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José María Michavila: «A la izquierda se le cayó encima el Muro de Berlín»

José María Michavila: «A la izquierda se le cayó encima el Muro de Berlín»

El 15 de junio de 1977 se celebraron en España las elecciones para elegir a los representantes de las Cortes. Eran las primeras en libertad después de décadas de dictadura. La democracia asomaba por nuestro país, pero todavía quedaban restos del pasado: el dueño de un taller de ebanistería se presentó en el colegio electoral con los sobres de sus trabajadores para votar por ellos, «como había hecho siempre»; a varios interventores del PCE les querían impedir ocupar sus puestos en las mesas; y un votante amenazó con poner una denuncia si en su colegio la presidenta era una mujer. José María Michavila defiende la democracia con pasión y múltiples argumentos en su libro, La edad democrática (Espasa, 2022). Entre sus razones, destaca que cualquiera, independientemente de su origen social, puede llegar a donde se proponga. A las pruebas nos remite: él comenzó vendiendo enciclopedias puerta a puerta y acabó de ministro de justicia. Este antiguo diputado del PP es, entre otras muchas cosas, licenciado en Historia Contemporánea, y da clases de esta materia en el Máster de Humanidades de la UFV (Universidad Francisco de Vitoria). Michavila plasma sus conocimientos académicos de forma didáctica en su obra, gracias a una prosa limpia y sencilla, que nos lleva desde la Revolución Francesa hasta nuestros días en una tarde de sillón. Pero en su libro, además de grandes hechos de la humanidad —con sus correspondientes análisis— también hay otra historia, la suya, una biografía en la cual destaca sus filias y no oculta las fobias, recuerda los logros con nostalgia y los fracasos con indulgencia, prefiriendo los verbos a los adjetivos, en la que también relata los episodios más trágicos de su vida, como la muerte de su primera mujer. José María Michavila es ante todo un padre, como destaca en la primera línea de la información de la solapa de su obra. Toda su escala de valores se sustenta en la familia y la religión; y en la democracia, por supuesto.

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En Zenda hablamos con José María Michavila del poder transformador de la democracia, de Victor Hugo, Miguel Bosé y del placer de pasear por la Cuesta de Moyano en busca de libros.

—¿Por qué la Edad Contemporánea se transforma en la Edad Democrática en su libro?

"Lo que marca la Edad Contemporánea es la aparición de la democracia, que produce una transformación profundísima en la forma de estar el hombre en el mundo"

—Porque después de muchos años dando clases de historia contemporánea, nos hemos dado cuenta de que la Edad Contemporánea, que empezó en 1789 con la Revolución Francesa, ya ha terminado. No sé si acabó con el atentado a las Torres Gemelas, cuando cayó el muro de Berlín —y quedó derrotado el comunismo—, si fue con la invención del Internet y la inteligencia artificial o con la cifra redonda del año 2000. La realidad es que la Edad Contemporánea ya no es contemporánea de nosotros y hay que buscarle otro nombre. Igual que la invención del fuego y de la imprenta caracterizaron sus edades, yo creo que lo que marca la Edad Contemporánea es la aparición de la democracia, que produce una transformación profundísima en la forma de estar el hombre en el mundo.

—Esa mujer de la portada votando con el niño en brazos conecta con el título del libro, La edad democrática.

—Sí, la verdad es que la portada del libro es magnífica. Hay una mujer votando, pero en esa imagen estamos viendo a tres generaciones enfrente de una urna. Pero la portada dice más que lo del voto, porque la democracia, y esa es una tesis fuerte en mi libro, ha producido el mayor cambio en la historia de la humanidad desde el año 15.000 antes de Cristo. En la historia de la humanidad ha habido dos cambios radicales: el primero cuando pasamos de ser nómadas y cazadores a sedentarios, agricultores y ganaderos, una forma radicalmente distinta de vivir en el mundo; y el segundo se produce cuando pasamos de tener una expectativa de vida media de 25 a 35 años a conseguir que sea entre los 70 y 90 años, y eso lo produce la democracia. Esa democracia abre la sociedad, genera innovación, permite que quien nace hijo de un carpintero pueda ser investigador o que el hijo de un pastor pueda acabar siendo presidente del gobierno. Ese cambio que genera la democracia hace que se produzcan inventos revolucionarios que nos hacen vivir más y mejor, desde la penicilina hasta el motor de combustión.

—La Revolución Francesa lo cambió todo.

"Francia termina la Revolución Francesa con un tirano como Napoleón Bonaparte, que se convierte en un demiurgo que pone y quita reyes a capricho"

—La Revolución Francesa expande el modelo democrático, que en realidad nace en Gran Bretaña. Ese país, al ser unas islas, ha vivido siempre un poco aislado y no lo exportó, aunque ese sistema fue renovado por sus hijos en Estados Unidos. Francia funcionaba como la caja de resonancia de la cultura y la civilización europea, y por ese motivo es la que difunde esos principios. Curiosamente, Francia termina la Revolución Francesa con un tirano como Napoleón Bonaparte, que se convierte en un demiurgo que pone y quita reyes a capricho, con nepotismo, dando tronos europeos a sus hermanos. Esos son los paradigmas de la historia. Otro que cuento en el libro es cómo ha habido dos naciones, Francia y Alemania, que han aportado muchísima cultura, poesía y música al mundo, pero ambas también han dado lo peor. Alemania también tuvo su tirano, Hitler, que provocó una gran masacre.

—En su obra cita las siguientes palabras del escritor Victor Hugo: «Llegará un día en el que las balas de cañón y las bombas serás reemplazadas por los votos». Con la guerra de Ucrania todo ese ideal que parecía haberse alcanzado se ha venido abajo.  

—A Victor Hugo le cito porque es un personaje apasionante y poco conocido en España. Fue un gran escritor y al mismo tiempo un destacado líder político, y fue diputado. Una de las cosas que afirmó es que llegará un momento en que no habrá guerras. Y es cierto, como él manifestó, que las democracias ya no inician guerras. Las democracias se defienden de las guerras iniciadas por los autócratas y los tiranos.

—Al hablar de la evolución de las diferentes naciones durante esa edad democrática, usted menciona cuatro guerras civiles en España. 

"En el año 1978 pasamos de una dictadura a una democracia haciendo una casa común en la que caben todos, y eso nos ha dado 40 años de progreso, de prosperidad"

—Hay muy poca memoria histórica. Hemos tenido tres guerras carlistas en el XIX y una civil en el siglo XX. Una de las razones por las cuales he escrito este libro es porque percibo entre los alumnos del máster de Humanidades, y también cuando voy a Harvard a un curso para ejecutivos —gente un poco más mayor, con experiencia laboral—, mucha angustia por lo que les va a deparar el futuro. Para entender adónde vamos y dónde estamos hay que saber de dónde venimos. En España hemos sido un país muy cainita. Si algún día alguien hace la crónica de las siete grandes maravillas de la democracia, una de ellas será la Constitución de los Estados Unidos, pero otra será la española, porque por primera vez en el año 1978 pasamos de una dictadura a una democracia haciendo una casa común en la que caben todos, y eso nos ha dado 40 años de progreso, de prosperidad, de empujar para adelante. Desgraciadamente, hoy parece que volvemos a romper todos los puentes de diálogo. Vuelve a hacerse difícil entenderse en el centro, y son los extremos los que tiran de los centristas.

—La democracia también tiene sus peligros. Cuenta en su obra cómo Hitler se sirvió de ella para llegar al poder. Hoy es utilizada por los nuevos populismos y movimientos más extremistas.

—Esto es algo que ocurre ahora en Europa y también en las democracias veteranas como Estados Unidos. La democracia es muy reciente, muy joven; tiene 150 o 200 años de historia, frente a una humanidad que tiene 250.000 de existencia. En este momento, la democracia tiene una crisis de adolescencia, de identidad. La democracia nos lo ha dado todo. Pero resulta que ha habido un momento en que nos hemos dado cuenta de que no podíamos gastar más de lo que teníamos. No podíamos vivir de prestado. Además, hay un mundo emergente que también desea disfrutar de los mismos bienes y beneficios que la democracia ha dado en los países occidentales. Y quienes han gozado de ese nivel de bienestar encuentran ahora una insatisfacción que es aprovechada por el populismo de derechas y por el de izquierdas. Ambos vienen de la ausencia de una explicación global del mundo, sobre todo el populismo de izquierdas. A la izquierda se le cayó encima el Muro de Berlín. La izquierda que dijo que iba a acabar con la pobreza y con la miseria en el mundo generó millones de muertes y hambre en la Rusia comunista, en la China comunista, en el Vietnam comunista. También en Camboya, en Cuba y ahora en Venezuela. Esa desesperación cuando tienes donde agarrarte te lleva a la frustración, a una confrontación que dispara contra la realidad. Y con el populismo de derechas pasa igual.

—Hace unas semanas, en un puente de Madrid ondeaba una bandera con el rostro de Stalin. 

"Es curioso cómo la izquierda se perdona a sí misma sus pecados"

—Es curioso cómo la izquierda se perdona a sí misma sus pecados. Cuando yo estudiaba en la Facultad de Historia, los que ganaron las elecciones para ser nuestros representantes en el claustro eran maoístas. En mi promoción de historia la mayoría era maoísta, y pensaban que Mao era un ser beatífico que lo que quería era acabar con la pobreza y la miseria. Luego se ha visto la cantidad de tumbas que se han abierto. Toda tiranía es reprobable, en términos éticos y de coste de vidas; todas. Pero en términos de coste de vidas, por cada 4.000 muertos que ha generado la tiranía comunista encontraremos dos o tres en las de derechas. Sin embargo, hoy los herederos de esos comunistas, y que todavía se permiten convivencias con lo que queda del comunismo, ponen el acento en el lado contrario.

—Asegura en su obra estar convencido de que la mayoría de la gente que entra en política lo hace pensando en el bien común. Eso choca con la teoría, tan extendida durante los últimos años, de las puertas giratorias.

—Mi experiencia es que hay determinadas profesiones que exigen un sacrificio, como puede ser la de un médico —que tiene una vocación de servicio a los demás— o una persona que entra en una orden religiosa. Yo también creo que la inmensa mayoría de las personas —por lo menos, las que yo conocí— que entra en política lo hace con una vocación de mejorar nuestra sociedad. Otra cosa es que se vayan dejando los ideales por el camino.

—¿Qué ha sentido cuándo ha visto a políticos con los que usted ha trabajado acusados y procesados por corrupción?

—Pues cuando se ha acreditado que había corrupción he sentido un enorme dolor. (Piensa durante unos segundos) Una de las cosas que cuenta el libro es que acusar se ha convertido en un negocio. Yo, por ejemplo, he visto a una persona a la que le han destruido su vida personal y profesional y su categoría moral. A Francisco Camps se le ha acusado de nueve delitos y se le ha absuelto de todos ellos. Le han perseguido, sin escrúpulos, utilizando la justicia y la prensa al servicio de una ideología.

—Usted participó en la elaboración de la euroorden que supuso un cambio en la lucha contra el terrorismo en el continente. ¿Cómo fue ser parte de aquello?

"Esta euroorden, junto con la ley de partidos políticos, permitió sacar de los pasillos de la democracia a los que se movían libremente con ellos, con la pistola en el bolsillo, y derrotar a ETA"

—Este fue un invento netamente español que surgió en una reunión de trabajo que tuvimos Jaime Mayor Oreja, Ángel Acebes y yo con el portugués António Vitorino, comisario europeo de Justicia e Interior de la Unión Europea en ese momento. Le explicamos que en la UE circulaban libremente servicios, personas y mercancías. Tu podías producir un vino español de Rioja y venderlo sin más en París, Bruselas o Barcelona. Y, sin embargo, algo tan importante como perseguir al terrorista que mataba en España y huía a Francia costaba miles de papeleos, porque la orden de detención de ese terrorista tenía que ser sometida a un proceso legal laborioso por parte de las autoridades judiciales francesas. Eso es lo que la euroorden vino a sustituir. Pasamos de la desconfianza a la confianza, de la extradición a la colaboración, para poder luchar contra los terroristas y los crímenes más importantes. Al mismo tiempo, se hizo un código penal europeo para perseguir los delitos más graves. Esta euroorden, junto con la ley de partidos políticos, permitió sacar de los pasillos de la democracia a los que se movían libremente por ellos, con la pistola en el bolsillo, y derrotar a ETA con la ayuda de la Unión Europea.

—¿De qué se arrepiente de su carrera política? 

—(Piensa). Nunca me habían hecho esta pregunta. Hay una cosa que eché de menos durante mis años en la política: a mí me hubiera gustado poder seguir dando clases en ese periodo. Me parece que hubiera sido muy beneficioso para mí. No hablo de dar clase ocho horas diarias, cinco días a la semana. Simplemente, tener un grupo de alumnos con los que tener un intercambio de ideas, entre gente que está en el gobierno con la gente joven. Luego hay un tema que me quedó pendiente y que me hubiera encantado mover más. En un momento dado tuve una idea: que un político, un diputado, tendría que estar obligado a dedicar una parte de su tiempo a una ONG, a ser voluntario en una tarea de inserción social, que le diese una visión de la realidad que a veces desconoce. Aquello no prosperó. (Risas) Y otro tema que siempre pensé es que, igual que hemos hecho el euro, igual que hemos puesto en común nuestras monedas, Europa necesita un empujón en otras materias. Europa está alicaída, está quedándose en el rincón de la historia, y uno de los motores para una Europa con más proyección y con más futuro sería hacer un bachillerato común europeo de calidad, que saque a los sindicatos y a los políticos aldeanos de la manipulación de los currículums y de la calidad de los estudios y que sea Europa la que impulse una formación de calidad para nuestros jóvenes.

—Su infancia y su adolescencia fueron austeras. Cuenta en el libro que sus «primeras perras» las ganó en el mercado de Legazpi.

—Sí (Ríe). Yo iba con dos amigos del colegio y hacíamos la cola para descargar las cajas de pescado. Y te pagaban en el acto, en monedillas o en billetes. Y la verdad es que fue una experiencia muy impresionante. No lo hacía porque tuviéramos hambre. Yo tuve una infancia austera, me crie en un piso de 84 metros cuadrados con mi padre, mi madre y mis hermanos, y la única bicicleta que hubo en casa fue porque la ganamos en un concurso. Pero buscamos unas perras porque queríamos viajar. En concreto, queríamos ir a Roma, al Vaticano. Luego hicimos otro trabajillo, que era editar una revista, de la que yo era el director, y la vendíamos a familiares y amigos. Todavía guardo algunos ejemplares en casa. Y luego en verano limpiábamos los botellines retornables de cerveza con arena de la playa y agua, los llevábamos en un carrito al supermercado y nos daban más «perrillas».

—En su biografía, antes de contar que fue secretario estado y ministro, lo primero que pone es que es padre de cinco hijos. Y en las primeras páginas del libro asegura que esto es lo más importante de su vida.

"He tenido la suerte de nacer una familia numerosa y de tener cinco hijos, de los que he hecho de padre y un poco de madre, al morirse mi mujer, Irene, cuando nace Juan"

—Sin duda. He tenido la suerte de nacer una familia numerosa y de tener cinco hijos, de los que he hecho de padre y un poco de madre al morirse mi mujer, Irene, cuando nace Juan. He convertido en ventaja una dificultad. Esto es lo que cuento en la introducción del libro con la frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, más bien derrota al mal con el bien». Ante una dificultad como la del desprendimiento de retina que tuve hice algo útil, como escribir esta obra. Y en el caso de la pérdida de mi mujer, ese hecho me ha permitido estar en el grupo de WhatsApp de las madres de los compañeros de mis hijos y he aprendido mucho de la sensibilidad y de la figura de la mujer. Y eso me hace contemplar con otros ojos muchas cosas. Por eso las anécdotas son tan importantes en el libro: presento la historia con anécdotas de mi vida, que hacen que se entienda todo mejor. Luego he tenido la suerte de volverme a casar con una mujer maravillosa que también tiene dos hijos, con lo cual ahora tenemos una gran familia, que es un proyecto maravilloso.

—¿Qué importancia tiene la religión en su vida?

—Tengo la certeza de que el hombre ha sido creado para ser feliz, que ha sido creado por Dios para ser feliz. Y que Dios te acompaña, te lleva de la mano, te protege y orienta para ser feliz. Esas decisiones éticas, morales, basadas en la certeza de que existe el más allá y la trascendencia te ayudan a ser feliz. La presencia de Dios en mi vida y en la de mi familia es un factor importante que espero conservar hasta el final de mis días.

—En esta obra narra encuentros con personalidades importantes como Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Nicolás Sarkozy y Karl Popper. ¿Quién le marcó más?

—Alguien cometió el disparate de hacerme secretario general, con 29 años, de una universidad que tenía 145.000 alumnos y 700 catedráticos. Yo tuve la suerte de aprender de gente como Popper, de divertirme con Shakira, Alejandro Sanz o Luís Figo, de trabajar a las órdenes de Aznar y de conocer a personajes como Gorbachov y Juan Pablo II. De todos ellos me quedo con Juan Pablo II, que fue una persona que marcó mi vida. Mi mujer —Irene— y yo tuvimos la enorme suerte de tratarle con cierta frecuencia. Creo que fue un hombre con un gran carisma, que acercó la religión a la juventud.

—Miguel Bosé también es amigo suyo. ¿Qué opinión le merece todo este conspiracionismo surgido durante la pandemia?

—(Risas) Miguel es un buen amigo del que discrepo sobre muchísimas cosas. Él es un hombre entrañable, un gran creativo, pero desde luego yo no estoy en la dinámica del disparate.

—Usted es un gran lector. ¿Cuál fue el origen de esa pasión?

"Empezamos con Emilio Salgari y Julio Verne, y luego Dostoyevski, más tarde Kafka y después Camus"

—Cuando era pequeño mi padre nos compraba libros, nos recomendaba lecturas y nos dejaba leer todas las noches antes de apagar la luz. Era una época en la que todo el mundo se acostaba con la radio, escuchando a José María García, pero mis hermanos y yo estábamos con los libros. Luego tuvimos una cosa maravillosa. Había un bibliobús que venía hasta donde vivíamos entonces, en la ribera del Manzanares. Cogías un libro y lo devolvías a la semana siguiente. Empezamos con Emilio Salgari y Julio Verne, y luego Dostoyevski, más tarde Kafka y después Camus. Les digo siempre a mis alumnos que la vida es breve, pero si lees es mucho más profunda y mucho más larga porque vives varias vidas.

—¿Sigue siendo un apasionado de la Cuesta de Moyano?

—Soy un fan. El otro día tuve que ir a hacer una entrevista cerca de allí, y llamé a un hermano mío para irnos juntos a la Cuesta de Moyano, y disfrutamos como enanos. Es un sitio que yo siempre recomiendo. Para la gente que no sea de Madrid, está entre el Retiro y Atocha. En el margen derecho hay una serie de librerías de segunda mano. Es una maravilla. Yo cada vez que viajo, sobre todo a Argentina y México, compro libros. Me traigo siempre una maleta llena de libros, principalmente biografías.

—Terminamos. ¿Hay más libros para los próximos años?

—No sé si atreverme con esa obra de la que hemos hablado, Las siete grandes maravillas de la democracia (ríe), o quizás seguir con La edad democrática II. Todavía queda mucho por decir de esta época.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Interesante libro para los amantes de la historia. Habrá que leerlo. Todos tendrían que leer que ni la Democracia la inventó el socialismo ni la Democracia Española del 78 la inventaron los socialistas. Tergiversar y retorcer la historia, que se dice. Y se está diciendo, recientemente (recuerden, hace muy poco, el trío espartaquista). Deberían tipificarse los delitos, las mentiras contra la historia.

Que cunda el ejemplo y se escriban más libros así. Recordar la Contemporánea pero recordar también toda la anterior. La de verdad.

Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Cuánto impostor. El tipo llena la boca de la palabra ‘democracia’ como si fuera mágica, como si llamando democracia a algo se convirtiera ¡plas! en democrático. Lo dice quien siendo ministro pactó con el entonces partido de la oposición el reparto del poder judicial, como se sigue haciendo hoy, en vez de permitir la independencia de la judicatura respecto de los gobernantes, que me suena es una de las condiciones sine qua non de un sistema liberal. A partir de aquí, lo que diga este señor es palabrería. Ya que cree en Dios, vaya haciendo penitencia, porque el daño que estos políticos han hecho a España está a la vista. Obvio la crítica a la estupidez de que Inglaterra inventó la democracia o de que lo fuera la Francia revolucionaria.