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Juan Gómez-Jurado: “Vivimos en un mundo donde dos cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo”

Juan Gómez-Jurado: “Vivimos en un mundo donde dos cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo”

La cita es a las doce, pero Juan Gómez-Jurado ha llegado un poco antes. Por eso espera. Elige el otro lado del salón, el que da hacia la Gran Vía. Recortado por el contraluz de las cristaleras, revisa su teléfono. Con cientos de miles de seguidores en Twitter, seguro estará liándola con la promoción de Reina Roja (Ediciones B), su séptima novela, un thriller que funciona con la precisión de la relojería cuando debe hacer estallar las cosas en pedazos. Y esta historia lo hace.

Después de quince minutos, se produce al fin el encuentro de dos personas que se esperan en los extremos de un mismo lugar. Gómez-Jurado guarda su móvil en el bolsillo y salta como un resorte mientras atraviesa la cafetería a toda prisa a la vez que sugiere algunas ideas para la foto. Ya lo decía Nabokov: los detalles importan. Algo que él sabe de sobra. El escritor se trepa a un taburete, listo para contestar a las preguntas de su segunda entrevista en lo que va del día. Nadie pide café —él solo lo bebe cuando lo ofrece Pierce Brosnan—. La conversación comienza sin demasiados rodeos. El tiempo es escaso y, como en las páginas de Reina Roja, ya ha comenzado a correr.

Juan Gómez-Jurado entiende como pocos la importancia de saber venderse, y por eso usa las redes con un marcado sentido de puesta en escena, una a la que sabe sacar provecho. Que un texto suyo contra la piratería consiguiera revolucionar un consejo de Ministros es una evidencia más que suficiente. Pero eso no es todo: Gómez-Jurado amasa no sólo seis millones de lectores, también incondicionales que no se pierden una aparición suya en Todopoderosos, Cinesmacopazo y Aquí hay dragones, formatos que igual podrían ser una performance como un podcast y en los que participa junto al cineasta Rodrigo Cortés y el humorista Arturo González-Campos.

Escritor, periodista y personaje, Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) asaltó el mundo editorial hace más de una década. Corría 2006 cuando publicó El espía de Dios (Planeta), un thriller ambientado en el Vaticano que consiguió un millón y medio de lectores en 42 países. Desde entonces han pasado unos cuantos años en los que Gómez-Jurado ha recorrido todas las fases editoriales, desde la autopublicación hasta las reimpresiones de sus libros en los catálogos de los grandes sellos. Incluso una de sus novelas está en proceso de adaptación cinematográfica.

Atrás quedó el tiempo en el que Juan Gómez-Jurado mostraba un parecido asombroso con Javier Sierra, en cuyo nombre ha firmado alguna que otra novela. Después de siete libros, entre ellos los superventas El paciente (2014) y Cicatriz (2015), el joven autor de carrillos regordetes dejó atrás el aspecto empollón y se volvió canallesco. Consiguió adelgazar la prosa y la silueta, dos proezas en días en los que la autoficción ceba a más de un novelista. Lo nuevo de Gómez-Jurado, Reina Roja, es fiel al género que desde hace años cultiva: un thriller ambicioso que aspira a la saga. Aunque él, de momento, no lo confirma. Tampoco lo desmiente.

Esta novela transcurre en Madrid y arranca con Antonia Scott, una mujer que dedica tres minutos al día a pensar en su suicidio. Alguien que sin ser policía o criminóloga posee una capacidad prodigiosa para recomponer crímenes y resolver asesinatos. Dueña de una inteligencia excepcional, Scott vive atrincherada en un ático de Lavapiés del que no piensa salir. Pero alguien la busca: Reina Roja, una organización que actúa al margen de la ley y precisa de su talento. No hay tiempo que perder: la muerte y el secuestro de algunos miembros de una poderosa familia de industriales empeoran el panorama. Es preciso hallar una respuesta cuanto antes.

Un policía vasco, homosexual, elegante y levantador de piedras será el encargado de convencer a Antonia Scott de que salga de su encierro y vuelva a la acción. Se trata de Jon Gutiérrez, un hombre con motivos más que suficientes para no fracasar en su intento: está acusado de corrupción, un asunto turbio del que puede salir limpio si consigue que Antonia colabore con la organización que insiste en recuperarla. Dos personajes que en nada se parecen pondrán en marcha seiscientas páginas en las que todo lo que luce de una forma acaba siendo de otra. La paradoja está servida. De eso va la Reina Roja, una novela en la que todo es, al mismo tiempo, una cosa y su contrario. Es justo sobre ese tema de lo que Gómez-Jurado habla en entrevista.

—Como El paciente y Cicatriz, Reina Roja vuelve a esa urdimbre oscura de las relaciones afectivas. ¿Cuál es la pulsión?

—En esta novela hay padres, madres, hijos e hijas. Hay conflictos entre lo que uno debe hacer y lo que quiere hacer. En ese aspecto, sí tiene ecos de mis dos novelas anteriores. Pero en esta ocasión los recovecos morales toman vías distintas.

—La paradoja es el signo de esta novela. Desde Antonia Scott y Jon Gutiérrez como pareja hasta las víctimas.

"He pasado los últimos tres años intentando escribir un thriller mejor que los que había escrito hasta ahora"

—He pasado los últimos tres años intentando escribir un thriller mejor que los que había escrito hasta ahora. Por eso la estructura tenía tanto peso. He incluido hasta seis voces. Es la primera vez que llego a hacer algo así. Lo normal es que una novela dialogue a dos voces, incluso una. Pero esta vez estaba dispuesto a llevar al máximo la tensión con la estructura y el enganche.

—Usted reina en Twitter, un entorno donde la paradoja está proscrita.

—Vivimos en un mundo donde dos cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo. La gente sólo está dispuesta a reunir todos los mensajes en un mínimo común múltiplo. Eso no deja espacio para la reflexión, tampoco para el diálogo o el cambio de postura. La novela, que también posee esto de manera latente, no sólo tiene que plantear esos conflictos morales y formales, también tiene que enganchar y mantener al lector al borde del asiento.

—¿Es el thriller al siglo XXI lo que el western al XX?

—El western posee unas leyes muy concretas. Tiene que ocurrir en un territorio de frontera, un lugar donde no existe la ley. La gente toma la justicia por su mano, lo cual implica que para que haya justicia hay que saltarse la ley. El thriller tiene unas reglas completamente distintas que definen mucho más el siglo XXI: un peligro físico para el protagonista, un peligro social latente que los personajes intentan resolver y un reloj en contra, siempre. Es una metáfora completa de nuestro siglo.

—En Reina Roja el reloj no se detiene.

—Jamás. La novela transcurre en cinco días.

—¿Es poco práctica Madrid para un thriller? ¿Da problemas?

"Muy poca gente se ha atrevido a hacer un thriller en Madrid y eso me molestaba"

—He tenido que trabajar y pelearme mucho con la ciudad para entender la manera de abordarla. Una vez que lo he conseguido, ha salido fácil. Viví mucho tiempo fuera. Pero cuando volví, en 2014, me descubrí completamente enamorado tras aquella primera sensación de desafecto. Muy poca gente se ha atrevido a hacer un thriller en Madrid y eso me molestaba. Es tan válido como escribir un thriller en Nueva York, Santiago o en Roma.

—En la lógica thriller, el asesino se comporta como un autor. Antonia Scott hace las veces de pesquisidor, que diría Jambrina. ¿El investigador es el nuevo humanista?

—La definición habitual del investigador es la del humanista, una persona que está más cerca de la luz y la vida. El asesino es quien construye la muerte de manera autoral, pero Antonia Scott no es una humanista. Es todo lo contrario. Cree en el razonamiento puro, en las matemáticas antes que en la bondad y la luz. Lo que ocurre es que tiene a su lado a Jon Gutiérrez, que es quien la está llevando hacia el lado de la vida, quien la empuja a jugársela por un valor o una idea. Es ahí donde se produce el conflicto y la tensión.

—“La naturaleza lógica de los negocios es el asesinato”, decía Charles Chaplin en Monsieur Verdoux.

"En el siglo VI hubo un thriller, Beowulf"

—Es un negocio, totalmente. En la lógica del thriller supone la resolución de un contrato. Hay alguien que tiene que entregar algo para que el show continúe. Un destructor altera el equilibrio social, al mismo tiempo que otro debe restablecerlo. Ocurría en la antigüedad: algunos cazadores salían al bosque porque había un lobo o un monstruo que estaba matando y alterando el tejido social. En el siglo VI hubo un thriller, Beowulf.

—Los personajes de este libro son desconcertantes, y un tanto oscuros. Empezado por una parte de las víctimas. Eso sí: es gente muy poderosa, reconocible, por cierto.

—Justo por eso, porque son poderosos, tienen que moverse en zonas de oscuridad. Esa relación personal con el poder genera un ejercicio distinto de ese poder. Uno contenido, que no puede ser ejercido y que incluso los maniata al momento de enfrentarse a lo que les ocurre.

—¿Juan Gómez-Jurado tiene propósitos al sentarse a escribir, por ejemplo retratar el espíritu del tiempo que vive?

—En absoluto. Lo mío es pulsión. Es algo como decir: esta es la historia, la veo, la intuyo, la siento, la vomito sobre la página y la trabajo a lo largo de tres años. Pero no tengo un propósito estético o moral de partida. Yo entiendo la novela, qué ocurrió o qué es lo que hay detrás cuando tú me la explicas, lo cual no quiere decir que no tenga capacidad intelectual para hacerlo. Puedo hacerlo con cualquier novela, pero no con la mía.

—“Antonia Scott sólo se permite pensar en el suicidio tres minutos al día”. Así arranca y así cierra Reina Roja. Usted mismo, por favor.

"Antonia no lo ha pasado bien, porque es prisionera de la cárcel de su cerebro"

—Antonia no lo ha pasado bien, porque es prisionera de la cárcel de su cerebro. Como muchas otras mujeres, tiene que aparentar falta de inteligencia, porque el mundo y la sociedad las presiona para que se mantengan en un segundo plano. Antonia, que es prisionera de su cerebro, es también prisionera de sus actos, de los correctos e incorrectos. Por eso, en lugar de buscar cada mañana un motivo para la vida, busca un minuto de desahogo para fantasear con su propia muerte.

—No es una investigadora al uso, pero se mueve con los resortes de los personajes canónico, lo cual hace pensar que esto será una serie. ¿Me lo confirma?

—No sabemos si será o o no una serie —Juan Gómez-Jurado ríe, para levantar su propia liebre—. Lo que sí puedo decir es que soy tremendamente cruel con mis personajes. No puede ser de otra forma. Sólo el conflicto es lo que lleva al lector a odiarme a mí o al villano, pero a amar siempre al protagonista. Para que el lector pueda amarlos, debes hacer sufrir a los protagonistas.

—Es cruel con los personajes de ficción. ¿Y con el suyo? ¿Cómo es?

—¿El mío?

—A estas alturas no me va negar que usted se ha hecho un personaje propio…

"Mi forma de seguir queriendo a mi familia y amigos es que sea mi personaje el que reciba la paliza"

—No tengo ningún problema en reconocerlo. Vivimos en un mundo en el que, especialmente si se tiene una exposición elevadísima ante el público, como es mi caso, tienes que desarrollar unas herramientas. Buscar una manera de regresar a tu casa, ir a comprar garbanzos, pasear a tu perro, recoger su caca del suelo, ayudar a los niños a hacer los deberes y ponerte un pijama que tenga agujeros —risas—. Eso es la verdad de Juan, no es la verdad de lo que es Gómez-Jurado. Son dos cosas distintas. Por eso, cuando me planto ante un micrófono, o en Twitter o una red social, hay alguien que está recibiendo esos palos o esos elogios, ambos con efectos igual de insanos. Mi forma de seguir queriendo a mi familia y amigos es que sea mi personaje el que reciba la paliza.

—Usted ha cambiado mucho desde que irrumpió, incluso físicamente. Se parecía entonces a Javier Sierra.

—He firmado libros a nombre de Javier. La gente me paraba por la calle.

—Su prosa y usted han adelgazado, se han vuelto magras. ¿Qué pasó? ¿Ha madurado, envejecido o envanecido?

—Creo que soy más joven ahora que antes, y en esa juventud hay madurez. Es sorprendente. La madurez es un proceso hacia la niñez. Todas las cosas que te parecen extraordinariamente importantes acaban en un segundo plano frente al juego, que en el caso del escritor es la ficción. La vida es corta y lo que queda es reírse de uno mismo, y como escritor pienso lo mismo. De ahí el juego de la ficción, que está por delante de cualquier otro.

—Se ha vuelto más directo, más elegante. Es un asunto de carpintería, pero la carpintería importa.

—Y mucho. Has dicho «envanecimiento». Pues bien: el envanecimiento está en la «alambicación», una palabra que no estoy muy seguro de que exista. Es posible que, en algún momento, en mis comienzos, me ocurriese eso tan desagradable, ese momento «mamá, mira qué bien escribo». Ahora me he dado cuenta de que no. El golpe está en la sencillez.

Cinemascopazo y Todopoderosos algo influiría. Trabaja con personas que padecen el síndrome del humanismo a tiempo completo. Eso influye, ¿no?

—Eso me ha venido muy bien. Cuando volví a Madrid fui capaz de encontrar lo que era yo. Puede que tenga que ver, y espero que eso no aparezca en el titular —advierte, sonrisa incluida—, con que tuve éxito demasiado pronto. Eso me llevó a buscar quién era como escritor y persona.

—Usted no era un producto editorial. Digamos que fue exitoso en la administración de su propia empresa: usted.

"Es muy bueno que los mejores amigos de un escritor no sean escritores, que sean cómicos, cineastas, periodistas"

—Eso fue al comienzo. La gente que me ha rodeado me ha influido mucho: Rodrigo Cortés, que es uno de los genios más grandes de este país, esa velocidad, esa cabeza, o Arturo González-Campos. Es muy bueno que los mejores amigos de un escritor no sean escritores, que sean cómicos, cineastas, periodistas. Personas que lleven la excelencia hacia otros niveles. Te permite incorporar todo ese talento a tu propio trabajo.

—Usted fue periodista. Dígame, ¿así como hacemos periódicos televisivos, estamos escribiendo novelas «seriadas»?

—Es posible. Los hábitos de consumo de los lectores han cambiado. Valoran la relación con el personaje por encima de la historia. Eso tiene que ver con las series como producto masivo de consumo. Ese papel antes lo ocupaba el cine y en otra medida los libros, y ahora el eje se ha movido un poco, al menos en los últimos 15 años. Ya no sé si es porque es lo me gusta hacer o porque pienso poco en lo que el público quiere leer, sino lo que quiero leer yo. Y luego cómo conseguir que a gente abra el libro y no se separe de él en toda la noche. Lo que hago es un producto de lo que me rodea.

—Acaba de decir que tuvo éxito muy pronto. ¿En qué fase está ahora el producto cultural Juan Gómez-Jurado?

—No lo sé… —hace un silencio brevísimo—. Una vez le dije a Arturo Pérez-Reverte: «Yo quiero ser tú». Es el escritor más importante de este país. Cuando dices «a ver, ¿qué quiero hacer?», mi objetivo, y tardaré años en conseguirlo, es ser capaz de hacer lo que hace Arturo. ¿Has leído La Reina del Sur? Es una obra maestra. ¿Cómo es posible que alguien haya podido hacer eso con la edad que tenía cuando la escribió? Quiero escribir un libro que enganche a la gente y que tenga valores literarios de peso. Por eso no escribo un libro al año.

—Se reparte en otros proyectos. Su serie juvenil Alex Colt, por ejemplo.

"Decía Roald Dahl que escribir para niños es como escribir para adultos, pero tienes que hacerlo mejor"

—Esa serie es muy fácil. Mi hija quería que escribiera un libro para ella y cuando te pide eso, con sus ojitos grises, estás vendido. No puedes negarte. Cuando te pones en esa piel aprendes mucho. Sí que piensas en el lector, todo el rato. Decía Roald Dahl que escribir para niños es como escribir para adultos, pero tienes que hacerlo mejor. Y es así: tienes que estar pensando todo el rato en quién va a leer esto. Con la literatura para adultos no.

—Juan Gómez-Jurado es… ¿el segundo, tercer hermano? ¿El mayor o menor? ¿Niño lector o no lector?

—Soy adoptado. Fui hijo único de una un padre y una madre mayores. Fallecieron hace ya mucho tiempo. En casa había libros, no una cantidad excesiva. Mi padre intentó que yo leyera. Pero no era una casa culta. Era más bien modesta. Había libros de Julio Verne, Walter Scott…

—Ojo, que son palabras mayores .

—Claro, pero no teníamos a Umbral ni Valle-Inclán. A ellos llegué después.

—¿Era la colección Bruguera?

—No. Eran las ediciones de papel biblia de Plaza & Janés. Las de Bruguera llegaron después. Y yo me sentía mal porque mis compañeros de colegio las tenían. Los suyos tenían dibujos y los míos no. Sólo cuando crecí me di cuenta de que en casa teníamos joyas.

—¿Tener hijos ayuda a escribir?

—En absoluto. Lo que te ayuda es a ser más maduro. A medida que crecen y vas viendo cómo se enfrentan a la vida, además de la responsabilidad que tienes de haber traído al mundo a gente que tendrá problemas serios, resulta bastante inquietante. Para ser escritor de thrillers es muy bueno, porque genera conflicto.

—¿Con qué imagen suya cerramos esta conversación? ¿La de quienes lo describen como encanto o con el envanecido y en ocasiones petulante personaje de las redes?

—¿Petulante?

—Nos movemos con percepciones, ya sabe.

"¿Petulante yo? ¿Lo dices por Twitter?"

—Si hay algo que me define es mi inseguridad. Soy un tipo que anda todo el día con el síndrome del impostor. Algún día alguien se dará cuenta de que soy un imbécil. Quizá sea en esta entrevista. Y entonces todo acabará —ríe—. Pero, en serio. ¿Petulante yo? ¿Lo dices por Twitter?

—Si quiero enterarme de quién es usted no puedo decirle que es un encanto, ya ve.

—Mi experiencia es caer muy bien o muy mal. He hecho bastantes entrevistas y no me lo había planteado.

—Oiga, que no es personal

Cuando trabajé en la sección de cultura de ABC entrevisté a Pierce Brosnan en el Hotel Palace. Él venía a España a presentar El mañana nunca muere. Imagínate: suite, traductora, dos personas de la casa, gente de prensa, alguien de la distribuidora. Era un sitio con mucha gente. Cuando entré, Pierce Brosnan se levantó, me dio la mano y me dijo: «¿Quieres un café?». Yo no tomo, pero si James Bond te ofrece café… ¿cómo vas a decir que no? Aprendí tanto de ese gesto… Con 30 segundos ya me había ganado. Se trata de transmitir siempre a los demás una cercanía. Y en eso los actores de Hollywood son especialistas. Una vez me llevé a Catherine Zeta-Jones a Casa Patas, fue maravilloso. Estaba encantada, acabó con los zapatos en las orejas. Eso es magnífico. Luego conoces a otros personajes públicos españoles… y dices, ¿pero en qué plazas has toreado tú?

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