gustaría hacer imagen real como en las pelis de Marvel, donde ya todo prácticamente es 3D. En animación se trabaja más la preproducción mucho más tiempo, y por eso se pueden probar muchas cosas muy diferentes.
—Eres español pero has hecho una película de estudio americana, y toda tu filmografía es internacional. ¿Por qué te hemos perdido tan pronto?
—En realidad mucho de mi trabajo ha sido con gente de España, pero nuestro problema es que no hay mercado interno. Algo como Tadeo Jones sucede cada mucho, es un cometa Halley. Cualquier producción en España suele ser en coproducción con distintos países, y desde el comienzo he trabajado con Corea, Japón, Alemania, EEUU… Y está bien, porque te da una visión muy global. Yo empecé haciendo slapstick sin dialogo, y eso también ayuda. Lo que tiene la animación es que te permite traspasar fronteras muy rápido.
—Mi pequeño pony estaba prevista para cines y ha acabado en Netflix. Se están diluyendo fronteras tradicionales entre TV y cine. ¿No te asusta un poco?
—Esta película era de Paramount para cine, pero pilló por medio la pandemia y gracias a Netflix se puedo estrenar cuando tenía que estrenarse. Tenemos que acostumbrarnos a vivir y convivir, porque las plataformas han aportado variedad. Yo creo que cuanto más mejor. Pero las películas en un cine, sobre todo cuando son comedia o terror, son una experiencia diferente que no puedes suplirla nunca.
—Sobre el significado de la película, en ella se dice todo el rato a los niños que piensen por sí mismos. Hay fake news, empresas tecnológicas, y un mundo igual de desinformado en tiempos de sobrecarga de información. Les decís que tienen que vivir en esa sociedad.
—Está bien tener mucha información, pero hay que ponerlo todo en cuestión. Cuestiona todo, analízalo, y si tiene algún sentido, perfecto. No dejes de plantearte si tiene otro perfil, otro matiz.
—Pero son mensajes complejos de articular. ¿No te puede llevar a perder la magia y el sentido de la aventura, no te ahoga el tener que meter eso? ¿Cómo convive eso con una comedia de aventuras?
—Realmente, el orden de factores fue al revés. Comenzamos por la historia, que estén todos peleados, pero en el proceso conforme haces comedia introduces cosas que tienen sentido en la doble lectura y no al revés. Hagamos esto divertido, y al final, como director, conforme trabajas la historia, el mismo personaje te va guiando. El tema de las fake news no fue premeditado, sino que nació en el camino. Es el mundo que nos circunda.
—¿Cuáles son tus proyectos próximos? ¿Sigues con los ponys o saltas a otras cosas?
—Cuatro años y medio peinando melenas y poniendo purpurina. Vamos a descansar de ponys, aunque sí se hará un especial de Netflix y una serie, pero no voy a involucrarme. De la segunda parte de la película veremos todavía. De lo demás, estoy viendo cosas muy interesantes.
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