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Juan Gómez-Jurado: «Soy el caniche bailarín de la literatura española»

Juan Gómez-Jurado: «Soy el caniche bailarín de la literatura española»

Doscientos mil ejemplares de Todo muere, el octavo y último libro del Universo Reina Roja de Juan Gómez-Jurado, combarán los próximos días las mesas de novedades de las librerías españolas. Es la estación de llegada de una saga (El paciente, Cicatriz, Reina Roja, Loba Negra, Rey Blanco, Todo arde, Todo vuelve y Todo muere) que ha vendido la alucinante cifra de seis millones de ejemplares, traducida a cuarenta lenguas y conocido una adaptación televisiva con Vicky Luengo y Hovik Keuchkerian que ya prepara su segunda temporada.

Ahora tocaría al periodista esbozar un breve resumen de lo que espera al lector del desenlace de las andanzas de Antonia Scott, Jon Gutiérrez o Aura Reyes, entre otros muchos. Pero vamos a declinar. Todo muere carece de sinopsis en la contracubierta «por expreso deseo del autor». ¿Y quiénes somos nosotros para enmendarle la plana? Sólo cabe enfatizar que sí, que este es el final. La siguiente novela de Gómez-Jurado, que ya tiene escrita, es un thriller completamente ajeno al Universo Reina Roja, que transcurre en un pasado cercano, alrededor de los noventa. «Estoy muy ilusionado, pero no te voy a decir nada más».

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—La coincidencia de la salida de tu libro con las elecciones americanas me ha hecho recordar que esta saga arrancó precisamente al otro lado del charco con El paciente y Cicatriz para luego españolizarse a toda velocidad. ¿Qué pasó?

"Venía de despachar cien mil ejemplares de La leyenda del ladrón y vendí catorce mil de El paciente, una caída del 86 por ciento"

—Podría responderte desde dos puntos de vista completamente distintos. El primero sería el literario. El paciente era una historia puramente clásica: un rey, un médico que tiene que salvarle, la hija de ese rey y alguien que quiere hacer daño al rey. Es una historia que funcionaría en la Grecia clásica y en los Estados Unidos del año 2014, como pasaba en mi libro. Donde no funcionaría es en España, porque si aquí planteas ese dilema, en lugar de tener una novela de 450 páginas lo que consigues es un cuento corto. ¿El segundo punto de vista? Por aquella época me había picado el sarampión que nos da a los escritores de aquí de vez en cuando de querer triunfar al otro lado del charco. Aquello fue un fracaso absoluto. Contar cualquier cosa en un escenario que no es el tuyo, que no te pertenece, no suele funcionar. El paciente no sólo fue un fracaso allí, también aquí. Venía de despachar cien mil ejemplares de La leyenda del ladrón y vendí catorce mil de El paciente, una caída del 86 por ciento. Eso sería un desastre para cualquier negocio. Han tenido que pasar unos años y que la gente comprendiera que aquel libro formaba parte del universo Reina Roja para que haya acabado vendiendo trescientos mil ejemplares.

—Creo que por entonces no pasabas precisamente un buen momento.

—Sí, me acababa de divorciar y económicamente los divorcios son terribles. Divides ingresos y multiplicas gastos. No es culpa de nadie, claro, pero es así.

—Ocho libros y seis millones de ejemplares vendidos, por el momento. ¿Cómo habría cambiado esta historia si el Juan Gómez-Jurado de 2024 se le hubiera aparecido al Juan Gómez-Jurado de 2014 y le hubiera dicho: «¡La vas a liar parda! ¿Tú sabes dónde te estás metiendo?».

—Si yo fuera capaz de viajar en el tiempo, como de hecho he soñado mil veces, lo que haría con mi yo de hace diez años es darle un pendrive con todos los libros ya escritos y con todos los números de la lotería premiados desde entonces hasta ahora. Nada de consejos morales. Como mucho, «compra bitcoins«. ¿Y sabes lo que conseguiría con eso? Me convertiría en una persona horrible. Habría perdido lo más importante: el esfuerzo personal que me ha permitido convertirme en la persona que soy ahora gracias a haber sudado tanto.

—Explicas en la nota final del autor que el origen del Universo Reina Roja parte de una frase de tu amigo Rodrigo Cortés: «Ningún desenlace de novela de misterio está a la altura de su planteamiento». Y así decidiste escribir una serie de novelas independientes, pero que cada una cambiase las anteriores. ¿En serio me estás contando que toda esta locura ha sido premeditada?

"Sabía que existía algo que iba a hacer que todo lo leído se modificase transformando todos los significantes y los significados"

—Sí, es la única forma de explicarlo a día de hoy. No puedes contarlo de ninguna otra forma. ¿Hay muchos matices en ese sí? ¡Claro!, Es como si tú ahora mismo me dices: «Quiero ir a Zaragoza». ¿Tú te sabes todas las estaciones de servicio que hay de aquí a Zaragoza? ¿O cómo son todos los accidentes del camino? No tienes ni puta idea, claro. Vas a ir resolviendo las cosas que te vayan surgiendo por el camino. Pero llegarás a Zaragoza. Pues esto es lo mismo. Yo tengo una idea de un final como el que has podido leer en Todo muere. Sabía que existía algo que iba a hacer que todo lo leído se modificase transformando todos los significantes y los significados. Y entre medias he ido acertando y errando mientras los personajes me sorprendían a mí mismo. Pero sí sabía que Todo muere iba a ser el final del Universo Reina Roja, o mejor, que no me gusta hablar de final, el cierre del círculo. No me ha quedado más remedio, mientras tanto, que hartarme a mentiros a los periodistas. Como mentimos a nuestros hijos cuando les hablamos del Ratoncito Pérez. O de los Reyes Magos. Mi obligación es defender la construcción de mi ficción a toda costa. Pero yo no creo que vaya a pasar a la historia por todo esto.

—¿Ah no?

—No.

—No estoy yo tan seguro.

—A la historia pasará Arturo Pérez-Reverte. Seis días después de mi muerte nadie se acordará de mí. Cosa que me suda los cojones a un nivel que no te puedes imaginar. Yo tengo un trabajo como el tuyo o como el del panadero. ¿Recordaremos al panadero? Pero alguien tiene que hacer pan. Pues mi trabajo es conseguir gente que venga a la fiesta.

—El círculo de Reina Roja se ha cerrado, dices. ¿Qué te podría llevar a reabrirlo en el futuro? ¿Quizás para acabar de apuntalar una jubilación de oro?

"Soy el caniche bailarín de la literatura española. ¿Sabes ese caniche bailarín que está en la puerta del circo?"

—¡Eso estaría bien! Bromas aparte, tengo una vida cómoda pero relativamente frugal. No tengo yates ni deportivos. Por no tener no tengo ni coche. Tengo que pagar las facturas, los sueldos de la gente que trabaja conmigo y, en opinión de mis editores, los sueldos de toda la editorial. Ja, ja, ja. Pero eso es hermoso. Tú, que conoces bien cómo funciona el mundo editorial, sabes que precisamente la existencia de ciertos libros que venden mucho es la que permite que otros muchos más puedan existir. Pero ese no es mi trabajo. Ese es el trabajo del contable que consigue que quienes escribimos libros divertidos haga posible luego, por ejemplo, un premio literario. Mi trabajo es, repito, invitar a más gente a la fiesta. Soy el caniche bailarín de la literatura española. ¿Sabes ese caniche bailarín que está en la puerta del circo? La gente lo ve y dice: «Ay, qué mono, vamos a entrar». Pero regreso a tu pregunta. Yo había planeado Reina Roja hasta aquí. Y ya está. Aunque claro, tengo algunas intenciones para el futuro. Ten en cuenta que desde que tuve la primera intuición de Antonia Scott hasta que escribí la primera línea pasaron cuatro años. Pero ahora quiero escribir otras historias.

—Me pones la siguiente pregunta en bandeja. ¿Cómo escribes, Juan? ¿Eres rápido y atolondrado o lento y con un camino marcado?

—Soy muy lento. ¿Qué es un corredor de cien metros lisos? ¿Es el tipo que tú ves corriendo durante diez segundos? No. Detrás de eso hay una vida entera. Pues escribir una novela lleva muchísimo tiempo. Si te digo que he tardado dieciocho meses, es falso. Un día se me ocurrió algo, lo apunté, luego pasé a otra cosa, mientras estaba con esa cosa busqué evadirme y empecé a hacer fichas de personajes de otra cosa más. ¿Y entonces? Porque al mismo tiempo estaba comprando garbanzos, conociendo a la que iba a ser mi mujer. Y todo eso más una película, una lectura, un… Y de pronto, ¡bum! Los últimos tres meses, lo que la gente llama escribir, es una condensación de un millón de cosas.

—Pareces alguien que no ha roto nunca un plato.

—¡Yo intento tener la imagen más canalla posible! Y mis hijos me dicen a la cara: «Papá, eres un parguela, por muchas fotos de flipado que te haga Jeosm». Ja, ja, ja. Esa foto mía de Jeosm que llevan mis libros y se ha hecho famosa en treinta y cuatro países.

—Pero entonces, ¿comenzaste a escribir de psicópatas y crímenes terribles para dártelas de chico malo y así ligar un poco más?

—Te contesto progresivamente, y discúlpame si parezco ofensivo al principio. Es un reduccionismo absurdo. Pero casi todo lo que decimos que tiene que ver con el destilado del trabajo del escritor acaba siendo también reduccionista. Ya te he dicho antes que yo soy un caniche bailarín. Puede que haya ratos en los que me escude y me proteja con esa imagen que doy, pero, en última instancia, creo que no hay nada más hermoso y valiente que publicar un libro y decir: «Esto es lo que soy». Mis libros hablan sobre el amor y la entrega. No hay doblez. Están llenos de luz. Admiro mucho a Bergman, Cuarón o Sorogoyen, pero también creo que han firmado un pacto con Satanás. ¡Sirven al Maligno! Ja, ja, ja. Yo sólo entiendo la ficción de una manera cuyo resultado final es la luz.

—Fuiste el primero en apostar por el libro digital en sus orígenes, y además por exigir y lograr que las editoriales pusieran tus ebooks a un precio más bajo que el resto. Pero nadie más te siguió. ¿Cómo valoras todo esto tantos años después?

"¿Por qué no entendemos que la manera de vender más libros es que exista más gente que lea? ¡Bienvenidos todos a la fiesta!"

—Año 2021. Estoy firmando horas y horas en la Feria del Libro ante una cola gigantesca de gente. Yo no firmo rápido, porque me gusta mucho hablar con mis lectores, aún más entonces, justo después de la pandemia. Hablaba con ellos, les preguntaba qué libros míos habían leído y, si les faltaba alguno, les decía que me escribieran a juan@juangomezjurado.com y yo les mandaba el ebook gratis. Así se lo dije a unas cincuenta personas, hasta que la librera de la caseta me da un golpe en el hombro y me dice: «¿Pero por qué les regalas el ebook? ¡Diles que se lo compren en papel! ¡Que nosotros vivimos de esto!». Yo la miré y le dije, con todo el respeto, te lo prometo: «Asómate conmigo y mira la cola que hay aquí. ¿Cuántas horas llevamos firmando y cuántas nos quedan? ¿Tú por qué te crees que esto está pasando?». Vamos a ver, yo he regalado más de un millón de mis libros en formato digital. Y siempre que sacamos uno nuevo publicamos un mensaje en redes diciendo que le regalamos un ejemplar a cualquiera que no pueda pagar el libro físico. También lo vamos a hacer, por supuesto, con Todo muere. ¿Y sabes lo bonito que es que esa persona a la que le has regalado el libro te escriba un año después y te diga: «Juan, ya he encontrado trabajo y me acabo de comprar el libro físico»? ¿Por qué no entendemos que la manera de vender más libros es que exista más gente que lea? ¡Bienvenidos todos a la fiesta!

—Los escritores que llaman literarios centran la atención de los medios culturetas pero apenas tienen lectores. Los escritores populares no salís en Babelia y os leen todos los padres del cole de mis hijas. Pero todo esto ya supongo que a estas alturas te da igual, ¿no?

—Creo que no he salido en Babelia nunca, es cierto… Pero oye, ¿qué parte de «soy un caniche bailarín» no hemos entendido? Ja, ja, ja. Este es mi puto trabajo, traer más gente a la fiesta, meter más gente en el circo. Y lo disfruto muchísimo. Ya no estamos en los tiempos en que un suplemento literario era el guardián de las esencias. ¿Qué más da? La crítica literaria es importante, ojo, y dentro de veinte años se estudiarán los libros de Vila-Matas y Javier Marías mientras los míos se habrán olvidado. Pero quien se ocupa de pagarles ahora las facturas soy yo.

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Ricarrob
Ricarrob
13 ddís hace

No se si es un caniche o un oso de feria. Con algún libro me he deleitado. Otros bajan de nivel mucho. Su escritura es una montaña rusa. Siento decirlo.

Creo, es mi opiniòn, que deberìa pararse màs para escribir. Deberîa reflexionar y volcar al papel más relajadamente, con tiempo por delante y sin tiempo por delante, en lugar de hacerlo por los imperativos comerciales. En la escritura, menos es más.

Algunos de sus libros estarîa bien reescribirlos. La premura es menos.