Es función del periodista contar a sus lectores lo que no saben y, también, recordarles lo que no deben olvidar. Eso es lo que hizo Juan Forn (1959-2021) en Yo recordaré por ustedes, un muy singular libro publicado en España el pasado año por Seix Barral. Singular, por la dificultad de definirlo. Uno de esos raros especímenes que nos vemos obligados a definir por descarte, por lo que no son.
Que nadie piense que estamos ante una más de las recopilaciones de artículos al uso. Juan Forn se tomó la molestia de retocar muchos de los textos y ordenarlos para darles una unidad y una continuidad en el libro. Con la ayuda de su editora, “los hizo dialogar mediante un sutil mecanismo interno”, según cuenta su discípula Mariana Enríquez en el prólogo titulado El hombre que cambió mi vida, que se puede leer en Zenda.
Ese diálogo a veces es palpable, otras intangible pero igualmente eficaz. Así, del texto sobre Natalia Ginzburg pasamos al dedicado a Federico Fellini, a quien, aquejado de una depresión, la autora de Las pequeñas virtudes le recomienda a su terapeuta. O de la relación entre Le Corbusier y Josephine Baker saltamos a la peripecia del ingeniero Gustave Eiffel para volver a Francia a una casa diseñada por Le Corbusier, casa en la que arranca una historia que continúa con el juicio a Dios promovido por Lenin en 1918. Proceso, por cierto, en el que el acusado es condenado a muerte por crímenes contra la humanidad, según se relata en el libro. Pese a que la defensa había pedido la absolución por demencia evidente y desarreglos psíquicos, el acusado fue fusilado por un pelotón que descargó sus armas contra el cielo.
El propio Forn, según cuenta Mariana Enríquez, definía estos textos como “un cruce de géneros, un mestizaje muy visible de biografía, ensayo, relato de ideas, crónica, confesión, cuento”. La prologuista califica el libro de “gabinete de curiosidades”, que ofrece una sensación de “asombro y maravilla”.
De hecho, lo que mueve al escritor, lo que emparenta estos textos, el factor común a todos es que son una respuesta a la curiosidad, a la que alude repetidas veces en el libro. Así, recuerda que el escritor y doctor Oliver Sacks decía que el peor síntoma que puede tener un paciente es la pérdida de curiosidad. O a Ingmar Bergman, quien declaró que “la curiosidad me salvó del miedo, de la ignorancia; fue lo único en mi adolescencia y es lo único, todavía hoy.”
En la historia dedicada a Guillermo Cabrera Infante, el escritor argentino se refiere a Vidas paralelas, de Plutarco, como “el libro que en mi humilde opinión inventa toda la literatura que me gusta a mí: la que cuenta vidas”. Y precisamente es lo que uno encuentra en Yo recordaré por ustedes, “una colección de vidas, vidas breves, intensas, aburridas, extremas, únicas cada una de ellas”, en palabras de Mariana Enríquez, así como “una colección de momentos irrepetibles”.
Esos momentos irrepetibles, protagonizados por personajes grandes y pequeños, pero siempre singulares, constituyen un gran fresco del siglo pasado, de los acontecimientos trascendentales y las nimiedades que marcaron el devenir de la centuria. Se trata tanto de historias remotas, ocurridas en cualquier esquina del mundo, como la propia historia del autor y de su familia en Argentina. Dijo Forn en una entrevista: “Mi identidad está formada por un montón de cosas que pasaron en el siglo XX. Y yo he tratado en esas contratapas de hacer una especie de historia informal y paralela a la oficial del siglo XX”.
Pero, ¿quién fue este Juan Forn que osó recordar por nosotros? Fue, ante todo, un hombre inquieto, movido por la curiosidad —ya se ha dicho—, un hombre prolífico, que pese a su temprana enfermedad y a su muerte prematura, con sólo 61 años, dejó un extenso legado. Fue editor de Emecé y de Planeta en Argentina. Novelista, autor de títulos como Frivolidad (1995) y María Domecq (2007). Cuentista, cuyos relatos se han recogido en Nadar de noche (1991) y Puras mentiras (2001). Periodista, que reunió sus crónicas en La tierra elegida (2005) y Ningún hombre es una isla (2009), así como sus columnas de los viernes de Página 12 en cuatro tomos entre 2015 y 2019. Creador y director del influyente suplemento literario Radar. Traductor de Francis Scott Fitzgerald, John Cheever y Hunter S. Thompson. Creador de una escuela de escritores y periodistas, entre los que se incluyen la mencionada Mariana Enríquez o Camila Sosa Villada.
A los 40 años, Forn se vio obligado por su enfermedad a abandonar la frenética vida bonaerense y buscar refugio en una tranquila localidad a orillas del mar, acompañado sólo por su biblioteca. “Pasó de leer un 10 por ciento de no ficción a darle la vuelta y, sobre todo, dedicarse a lecturas indefinibles que solo se les puede llamar literatura”, recuerda Enríquez. De esos años son producto los textos de Yo recordaré por ustedes, en su mayoría fruto de sus abundantes y dispersas lecturas, que le llevaron, a través de miles de páginas, de Ceylán a Zambia, de La Habana a Ravenna, de Praga a Tokio. El mundo entero. Un viaje también en el tiempo, de la Primera Guerra Mundial a la China de Mao, del Holocausto a la Rusia de Putin, del París de los surrealistas a la Alejandría de Lawrence Durrell. El siglo XX completo.
Como buen maestro que fue, salpica el libro de reflexiones de sus personajes más admirados sobre literatura. Así, de Serguéi Dovlátov, periodista ruso emigrado a Nueva York y que tuvo una gran influencia tras su muerte, recoge esta advertencia.“Sólo inventé los detalles que no son esenciales —escribió en su último libro—. Todo parecido entre estos personajes y seres de la realidad es intencional y maliciosa, y toda ficcionalización es accidental e involuntaria. Porque cualquier tema literario presenta tres aspectos: todo lo que el autor quiso expresar; todo lo que supo expresar, y todo lo que expresó sin querer. Ese tercer aspecto es el más interesante para el lector”.
Forn muestra gran devoción por Bruce Chatwin, a propósito del cual aprovecha para burlarse de las modas del presente. “Produce un déjà vu fugaz y descartable entre los practicantes estrella del género estrella de nuestros días: la crónica. No importa: son todos hijos de él, aunque no lo sepan”, escribe. Y no dejen de escuchar —su texto parece oírse al leerlo— su propia experiencia con el gran transgresor de la literatura de viajes. “Yo empecé a leer a Chatwin tarde y por la puerta de atrás: por su primer libro de piezas sueltas, el formidable Qué hago yo aquí, que se publicó póstumo en 1989 pero él se había encargado de ordenar y corregir en sus últimos meses de vida. Se suele considerar menores a esta clase de libros: miscelánea, les dicen mezquinamente en el gremio editorial y el periodístico. A mí me voló la cabeza precisamente por su variedad asombrosa. El motor de Qué hago yo aquí es por supuesto la curiosidad, esa curiosidad omnímoda que es la característica central de los grandes amantes de la vida: los que ven la unión invisible debajo de lo diverso.”
A propósito del aludido “género estrella”, la crónica, y la influencia del nuevo periodismo de hace 60 años, no podía faltar en esta parada de los monstruos un ejemplar tan exótico como Tom Wolfe. Forn le dedica un texto delicioso a propósito de la legendaria fiesta en casa de Leonard Bernstein en homenaje a los Panteras Negras, que daría lugar a Radical Chic (La izquierda exquisita). “Visto a la distancia, el mayor aporte de Tom Wolfe al Nuevo Periodismo fue el uso casi histérico de la ironía —escribe Forn—. De hecho suele decirse que la Era de la Ironía empezó con el Nuevo Periodismo, aunque ni Truman Capote, ni Norman Mailer, ni Joan Didion, ni el demente Hunter Thompson apelaran a ella tanto como Wolfe, y a mi gusto esto es lo que los hace mejores escritores (La Era de la Ironía terminó, por supuesto, con el derrumbe de las Torres Gemelas: con eso no se jode)”.
Por si no quedara de manifiesto el poco aprecio que Forn tenía por Wolfe, añade una puntilla: “Es significativo que el el hombre que radiografíó para la posteridad a los idiotas útiles de la izquierda haya sido, él mismo, un idiota útil de la derecha, por no decir algo peor”.
Mejor concepto tenía Forn de Augusto Monterroso, quien decía de sí mismo: “yo no escribo, yo solo podo”. Cuando daba clases de escritura, relata en Yo recordaré por ustedes, “recomendaba a sus alumnos que de las dieciséis horas del día, dedicaran doce a leer, dos a pensar y dos a no escribir. Con los años deberían invertir esas proporciones y dedicar las dos horas de pensar a deshacerse de lo pensado, y las dos horas de no escribir a garabatear algo y reescribirlo una y otra vez hasta que esas dos horas se convirtieran en dieciséis”.
¿Y cómo se enfrentaba el propio Juan Font a la escritura? La mejor respuesta se encuentra en sus propias palabras al desvelar cómo era su trabajo de periodista. “En todos estos años, cada viernes, cada contratapa que mandé al diario, la entendí caminando por la playa, o sentado en el médano mirando al mar: por dónde empezar, adónde llegar, cuál es la verdadera historia que estoy contando, de qué habla en el fondo, qué tengo yo (o ustedes y yo) que ver con ella, qué dice de nosotros”. Eso sí, “…tratando que el envión de la lectura se unifique todo lo posible con el acto de la escritura”. En suma, “leer, caminar, escribir, en una misma frecuencia, semana tras semana.”
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