Fotos: Nacho Alcalá
José Pablo García tiene la risa de los muy inteligentes o la inteligencia de los muy risueños. Más que en chistes, piensa en palíndromos, que es un oficio de la palabra muy noble en estos tiempos en que su hermano, el poeta David Leo García, ha ganado el rosco de Pasapalabra. Es escritor en viñetas, y su mundo viene tanto de Mortadelo y Filemón como de las grandes lecturas. Igual la línea clara franco/belga que Mingote, que todo es bueno para el background —que dirían los finos— de una leyenda, «Chpá», de la historieta hispana que ha llevado a la cuatricomía el bombardeo de Guernica, La Guerra Civil española de Paul Preston, las andanzas y desventuras de Joselito y, últimamente, Soldados de Salamina de Javier Cercas.
García ha vivido frente a la librería Alberti de Madrid, y desde el ventanuco alguna vez ha entrevisto a Mario Vargas Llosa con su par, la de los bombones almendrados y la costilla de menos. En su universo creador aparecen Tintín y Milú, pero también Corto Maltés y los cantautores indies y de culto como Antonio Luque —Sr Chinarro—, a quien le hizo la portada de un disco ataviado de guerrillero cubano, con su caqui verde y todo.
José Pablo García ve y mira y piensa y contesta a Zenda en un ático bohemio, el estudio de Nacho Alcalá, que prepara un refrigerio y crea la escenografía propicia para que García, inventor de la «palindrotira», desvele toda una vida de música, guiones, lapiceros y gente que merece pasar a la inmortalidad del tebeo.
—¿Cuándo comienzas a hacer historietas?
—Mi padre tenía una máquina de escribir Olivetti y yo disfrutaba mucho trasteándola. Así que encontré una excusa para cogerla creando, a mis seis años, unas publicaciones inspiradas en El Pequeño País y la revista Petete. Tenía que llenarlas de contenidos, pasatiempos, reportajes… y fue ahí cuando empecé a hacer tebeos, cuyos bocadillos escribía inicialmente a máquina.
—¿Tu primera forma de expresión fue ésa, la historieta, u otra?
—Dibujaba desde siempre, como todos los niños, pero no fue hasta los seis años cuando hice mi primer cómic. Luego estuve produciendo esas revistas hasta los diez, que fue cuando me “profesionalicé”: un compañero de trabajo de mi padre me ofreció colaborar en El Sol de Antequera, periódico que él dirigía. Ya tenía unas cuantas páginas de una serie que titulé Historia de la Humanidad, que no era más que mi versión de Historia de la Gente de Mingote, y estuve publicándolas allí durante 30 semanas, en la primera mitad de 1993.
—Es decir, tú con diez años leías a Mingote…
—Sí, tuve que leer todo el libro para adaptarlo, pero no me enteraba de la misa la media. Tampoco pillaba bien el humor de Mingote, era un crío, pero disfrutaba inmiscuyéndome en el mundo adulto y quizás hice todo aquello como un intento de que me aceptaran en él. Yo de niño ya tenía algo de viejo prematuro.
—¿Cuál ha sido tu primera patria?
—Mi zona de seguridad durante la infancia fueron los tebeos, claro, sobre todos los de El Pequeño País y los Súper Humor.
—¿Y tus influencias?
—La primera fue Mortadelo, como muchos de los que han acabado dedicándose a esto. Al personaje lo conocí primero por los Festivales de los estudios Vara, que veía compulsivamente, y cuando me trajeron los Reyes el Súper Humor nº 29, me vi empujado a imitar todos aquellos golpes, chichones, ojos amoratados y onomatopeyas. Luego han ido viniendo según mis gustos en cada momento: Jan, Crumb, Clowes, Chaland, Manel, Monteys… y muchos más de los que no soy tan consciente. Pero debido al ritmo de trabajo que tengo, y la naturaleza de estos encargos, mis preferencias lectoras actuales tienen poco o ningún reflejo en aquello que ando haciendo ahora. Tras mi primer cómic largo publicado, Órbita 76 (Dibbuks, 2013), tuve una pequeña crisis. No disfruté con el proceso y sentí cierto hartazgo del estilo que llevaba usando hasta entonces. Así que en la siguiente, Las aventuras de Joselito (Reino de Cordelia, 2015), busqué una coartada para no tener que ceñirme a una sola forma de dibujar. Como soy muy indeciso, resolví el problema mutando de estilo en cada episodio. Por eso es mi obra preferida, porque incluso los defectos que ahora veo parecen intencionados. A partir de ahí llegaron los encargos, y lo que trato es de buscar la forma más efectiva de transmitir cada historia, más que preocuparme por el estilo. En algunos casos, como en la La Guerra Civil Española (Debate, 2016) he tratado ser, en muchas de sus páginas, lo más aséptico que he podido, sacrificando toda intención autoral; pero una de mis asignaturas pendientes es encontrar unas señas de identidad propias, algo que sea inconfundiblemente mío.
—¿Es algo que te afecta?
—No mucho, pero encontrar un universo propio, con una caligrafía y normas que me pertenezcan solo a mí, debe de estar bien. Es una cosa pendiente que tengo.
—Exceptuando el dibujo, de todas las artes ¿cuál es la que más te ha influido?
—En la adolescencia dejaron de interesarme los cómics durante un tiempo y me centré en la pintura, buscando una atención y un prestigio que difícilmente lograría con lo otro. Pasé varios años pintando unos cuadros que iban del surrealismo trasnochado al expresionismo abstracto. Llegué a un callejón sin salida, no me llenaba lo suficiente y me di cuenta de que prefería narrar historias. La música es otro de los asuntos a los que más tiempo he dedicado. En esos años también aprendí a tocar el bajo y la guitarra y formé parte de algunos grupos. Fui cantante en uno de ellos, Isbert, donde interpretaba los temas que componía con mi hermano Alfonso, también miembro. Grabar canciones con el ordenador es una de las cosas que más me siguen divirtiendo.
—¿Cómo es la vida de un autor de cómics?
—En mi caso, un poco caótica. Trabajo desde que me levanto hasta que me acuesto, interrumpiendo la jornada más o menos dependiendo el volumen de trabajo que tenga. Soy un diletante, disperso por naturaleza, y me resulta complicado concentrarme en algo mucho tiempo. Trabajar en casa y tener acceso a internet no mejora para nada las cosas. Los plazos de entrega tan apretados me obligan a pasar varias horas sentado frente al tablero y la pantalla del ordenador, pero sin esa presión posiblemente no acabaría nada.
—¿Cuál fue tu primera obra?
—Si hablamos de obra larga publicada sería Órbita 76, con guión de Gabriel Noguera. Conocí esa historia a través de mi hermano David Leo, que leyó el relato de Gabriel en el que se basa y pensó que tenía muchos puntos en común con el universo y sentido del humor de mis historietas cortas. Yo también lo pensé, y me puse en contacto con él para proponerle hacer una obra conjunta. Nos presentamos con las primeras páginas a un certamen de la Junta de Andalucía y ganamos, lo que nos garantizó la publicación de la obra una vez terminada.
—Has hablado de tu universo. ¿Cómo es?
—Bueno, en todas las pequeñas historias que hacía por esa época solía partir de alguna ocurrencia original y sorprendente, a veces retorcida, y con cierto gusto por la cultura popular viejuna. Siempre había un par de giros decisivos en la trama, a pesar de la brevedad de estas historietas, que solían tener alrededor de cuatro páginas. Pretendía descolocar al jurado de los concursos a los que me presentaba, porque no tenía más ingresos que los premios por aquel entonces.
—¿Cómo creas las historias? ¿Cómo visualizas la narración?
—Suelo hacer una pequeña sinopsis, y seguidamente voy planteando las escenas con pequeños bocetos para ir componiendo cada una de las páginas y tener una idea global de todo. Pero cada libro tiene un proceso distinto, y no suelo repetirlo. Órbita 76, por ejemplo, es la adaptación de un relato corto. Pero como no me daba el mínimo de páginas que se exigía en el concurso, le pedí a su autor que añadiese algunas escenas más para darle mayor empaque a la historia. En las dos adaptaciones de los ensayos de Paul Preston, La Guerra Civil Española y La muerte de Guernica (Debate, 2017), el trabajo fue sobre todo de síntesis de los textos, para seguidamente buscar la imagen que explicase mejor y de forma clara cada uno de los acontecimientos, como cromos de un álbum. El guion de Vidas Ocupadas (Dibbuks, 2017), un cómic que hice por encargo de Acción contra el Hambre, tuvo un proceso distinto. Viajé durante diez días por Palestina, hice fotos y tomé notas. A la vuelta comencé a escribir el guion recordando anécdotas del viaje que me sirvieran como hilo conductor de la historia. Tenía como objetivo explicar el contexto histórico y político, las dificultades que tienen los palestinos en su día a día y la obligación de tocar una serie de asuntos ya de antemano previstos, como el problema del acceso al agua en Gaza o la situación de los beduinos en los asentamientos. Las aventuras de Joselito tuvo el proceso más raro de todos, pues fui estructurando el guión sobre la marcha. Me propuse que cada episodio tuviese un registro narrativo y gráfico distinto, de manera que abarcase gran parte de las escuelas que ha habido a lo largo de la historia del cómic. Lo que hice fue anotar en una columna los estilos que quería abordar (manga, superhéroes, underground… entre muchos otros) y en otra los distintos pasajes de la vida de Joselito que se iban a contar, y fui uniéndolos de manera intuitiva de modo que hubiese correspondencia entre el contenido de la historia y la forma utilizada. Esto me serviría un poco de guía, no sería del todo definitivo. Hasta que no me centraba en cada uno de esos episodios no sabía bien cómo iba a resolverlos.
—El mundo ajeno al cómic, ¿cómo recibe esta obra?
—Muy bien. De algún modo, pretendía crear un artefacto que pudiera interesar a un público lo más variopinto posible. Me dirigía tanto a los más eruditos del cómic, que iban a pillar las referencias y homenajes, como al público profano, porque no es necesario tener esa cultura previa para disfrutar de su lectura. La vida de Joselito ya era fascinante por sí misma, y el cambio de estilos servía para aportar matices a la narración. Aparecí reseñado en medios tan dispares como Qué Leer, Rockdelux, Cinemanía e incluso la revista Pronto, y aparecí hablando de él en programas como Cine de barrio y el informativo de La 1. También he tenido lectores que llevaban años sin coger un cómic, pero llevados por la curiosidad lo adquirieron. Es la obra que más satisfacción personal me ha dado, y gracias a la repercusión que tuvo pude vivir del cómic a través de los encargos que me surgieron desde entonces.
—Los llamas encargos y no creaciones.
—Bueno, sí, pero en ellos intento dar lo mejor de mí y llevarlos a mi terreno para sentirlos como algo propio.
—Y ahí es cuando llega La Guerra Civil Española de Preston, ¿no?
—Sí, un mes después de la publicación de Joselito, la editorial Debate me propuso la adaptación del libro de Paul Preston. A mí me parecía un disparate, pero como no tenía ningún plan alternativo dije que sí, sabiendo la enorme responsabilidad que era, lo inabarcable del tema y el poco tiempo que tenía para organizarlo todo. Yo hasta entonces era sumamente lento trabajando y este proyecto me exigía entre 200 y 300 páginas, así que tuve que aprender a agilizar mi método de trabajo.
—¿Debate había publicado antes cómic?
—No, ése fue el primero. Luego vinieron La muerte de Guernica, basado en otra obra de Preston, y la adaptación de Homenaje a Catalunya de Orwell, por Jordi Miguel y Andrea Lucio.
—¿No te parece que el tema está algo trillado? ¿Cómo lo planteaste?
—Es cierto que actualmente se publica muchísimo sobre la Guerra Civil, pero es necesario por el gran desconocimiento que existe aún sobre los orígenes y el desarrollo de la misma. En el cine español, por ejemplo, predominan una serie de obras que apelan más a lo emocional, y que tienden a ofrecer una visión simplista, mitificada y maniquea de lo que ocurrió. El cómic tiene un mayor potencial divulgativo, puede ofrecer más información sin aturdir al espectador, y es más inmediato y accesible. Yo no recuerdo haber estudiado la Guerra Civil en mi época de estudiante, y este libro está funcionando muy bien como material didáctico en bachillerato, pues las imágenes facilitan mucho este cometido. Y más ahora, con los móviles y demás elementos distractores.
—¿Cuánto tardaste?
—Siete meses, que me parecieron una eternidad. No pienso volver a repetir una marca similar.
—Y después de La Guerra Civil Española viene La muerte de Guernica.
—Más o menos. A pocas páginas de concluir La Guerra Civil Española, me llamaron de Acción contra el Hambre para proponerme el viaje a Palestina del que surgió Vidas ocupadas. Nada más volver de allí, me propusieron el de Guernica, en vista del éxito que estaba teniendo el de la Guerra Civil. Así que los dos siguientes los hice casi a la vez, y salieron a la calle con dos meses de diferencia.
—Tu último trabajo ha sido la adaptación de Soldados de Salamina al cómic. ¿Notaste algún cambio respecto a las obras anteriores?
—Bueno, el proceso fue muy distinto. Es una novela que ya han leído millones de lectores y ha sido adaptada al cine y al teatro, así que tenía que encontrar aquello que podía aportar el cómic para que esa adaptación tuviese sentido. Y me di cuenta de que se trataba de una obra con varios alicientes: los dos protagonistas, Javier Cercas y Conchi, tienen mucho de pareja de tebeo; los continuos saltos en el tiempo y las mezclas de géneros literarios me ofrecían muchas posibilidades a nivel visual; hay numerosos escenarios y personajes reales, documentos o portadas de libros, que pedían ser representados gráficamente; la autoficción conecta muy bien con cierta novela gráfica que se ha ido publicando en los últimos años… Esta adaptación es oportuna también porque el debate sobre la Memoria Histórica, de la que esta obra fue una de sus impulsoras, sigue más vigente que nunca.
—¿Qué opinas de la Memoria Histórica?
—Recuperar la memoria y escuchar los relatos que han pasado tantos años ocultos es indispensable para poder cerrar las heridas. No podemos entendernos como colectivo sin conocer nuestro pasado. Como el protagonista de la novela, que en su intento de desentrañar un episodio de un pasado que creía remoto, acaba encontrando el rumbo de su vida y la comprensión del presente.
—¿Cómo llevas las críticas? ¿Te ha puesto nervioso alguna?
—Lo que más nervioso me pone, y en esto seguro que coincido con cualquier autor, es el vacío mediático. Es preferible que te pongan a caldo que pasar inadvertido, pues eso puede significar la muerte de una obra. Con la de novedades que salen cada mes, mantenerlas en las librerías es casi un milagro. Si no arrancan bien las primeras semanas, se las traga la tierra.
—¿Has visto alguna crítica mala y constructiva?
—Es raro encontrar críticas negativas, porque los divulgadores de cómic suelen reseñar aquellas obras que les interesan. Los artículos no se pagan bien, y se publica tanta obra interesante que es un poco absurdo perder el tiempo con algo que, de entrada, no te entra por el ojo.
—¿Te gustaría también trabajar el humor gráfico?
—Me considero un humorista gráfico frustrado, pero ya ni me lo planteo. No me veo capaz de hacer chistes diariamente sobre la actualidad sin perder la cabeza.
—Otra de tus grandes aficiones son los palíndromos, que conviertes en viñetas a través de tus Palindrotiras… ¿Cómo surgen?
—Descubrí a los diez años lo que era un palíndromo, pero hasta hace relativamente poco no he aprendido a hacer los míos propios. La idea de llevarlos al cómic es bastante antigua. Tras varios intentos logré hacer una historieta de tres páginas titulada ¿Amar dará honor a varón o hará drama?, en la que todos los textos de apoyo y bocadillos eran palíndromos independientes, y donde se narraba una historia con un desarrollo coherente. Gané con ella un premio y todo. Años más tarde, Camilo de Ory me propuso colaborar en La Croqueta, una revista web que coordinaba, y así di forma a las primeras Palindrotiras, que consistían inicialmente en un cómic de una página que contaba una historia con un único palíndromo. Poco tiempo después abrí una cuenta de Twitter para ir subiéndolas todas, y a día de hoy llevo 350 hechas. Han ido evolucionando: ya no están dibujadas, trabajo con fotografías, y suelen estar contadas en una sola viñeta. El último paso ha sido ponerles música y cantarlas. Desde mediados de mayo estoy colaborando en el programa La flaneadora de M21 Radio, con tres canciones palindrómicas semanales. Iré subiendo todas las que vaya haciendo a la plataforma Bandcamp, donde ya pueden escucharse.
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