Quizá la gran audacia de Juan Carlos Ortega (Barcelona, 1968) sea la de reírse del de al lado, la de parodiar a los semejantes colectivamente, sin individualizar, maridando hiperrealismo y esperpento, como pasando un Antonio López cachondón por los espejos del Callejón del Gato. Haciendo cosas en la radio, ha formado parte de tripulaciones capitaneadas por gigantes como Javier Sardá –también en televisión, en Crónicas Marcianas–, Julia Otero o Jesús Quintero. Es el gran hacedor del “programa más insólito de las noches de la radio”, Las noches de Ortega, un espacio artesanal, originalísimo, “un respiro para la inteligencia” (Boyero) que la Cadena SER emite con nocturnidad y que triunfa en formato podcast como Los Chichos. Aprovechando que el también autor de libros como El universo para Ulises o Cómo superar las penas de amor con Newton ronda por Madrid —representa en el Teatro Bellas Artes su función Las noches de Ortega Show; próximas funciones: 21 de marzo y 11 de abril—, Zenda le entrevista para hablar de humor y de libros.
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—Si le digo Carl Sagan, ¿usted qué me dice?
—El mejor divulgador científico que ha existido jamás, sin duda. La persona que me motivó mi amor a la ciencia.
—Y si le digo Jesús Quintero…
—Sería un poco lo mismo en el sentido de que es otro ser humano que me motivó tantas cosas… Me motivó que viera la radio no como un entretenimiento, sino como una posibilidad de arte. Me enseñó que la radio era un lugar en el que se podía hacer Arte, con mayúscula.
—¿Cómo fue trabajar con Jesús Quintero?
—Me fui a Sevilla a trabajar con Quintero cuando hacía El lobo estepario, en Radio América. La emisora estaba debajo de su casa. En ese edificio, había un bar propiedad de Quintero; en la primera planta, la emisora de radio, que también era suya, y arriba, la casa. Me enteré de que iba a hacer ese programa, me fui a Sevilla, me presenté allí y sí, estuve tres meses trabajando, hasta que tuve que volverme. Tenía una novia y, tonto de mí, me apetecía más estar con mi novia que con Quintero (risas).
—El Loco de la Colina decía que siempre ha habido analfabetos, pero que los de hoy son los peores porque, en general, “han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen”. ¿Suscribe?
—Soy un poco más condescendiente que Quintero con los analfabetos. La gente tiene derecho a no acceder a la cultura si no quiere. No es una obligación. Lo peor es esa gente que, sin saber, actúa como si supiese. Eso sí me da rabia. Pero si no sabes porque no has querido saber, y no te las das de nada…
—También están los insoportables coolturetas, esa gente que te mira por encima o por debajo del hombro en función de si uno ha leído tal o cual libro…
—Sí. Existen. Es doble: por un lado, hay un sentimiento de superioridad de quien tiene cierta cultura; por otro, hay un sentimiento de superioridad de quien no la tiene. Hay gente que presume de no tener cultura y de no necesitarla. Esa gente que dice: “Me eduqué en la universidad de la vida”. Es decir, cualquier forma de superioridad, con estudios o sin estudios, es horrible.
—¿Nos ofendemos por encima de nuestras posibilidades? ¿El escándalo es el opio del pueblo?
—No creo que la gente ahora se ofenda más que antes. El umbral para ofenderse debe de ser el mismo ahora que hace quinientos años, seguramente. Ahora nos damos cuenta porque los ofendidos nos muestran su ofensa y nos lo dicen. Creo también que la gente tiene derecho a ofenderse, obviamente, pero que su ofensa no limite mi capacidad para crear cosas.
—A usted no le ha llegado ningún chispazo de los que provocan graves quemaduras, ¿verdad?
—No. Porque no miro redes sociales. Creo que, si las mirara, descubriría algo que no me gusta y podría asustarme. El humor que yo hago no sé cómo definirlo, pero creo que incluso las personas a las que parodio no se ofenden. Creo, ojo.
—A usted le gusta reírse de los de al lado. ¿Es este un ingrediente clave de Las Noches de Ortega?
—Sí. Más que reírme de los de arriba, me encanta reírme de los de al lado. A mí, la parodia, como género, me encanta. Uno debe parodiar lo que conoce. Y lo que conoce es la gente que tiene al lado, los suyos, los semejantes, los que ve cada día. Esa gente es maravillosa para parodiar. Sí, me encanta reírme de los de al lado. Luego está el tópico ese de que hay que reírse del poderoso siempre. Sí, pero, ¿quién es el poderoso? Muchos cómicos no saben bien bien quién es el poderoso. A veces, uno cree que el poderoso es la Iglesia y cosas así que tenían poder… ¡hace siglos!
—Hay que actualizar el software.
—Exacto. Hay que actualizar el software de lo que es el poder. Mucha gente aún sigue pensando que el poder está donde ya no está.
—Hay mucho humorista de corte…
—Sí, sí. Humoristas, periodistas, poetas, autores de teatro… Ha pasado siempre. Igual que en el franquismo había cómicos, poetas y escritores de la corte, ahora también.
—Puede ser una forma de mecenazgo encubierto…
—Encubierto unas veces…, pero también descubierto (risas).
—¿Alguna vez ha hecho un chiste con vértigo o remordimientos?
—No recuerdo un arrepentimiento mío por un chiste. Para evitar eso, lo que hago siempre es parodiar a colectivos, no a individuos concretos. Como nunca he hecho parodia de un ser humano en concreto, esa sensación de haber hecho algo malo no la tengo.
—Uno de sus programas más aplaudidos fue el que dedicó al mundo de la cultura. ¿Cuán hemos interiorizado en España que la cultura es de izquierdas? ¿Qué hacemos con gente como Juan Manuel de Prada o Luis Alberto de Cuenca?
—O con José Luis Garci, el mejor director de cine que tenemos. Para ellos, no forman parte del mundo de la cultura. No sé la causa de eso ni sé cuánto va a durar. Es cierto que, para mucha gente, la cultura es de la izquierda y no de la derecha. Es absurdo: hay cultura en ambos lugares, en ninguno más que en otro. Creo que todo se explica con el franquismo que hemos tenido. Como reacción lógica al franquismo, tenemos lo que tenemos. En otros países en los que no ha habido una dictadura de derechas antes, creo que la cultura está mezclada. O eso espero.
—Pasemos al cuestionario literario. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—Que recuerde, El universo de Asimov. Me encantó. Trataba un tema que me entusiasmaba. Leía aquello diciendo: “¡Qué bien que alguien haya dedicado tanto tiempo a escribir algo para que yo sea feliz!”. Es maravilloso que haya gente que se esfuerce desde lejos. Gracias, Asimov, por tu esfuerzo.
—¿Alguna obra o autor que alimentara su vocación humorística?
—Jardiel Poncela: La tournée de Dios o Eloísa está debajo de un almendro me gustaron mucho. La autobiografía de Mark Twain también me influyó mucho. Y los monólogos de Gila.
—¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
—Lo más cercano a eso sería El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Creo que es el libro que más me ha impactado. Describía las torturas en los campos de concentración. Decía que iban en fila india los judíos y que, al final, había un nazi con unas tenazas cortando dedos: “¡Siguiente!”, pac, “¡siguiente!”, pac. Hostia, qué espanto.
—¿Algún autor u obra que no soporte?
—Sí, pero soy tan escrupuloso que no podría decírtelo, tío. Me siento incapaz (risas).
—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?
—El pintor hiperrealista Rabo Karabekian, que es el protagonista de Barbazul, de Kurt Vonnegut.
—¿Alguno que haya querido matar?
—En El gran timo de las hadas, la última novela de Félix J. Palma, que es un autor que hace una ciencia ficción brutal, hay un malo muy malo al que no me hubiera importado matar.
—¿Cabe el universo en un libro?
—No. Eso lo utilicé en un libro… De hecho no fue mía, me la pusieron. Pero no, el universo no cabe en un libro. El universo no cabe ni en el universo. Es más grande que sí mismo, es una locura.
—Usted ha escrito varios libros. ¿Qué tal la experiencia de escribir?
—Me encanta. Editar, corregir… Hay una cosa como de nirvana, el mundo desaparece. Para mí, escribir es lo más cercano al nirvana que existe.
—Dos para acabar, Juan Carlos. ¿Está escribiendo algo ahora?
—Sí, y voy con mucho retraso. Me encargaron una novela hace tres años. Tenía que haberla entregado hace dos (risas), lo que pasa es que en la editorial son muy majos y no me presionan.
—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—No, pero algo parecido a eso sí. Lo encontré en un libro pequeñito de Bertrand Russell que se llama La conquista de la felicidad. Es lo más parecido a un libro de autoayuda escrito por un genio de la filosofía. Ahí sí que había algo.
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