José Ovejero se mueve con facilidad por esa delgada línea que separa la tragedia de la comedia, lo siniestro de lo divertido, la risa del llanto, y es de esos escritores a los que “les gusta mirar el lado monstruoso de la llamada normalidad, asomarse peligrosamente al hueco del ascensor. Le atrae lo raro, lo secreto, lo turbio, y le interesa trabajar con lo absurdo, con la extrañeza, con lo cruel”. En esos términos se expresaba hace unos días Eloy Tizón al presentar en Madrid Mundo extraño, el nuevo libro de cuentos de Ovejero, que regresa por la puerta grande a este género tras una década en la que sobre todo ha publicado novelas, ha ganado premios importantes y ha ido conquistando poco a poco la libertad que necesitaba para escribir los relatos que llegan ahora al lector, publicados por Páginas de Espuma.
En esos años, Ovejero (Madrid, 1958) abandonó casi por completo la escritura de relatos —salvo alguno que hizo por encargo—, entre otras razones porque le apetecía alejarse del corte realista que tenían sus libros de cuentos anteriores, entre ellos Qué raros son los hombres y Mujeres que viajan solas. La literatura es en buena medida “un proceso de aprendizaje” y él necesitaba “ir a sitios a los que no puedes llegar en un momento dado porque tienes un estilo, unas limitaciones”. “Yo creo que está bien tratar de romper esas limitaciones, y me empeñé en hacerlo con el cuento”, decía Ovejero en la librería La Central, al explicar el sinuoso proceso que ha seguido hasta encontrar “ese tono propio y esa mirada propia” que, según Eloy Tizón, hacen que los cuentos de Mundo extraño “sean muy reconocibles y únicos”.
Y, curiosamente, encontró el camino a través de la novela: “Normalmente —afirmó Ovejero—, se dice lo contrario, que el cuento es un espacio de experimentación, un laboratorio para luego escribir novelas. El cuento es ese espacio en el que uno juega y luego pasas a las cosas serias, algo que yo nunca me he creído. Pero de todas maneras lo que sí me quedó claro es que yo estaba haciendo el camino inverso”.
“Yo tenía una literatura que, en buena medida, definiría como psicológica, intimista, siempre un poco feroz, un poco con humor negro. Empecé a escribir una novela que se titulaba La comedia salvaje, en la que abandoné el realismo. En esa novela pasaban cosas extraordinarias, como que un seminarista vasco levitaba de gusto cada vez que hablaba en euskera, o que Ortega y Gasset, en medio de un discurso, se iba difuminando como si fuera un fantasma y desaparecía completamente. Y me di cuenta de que estaba pisando un territorio nuevo en el que me sentía muy inseguro. De hecho, estuve muchas veces a punto de abandonar aquella novela porque pensaba que todo eso era una sarta de tonterías, que sólo me hacían gracia a mí, pero la terminé”.
“Volví a una zona más intimista con La invención del amor (Premio Alfaguara de Novela 2013) y, luego, recuperé el tono poco realista con Los ángeles feroces, en la que lo importante eran las atmósferas. Entonces, fui descubriendo en la novela una libertad que no había tenido antes, y es con esa libertad con la que, por fin, me senté a escribir Mundo extraño”, dijo este escritor que ha alternado la novela y el cuento con la poesía, el teatro, los libros de viajes y el ensayo, y ha ganado también el Premio Primavera de Novela por Las vidas ajenas, el Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad y el Juan Gil-Albert de poesía por Mujer lenta.
El primero que, en la presentación, habló del “cierto afán de libertad” que se respira en los catorce cuentos y cinco piezas breves de Mundo extraño fue el editor Juan Casamayor, para quien este libro “surge del escritor más festivo, más explosivo, buscador de atmósferas, y del escritor más intimista, más reflexivo, buscador de psicologías. Y en estos cuentos aprendemos que si lo que nos rodea es extraño, es porque nosotros lo somos. En esa primera persona del plural hay algunos horrores y algunos disparates, ironía fina, humor punzante. La vida misma”.
Y el segundo en hacerlo fue Tizón, quien tiene muy claro que Mundo extraño es “la obra de un escritor de cuentos desobediente, es un libro insurrecto, que no se ajusta a la norma”, y no es fácil desobedecer cuando se trata de un género tan cargado de normativa como el cuento.
“Yo no creo —comentó Ovejero— que haya tantos decálogos sobre ningún género como hay sobre el cuento. Parece que no hay ni un solo escritor famoso de cuentos que no haya escrito un decálogo sobre lo que tiene que ser un cuento, y a mí esos decálogos me resultan divertidos a veces, pero no creo que sean muy pertinentes sobre todo porque, a menudo, los propios escritores que los hacen no los aplican. No es verdad, por ejemplo, lo de que no pueda sobrar ni una palabra, no es verdad lo de que haya que pensarlo todo dirigido a un final que se sabe de antemano, ni otro montón de cosas que he leído sobre cómo debe ser un cuento. Entonces, no me siento muy atado a esos decálogos ni al sentido canónico del cuento”.
Ovejero no tenía claro al principio el título de su nuevo libro de cuentos, ni sabía muy bien de qué iba a hablar en ellos, pero “sí tenía la idea de trabajar con esa parte un poco deforme que vemos en la realidad, y con esos seres que intentan sobrevivir a pesar de su enorme desconcierto ante lo que ven, ante su incomprensión del mundo”.
El desconcierto no lo sienten sólo los personajes de Mundo extraño. Lo sentirán también los lectores de este libro en el que conviven el amor y el dolor, la ternura y la crueldad, el humor negro, lo grotesco y lo desaforado. En palabras de Eloy Tizón, “los cuentos de Ovejero resultan tan divertidos como terroríficos. Pero no es que empiecen siendo divertidos y poco a poco evolucionen y se conviertan en siniestros, es que son siniestros y divertidos al mismo tiempo, desde la primera línea hasta la última. Es inevitable pensar en el cine de los hermanos Coen cuando uno los lee, y acordarse de esas escenas en las que lo que te están contando es atroz, pero lo hacen de una manera que a ti te hace gracia, o entras en ese espacio intermedio en el que no sabes si reír o llorar”.
El título del primer cuento, Mamá eligió para suicidarse el 24 de diciembre por la mañana, ya le indica al lector por dónde van a ir los tiros. Ese relato “espectacular y casi perfecto”, en opinión de Tizón, lo escribió Ovejero por encargo, para un volumen de cuentos navideños, aunque siempre pensó que de navideño tenía poco. Pero le sirvió para seguir experimentando por el camino que había decidido emprender: “Si alguien de mi mirada —comentó Ovejero— empieza a jugar con lo no realista, inmediatamente llega a lo grotesco, a lo desaforado, a esa imagen que suelo utilizar del espejo cóncavo convexo, esa forma de mostrar la realidad de una manera que la reconocemos, pero, sin embargo, está deformada, y lo está de tal manera que puede darnos risa o puede espantarnos”.
“Y con los cuentos un poco más delirantes —prosiguió el escritor— pasa eso: al deformar la realidad no es que me esté olvidando de ella ni mucho menos. Al contrario, yo creo que escribo porque la realidad me interesa, lo que pasa es que estoy mirándola de otra manera, y lo que hago en Mundo extraño es ir mezclando esas dos maneras principales de mi escritura, esa más desaforada, más exagerada, más de espejo cóncavo, y la otra más realista, de espejo plano pero empañado, porque uno con la literatura nunca puede mostrar la realidad, únicamente puedes sugerirla. Al final de lo que estoy convencido es de que la realidad, la verdad no está en la ficción, no está en lo que escribimos. La verdad, en todo caso, está en el eco que provocamos en el lector al leer lo que escribimos”.
La mujer del primer cuento, Mamá eligió…, tiene “ciertos rasgos de chifladura, pero a la vez despierta mucha empatía”, dijo Eloy Tizón, a quien le gustan de manera especial las “verdades absolutas” que va soltando la narradora. Una de ellas es: “Tener un marido dentista no te da derecho a mirar al prójimo por encima del hombro”.
Algunas citas de los cuentos de Ovejero ayudan a acercarse a su escritura, como sucede con las siguientes afirmaciones del narrador de Mens sana: “Me pierdo. El mundo es muy confuso porque suceden tantas cosas a la vez, pero yo solo puedo pensar una a un tiempo, y contar una a un tiempo, y entonces hay muchas que no estoy contando pero que son tan significativas como la que sí estaba contando”.
En Mundo extraño hay dos cuentos, el ya mencionado de Mens sana y el de Nunca me pasa nada, que impresionaron a Eloy Tizón porque están construidos a base de digresiones, es decir, “entramos en la conciencia de un personaje, que empieza a reflexionar y va saltando de una idea a otra sin ningún nexo de unión, mediante asociaciones libres de ideas. Y el cuento termina, y más o menos nos hemos quedado como estábamos. Simplemente, hemos hecho un viaje a lo largo de la mente de un personaje. Me encantan —añadió el autor de Técnicas de iluminación— porque rompen con ese tópico tan arraigado según el cual en el cuento tiene que producirse algún cambio de estado, el personaje debe evolucionar, experimentar algún tipo de mudanza, pero en estos relatos de Ovejero no se produce ningún tipo de modificación y son magníficos”.
En su nuevo libro, Ovejero va dejando pistas de su concepción de la literatura en algunos relatos, como sucede en el de Los escritores que más me gustan (“¿Es esto un cuento? No, pero qué más da”, afirma el escritor en la nota final). Dice así el narrador: “Lo malo es que algunos lo que de verdad sabemos hacer es escribir la fealdad, describirla con pelos y señales, darle carta de ciudadanía en el mundo y decir mirad, ahí está, eso somos, no os hagáis ilusiones”.
Y como broche final de la presentación de Mundo extraño, Ovejero leyó el espectacular comienzo del relato Orfeo en la Habana:
“TARANTINO ESTÁ EN LA ILIADA. La Odisea es Death Metal, ¿que no? Fíjate en la escena de Tiresias en el infierno o cuando el cabrón de Aquiles arrastra por el polvo el cadáver de Paris con los padres mirando desde las murallas de la ciudad sitiada. No hay nada más clásico que una guitarra dando aullidos. Entre Pynchon y Eurípides me quedo con el segundo. ¿Has leído a Aristófanes? Luego ves El club de la comedia y te cagas de aburrimiento”.
Fotos: Lisbeth Salas
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