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José María Guelbenzu: «Hoy la nostalgia en literatura es una rendición»

José María Guelbenzu: «Hoy la nostalgia en literatura es una rendición»

En Mediodía en el tiempo (Siruela), cuatro amigos cruzan y descruzan sus vidas durante el último medio siglo de la historia de España, desde su encuentro en la universidad a finales de los 60, tan asfixiados por la dictadura franquista como esperanzados por el mayo francés, hasta el país desconocido que estalla con la Transición y el desencanto democrático. Un periplo vital que es también el de quien escribe esta historia, José María Guelbenzu (Madrid, 1944). Autor de más de una decena de novelas, entre las que destacan El esperado (1984), La mirada (1987) o El amor verdadero (2010) y la saga noir protagonizada por Mariana de Marco que ya da por finiquitada, Guelbenzu brinda ahora a sus lectores cuatro personajes inolvidables representativos de otros tantos tipos sociales: Alberto, Pedro, Ignacio y Belarmino.

—Con esta novela cierra un «ciclo moral», dicen sus editores. ¿Está de acuerdo? ¿Qué significa eso?

"Fue una generación con tres puntos de referencia clarísimos, que son el mayo francés del 68, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco y la guerra de Vietnam"

—No, no es un ciclo moral. Vamos a ver, yo como escritor he hecho lo que hacen todos los escritores: escribir de lo único que sé. Y lo único que sé yo es de haber llevado una vida completamente vulgar en España, donde no ha habido ni emoción, ni aventura, ni nada que dé pie a que me pueda un día convertir en un Jack London. Entonces, yo lo que he tratado en mis novelas transcurre en torno a la generación que entra alrededor del año 62 en la universidad. Fue una generación con tres puntos de referencia clarísimos, que son el mayo francés del 68, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco y la guerra de Vietnam. Así que sabía que iba a escribir sobre esa gente, acerca del núcleo social de todas estas personas, y lo que sucede es que como para mí lo histórico es siempre en mis novelas una referencia, pero no un análisis, pues entonces lo que he hecho, creando personajes, es una especie de crónica moral de esa generación.

—Es curioso eso que dice de la acción. Hay un momento en su libro en que uno de los personajes dice que la felicidad es lo que ocurre entre escenas de acción como Hatari. ¿Dirías que esa cita resume bien el espíritu de esta novela?

—Claro, es que Hatari es una película maravillosa. Es una película sobre los tiempos muertos. Los tiempos muertos que hay entre acción y acción, pero lo entretenido aquí no es la caza del rinoceronte, sino cómo viven entre ellos cuando vuelven de la caza y descansan y tienen problemas. La vida es un poco así.

—Arranca la novela con unos antecedentes bien curiosos, en los que Alberto Remolín recuerda sus impulsos eróticos como lactante.

—Es un homenaje a Laurence Sterne y a Tristram Shandy, ese personaje que, como sabes, empieza la novela hablando desde el vientre de su madre, mientras sus padres y su tío discuten.

—¿Pero no es también porque, como aseguraba Ana Rodríguez Fischer en la crítica que le hizo en Babelia, Mediodía en el tiempo es una novela sobre el deseo?

—Sí, sí. Yo creo que el deseo aquí es importante en todos los órdenes. El deseo de ser alguien, el deseo de compañía, el deseo de amistad, el deseo erótico… 

—Siguiendo con el deseo, la generación que llega a la madurez en los 60 exhibe en tu novela una doble frustración política y sexual. ¿Existía más impaciencia por acabar por follar que por acabar con la dictadura?

"Recuerdo que en la época difícil de la adolescencia, una de las cosas que decíamos entre nosotros era que follar no era un pecado sino un milagro"

—Claro, proceden del franquismo. Recuerdo que en la época difícil de la adolescencia, una de las cosas que decíamos entre nosotros era que follar no era un pecado sino un milagro. Me parece una anécdota muy curiosa porque explica el peso de la religión, el peso de las costumbres ñoñas sociales del franquismo, y al mismo tiempo esa escapada humorística que nos queda a todos cuando estamos desesperados.

—¿Sus personajes buscan encarnar tipos sociales representativos diferenciados?

—Lo que buscaba es que fueran cuatro tipos diferentes, no tanto por completar una panorámica general como por lograr una construcción más bien sinfónica. Esta es una obra de personajes.

—Mayo del 68 conmocionó a aquella generación que lo vivió de dos maneras, desde el entusiasmo o desde el cinismo. ¿Acertaron los cínicos que los entusiastas?

"Recuerdo muy bien cuando después llegó la Revolución de los Claveles la cantidad de gente que nos metimos en un coche y nos fuimos a Portugal para ver aquello"

—Aquello se vivió más bien desde las ganas de que sucediese algo semejante aquí en España. Recuerdo muy bien cuando después llegó la Revolución de los Claveles la cantidad de gente que nos metimos en un coche y nos fuimos a Portugal para ver aquello. Sufríamos por el deseo de que aquello nos sucediera también a nosotros y también la frustración por saber que nuestras condiciones lo hacían imposible. Todavía.

—A estos personajes la Transición les coge ya en plena madurez y por eso la enfrentan con escepticismo. ¿La Transición fue aquel momento en el que no había más remedio que hacer lo que había que hacer pero sin mucha pasión?

—Sí, era necesario entonces cierto escepticismo que nos defendiera de los inevitables desencantos que iban a venir. Saber que después del deseo llegaría el tío Paco con las rebajas. Y hay que aprender a esperar a ese tío Paco sin perder la cabeza ni volverte un reaccionario, sin enfadarte porque no ha sucedido lo que tú querías, y seguir viviendo de acuerdo con tus ideas y tus sentimientos.

—¿Ha influido de alguna forma a la hora de escribir sobre aquello que usted vivió el cuestionamiento sobre la cultura de la Transición que ha tenido lugar en España en los últimos años?

"Madurar es hacerse a la realidad. Hicimos lo que pudimos con lo que teníamos"

—El cuestionamiento en realidad empezó bastante pronto, como demuestra la polémica entre reforma y ruptura. ¿Quizá era mejor la ruptura? Tal vez. Pero la ruptura tenía un riesgo excesivo. Madurar es hacerse a la realidad. Hicimos lo que pudimos con lo que teníamos. Lo que debemos cuestionar es las cosas que estamos haciendo mal nosotros ahora, sin echar la culpa constantemente a la Transición.

—No hay aquí nostalgia, eso que ahora está tan de moda en la literatura española, sino otra cosa sutilmente diferente: memoria, ¿verdad?

—La nostalgia es espantosa. Es una especie de rememoración blanda e inútil de algo que lo convierte en falsedad añorada, mientras que la memoria es la realidad y la vida. Hoy la nostalgia en literatura es una rendición. Lo que los escritores debemos hacer es descubrir nuevas formas de expresión y dejarnos de tonterías.

—¿Nuestro panorama cultural sigue hoy colonizado como entonces por los que llama «semicultos»?

—El semiculto es un tipo muy peligroso, porque es el de la cultura de oídas no integrada dentro de sí mismo, pero que pretende con todo establecer su imperio desarraigado en el mundo cultural. El semiculto es un aprovechado que hoy sigue vivo.

—Usted, que ha conocido la industria editorial desde dentro y ha dirigido alguno de nuestros principales sellos, ¿qué diferencia diría a los editores actuales de los de antes?

—Diría que sustancialmente el negocio no ha cambiado mucho. Trabajé siempre para editoriales que creían de alguna forma en el papel redentor del escritor como transmisor de cultura. La edición puede ser ideológica, que es la más problemática, «gustológica», sujeta al buen gusto del editor en concreto o, finalmente, lograr publicar buenos libros de todo tipo y no perder dinero. Esto último hoy en España lo hacen los editores pequeños, porque hacen los libros con su tía y un cuñado, algo que antes no era posible. Mientras, la clase media desaparece devorada por la jubilación y los grandes grupos.

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Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Obviedades. Esta entrevista está llena de ellas. Claro que toda nostalgia es una rendición, una rendición ante el pasado. La más placentera de las rendiciones. El pasado de los 60 y 70 no hay que interpretarlo con los tópicos de siempre, es ya todo muy manido. Si no hay nada nuevo que decir, mejor callarse.