Foto: ©Nines Mínguez
Juan del Val (Madrid, 1970) podría haber sido el obrero que levantó cualquiera de las casas que aparecen en Delparaíso, la urbanización más exclusiva y mejor resguardada de Madrid que da título a su tercera novela. Ahora el guionista, presentador y productor vive en una así y se sirve de ella para escribir las páginas de este libro. .
Del Val, que dice sentir necesidad de escribir incluso antes de conocer con exactitud las vocales, publicó en 2017 su primera novela, Parece mentira, y luego Candela, galardonada con el Espasa de Novela en 2019. Dos años después regresa Delparaíso, una novela que relata el día a día en una urbanización inspirada en La Finca. Casas deslumbrantes, coches de gente con dinero y que vive de espaldas no sólo al mundo del que intenta distanciarse sino también al propio.
El abogado Luis Prado y la galerista Eli Urquijo componen la primera familia en la que se despliegan una buena parte de la docena de historias personales unidas por las relaciones de los protagonistas, tres sucesos inesperados y por unos escenarios comunes. Abundan los conflictos de pareja, familiares, afectivos; la relación entre padres e hijos, así como dilemas morales que no consiguen esconder ni los muebles de diseño, tampoco las piscinas, las plantas acristaladas ni los lujosos coches aparcados en el garaje.
Al momento de contestar a las preguntas sobre la naturaleza, esta historia o su relación con la novela realista, Juan del Val rechaza de plano la excesiva intelectualización de su narrativa. Él, asegura, escribe como un acto emocional e intuitivo; descree de lo que él considera un cierto esnobismo literario y de cualquier postureo elitista.
Juan del Val, colaborador del El Hormiguero y tertuliano político de Ana Rosa Quintana, tiene una marcada pulsión por la polémica, y así lo deja muy claro en ésta y las entrevistas previas que han marcado la promoción de Delparaíso, publicada hace poco por la editorial Espasa. No se considera elitista y considera una impostura escribir una historia que no conozca de primera mano. Sobre ese y otros temas conversa el autor con Zenda.
—Delparaíso es el lugar más seguro de la ciudad. Eso no impide que la vida se abra paso. ¿Estos personajes se protegen de la vida o se esconden de ella?
—Es distinto esconderse que protegerse, pero a mí me parece que no hay tanta diferencia en este caso. Los personajes de este libro se esconden porque tienen miedo. Huyen y se aíslan de todo cuanto los pueda contaminar.
—“El dinero siente mucho miedo”, escribe. Todo lo que supone periferia (personal de servicio, jardineros, etc) resuena doblemente, a pesar de estar escondidos. ¿Por qué?
—Sólo puedo escribir de lo que sé. En esta novela, y en las otras también, hay bastante gente de barrio. Yo he sido el obrero que pudo hacer la obra de la casa de Delparaíso, y resulta que ahora vivo en una así. Eso me ha dado una visión de la vida que me ha permitido llegar a comprender que nos parecemos más de lo que creemos. En este libro todos los personajes se muestran con todas sus miserias y sus grandezas. Evito el tópico de «los ricos son miserables», porque no me gusta incurrir en eso. El más miserable de todos los personajes es Pascual, que pertenece a la clase media.
—En esta novela nada es lo que aparenta, incluidas las familias. De hecho, las relaciones entre padres e hijos capitalizan el conflicto.
—La relación padres e hijos en general, ya sea entre madre e hija, como reflejaba Candela, o estos, es uno de los temas que más me interesa. Cuando comienzo a escribir quiero contar una cosa de la que apenas puedo llegar a tener una frase. Pienso que la vida merece mucho la pena vivirla, que nada tiene demasiada importancia, y que pase lo que pase todo seguirá exactamente igual. Hasta tal punto que luego las tramas me importan mucho menos. En la literatura me da igual quién es el asesino. Las motivaciones sí me interesan. Tengo mucha relación con el psicoanálisis. Tengo interés al respeto y lo vuelco en mis novelas. En la muerte de Julio hay algo de matar al padre; o Dolores con su hija Lola; la relación de Pascual con su hija y con el mundo, o la relación de Borja con su padre. Me interesan, con todos sus recovecos. Hay mucho amor y miseria.
—¿Es Delparaíso una novela sobre la identidad, sobre la insatisfacción o acaso sobre la permanente distancia entre lo que poseemos y lo que deseamos?
—Aunque no debería decirlo así, a mí me parece una novela tremendamente desoladora. Se lee de manera cómoda, pero no es nada cómoda. Me parece terrible. Yo me considero optimista, alguien que cree que la vida merece la pena, pero no puedo negar que esta me parece una novela con muchísimo sufrimiento.
—El sexo, el matrimonio, la infidelidad, la frialdad de los afectos. Es paradójico que una novela (ficción) todavía sirva para decir que todo es mentira.
—Es una novela, es ficción, pero hago hincapié entre sentimientos y pensamientos que no son coherentes. Pensamos siempre que las cosas deben tener una explicación. Hay muchas que no la tienen, porque no son coherentes. La verdad es incómoda. ¿Por qué esa urbanización es tan bonita? ¿Por qué los perros cagan de aquella manera o por qué el servicio sale por la puerta de atrás? Porque representa aquello que no nos apetece ver. Vivimos en una sociedad en la que es más importante lo que se ve que lo pasa. Yo intento contar lo que pasa.
—Hace un despliegue tremendo de personajes: cada familia, con sus personajes y conflictos. ¿Es una especie de comedia humana? ¿Un bestiario?
—Muchas veces no sé lo que hago. Sé cómo soy, pero no lo que hago. Al escribir estoy profundamente emocionado. La primera vez que me enfrenté a una novela alguien, con muy buena voluntad, me explicó la forma de plantearla y desarrollarla. Me entró agobio, porque soy incapaz de explicar algo en de más de un folio. Cuando me siento a escribir no sé qué va a pasar hasta que estoy frente al teclado. Sé lo que quiero contar. La pretensión es esa, y a partir de ahí continúo.
—Guionista, periodista, productor, escritor. Se pueden ser todas esas cosas a la vez. ¿En su caso, cómo es el híbrido resultante?
—A la hora de intentar explicarme a mí mismo, y aunque en ocasiones tengo bastantes lagunas, debo decir que vengo de donde vengo. Mi cultura viene de lo audiovisual. Eso es importante, pero hay algo que influye. Tengo una enfermedad: la observación. Yo vivo de estar atento, que es lo que sé hacer bien. Miro y pienso todo el rato en lo que veo y puedo escribir. Mi cultura tiene que ver con la televisión y con el cine, mucho más que con la literatura. Eso puede ser un problema o una virtud. Lo que hago es mantener esa atención. No sé hacerlo de otra manera. Está en mi oficio, que es guionista. Intento contar las cosas sin demasiadas vueltas
—¿Cómo terminó Juan del Val frente a la pantalla de un ordenador, tecleando historias e inventándolas?
—Soy una persona con un bagaje. Soy alguien sin estudios, que no ha pasado por la universidad. He vivido mucho en la calle. Me considero una persona extremadamente sensible. Todo eso junto formó un cóctel. Desde que escribía «hacia» sin hache, porque no sabía cómo se escribía, he sentido la necesidad de contar cosas. Un escritor es un escritor porque vive las cosas y luego las cuenta. Por eso yo no podría escribir ciencia ficción. Quiero hacer lo mismo con lo que veo y vivo, ya sea con un ordenador o un papel. Es mi única pretensión. Escribo para la gente. En la literatura los libros son un medio de comunicación. Por eso no entiendo a quienes dicen que escriben para sí mismos. Por eso algunas veces mantengo cierta distancia, porque tampoco me aceptan mucho, por eso no me interesa demasiado el mundo de las letras.
—¿Cómo es eso exactamente? De alguna manera, después de tres novelas, forma parte de ese hábitat.
—Hay autores que han leído muchísimo, pero no te cuentan nada interesante jamás, y sin embargo, a lo largo de mi vida, he encontrado un talento excepcional en personas que no han leído un libro en su vida. En el mundo de las letras hay mucha más pose que talento, además de un ejercicio pretencioso en la manera de contar una historia. Todo ya está hecho, ya está escrito, ya se han hecho todos los programas de tele… No hay ningún plano en el cine que no se haya usado ya, ni ninguna página que no se haya escrito. Cuando asumes esto, eres menos pretencioso a la hora de escribir, y lo importante es que llegue tu mensaje. Como todo está hecho, ¿qué te queda? La honestidad, ponerte frente a un folio a contar. Si no la he vivido, la historia no me sale. Me siento como un impostor.
—Cela fue pintor de brocha gorda, torero, actor o soldado para escribir al respecto. Lo suyo es más intuitivo. ¿Acaso más directo?
—Muchísimos autores le faltan el respeto al lector. Porque consideran que están en un nivel superior. Siempre parto del hecho de que el lector es inteligente. Solo es necesario entender que es muy difícil que alguien se ponga a leer hoy Guerra y paz. El tiempo ha cambiado, y también la manera de narrar las cosas. Por eso creo que, si salgo en El Hormiguero haciendo el moñas, que es algo muy serio, eso hace que un determinado entorno me vea de determinada manera… Por eso a mí lo que me interesa es el lector. Una cosa sí que es cierta: yo no hago novelas románticas que acaban bien.
—¿La tele escribe?
—Por supuesto. Aquello que podría ocurrir en una novela, en la tele no dispone de tanto tiempo. Hay que ser enormemente preciso. Hablo de la tele de entretenimiento, no de las tertulias. Un minuto y medio explicando algo no funciona. El mensaje debe de ser muy corto, y esto es lo que procuro hacer en los libros. Por eso insisto en lo de la falta de respeto al lector. Al leer páginas que no dicen nada, pienso: vete al carajo tú y tu prestigio. En la televisión de entretenimiento todo importa. Los que desprecian la tele no saben de lo que están hablando. Hacer un chiste rápido es muy difícil. Es muy complejo: tiene otro idioma y son muchas personas trabajando. Ya no hablo sólo del contenido. Cuando veo Supervivientes, en Telecinco, me parece que eso es literatura. Cómo te lo construyen, cómo sucede la acción. ¿Puedes imaginar que alguien se rape el pelo porque le van a dar una hamburguesa? Eso se parece a la literatura que quiero contar.
—¿Entre los reality shows y los libros…?
—Tiene que existir un espacio intermedio para la reflexión. Eso lo dan los libros, que son insustituibles. Pero en el siglo XXI necesitamos pensar de otra forma. Las élites literarias son las peores de las élites. Una cosa es una novela fácil de leer y otra una novela simple. Para mí el creador más importante es Woody Allen. Es un genio en todos los sentidos. Hace cosas inmensas. A lo largo de su trayectoria ha contado la vida del ser humano entera. No se le ha quedado nada. Buena parte de su filmografía es puramente un gag. Woody Allen cuenta todos los temas que nos interesan.
—No tendré que insistir demasiado sobre la idea de que la literatura y las series se retroalimentan.
—Hay series tienen una calidad tremenda, por ejemplo Big Little Lies, que me parece una obra de arte. Muchas otras no dan para tanto. En cuanto a la necesidad de contar historias, las series están ocupando un lugar importantísimo y con un talento impresionante. El libro es insustituible, porque leer genera sensaciones que nunca te va a dar una serie.
Es muy difícil salir de la mediocridad.