El crítico Francisco Solano escribió en Babelia, a propósito de La seducción (Galaxia Gutenberg, 2017), que hay autores que hoy, más que obras literarias, escriben productos sobre asuntos que nos conciernen sin importar si ofrecen una creación digna de crédito. A José Ovejero (Madrid, 1958) la reseña no le sentó bien: publicó una réplica para discutir sobre el papel del crítico en una sociedad corrompida por el mercado.
La seducción, la novela más reciente de Ovejero, es un thriller que surgió a partir de una anécdota que le contaron en un viaje que hizo a Montevideo en 2013. En esa ciudad, mientras promocionaba el Premio Alfaguara que acababa de ganar por La invención del amor, se enteró de que le habían dado una paliza por error a un chico hasta dejarlo en coma. Así nacieron Ariel, el narrador protagonista de la obra, y David, un joven que involucra a su mentor en una cruenta venganza. Hay manifestaciones, represión policial y el 15-M como trasfondo en una novela que bien podría llamarse La invención de la violencia. Si el premiado por Alfaguara es un libro sobre el poder de la imaginación para enamorarnos, éste trata sobre ese mismo poder para generar odio.
—No quise titularla así —cuenta Ovejero desde Madrid— porque podría parecer que intentaba aprovechar el éxito del Alfaguara. Me resultaba embarazoso.
—¿Le afecta lo que pueda decir la crítica o el público de sus obras?
—A todos nos afecta, aunque a veces finjamos que no. Me molesta cuando la crítica se convierte en un juicio personal y cuando está escrita con arrogancia.
—¿Qué es lo peor que se ha dicho sobre un libro suyo?
—Lo que más me ha molestado siempre es que supongan que he escrito un libro con intenciones puramente comerciales. Creo que después de mi carrera me he ganado el derecho a que no sospechen de mí en ese sentido.
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La carrera de José Ovejero tiene varios picos altos: además del Premio Alfaguara 2013, obtuvo el Primavera de Novela 2005 por Las vidas ajenas y el Anagrama de Ensayo 2012 por La ética de la crueldad, entre otros reconocimientos de menor prestigio. Su currículo le permite formar parte de esa minoría de autores que vive de escribir.
—A pesar de esos premios, ¿no cree que hace una literatura comercial?
—Toda la literatura tiene algo de comercial. Vivimos en un mercado, eso es inevitable. Es muy distinto vender lo que escribes que escribir para vender. Qué sucede: que son mis libros más asequibles los que han sido premiados. Es lógico. A mí me parece que La comedia salvaje (2009) o Los ángeles feroces (2015) son más interesantes que La invención del amor, pero no son esos los libros que reciben premios. Si yo quisiese vender libros no saltaría de un género a otro ni cambiaría de estilo.
El primer libro que publicó Ovejero fue de poesía. También fue resultado de un galardón. En 1993, obtuvo el Premio Ciudad de Irún por Biografía del explorador, un poemario sobre el viajero y periodista británico-estadounidense Henry Morton Stanley. Antes, había intentado sin éxito publicar. Envió manuscritos a editoriales que nunca le contestaron. Probó tantas veces que, cansado de innumerables rechazos, optó por abandonar la literatura. Sólo pudo dejar de escribir por unos pocos meses. Lo retomó e insistió con editoriales y concursos hasta que la decisión del jurado del Ciudad de Irún le confirmó que no debía darse por vencido.
—Esa fue la primera vez que tuve constancia de que a alguien le gustaba algo que yo había escrito después de tantos años en esto.
José Ovejero recuerda escribir poesía desde que era niño. Hijo de Antonio —un albañil que luego pasó a ser jefe de obras— y de Nilda —una ama de casa sin estudios formales que soñaba con ser escritora—, tuvo una infancia afectada por los miedos: a la muerte, a los demonios, a la enfermedad, a las pesadillas. Una colección de grandes clásicos, común en familias obreras como la suya, lo acercó a la literatura. Así leyó desde Odisea, de Homero, hasta La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.
—¿Y los entendía?
—Supongo que no entendería mucho de algunos de ellos, pero a pesar de todo los disfrutaba. Así como había páginas que se me hacían pesadísimas, había otras que me emocionaban como para seguir leyendo. Mi formación no es con libros para niños sino con ese tipo de obras. Tampoco tuve a nadie cercano a la literatura que me asesorara. No me relacionaba con grandes escritores ni con grandes lectores.
En la escuela, leyó a Francisco de Quevedo, a Miguel de Cervantes. También a autores más ligeros como Emilio Salgari o Richmal Crompton. Después llegaron Miguel de Unamuno y Friedrich Nietzsche. De a poco se hizo su propio canon. Ya en su adolescencia leyó Historias de cronopios y famas y quiso ser Julio Cortázar.
—Quizás el error fue ese: decir ‘yo quiero ser Julio Cortázar”. Todos mis primeros cuentos son malas imitaciones de él. Ya luego fui encontrando mi camino. Cortázar me enseñó que podía escribirse una literatura distinta a la que yo conocía.
—Después le pasó lo mismo con Peter Handke.
—Carta breve para un largo adiós me causó una gran impresión. La primera novela que escribí, que ya no existe porque la destruí, era al estilo de Handke.
Los padres de Ovejero no esperaban que su hijo se convirtiera en escritor. Quizás creían que sólo se trataba de un pasatiempo. Veían con escepticismo que pudiese ganarse la vida con la literatura. Su padre le sugirió que estudiara Derecho. Él decidió estudiar Geografía e Historia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
—Pensé que si iba a ser escritor me convenía saber sobre otros campos —explica—. Me interesaba la historia y decidí estudiarla sin tener muy claro qué iba a hacer con ello. Me suponía dando clases en algún instituto o algo relacionado.
Al terminar sus estudios, se marchó a Bonn, Alemania. Allá no dio clases en ningún instituto. Se fue de España porque se enamoró de una mujer que tenía dos hijas y trabajo. Ovejero se encargaba de la casa y de las niñas. Tenía 24 años.
—¿Y se sentía preparado para ser padre?
—Para mí todo era rarísimo: tener dos niñas con 24 años, ser yo el responsable de muchas de las situaciones de ellas. Era extraño pero a la vez muy intenso y divertido. Era la Alemania de las grandes manifestaciones pacifistas, del nacimiento del movimiento verde. Pasó que en un momento dado me dio miedo no volver a encontrar un trabajo nunca. Así que me puse a estudiar para traductor y lo dejé al cabo de dos años porque encontré un trabajo como intérprete de conferencias en Bruselas.
La etapa en Bélgica se extendió de 1988 a 2013. Tradujo conferencias de diversas índoles: desde charlas de expertos en carne picada a negociaciones de paz de la antigua Yugoslavia. Siempre del inglés, del alemán y del francés al español. En paralelo, escribía. Escribía de pie y con capucha, un antiguo ritual que no recuerda de qué escritor lo tomó, y guardaba sus manuscritos en un cajón o los enviaba sin fortuna a editoriales. Cuando por fin ganó el Premio Ciudad de Irún ya tenía dos novelas y dos libros de cuentos que no vieron la luz. Con el tiempo, los tiró a la basura.
—Hoy creo que muchas de las cosas que escribí no merecían publicarse y no se publicarán, pero lamento haberlos tirado porque me parece un poco injusto con el joven que era. Escribía mal, pero ese escribir mal es parte de mi formación y sin aquella mala escritura no habría llegado a escribir como hoy.
El nombre de José Ovejero empezó a hacerse conocido tras recibir otro galardón: el Grandes Viajeros 1998 por su libro China para hipocondríacos. Fue a partir de entonces cuando periodistas culturales se enteraron de que existía un traductor español que escribe. Comenzaron las columnas en prensa, las invitaciones a ferias del libro o a algún congreso literario que se hicieron más habituales tras el Premio Primavera. Llegar a vivir de la literatura le costó años de insistencias y de fracasos.
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José Ovejero vive hoy en Madrid. Se mudó en 2013 tras cumplir su etapa en Bruselas. Hoy sólo traduce la realidad a la literatura (su trabajo como intérprete lo dejó en 2001). Tiene pareja y 22 libros publicados: cuatro de cuentos, tres de poesía, dos de teatro, dos de literatura de viajes, dos ensayos y nueve novelas. Tiene inéditos otro libro de cuentos y un poemario y estrenó su primer documental, Vida y ficción, sobre por qué escriben los escritores. Se arrepiente de cosas: de haber sido objetor de conciencia en el servicio militar, por ejemplo —“tengo la impresión de haber contribuido en algo que hoy me resulta desagradable”, dice— o de haber publicado Huir de Palermo (1999) —“me parece una novela inmadura, en la que la voluntad de trasmitir un mensaje pesa demasiado”, juzga—. Como el protagonista de La seducción, necesita vivir experiencias para escribir. Hoy Ovejero vive y escribe, como en sus años de juventud.
—Escribir siempre fue importante para mí. En aquellos años, era una manera de pensar, de ahondar en mis propias emociones, de comunicar esas cosas que no sabía expresar en mi vida cotidiana, aunque luego no hubiese nadie a quien contárselas. Descubrí que escribir era una parte esencial de mi vida y que lo seguiría haciendo aunque nadie me leyese. Eso sí, me dan grima los escritores que consideran más importante la literatura que la vida. Yo necesito emociones intensas, que la vida me haga de apuntadora. Necesito salir de casa para escribir. Y lo seguiré haciendo mientras pueda.
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Fotos cortesía de: Disueño Comunicación.
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