Foto de portada: Isabel Permuy
Suena mi móvil y descuelgo enseguida. “Perdona, es que no lo cojo si no sé quién me llama”. Él me ha llamado ya tres veces. “Yo no puedo permitirme ese lujo”, me dice. Al final nos hemos aclarado con un SMS. Quería cambiar el día de nuestro encuentro, para mañana mismo. Yo tengo muchas ganas de conocer a un hombre que queda en sitios discretos con gente que dispone de información explosiva. Aunque escribimos en el mismo periódico, nunca hemos coincidido.
“No hay una forma de hacerse periodista de investigación”, dice. “Yo ni siquiera soy consciente ahora mismo de ser periodista de investigación. Lo único que hago es buscar información que no haya salido; pero yo creo que todos los periodistas tienen esa obligación”.
La carrera de Olmo empezó con prácticas en Cartagena y estudios en Navarra, con más prácticas en Miami y El Mundo y más estudios, algún máster y Ciencias Políticas por la UNED. “Para mí ya era un logro poder ser periodista, sin más”. Su familia no tenía relación alguna con los medios. Los primeros días en Madrid los pasó en casa de unos amigos, durmiendo “sobre una alfombra”. También trabajó en cabeceras donde “el respeto a la verdad era un accidente”. Se negaba a firmar tantos artículos que nadie se acordaba de dónde escribía. De hecho, también escribía en una revista de caza y pesca.
El lugar del encuentro lo he elegido yo. Es una taberna popular, céntrica, muy conocida. No la nombro a fin de darle el apropiado aire enigmático a esta pieza. José María Olmo llega puntual y es muy alto, tiene algo de americano noblote que acude a Washington a ver qué puede hacerse. Esta primera impresión, bastante caprichosa, se verá sorprendentemente confirmada a lo largo de nuestra charla.
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—¿Cómo empiezas de verdad con el periodismo de investigación?
—Me hago periodista de investigación cuando llego a El Confidencial. Periodista de investigación consiste en contar aquello que los poderosos no quieren que se conozca, y que lo sepa la gente.
—¿No es ésa una visión demasiado inocente? Quiero decir: ¿en realidad la cosa no va de que alguien te filtre una información delicada? O sea, ¿de que te elija a ti para hacer público algo?
—No, mira, ¿sabes qué pasa? Todos los periodistas tienen fuentes, y todas las fuentes tienen intereses; todas. Algunas buscan hundir a un rival, otras buscan fama, otras sensación de poder o reconocimiento en su círculo privado. La función del periodista no es valorar si la intención de la fuente es buena o no, la función de un periodista es separar el interés de la fuente del interés del lector. Si lo que te cuenta esa fuente es relevante y es cierto tienes que contarlo, siempre siendo consciente de que trabajas para el lector, no para la fuente. Debes ser capaz de decirle a la fuente que ciertas cosas no se pueden contar, o no se pueden contar de esa manera.
—Entonces sí me dirías que tu trabajo se parece al que sale en las películas, como Todos los hombres del presidente, por ejemplo.
—Lo que cuenta Todos los hombres del presidente nosotros lo hacemos a diario. Nosotros nos reunimos todos los días con gente, y la mayoría de las veces no es la gente la que se pone en contacto con nosotros para ofrecernos información. Ojalá fuera tan fácil. Somos nosotros los que nos ponemos en contacto con gente para conseguir que nos cuenten cosas por las que ellos saben que corren un riesgo. Saben que si alguien descubre que están hablando conmigo su carrera profesional se puede hundir.
—¿Cómo aprendiste los protocolos de estas investigaciones y encuentros? La seguridad, el tacto, el secreto…
—Fue todo muy intuitivo, nadie me lo enseñó. Cuando yo llegué a El Confidencial se hablaba muy poco de la UDEF. Me pareció desde el principio que había un problema muy grave con la corrupción en España y había que contar eso. Y dejé de prestarle tanta atención al terrorismo de ETA o a los sucesos, y empecé a centrarme en la delincuencia económica, la corrupción, la responsabilidad de los políticos. Eso me llevó a abrir un terreno o campo donde no había experiencia previa en El Confidencial. Hubo grandísimos periodistas antes que yo, por supuesto, pero no había una agenda a la que me pudiera agarrar o alguien que me pudiera formar. Fue todo ensayo y error. Sabes que esa información la tiene gente que no puede hablar con periodistas, porque eso se descubre rápidamente. Tienes que darles seguridad. Pero una cosa es la seguridad que les des y otra la seguridad percibida. La fuente no puede pensar que tú estás en continuo riesgo, porque entonces piensa que si pone la información en tus manos le va a pasar algo malo. O sea, yo no puedo quedar contigo y hacerte dar tres vueltas a un parking, cuatro vueltas a una rotonda y que nos veamos en Segovia. Porque entonces tú vas a dejar de pensar que verte conmigo es seguro.
—¿Cómo se producen estos encuentros?
—Es bastante natural todo. No quedas por ejemplo en horas de trabajo, para que los superiores no noten su ausencia. Hay personas que tienen una disponibilidad u otra, pero muchas veces quedas en horarios donde en su oficina no se les eche en falta. El lugar suele ser el interior de una cafetería discreta, los sitios menos de moda que te puedas imaginar. Normalmente dejas que la fuente elija el sitio. De lo que se trata es de que esa persona se sienta cómoda, lo que quieres es que no haya un factor externo que pueda echarlo todo a perder. Me ha ocurrido estar con una fuente y que aparezca alguien que conoce. Eso es lo peor que te pueda ocurrir.
—¿Entonces no te saboteas a ti mismo saliendo en la tele, por ejemplo, siendo un rostro conocido?
—Salir por la tele tiene la parte positiva de que promocionamos la información y nuestra cabecera: es bueno que la tele hable de nuestras exclusivas. Dejar de ser anónimo no es un buen negocio, eso está claro, no lo necesito, la televisión no me da información. Pero el problema no es que me conozcan a mí, es que conozcan a la otra persona.
—¿Qué ganas con los años de experiencia?
—Con la experiencia ganas seguridad, serenidad, confianza, porque eso es importante, porque si tú llamas a una fuente con la necesidad de conseguir una noticia como sea, probablemente lo que vas a conseguir es transmitir nerviosismo y no vas a darle a esa persona la tranquilidad que requiere poner en tus manos una información explosiva. La mayoría de la gente desconfiaría de alguien así. Eso es clave. Tú en el fondo tienes que ser capaz de tener una información y no publicarla hasta que no tengas todos los elementos necesarios y, además, hasta que la fuente no se sienta segura.
—¿Las fuentes son mayoritariamente hombres o mujeres?
—Más hombres. Como un 90%. Pero piensa que una parte del trabajo tiene que ver con gente en puestos directivos, y ese cambio igualitario no ha llegado a las capas más altas del ministerio de Interior o de la judicatura o de la fiscalía. O del mundo de la abogacía.
—¿Tu vida se rige por medidas de seguridad excepcionales a fin de protegerte?
—No, no diría. En realidad hago una vida bastante normal. Sí utilizas sistemas, tomas medidas, pero no tanto como… El hecho de haber publicado sobre tantas personas, tantas grandes empresas, tantos partidos políticos, tantos poderes, te convierte en un objetivo suyo. No nos vamos a engañar. Soy consciente de que soy un objetivo. Intento llevarlo con naturalidad. Prefiero no pensar en ello, porque si pensara en ello y tuviera algún tipo de temor no podría seguir haciendo lo que hago. Además me parece injusto ponerme en esa tesitura cuando hay países donde a los periodistas los matan. Tomo precauciones, claro. Pero en México matan a 80 periodistas al año. Me parece patético que un periodista de España se ponga a llorar por estar sometido a esa presión.
—Supongo que una forma de atacarte sería revelar algún secreto tuyo…
—Pero mi vida es muy normal, tampoco tengo nada que ocultar, mi vida es muy aburrida. Como llevo una vida bastante normal de padre de familia no tengo nada que ocultar y me siento empoderado para contar estas cosas. Intento tener cuidado para que nadie tergiverse lo que publicamos o genere algún tipo de información que ponga en peligro el secreto de mis fuentes. Eso es lo que de verdad me preocupa.
—Diría que tu obsesión son las fuentes.
—Es que no hablamos con políticos, con empresarios, hablamos con gente que está dispuesta a contar lo que sabe a riesgo de hundir su carrera o incluso perder su salario. Yo no entiendo la vida de otra manera: el periodismo intenta denunciar los abusos.
—Yo pensaba que ibas a tener un punto mayor de cinismo, y te veo casi como un personaje de Frank Capra, de Caballero sin espada…
—Casi me preocupa que me veas como alguien bueno (ríe). Al final también hay un componente de utilidad. Muchas fuentes se conocen entre ellas. Si yo traiciono a uno, va a saber la gente que no tengo palabra. Aquí no se firman contratos, es todo de palabra. Si eres fiable entonces eres creíble, y tus noticias tendrán impacto por tu credibilidad. Otro asunto es dejarme la ideología en casa, lo llevo a rajatabla.
—¿Y no ocurre que casualmente un año sólo salen casos de Podemos o del PP? En ese contexto, ¿tratas de compensar?
—Sí, sí ocurre. Y sí lo hago, lo de compensar, no me gusta que me encasillen en un bando. Además creo que se producen abusos en todos los ámbitos. La corrupción y las irregularidades y la información que hay que descubrir pueden estar en cualquier ámbito. Y también creo que parte de esa credibilidad tiene que ver con no formar parte de una trinchera. Hay medios que solo investigan la corrupción de un bando, y eso no es ser periodista de investigación, eso es ser propagandista. Yo me considero monárquico y hay gente que dice que Juan Carlos I está en Abu Dabi por mi culpa. Puede ser. Yo he hecho mi trabajo.
—¿Juicios has tenido muchos?
—Sí, muchos.
—¿Cuántos?
—Debo de llevar unos diez. La primera vez lo pasé fatal. Pero no son juicios, son querellas. Aunque suelen ser por revelación de secretos, y para mí no hay mayor honor que estar imputado por revelación de secretos. Es mi objetivo.
—Me llama la atención lo de avisar antes. Tienes todo listo y entonces llamas a la persona implicada y se lo cuentas. No sé por qué, me parece raro.
—Creo que es mi obligación hacerlo. Tú tienes informaciones, pero nunca son blancas o negras, puede ser que te hayan engañado.
—¿Te ha pasado alguna vez llamar y que esa llamada paralizara la exclusiva?
—Sí, sí. Pero no por amenazas, sino porque te dan una explicación creíble sobre por qué esa información no es cierta. En cualquier caso, esa persona tiene derecho a enterarse antes que el resto de los españoles, para tomar las decisiones personales que estime oportunas, o para darse la oportunidad de explicarse.
—¿Ese es el momento más complicado de todo el proceso?
—El momento más complicado es cuando le das al botón para que se publique algo. Personalmente el más complicado es ése. La llamada no es sencilla, claro. Cuando estás publicando estas cosas constantemente, por supuesto que empatizas con la persona afectada, con la persona de la que vas a contar algo. Si no empatizaras serías un psicópata. Al final llego a la conclusión de que esa información debe ser conocida. Y que por mucho que esa persona vaya a sufrir, es mayor el bien que haces a los ciudadanos explicando algo que ha hecho que callándotelo. Hay una responsabilidad, no puedes evitar pensar que, por ejemplo, con todo lo que he publicado sobre Juan Carlos I, a lo mejor le he provocado algún insomnio, pero los españoles tienen derecho a saber lo que ha hecho. Al final se trata de ponerlo todo en una balanza y aplicar el sentido común.
—¿La decisión la tomas tú o entre todos en el periódico?
—Se toman estas decisiones entre todos, claro. Y aplicamos un criterio. Un periodista de investigación sin control puede destruir el bar de la esquina porque descubre que vende cerveza Mahou en lugar de Alhambra, o algo así. Lo puedes hacer. Pero ¿qué sentido tiene destrozar la vida de una persona por algo tan nimio y que tiene tan poco valor social? Nuestro trabajo también consiste en eso. En calibrar la importancia de las noticias que damos. Tiene que ser relevante, de modo que las consecuencias en la vida de esa persona estén justificadas. Tiene que ser relevante y tiene que ser cierto. Pero el periodismo no es una ciencia exacta, y eso no quiere decir que esté permitido el error, no lo está, pero aunque tú hagas todos los chequeos, siempre te va a quedar un 0.5% de miedo a que el papel que te han dado con una firma haya sido una reconstrucción, a que te haya llamado alguien haciéndose pasar por otro… Es un temor que las personas que damos exclusivas vivimos hasta el último instante, por muy irrefutables que sean las pruebas.
—Incluso después de muchos años…
—Claro. De hecho, cuanto más conocido eres, y más odio te tienen o más noticias delicadas has sacado, más miedo tienes de que una persona intente hacer cosas de este tipo para destruirte, porque al final como periodista lo único que tienes es tu nombre, tu firma. Si alguien destruye tu credibilidad o la destruyes tú mismo equivocándote en algo que no debes, pues se puede terminar tu carrera. Yo no publico todo lo que me llega como una metralleta, evidentemente.
—¿Qué haces con la información al principio?
—Tienes que tener en cuenta que la fuente no es periodista. Su información tienes que valorarla, procesarla y explicarla para que la entienda la gente. Y eso lleva un tiempo. La información sobre Piqué y Rubiales no estaba escrita en forma de artículo. Era una información ingente, terabytes de información, y ahí hay que encontrar la noticia, saber lo que es relevante y lo que no, separar la parte personal, morbosa, de aquello que de verdad tiene que ver con el fútbol en España. Es un proceso laborioso. No es coger y, hala, publico lo primero que llega a mis manos, sin contrastar ni nada.
—Permíteme un comentario escéptico: ¿no tienes la sensación de que, al cabo, no pasa nada, con tanta exclusiva y tanto escándalo?
—Yo creo que estamos en una era de consumo de información rápida. Y las exclusivas han entrado en esa rueda. Yo creo que publicamos exclusivas muy importantes, muy potentes. Afectan a asuntos muy importantes. Si los programas de deportes se tiran dos semanas hablando de si ha sido penalti o no, imagínate que un jugador que está en esa competición haga negocios con el responsable de la competición, realmente no puede haber nada más escandaloso que eso. Pero es verdad que hemos entrado en una rueda donde todo se olvida rápidamente, pero tiene que ver con la dinámica en la que estamos. La historia tiene que empezar y terminar en la misma semana.
—Quiero decir que muchas veces ni siquiera dimite nadie.
—Creo que vivimos una época muy buena hasta el año 2018 o así. Hasta 2018 un político que era imputado tenía que dimitir automáticamente hasta que resolviera la sospecha sobre él. Pero desde que llegó el gobierno del Partido Socialista y Podemos eso cambió. Nosotros provocamos la dimisión de Màxim Huerta, al contar que había ocultado una investigación de Hacienda. Luego dimitió Carmen Montón por lo del master. Nosotros contamos que el acta de Cifuentes era falsa, y se tuvo que sentar en el banquillo por eso. Hace no tanto tiempo los políticos asumían responsabilidades por las cosas que pasaban. Lo de las tarjetas black tuvo un impacto tremendo en la gestión de las cajas de ahorros y de los bancos. Lo papeles de Panamá fueron fundamentales para cambiar el modo en que funcionan los territorios offshore… Provocó que muchas fortunas descubrieron que su dinero nunca iba a estar oculto para siempre. Muchas veces la información tiene un efecto disuasorio. Pero que cambien las cosas no tiene que ver con la información sino con lo que quiere hacer la fiscalía de turno o con el poder que tenga la persona afectada. No podemos medir la calidad de una información en función de las consecuencias que tiene. Porque Rubiales en cualquier otro país tendría que haber dimitido. Boris Johnson tendría que haber dimitido.
—Tengo la sensación de que nada cambia, ni aunque se descubra que se han comido a un niño…
—Hay políticos que aunque se descubriera que han violado a un niño en la Gran Vía a plena luz del día tampoco dimitirían y nadie pediría que fueran cesados. Pero los periodistas no estamos para quitar y poner gobiernos, no estamos para provocar dimisiones, estamos para informar a la gente, punto. Y en una democracia hay formas de asumir responsabilidades. Depende de los ciudadanos, la memoria que tengan, la calidad democrática que exijan.
—Ahora estás escribiendo un libro sobre Juan Carlos I…
—Sí, para Libros del KO.
—¿Tú mismo qué lees?
—A mí me gusta mucho la literatura norteamericana, Norman Mailer, por ejemplo. Pero me cuesta mucho trabajo leer novela, algo que no esté pegado a la realidad. Tengo poco tiempo para leer, intento leer… Leo desde la envidia, desde el rencor.
—¿En qué sentido?
—¿Cómo puede este tío hacer algo tan bueno como esto? Si algún libro no me genera esa sensación, lo dejo. George V. Higgings, por ejemplo, La rata en llamas, Mátalos suavemente, Los amigos de Eddie Coyle. Es Dios. Creo que era un fiscal de Boston, lo tienes en Libros del Asteroide. Es imposible hacer diálogos mejores que esos. Limónov me fascinó. También Alto riesgo, de Richard Russo. Richard Russo me encanta. También Richard Ford en El día de la independencia. Yo leía mucho a Vila-Matas, también. Pero llega un momento en el que el mundo real es distinto. Chirbes lo he empezado y no he conseguido terminarlo. Y seguramente es una voz que encaja en las cosas que te voy diciendo.
—Sí, encaja bastante con Crematorio. ¿Algún otro?
—Envidio a John Fante. Scott Fitzgerald no me transmite nada. Tom Wolfe, Lo que hay que tener. Un libro sobre la carrera espacial. Es una precisión de la que obviamente aprendes. En libros del KO leí La banda que escribía torcido, sobre el nuevo periodismo. Hay muchos autores que yo no conocía. Por ejemplo cómo empiezan los corresponsales de guerra. Es una figura muy curiosa históricamente la del corresponsal de guerra que cuenta la verdad y se produce un conflicto entre lo que él cuenta y lo que le interesa a su propio ejército.
—¿Tú dirías que te apasiona tu trabajo?
—Yo he estado trabajando de reponedor en un supermercado y con mi familia recogiendo almendra, y estás todo el día mirando el reloj y no parece que pasen los minutos. Pero cuando eres periodista pasa lo contrario, miras el reloj para que no pase tan rápido el día. En el periodismo de investigación no se trata de ser brillante, se trata de ser constante. ¿Cómo encuentras las historias? Pues insistiendo. Yo he llegado a estar dos años detrás de una historia. Yo tengo una historia ahora que llevo año y medio, que la tengo, pero quiero que alguien me la confirme.
—Y en este punto, ¿cuánta gente sabe lo que estás investigando?
—Pues a veces más de la que debería. Porque cuando tienes una historia que es muy grande, o que tú crees que es muy grande, cuesta mucho trabajo no contarla. Al final se la acabas contando a alguien.
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