El 29 de noviembre de 2012, el poeta, narrador y memorialista español José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926 – Madrid, 2021) fue galardonado con el Premio Cervantes de las Letras por el conjunto de una obra que había contribuido a enriquecer el legado literario hispánico. Lo llamé en seguida para conversar con él, y con esa secreta bonhomía suya tras una apariencia de hombre reservado y serio, el escritor aceptó recibirme en su casa para charlar de su obra y los motivos que subyacían en su génesis.
En ese sentido, Caballero Bonald aseguraba sentirse muy latinoamericano y muy unido a la tradición literaria de América Latina.
—Pero no ya porque mi padre fuera cubano y yo haya vivido años en Bogotá y en Cuba, ni por haber recorrido América Latina desde México hasta Argentina varias veces, ni porque mis primeros amigos literarios en Madrid hayan sido latinoamericanos (Jorge Gaitán Durán, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez), sino porque he considerado que mis maestros literarios han sido Alejo Carpentier, Juan Rulfo, José Lezama Lima, Octavio Paz o Juan Carlos Onetti, a quienes he seguido y venerado literariamente hablando y los he tenido muy presente.
Caballero Bonald padecía un catarro bronquial que le impedía hablar con la soltura que acostumbraba y, sin embargo, respondía con paciencia, de forma pausada, sopesando cada palabra con el mismo rigor con el que había escrito su obra.
—Yo he pretendido ser un desobediente en el sentido de rehuir las líneas consabidas de la tradición. A mí me parece que la literatura, y más la poesía, es un ejercicio exploratorio a través del lenguaje en la realidad; por eso para mí uno de los poetas fundamentales es Octavio Paz, no solo por su poesía en sí, sino por su prosa, como la de El mono gramático, un libro bellísimo. Y por ahí voy yo.
Caballero Bonald resaltaba con gratitud los vínculos literarios y vitales que había tenido con países como México.
—Yo llevo muy dentro a México, país en el que he estado varias veces; he hecho un viaje en autobús inolvidable, desde México D. F. hasta Veracruz, siguiendo la ruta de Cortés al revés, un viaje del que escribí una larga crónica y que me hizo conocer el mundo interior mexicano, la entraña, la raíz de una personalidad tan poderosa como la mexicana.
Asimismo, la obra de un autor como Juan Rulfo había sido para él la de un “maestro ejemplar”, reseñó.
—Maestro de maestros, sólo con Pedro Páramo ya está escrita toda la historia literaria de un país —afirmó rotundo.
En el terreno de la poesía, el primer territorio literario que caminó como escritor desde que en 1952 publicó su primer libro, el poemario Las adivinaciones, Caballero Bonald establecía que una de las cosas que pretendía al escribirla era descorrer velos, mostrar lo que está oculto tras la realidad.
—La poesía ilumina las zonas sombrías de la realidad. La palabra tiene que descifrar lo que ocurre, la realidad, y pensar en los enigmas que se ocultan detrás de la realidad.
Cuando le pregunté por su trabajo con las palabras, por el hecho de ser un escritor que cincelaba mucho el lenguaje para pulirlo, Caballero Bonald admitió ser un autor “bastante maniático”.
—Corrijo mucho, dejo los poemas reposar y luego voy corrigiéndolos, reelaborándolos, porque pienso que un poema por definición siempre será susceptible de ser corregido en una palabra, y hay que buscar esa palabra, algo que puede llevar años.
Años le llevó, precisamente, el que era su más reciente poemario en ese entonces, Entreguerras, una obra que definió como “fluvial”.
—Se trata de un poema río, un solo poema dividido en capítulos con estrofas largas, versículos de respiración lenta, donde se han ido incrustando fragmentos de experiencias vividas que se habían quedado olvidadas por ahí y que he recuperado en este libro.
En cuanto a su obra memorialista, campo en el que había publicado los libros Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001), reunidos más tarde en un solo volumen titulado La novela de la memoria (2010), Caballero Bonald relató que un buen día había pensado que algunos pasajes de sus experiencias podían resultar divertidos para ser rescatados a través de la palabra escrita.
—De modo que me dediqué un poco, si no a buscar la verdad, sí por lo menos a pretenderlo, porque la verdad también se inventa, y en esas memorias hay muchas verdades inventadas.
Aunque el autor aclaró que su obra no había tenido mucho que ver con la tradición del realismo español del siglo XIX y que permanecía hasta entonces, en su literatura sí había, consideró, una marcada preocupación por lo social.
—Yo he sido un viejo luchador por la libertad. Primero la lucha clandestina contra el franquismo en aquellos años de la posguerra, los años 40, 50 y 60, cuando luché con las armas que yo tenía más a mano, armas que aparte de la escritura fueron actividades clandestinas en la universidad, protestas, y he sido bastante consecuente con ello, creo yo, y he mantenido hasta ahora la misma actitud que tenía entonces.
Por esa razón, a Caballero Bonald le dolía mucho la España actual, una España que a su juicio estaba “en un camino lleno de zozobras inexplicables, donde no se sabe lo que va a ocurrir mañana y donde se ha llegado a la extrema tristeza del suicidio de personas que iban a ser desahuciadas. Es una situación mala y llena de oscuridades”.
Finalmente, sobre Miguel de Cervantes, patrón del premio que acababa de otorgársele, Caballero Bonald expresó que se trataba “del modelo magnífico del desobediente; un hombre íntegro, de personalidad deslucida, que en su tiempo no brillaba, que anduvo medio perdido en trabajos dispares, pero que se encerró a escribir una de las grandes creaciones literarias de la Humanidad”.
Tres meses más tarde, en febrero de 2013, cuando aún faltaban dos meses para que Caballero Bonald pronunciara su discurso de aceptación del Premio Cervantes en Alcalá de Henares, el escritor publicó una obra clave para entender su trabajo literario: Oficio de lector, un ensayo en el que mostraba sus preferencias literarias y en el que se adscribía al linaje de Cervantes, Góngora y en nuestros días de Cernuda, Onetti o Rulfo, donde estaba su pasión lectora.
Caballero Bonald explicó, durante el desayuno de prensa que organizó su editorial para presentar ese libro, que se trataba de glosas, comentarios y no crítica literaria en sentido estricto, aunque también había prólogos y conferencias inéditas, donde el autor manifestaba su admiración por los hacedores de la palabra que habían sabido darle una dimensión universal a nuestro idioma.
“De entre ellos, en el último siglo, han sido sin duda los escritores de la otra orilla del idioma, la americana, quienes han mantenido viva la riqueza de nuestra lengua, porque el español, idioma que debe tener 80 mil voces, es usado por el español medio muy pobremente, pues quizá sean 400 las palabras que utiliza habitualmente, lo que me parece un despilfarro”, lamentaba el escritor, quien sostenía que a mediados del siglo XX la literatura española era “anémica”, y habían sido con autores como Borges, Paz, Quiroga, Rulfo, Onetti o los del boom cuando el idioma recibió una inyección de savia nueva.
Caballero Bonald aseguró que para un escritor eran “tan importantes los libros que escribe como los que lee”, y que en la biografía de un escritor era “tan importante lo que éste ha leído como lo que ha escrito”.
“Cada momento de mi vida me exigía cierto tiempo de lectura, así que he ido acompañando la lectura con la biografía. En mi vida he tenido apetencias que han coincidido con mis apetencias de vida, y aparte del canon que refleja Oficio de lector, donde abordo autores de todos los tiempos hasta llegar a mi generación, de Cervantes a Quevedo, pasando por Bécquer, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Neruda, Vallejo, Carpentier, Camus, Olga Orozco, Fuentes, Mutis, Umbral, y hoy tengo en cuenta autores como Enrique Vila-Matas o Ricardo Menéndez Salmón, me interesa toda literatura que es construcción verbal; me importa lo que me descubre la armazón de una prosa, no la historia, que a veces me da igual”.
Don José sabía ya con claridad que en su discurso de Alcalá de Henares hablaría sobre el Cervantes poeta.
“El Cervantes poeta que conocemos está conminado a los manuales de literatura que se han hecho desde el siglo XVIII, donde no aparece el mejor poeta, así que he revisado toda su poesía, incluidos los poemas que incorpora en sus novelas, en especial en Persiles y el Quijote, y he descubierto, con Cernuda, que había que leer al poeta Cervantes con menos telarañas en los ojos, porque en esos poemas imbricados en sus novelas uno descubre al gran poeta que fue, autor de una poesía todavía renacentista pero que ya se asoma al barroco”, explicó.
Otro elemento que con seguridad incluiría en su discurso, porque era algo que le inquietaba siempre, era una referencia a los problemas sociales de actualidad.
“No puedo silenciar eso; hablar de la necesaria regeneración moral de nuestra sociedad”, aclaró.
También, Caballero Bonald mencionó un aspecto que dejaría traslucir en su discurso como Premio Cervantes: la época en que el Manco de Lepanto se apartó totalmente de la literatura mientras vivió en Sevilla.
“Fueron diez años en los que se dedicó a otras cosas y abandonó las letras. ¿Qué hizo Cervantes en ese tiempo?, ¿por dónde anduvo?, ¿dónde se metió esos diez años cuando se retiró de la literatura? Porque después de ese tiempo comenzó a escribir la primera parte del Quijote, así que se trata de una laguna inquietante”.
El poeta y narrador confirmó que no se retiraría de la literatura, aunque llevaba mucho tiempo considerándolo.
“Escribiré poemas, aunque estos vienen o no, porque yo los hago paseando y los trabajo en la memoria. Con la edad he ganado en austeridad; he sido un escritor barroco que ha sentido pasión por la búsqueda del adjetivo irremplazable, y ahora he dominado hasta cierto punto la exuberancia”.
Por último, Caballero Bonald subrayó que el compromiso social del escritor podía estar justificado en ciertos momentos, “pero en general”, recalcó, “el compromiso es ahondar en las posibilidades de encontrar nuevos mundos, y se puede separar la actividad política del trabajo literario; no tiene por qué reflejarse una en la otra, porque eso se entiende que se da por añadidura. Lo importante para mí es enriquecer la sensibilidad del lector”, concluyó, y esbozó una amable sonrisa.
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