Cuatro años le tomó a Juan Eslava Galán escribir esta Enciclopedia nazi contada para escépticos, una entrega más de su serie divulgativa dedicada a los grandes episodios históricos, desde la Guerra Mundial, la conquista o la Guerra Civil Española hasta el comunismo. Eslava, que ha escrito sobre la España en la que todo era pecado, que consiguió una Biblia atravesada por una bala o una pierna de jamón de 1914, examina ahora el nazismo con mirada lúcida y lo desgrana con una prosa inteligente, ágil y cargada de humor e ironía.
Escrito a la manera de ensayos breves, el libro propone una mirada divulgativa, pero no por eso frívola o insustancial, todo lo contrario. El lector tiene toda la información para entender y construir un mapa de uno de los episodios más funestos de la historia europea, protagonizado además por personajes ignorantes a la par que siniestros, que ayudados por el miedo desatado ante el avance del comunismo y con el apoyo de los principales industriales alemanes, lograron hacerse con el poder y llevar a cabo el exterminio de más de seis millones de personas.
Entendido ya ni siquiera como religión sino como secta destructiva en la que todos siguen a un gurú, el nazismo explicado por Juan Eslava Galán se revela en sus detalles más significativos: desde el diseño de una política sistemática, prácticamente industrial de exterminio, hasta la eficacia de la propaganda. Pero hay mucho más: la aparición y descripción del humor, la existencia de burdeles como el Kitty, un salón en el que las prostitutas, encantadoras según Ridruejo, actuaban como espías, así como muchos otros detalles que revelan la erudición de Eslava.
******
—¿Qué debe tener una historia contada para escépticos?
—Ha de ser rigurosa, o al menos procurarlo. Intento estar al día sobre lo que se ha publicado y que el punto de vista sea multidisciplinario. La arqueología en algunos temas es fundamental, porque hay detalles, por pequeños que sean, que corrigen la historia. Además, sé que escribo para gente atareada, así que procuro ponerle un poco de humor y cosas atrayentes. Es como el jarabe en la medicina. Hay que edulcorarlo, sin prescindir del rigor.
—Esta entrega para escépticos es la más complicada. ¿Cuál fue el mayor problema que le propuso el nazismo como tema?
—Mi principal empeño, y puede que mi principal interrogante, era entender y explicar cómo el pueblo seguramente más culto de la Tierra se dejó embaucar por unos indocumentados. Ese es el gran misterio del nazismo. Individualmente son unos ignorantes.
—¿Qué ocurrió para que el nazismo penetrara tan fuertemente en la sociedad alemana?
—Mucha gente se aprovechó del nazismo para progresar en la vida, especialmente en el estamento universitario. Otros se adhirieron porque no tuvieron otro remedio. Cuando el pueblo se ha desengañado de Hitler, las cosas cambian. En 1938 Hitler tuvo su mayor índice de popularidad al derrotar a Francia. En la medida que pierde la guerra, mengua su popularidad. Alemania estaba devastada por los bombardeos, cada vez se comprometen más vidas, a partir de 1943, cuando ya saben que van a la derrota, la gente comienza a preguntarse «¿y por qué no nos rendimos?».
—¿Qué es lo más desconcertante del nazismo? ¿Hasta qué punto es maldad o locura?
—Es ambas cosas. Desde el punto de vista histórico, el nazismo resulta amoral. La idea de un pueblo que llega tarde al colonialismo y desea conquistar podría ser una tesis lógica. Es amoral, pero tiene cierta lógica. Hitler está tan loco que es incapaz de medirse ante el contrario. Se autovalora en exceso. La guerra moderna se hace con petróleo y acero, pero Alemania no tiene ninguna de esas dos cosas, todas las materias primas venían de Rusia. Entonces, ¿cómo se le ocurre invadir Rusia? Hay fallos garrafales, Hitler cree que los rusos tienen 150 divisiones, cuando en realidad tiene 360. Ha repetido tantas veces que los rusos son una raza inferior que se lo ha creído. La primera vez que se topa con el tanque T34 se da cuenta de que es mejor que los alemanes. De hecho, los copian.
—Pero insisto, ¿qué factores hicieron posible que el influjo del nazismo fuera tal?
—Son muchos factores, pero hay uno importante: el miedo. La revolución ha triunfado en Rusia. La gente le tenía un temor cerval al comunismo. Luego se demostró que era un tigre de paja, pero entonces no era percibido así. Los industriales alemanes apoyaron el nazismo, aunque tardaron un poco, porque es el antídoto contra el comunismo. La universidad se entregó al nazismo, porque era un modo de subir en el escalafón. Piensa que los judíos representaban un 25% o un 30%. Cuando en la universidad se dan cuenta de la maravilla de la expulsión, porque ya que se ha decidido que no son alemanes, sus puestos se los quedan los demás. Muchos se meten en el nazismo por interés.
—Ha escrito sobre las dos guerras decisivas del siglo XX. ¿Qué caracteriza a cada una?
—La Primera Guerra Mundial es fundamentalmente económica y tiene algo de fatalidad. Las últimas guerras habían sido las napoleónicas. En la Primera Guerra Mundial aparecen las alambradas, y las metralletas, y el gas. Todo eso hace que sea una experiencia terrible. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial aparece el exterminio como concepto, que es lo que hace con los judíos, pero también los bombardeos de la población civil, y eso tiene también un viso de exterminio.
—¿Cómo entender debates tan agrios como, por ejemplo, el de Hannah Arendt con respecto a los judíos?
—Hay un espíritu que afortunadamente se está perdiendo en Israel y que culpa a las víctimas por haberse dejado hacer eso. A toro pasado es muy fácil decirlo, pero mientras atraviesas procesos como esos, te aferras a la esperanza de que eso es falso, de que no está ocurriendo. Nadie piensa que lo van a llevar a un sitio para matarlos. Incluso cuando ya están camino de la cámara de gas siguen pensando que es una ducha. Los alemanes son gente muy organizada y le dieron al exterminio un sesgo industrial del modo más serio del mundo: la cámara de gas, que llegaron a perfeccionar hasta convertirla en un sistema perfecto. La amoralidad mezclada con la técnica.
—¿Puede repetirse una experiencia de este tipo?
—Sí, porque siempre tenemos la visión de la historia como un proceso en el que la humanidad avanza, pero si nos fijamos en determinados períodos de la historia, constatamos que podemos ir a peor. Hemos progresado mucho más desde el punto de vista técnico. El avance moral es escaso. Seguimos siendo depredadores de nuestro propio género.
—La descripción del burdel Kitty es desconcertante.
—En los momentos en los que hay más gente muriendo se exacerba el sexo, porque el hombre es un animal y quiere reproducirse, lo uno va lo unido a lo otro. Los precedentes que tenía Alemania antes del nazismo eran tremendos, Berlín era un burdel, el cabaret alemán era toda una institución y lo que hacen los nazis, aunque en verdad sean unos pacatos, es retomar eso y aprovecharlo. En el Kitty espiaban a todos.
—¿Y el humor? ¿Cómo se entiende la risa en un momento tan oscuro como este?
—En momentos de incoherencia social surge el humor. El nazismo fue una absoluta incoherencia: piensas que el vecino es inferior porque es judío, pero le va mejor económicamente que a ti. O cuando te has metido en una guerra y estás perdiendo cuando supuestamente eres superior, pues surge el humor. Claro, como hicieras el chiste te mataban. De ahí viene el humor negro judío, que siempre existió.
—Desmiente que la frase «cuando oigo la palabra «cultura» echo mano a mi pistola» perteneciera a Goebbels. Sin embargo, ¿le ocurre al nazismo lo que al realismo ruso comunista? ¿Están eximidos ambos de la belleza?
—En los totalitarismos los artistas tienen que plegarse a los cánones, y eso es lo que ocurre en la Alemania de esos años. Siendo una sociedad tan culta y desarrollada técnicamente, de pronto experimentan una regresión. La única cultura y pensamiento que surge se hace para ir contra el nazismo. Todo lo que se hace durante el nazismo y la revolución rusa suena muy falso. Es pura propaganda.
—¿Cuál es el papel de personajes como el barón Thyssen?
—Thyssen fue el primero en apoyar a Hitler, incluso antes que los demás industriales, pero también fue el primero en señalar y abandonar el nazismo. Además de ser un antídoto ante el comunismo, el nazismo emerge en un momento en que empieza el rearme, las fábricas están rindiendo como nunca. Existía una prosperidad inducida. ¿Cuál es el mito fundamental de los alemanes? Pues el Fausto: ellos siempre venden el alma al diablo.
—Dice que la crisis económica fue el beso que convirtió al sapo Hitler en príncipe. ¿El agravio es una gasolina que no prescribe ni pasa de moda?
—Alemania tenía la conciencia del agravio, porque existía. Pero por otra parte hay que tener en cuenta que la gran fuerza de Hitler se explica por el rearme. Justamente con la producción de armas crea una economía falsa. Y eso es una estafa, porque dice que crea empleo. Pero lo que quiere es hacer una guerra, sí o sí, porque tenía que saquear.
—De todas las historias para escépticos, ¿cuál es la que más le gusta?
—Esta, porque el tema es más amplio y también al que he dedicado más tiempo. Llevo muchos años interesado en el nazismo. Suelo comprar cosas curiosas, y de las que tengo hay una que es la que más aprecio, porque me parece un símbolo de nuestro tiempo. Se trata de un casco alemán. Está absolutamente cubierto de alquitrán y tiene soldado un tubo que sirve como mango. Es decir, lo usaban para verter el asfalto y asfaltar las carreteras. En la posguerra le tuvieron que buscar un sentido a ese objeto. Por eso me resulta tan especial y lo aprecio tanto, porque es el símbolo de destrucción, pero también de construcción.
Enhorabuena, maestro, por su nuevo libro. Imprescindible leerlo. Maldad, ignorancia, miedo, desempleo, líder carismático, nacionalismo, ingredientes para un desastre. Aprendamos. Aprendamos a no seguir a los mortales flautistas del caos.
La tecnología, la ciencia… son instrumentos poderosos pero en manos destructivas son obviamente destructivos. Por eso el antagonismo entre espiritualidad y ciencia es absurdo – una ciencia sin ética genera destrucción.
Respecto a la persecución y posterior exterminio de minorías (judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados mentales), se trata lamentablemente de una estrategia siempre eficaz para cohesionar una sociedad en torno a un chivo expiatorio – sucede, a menor escala, cuando se le hace «bullying» a quien es percibido como «diferente» en el ámbito escolar, por ejemplo -. Es muy tentador eso de formar parte de la «élite» sin necesidad de hacer mérito, simplemente por formar parte de la mayoría. – Y cuando se trata de señalar un chivo expiatorio, el rigor científico importa poco: una comunidad formada en torno a una tradición religiosa es considerada «raza», aunque debe imponérsele la portación de una estrella amarilla porque fisícamente no son diferenciables del resto.
Nazi-onalismos, siempre los nazi-onalismos. Los nacionalismos siempre intentan cohesionar descerebrados, estigmatizando al resto. Nazi-onalismos o, mejor dicho, nazi-onanismos.
De acuerdo también con su acertado comentario sobre ciencia y ética. Parece usted discípula de Habermas uno de mis filósofos favoritos.