En la conversación con el humorista, admirador de Quevedo y de la generación de La Codorniz, hay poco chiste, mucha reflexión y un puñado de lecturas.
José Mota (Montiel, Ciudad Real, 1965) reivindica las virtudes de la España rural, lamenta la inexistencia de una Amarcord o un Cinema Paradiso patrios y recita a Quevedo de memoria: “Ya formidable y espantoso suena / dentro del corazón el postrer día…”. Habla emocionado sobre el bardo barroco, aquel feo genial al que sus enemigos llamaban “Quebebo” y que encontró en Ciudad Real, la tierra del humorista, encierro y muerte —en la Torre de Juan Abad y en Villanueva de los Infantes, respectivamente—. Este afable artesano mayor de la risa atiende a Zenda un día después de presentar en Jaén Abracadabra, la última película de Pablo Berger, y en la víspera de la emisión de su programa especial de Nochevieja, formato en el que, desde hace años, se desenvuelve como un monarca absoluto. Quedamos en un hotel cuyo hall parece sacado como de Parque Jurásico. Algunos admiradores interrumpen la entrevista para hacerse selfies con él. Mientras posa, una mujer dice que a ella la llaman “La vieja’l visillo”.
Antes de empezar la faena, hablamos del paisanaje manchego que compartimos y me cuenta que su padre escribió un libro de sonetos “precioso”. En la conversación hay poco chiste, mucha reflexión y un puñado de lecturas.
P: Señor Mota, ¿qué es el sentido del humor?
R: (Piensa) Sería muy pretencioso por mi parte intentar definir qué es el sentido del humor. Alguien dijo que definir el sentido del humor es como atrapar una mariposa con un poste de la luz. Es algo complicado. Tiene que ver con una medicina maravillosa que sana el alma y que recuerda que casi nada es para tanto. Las cosas, cuando pasan por su filtro, pierden cierto hierro y crudeza. Es una herramienta maravillosa para definir el entorno y nosotros mismos. El ser humano necesita el humor como beber agua. No entiendo la vida sin sentido del humor. Enfermaríamos, estoy seguro.
P: ¿En qué se diferencia el cómico del humorista? Una vez, alguien me dijo que Tip era cómico, pero Coll era humorista.
R: Uff… No, a mí me parecían los dos igualmente geniales. Fueron un milagro de la naturaleza, algo irrepetible. Para mí fueron los dos cómicos y humoristas. El cómico parece que abarca más cosas… No, yo creo que es un adjetivo con trampa. ¿Dónde empieza una cosa y acaba la otra? Es muy complicado hacer el corte.
P: ¿Se puede reír uno siempre de lo irrisorio?
R: Debemos reírnos, en primer lugar, de nosotros mismos. Para pegarle un palo bien dado al ego. Lo primero que tenemos que romper es el ego. El humor nos permite partir el ego, soltarnos y darnos cuenta de que casi nada es para tanto ni casi nadie. Lo digo como algo positivo: la sencillez puede anidar perfectamente en la genialidad que cada uno pueda tener. A mí no me compensa ponerme un traje de una talla que no es la mía. Mi buen amigo Pedro Ruiz decía, con buen criterio, que no compensa vivir la vida en playback. Está muy bien traído.
P: ¿Dónde pone usted sus límites?
R: Pienso que el sentido del humor tiene mucho que ver con los valores de cada uno y con su vara de medir interna. No me gustan los “prohibidos” en nada. Creo que eso debe ser una decisión voluntaria. ¿Yo? No me gusta bromear, excesivamente, donde haya dolor ajeno. Utilizo el humor como una herramienta de construcción. Quiero sentir y creer que cuando alguien cuenta un chiste, o yo intento contar algo que me pueda parecer más o menos gracioso, el mundo es un poquito mejor. Y que el humor sirva para construir. Aunque sea crítico, mordaz, negro… el humor nos eleva. Debe hacernos sentir más humanos.
P: Nuestro amigo Raúl del Pozo dice que España es el país «donde mejor se come, se canta, se ama». ¿También donde mejor se ríe?
R: La capacidad de reacción del público español para poner una tirita en la herida es inmediata. No sé si en otros países ocurre igual. Sucede algo y, al medio minuto, ya está la cura, el chiste, la broma. En España no sé si reímos mejor que en otros sitios, pero sí que lo hacemos muy rápido, y eso está muy bien. En cuanto a reírnos de nosotros mismos, yo creo que es un ejercicio de inteligencia y mola mucho. Un país con sentido del humor, para mí, es mucho más interesante.
P: ¿Hay un plus de mala follá en el humor español?
R: En todos los humores debe haber un plus de mordacidad, de ironía, de retranca, de miseria. El humor es tan amplio…
P: Usted popularizó el humor manchego o, al menos, sus expresiones, mucho antes que La hora chanante. Ahí están Tomás, el «estás podrío», el «ahora vas y lo cascas»… ¿Tiene denominación de origen el humor de nuestra región?
R: Yo creo que el humor, en su fondo, en su contenido, viene a contar las mismas cosas en todos los sitios. Lo que difiere es la manera. Sin duda, es importante cómo contamos. El humor manchego entronca mucho con toda la obra de Quevedo, con El Buscón. No sé quién influyó a quién, si Quevedo a La Mancha o al revés, lo cierto es que tiene esa retranca y esa triple pirueta el humor manchego. Te cuento una pequeña anécdota que define en parte, para mí, todo esto. Alguien va por la calle y llama a una puerta. El de dentro estaba durmiendo. Se despierta y pregunta: “¿Quién es?”. El de fuera dice: “Una limosna”. Y dice el de dentro: “Échala por debajo”. Eso define en parte el humor de nuestra tierra. Tiene mucha retranca, toneladas de ironía. A mí me encanta. Yo no sé si el paisaje termina por conformar el paisanaje. Quiero pensar que sí. Y que esa llanura tan grande al manchego le da una vista larga y un paso corto, y así hace del humor una cosa un tanto especial. Me gusta mucho la terminología manchega, la jerga, las costumbres, toda esa sabiduría que abracé de mis padres y mis abuelos… He intentado no perder la toma de tierra de lo que ha supuesto mi vida en Castilla-La Mancha. Me considero un afortunado en ese sentido, hay una gran sabiduría popular. Luego, la sociedad manchega, históricamente, cada duro que ha ganado le ha costado muchísimo. Y eso ha conformado una sociedad conservadora en lo que se refiere a la gestión del dinero.
P: La de veces que he oído a mi madre decir: “Tienes que ahorrar una peseta”.
R: Han vivido una vida muy distinta. Un pecado que hemos cometido en este país, sobre todo desde los años sesenta, por decirte un corte concreto, hasta el dos mil, fue que España dio la espalda a lo que tenía que ver con lo rural. Empezó a entrar el dinero en España y pensamos que las ciudades eran más interesantes que los pueblos. Es mentira. Yo abrazo Madrid a muerte, Madrid me lo ha dado todo, pero el no-ruido de Montiel, mi pueblo, al cual adoro, me ha dejado escuchar cosas que el gran bullicio de la ciudad no.
P: ¿Cuánto hay de Montiel en Alcafrán? Es como su Macondo.
R: Sí, justo. Me inventé un pueblo para poder contar cosas con absoluta libertad y sin tener el prejuicio de “esto puede sentar mal”, etcétera.
P: Yendo por el lenguaje: uno de mis gags favoritos es el que hizo para el especial de Nochevieja 2016 del año pasado, en el que Antonio Hernando hablaba de «pueblos y pueblas», «problemas y problemos», «soluciones y solucionas»…
R: Es simplemente una broma. Es verdad que, detrás de todo eso, hay cosas terribles como el machismo. Es una lacra con la que hay que acabar. A veces hay cosas que invitan a hacer una gracia, pero qué duda cabe que, históricamente, la mujer ha estado muy sometida. Yo entiendo que, aunque lentos, en la sociedad se están dando pasos positivos para la igualdad real.
P: ¿Qué pensó cuando TVE pidió perdón por el sketch del médico y el enfermo terminal?
R: Bueno, creo que TVE, de manera bienintencionada, lo hizo porque pudo pensar que esa pequeña broma pudo haber molestado a alguien. Evidentemente, te das cuenta de que es absurdo. Pero no creo que haya mala intención por parte de nadie. Conozco a la persona que hizo eso. Creo en la libertad de expresión. Estoy a favor de que, si alguien se sintió molesto, lo dijera. Claro que sí. Luego, en redes y en todos los sitios, la gente salió en defensa de lo evidente. Era absurdo. Te soy sincero: no me preocupó lo más mínimo.
P: Ha mencionado a las redes sociales. En un gag suyo, dos amigos se encuentran por la calle pero, en vez de saludarse y conversar, empiezan a chatear por WhatsApp.
R: Opino que el teléfono, que es una herramienta maravillosa y nos da mucha libertad, nos ha incomunicado. El teléfono, de lejos, nos comunica; de cerca, nos incomunica por completo. Cambiamos información por pedazos de nuestra vida. Tío, ¡te estás perdiendo el presente! Dejé de llevar cámaras de vídeo a las vacaciones porque me di cuenta de que no vivía. Luego, te das cuenta de que ese exceso de información es un grano de arroz en comparación con la pérdida de no haber vivido el momento. Hemos pasado a la excesiva información fotográfica. Fotos, fotos, fotos… que terminan reposando en un ordenador toda su puta vida, miles de fotos que no volvemos a ver. Y más, más, más, ¿para qué? Debe ser que mi alma es analógica. Echo de menos los álbumes. Cuando se abrían, había una comunión. La abundancia de las cosas hace que esas cosas pierdan valor. Por eso no hay estado perfecto en la vida. Yo abría el álbum, veía esas fotos físicas y tenían un valor absoluto; ahora es: foto, foto, otra… Ese es el peligro de la sobreinformación. Prima el ir deprisa sobre el reposo, la cantidad sobre la calidad. Lo que pasa es que es muy difícil apearse de este tiovivo al que lo han puesto a 45 revoluciones. Antes me gustaba más, cuando iba a 33. Te daba tiempo a ver el paisaje de alrededor. Ciento y pico gigas en el móvil. Más fotos, más vídeos. ¡Si no hay tanto tiempo! Al final, consumes sin digerir.
P: Pasemos al cuestionario literario. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
R: 1984, de George Orwell. Me encantó y me descubrió el gran poder de la literatura. Luego vi la peli, protagonizada por Richard Burton. Siempre las pelis pierden respecto al libro. La explicación es muy sencilla: la producción la pones tú en tu cabeza. Antes había leído otras cosas, pero el primer gran impacto fue ese.
P: ¿Le gustan las distopías? Por ejemplo, El acabose partía de un futuro postapocalíptico.
R: De aquellos polvos, estos lodos. Sí, es que ese libro me encantó. Y también Rebelión de la granja, del mismo autor. Y creo, fíjate, que Orwell se quedó corto: ahora mismo, ¿qué nos ocurre? Hay libertad, esa es la gran noticia: tú puedes utilizar herramientas como Twitter como te dé la gana. Pero también está la gente que televisa su vida continuamente con tal de ganar followers. No me salen las cuentas. Ahora mismo hay algo terrible: te has convertido en tu propio policía. Eres capaz de fotografiarte en todos los sitios y colgar tu vida. Orwell no imaginó eso nunca: que lo hagan terceros, vale; pero ¡que lo hagas tú mismo!
P: ¿Alguna obra que alimentara su vocación humorística?
R: (Piensa) La Codorniz, por ejemplo. Es la gran enciclopedia del humor. No se han dado cita más humoristas geniales en la Historia. Poncela, Fernández Flórez, Mihura, Gila… Luego le sucedió Hermano Lobo. Me llama la atención que esta gente estuvo escribiendo para Hollywood. Entonces, se hacían versiones de películas que habían pegado en el mundo sajón en versión española. Hollywood contrató a guionistas buenos para adaptar esas películas al español, y meter chistes, y se encargaban Tono, Mihura y toda esta gente. Eso tiene una película maravillosa en homenaje a estos grandes.
P: ¿Prefiere novela, poesía, ensayo…?
R: Depende… Me gusta mucho el soneto. He estado viendo hace poco una obra de Quevedo. Te voy a regalar una anécdota de Quevedo con Felipe IV. Pasaban por la puerta de un cementerio y, en el suelo, vieron una calavera. De una cuenca del ojo, nacía una rosa. Le llamó la atención al rey: “Fíjate, Francisco, qué ironía, la vida y la muerte juntas…”. Entonces, Quevedo compuso esto. Me parecen unos ripios maravillosos (Recita de memoria): “Rosa que mal naciste, / ¡qué fatal que fue tu suerte! / Al primer paso que diste / tropezaste con la muerte. / El dejarte es cosa triste; / el cogerte, cosa fuerte, / pues dejarte con la vida / es quedarte con la muerte”. Ese es Quevedo, amigo. Quevedo me parece tan grande como el que más. No le tiene nada que envidiar a Shakespeare o a Cervantes, que es otra maravilla de la naturaleza. Pero Quevedo está ahí.
P: En sus programas ha habido secciones como «El cansino histórico» o «Momentos muertos de la Historia». ¿Le gusta?
R: Me encanta la Historia. Mi padre, que ya no está, era también muy aficionado. Hace muchos años hicimos un estudio de investigación sobre el castillo de Montiel, donde murió don Pedro I de Castilla, fuimos al Archivo Nacional y estuvimos tres meses y medio recopilando visitaciones de la Orden de Santiago al castillo. Sacamos información suficiente para hacernos una idea de cómo era el castillo. Soy un apasionado de la Historia. Me gusta también la obra de Reverte por eso, porque se le nota que es un enamorado de la Historia.
P: Antes de que se me olvide: ¿ha sufrido a algún cansino contemporáneo?
R: Todos. Del amor al odio pasamos en unos segundos. No sólo el famoso: cuando le llevas la contraria a alguien, las cosas empiezan a cambiar. Afortunadamente, tengo que decir que la gente es respetuosa y cariñosa conmigo. Alguna vez me ha venido alguien, estaba comiendo, le he dicho “dame un momento” y no lo ha encajado.
P: ¿Qué obras conformarían la Santísima Trinidad de su biblioteca?
R: (Piensa) La primera, la que te he dicho: 1984. Por lo que supuso cuando yo la leí. Por cierto, también me pasó, en el cine, con Rocky. La vi con doce años y me impactó mucho. (Piensa) Por lo que han supuesto en mi vida, 1984, El Buscón de Quevedo y Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez.
P: ¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
R: Me gustó mucho San Manuel Bueno, mártir. Me gustó especialmente, me pareció desgarrador.
P: ¿Algún autor u obra que no soporte?
R: No lo diría nunca.
P: ¿Autor u obra con la que más se has reído?
R: La tournée de Dios, de Jardiel Poncela.
P: ¿Algún personaje del que se haya enamorado?
R: Decir uno es muy aventurado. Por ejemplo, me llamó mucho la atención Guillermo de Baskerville, de El nombre de la rosa. Y su ayudante, Adso.
P: ¿Alguno al que haya querido matar?
R: Tanto como matar, no sé, pero no soy de Harry Potter. Tampoco me mola Christian Grey.
P: ¿Qué está leyendo ahora?
R: Mira, acabo de terminar el especial de Nochevieja, estoy con un proyecto de ficción, he escrito un artículo para El Mundo sobre la herramienta del humor y su necesidad. Te lleva mucho tiempo hilvanar, escribir algo consistente. Leo mucho sobre la Guerra Civil Española: a Ian Gibson, a Paul Preston… Ya te he dicho que la Historia me encanta. Por cierto, he visto últimamente una serie documental que me ha impactado: Apocalipsis. Sobre la II Guerra Mundial. Me impactó: qué bien está hecha, con imágenes nunca vistas…
P: ¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
R: Los libros me otorgan el placer de conocer, de saber. He sido curioso toda mi vida. Disfruto aprendiendo, mucho. No hay mayor regalo que la inquietud por aprender. Revisito libros del cole con mucha frecuencia, fíjate. No hay una verdad absoluta; sí el placer y el máximo respeto a conocer lo que otros hicieron antes que tú. Y yo creo que, cuanto más conoces, tu toma de tierra es cada vez mayor. Sabes más de dónde vienes. Nunca lo vas a saber todo ni queremos saberlo todo, pero querer saber cosas es muy ameno y da mucho placer. Por cierto, se mete demasiada materia, bajo mi punto de vista, hoy en los coles. Me parece mucho más inteligente e interesante meter menos temario… Por ejemplo, que la Filosofía que dan esté menos memorizada y más razonada. ¿De qué me vale memorizar un texto si luego no lo he entendido?
P: Para finalizar, le traslado una pregunta de Raúl: que por qué no sale en el especial de Nochevieja de este año.
R: Porque ya ha terminado. Yo le sacaría. Mira, a Raúl muchas veces no lo he llamado por no molestar. Para mí es un lujo que El Columnista, con mayúsculas, esté en mi programa. Yo le quiero mucho, le adoro. Es una de las personas más generosas que me he encontrado, y la generosidad es un bien que aprecio mucho.
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