Pocas mujeres representan mejor la tragedia de entregar la vida entera a un hombre como Josefina Blanco, la actriz que se retiró de las tablas para apoyar totalmente a un marido, un intelectual que opinaba que el matrimonio perfecto era “aquel en que la mujer acepta íntegramente la interpretación del marido para toda cuestión política y literaria”. ¿Su nombre? Ramón María del Valle-Inclán.
En este Making of, Isabel Lizarraga Vizcarra desvela algunas claves de su Josefina, Valle-Inclán y su pleito de amor (Espuela de Plata).
***
Después de estudiar la figura de Clara Campoamor como periodista (La forja de una sufragista, 2019; Del Foro al Parlamento, 2021; y Clara Campoamor, de viva voz, 2021, en colaboración con Juan Aguilera, editorial Renacimiento) y tras publicar la novela Los casos de Clara Campoamor (Eunate, 2022), me vino a la cabeza un recuerdo brillante: la famosa abogada feminista, recién estrenada la Ley de Divorcio en 1932, había defendido a Josefina Blanco en su demanda de separación matrimonial de Ramón del Valle-Inclán. La sentencia de aquel pleito, dictada en diciembre de 1932, le concedía dicha separación y consideraba culpable al escritor, en aplicación de las causas cuarta y octava del artículo tercero de la reciente ley republicana.
Como profesora de Literatura durante muchos años, yo apenas tenía noticia de los motivos de esa separación conyugal, acaecida cuando Valle-Inclán contaba 66 años y Josefina 53, ni de sus efectos en la vida personal y familiar de los litigantes. Por otra parte, ningún manual escolar, ni tampoco universitario que yo supiera, indicaba en qué consistían aquellas misteriosas causas cuarta y octava. Así que me propuse desempolvar la Ley de Divorcio de 11 marzo de 1932 para satisfacer mi curiosidad. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que la primera de las dos situaciones se refería al «desamparo de familia sin justificación» y la siguiente a la «violación de alguno de los deberes que impone el matrimonio y la conducta inmoral y deshonrosa de uno de los cónyuges».
De repente, como admiradora incondicional de Valle-Inclán, se me atragantó que el «eximio escritor, pero extravagante ciudadano», en lugar de ser un Marqués de Bradomín inofensivo y pacífico, hubiera resultado para su esposa de toda la vida un cónyuge desatento, descuidado, de conducta inmoral y deshonrosa. Según los periódicos de la época, que no aportaban mayores explicaciones, Clara Campoamor había realizado un buen trabajo como defensora de Josefina.
Así las cosas, había que consultar la bibliografía.
Josefina Blanco Tejerina (León 1878-Pontevedra 1957) fue una actriz admirada que trabajó con las compañías teatrales más famosas de su época, desde sus comienzos con Emilio Mario a la temprana edad de cinco años hasta su consagración con María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Conoció a Valle a los 18 años, cuando él tenía 31, y se casaron diez años después. Durante este tiempo el escritor consiguió alejar a Josefina de las tablas hasta convertirla en la figura predecible de «esposa de un genio»: una mujer que decía no existir. En una entrevista realizada por Margarita Nelken en 1917, Josefina hacía una descripción de su propia fotografía: «Yo creo que la mujer de un escritor debe ser así, algo gris. Vamos, que no debe figurar para nada. Y, además, ¡yo soy tan insignificante!». Mientras tanto, triunfaba en la literatura y en la vida el genio de Valle-Inclán.
Tuvieron que pasar otros quince años para que Josefina, imbuida ya por el espíritu de las causas cuarta y octava de la moderna Ley de Divorcio, se rebelara contra su marido, al que escarneció como “Tenorio averiado” mientras le enviaba cartas con el título de “Marqués de Bradomín, autor de Divinas palabras y otras palabras menos divinas”. Después de bajar a los infiernos de la inanidad, Josefina consiguió sobrevivir a costa de su rebeldía, llegó a separarse del genio e incluso se lanzó a buscar trabajo nuevamente en las tablas. En este empeño escribía a un amigo común, Luis Ruiz Contreras: «Me ocupé de los demás para olvidarme de mí misma. Ahora me encuentro sola y no me juzgo apta para nada, pero tengo que vivir y busco la manera de trabajar».
De Josefina, poco más. Sin embargo, los estudios sobre Valle-Inclán son extensísimos, aunque muy pocos autores se ocupan de la relación con su consorte. Generalmente, se confunde la demanda de separación (ella era muy religiosa y no se quiso divorciar) con el divorcio, y se desconoce una segunda y real petición de divorcio, esta vez incoada por el propio escritor, que no se llegó a solventar porque el demandante murió en el intento, en enero de 1936, antes de que se celebrase el auto correspondiente. Los estudiosos de Valle-Inclán, como a mí misma me ocurrió antes de investigar a Josefina y escribir esta novela, culpaban sin discusión a la consorte rebelde. ¿A quién se le ocurre no cuidar del pobre Valle-Inclán y abandonarlo en la edad provecta? ¿Es que Josefina se había vuelto loca? Seguramente la pobre mujer sufría de unos celos patológicos, que le impedían valorar en su justa medida a su marido, un donjuán «feo, católico y sentimental», que podía permitirse impunemente cualquier tipo de extravagancia sin cargar por ello con ninguna consecuencia moral.
Desamparo de la familia sin justificación. Violación de los deberes que impone el matrimonio. Conducta inmoral y deshonrosa de uno de los cónyuges…
¿Estamos dispuestos en el siglo XXI a comprender la decisión de Josefina?
—————————————
Autora: Isabel Lizarraga Vizcarra. Título: Josefina, Valle-Inclán y su pleito de amor. Editorial: Espuela de Plata. Venta: Todos tus libros.
DE NUEVO EL MISMO CUENTO:
LOS HOMBRE SON MALOS, LA MUJERES BUENAS.
Uff… ¡¡¡que hartazgo de feministas!!!!