Detalle de la portada de ‘En busca del unicornio’, de Eslava Galán.
Si la Transición tuvo la banda sonora del Libertad sin ira de Jarcha, en mi casa la recuerdo como la acumulación de revistas mensuales de historia que, enfebrecido, compraba mi padre en los quioscos. Algunas tenían una vida efímera y morían a los pocos meses de salir de imprenta, pero otras se consolidaron, como les sucedió a Historia 16 o Historia y Vida, ésta última dirigida por Néstor Luján, hombre de heterogénea y atípica cultura. En las postrimerías del franquismo, surgió un ansia popular de conocimiento de la historia contemporánea que eclosionó en los balbuceos de la Transición. Los españoles tenían afán exploratorio del pasado para encontrar las raíces del presente y referencias para el acelerado tiempo histórico que vivían. Fue una época dorada de revistas y ensayos históricos y, paralelamente, de libros y semanarios de información política. El mundo pretérito y la actualidad convivían en papel, en las universidades y en programas televisivos de bruma de tabaco de pipa como La clave, de José Luis Balbín. Aquellos tiempos parecen una utopía, pero existieron.
La dictadura franquista fue casi un erial para la novela histórica autóctona. Bucear en el pasado para narrarlo era sospechoso, sobre todo si la época versaba sobre el siglo XIX, el del denostado liberalismo. La novelística se centraba en el realismo social y, a partir del Desarrollismo, en una experimentación que priorizaba la forma sobre el tema. Además, las Facultades de Letras, tomadas gramscianamente por el árido materialismo histórico en los años setenta, promovían una lectura de la historia en clave de estructuras, de lucha de clases y de predominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo, de modo que las biografías de grandes personajes y la narración de los acontecimientos eran desdeñados por el profesorado y, en consecuencia, por unos críticos literarios surgidos de ese ambiente universitario. El establishment de aquel ecosistema intelectual estaba dominado por una gauche divine afrancesada política y literariamente, y se le colgó a la narrativa histórica el sambenito de ser un subgénero literario menor, falsario, e incluso retrógrado. La efervescencia de estudios históricos de aquel país que sendereaba hacia la libertad no tuvo como correlato un auge de la novela histórica.
Las novelas editadas en la Transición estaban tan apegadas a la achicharrante y vertiginosa actualidad que olvidaban el presente. La urgencia por ese tipo de narrativa venía a rellenar las exigencias de una sociedad que salía de la anomalía europea de una dictadura, lo que convertía a dicha literatura, quizá sin proponérselo, en algo fungible, con fecha de caducidad. Y es que la actualidad es diferente del presente, pues éste es de mayor alcance al englobar una época, un conjunto de años que ayudan a explicar el entramado de una sociedad. La actualidad es el territorio natural del periodismo y el presente, de la literatura.
De la misma manera que el boom literario hispanoamericano estudia a una generación de autores encabezada por García Márquez y Vargas Llosa que prestigiaron la narrativa enraizada en aquel continente, considero que ya tenemos perspectiva para acuñar el concepto nueva novela histórica española, siendo Juan Eslava Galán y Arturo Pérez-Reverte sus mejores exponentes. El primero por ser, en gran medida, su precursor, y el segundo, por ser su difusor a una escala internacional jamás vista.
En 1978, durante la etapa gubernativa de Suárez, TVE emitió la serie Yo, Claudio, producida por la BBC y basada en la novela de Robert Graves publicada en 1934, un año después del ascenso del nazismo al poder. A pesar de que los capítulos los ponían en un horario nocturno intempestivo para los niños de aquel entonces, me dejaron verla. Volví a visionarla hace pocos años y quedé subyugado por la tremebunda historia, las interpretaciones y la teatralidad de la puesta en escena, que no necesita fastuosas reconstrucciones historicistas. El bombazo televisivo de Yo, Claudio posibilitó la reedición en España de las dos novelas de Robert Graves, la misma Yo, Claudio y su continuación, Claudio el dios y su esposa Mesalina, que fueron asimismo un exitazo de ventas. Aquel lanzamiento editorial despertó el interés por la narrativa histórica en España, lo que explica la magnífica recepción que tuvieron, poco después, Las memorias de Adriano, de M. Yourcenar y El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
Estos tres formidables autores, por formación, eran unos heterodoxos. Robert Graves fue docente de literatura inglesa, Marguerite Yourcenar autodidacta, y Umberto Eco profesor de semiótica. Ninguno era historiador, demostrando que para escribir novela histórica lo importante es saber pensar en términos históricos y ser un buen escritor. Nada más. Y nada menos.
En España, a rebufo de estos pelotazos editoriales, el premio Planeta recaerá durante tres años consecutivos en novelas históricas que propulsaron el género hasta el día de hoy. En 1985 lo gana el mediático psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera con Yo, el rey, una magnífica novela revisionista de la figura de José Bonaparte. En 1986 lo obtiene Terenci Moix con No digas que fue un sueño, libro que alcanzará una popularidad inusitada y que descolocará a propios y extraños, pues el transgresor Terenci, que era uno de los iconos de la gauche divine catalana, escribe una personalísima historia de amor entre Marco Antonio y Cleopatra en un Egipto recreado a través de sus lecturas y viajes. En 1987 lo consigue Juan Eslava Galán con En busca del unicornio. Y aquí le doy a la tecla de pausa y rebobino para entender por qué esta novela sienta el canon de la nueva novela histórica española.
El jiennense Juan Eslava (Arjona, 1948) se integró desde muy joven en círculos literarios en la ciudad de Jaén. Tras licenciarse en Filología Inglesa amplió estudios en Inglaterra, donde también fue profesor en la Universidad de Aston, en Birmingham. Ya poseía una amplia cultura histórica y literaria de nuestro país, pero su formación y estancia en el Reino Unido le harán conocer en profundidad la forma de escribir historia y narrativa en Gran Bretaña, lo que le dará la amplitud de miras que explicará su posterior y fulgurante éxito, pues él añadirá a la riquísima tradición literaria hispánica las técnicas y estrategias narrativas dominantes en la literatura anglosajona: el gusto por el relato, una estructura cinematográfica, unos diálogos ágiles, el paisaje como elemento protagónico y el sentido rítmico de la prosa.
Cuando en 1987 se alza con el Planeta, convulsiona al mundillo literario y, desde entonces, una legión de escritores noveles se presentará al premio creyendo que los niños vienen de París. Lo había ganado un outsider, un desconocido profesor de instituto y, encima, alguien que se atrevió a hacer algo inaudito: una novela histórica diferente. Tan distinta y libérrima que conquistará a cientos de miles de lectores y creará un paradigma narrativo replicado por las nuevas hornadas de novelistas: una trama de absoluta ficción incardinada en un marco histórico perfecto. Esto, que hoy es algo común y aceptado, entonces constituyó una audacia, un salto de trapecio sin red, pues, en España, todo lo publicado se ceñía a hechos históricos conocidos y a personajes célebres.
En busca del unicornio trata sobre un hecho que no existió, pero resulta tan verosímil, que el lector lo da por válido, lo que a la postre es lo importante. Casi todos los personajes son ficticios, están dotados de una carnalidad y psicología que los equipara en credibilidad a los reales, y además, los protagonistas son gente del común, lo que la historiografía británica denominaba, en los años setenta, la historia de la gente poco importante. El sentido del humor es acusadísimo, y el sexo aparece sin ñoñería. El gusto por la aventura hace que viajemos por España y África, lo que incorpora elementos exóticos y el contacto con otras civilizaciones. El manejo idiomático es proverbial, con un lenguaje que recrea el castellano antiguo sin caer en la pedantería o en lo chusco. Los diálogos son tan fluidos que los personajes no declaman, como sucedía en no pocas novelas hasta el momento —y, ay, sucederá—. Y, por último, es una narrativa tan rabiosamente entretenida que enseña aspectos históricos sin caer en el didactismo. Es la obra fundacional de la moderna novela histórica española, cuyos años germinales fueron la segunda mitad de los ochenta.
La formación intelectual y personalidad de Juan Eslava serán unas inmejorables aliadas para la promoción de sus obras. Hombre cultivado y de trato afable, erudición despojada de sabihondez, gran naturalidad y sencillez al conferenciar, vocación literaria indesmayable y capacidad de trabajo proverbial, se convertirá en un autor prolífico en la novela y el ensayo —es también doctor en Historia—, y el rápido éxito de sus libros ayudará decididamente a convertir la narrativa histórica —hasta hoy—, en el género literario predilecto por los españoles. El más vendido. El que copa las mesas de novedades de las librerías.
Yo, Aníbal (1988) será una novela pionera en España del género de romanos, que tantísima popularidad gozaba en Europa y que tantos cultivadores tendrá en nuestro país posteriormente. Guadalquivir (1990), ambientada en el siglo XIII, refleja la España cristiana y la al-Andalus almohade con singular potencia narradora, pues a la estructura, influida por el molde de Las mil y una noches, se suma un acentuado sentido del humor, un homenaje a Jaén (su patria chica) y una fidedigna reconstrucción histórica muy alejada de la idealización andalusí que haría Antonio Gala en El manuscrito carmesí.
A lo largo de su carrera retomará la antigüedad (Rey Lobo), volverá a la Edad Media (Últimas pasiones del caballero Almafiera) y mostrará su encendido fervor cervantino en dos ocasiones (El comedido hidalgo y Misterioso asesinato en casa de Cervantes), algo que entremezclará con su conocimiento de la picaresca, trasladando las claves de esta narrativa a diferentes épocas, como hará al novelar la Guerra Civil en Señorita y, sobre todo, La mula, donde literaturizará las peripecias bélicas de su padre en el ejército nacional consiguiendo algo insospechado: que en la obra prevalezca el elemento humano y, por tanto, pueda ser leída sin prejuicios ideológicos anclados en uno u otro bando.
Su novelística se moverá con soltura y donosura por variadas épocas, acaparará premios y, al sentar las bases de la moderna novela histórica española, influirá en un buen puñado de escritores posteriores, que de manera deliberada o subyacente, utilizarán en sus obras los moldes narrativos de En busca del unicornio.
A partir de entonces, la cosecha de autores especializados en novela histórica crecerá exponencialmente, e incluso escritores curtidos en otros géneros realizarán incursiones en dicho campo narrativo, engolosinados por las cifras de ventas de sus colegas. El ejemplo más glorioso es el de Miguel Delibes, pues el último libro que escribió, El hereje (1998) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa, lo que prestigió aún más la novelística histórica, dada la grandeza del vallisoletano, que no ganó el Nobel porque no se dedicó al autobombo ni a codearse con celebridades, no pertenecía a una minoría oprimida ni tampoco cantaba. Sólo era un genio, y su literatura, trascendía lo local para convertirse en universal.
La consolidación de la democracia motivó que el tirón de la novela histórica no decayese. Y ello, por variadas razones, que pueden interrelacionar. El entretenimiento no estaba reñido con el aprendizaje, era una forma de evasión de la realidad que permitía viajar en el tiempo, la comparación de épocas posibilitaba entender que la visión de progreso no estaba reñida con la conservación de algunos aspectos del pasado, consolidaba la visión de una historia compartida y de una voluntad de convivencia, hacía accesible momentos históricos a personas sin formación académica reglada pero con sed de conocimiento, y demostró ser un género interclasista e intergeneracional, lo que garantiza su supervivencia y explica en última instancia su éxito literario. El mercado acogió con los brazos abiertos esta narrativa, y los críticos, la aceptaron y equipararon en calidad al resto de géneros, pues esta literatura no es sino una historia ambientada en el pasado y, como dijo el historiador Benedetto Croce, “toda historia es historia contemporánea”.
Juan Eslava, con su patriarcal aspecto de basileus, se ha convertido en un referente literario y ético para sus colegas, en un escritor con muchísimos miles de fieles lectores y en un personaje de resonancias casi míticas en Jaén, una tierra —la suya— tan preterida en casi todo, que él ha homenajeado en buena parte de su copiosa producción libresca y de la que ha recibido todos los galardones. La historia de Juan Eslava es la de un hombre que ha universalizado sus raíces a través de la literatura, algo sólo accesible a los grandes.
Recién llegado a la universidad y ya enviciado con la novela histórica, la lectura de En busca del unicornio me impactó tanto que avivó las ascuas del sueño de llegar a ser algún día lo que soy. Escritor.
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