A Juan Hermida (Madrid, 1965), su padre le regaló todos aquellos juguetes que él no pudo tener. Al niño Juan le fascinó la delicadeza, el nivel de detalle que presentaban las figuras de indios, vaqueros o caballeros medievales. Creció, siguió jugando con los dinosaurios y los jedis de su hermano, pasaron los años, trabajó en una discográfica, la vendió y, tras la visita de un familiar que se fijó en un monigote que tenía el número de la patente, comenzó a investigar y se convirtió en un peaso historiador de la cosa. Su secreto: su información no procede de internet, sino de su archivo, el original. A la pregunta de Zenda de cuánta documentación hay en éste, responde: “Kilómetro y medio”.
Hermida, comisario y director de exposiciones y eventos varios relacionados con el juguete, posee un instinto de divulgación voraz y, por ello, ha montado una editorial, Coleccionismo de Juguetes, ha publicado una revista homónima y, además, es autor de varios libros —el último, P. B. P. – Palouzié, Borrás y Poch – La Historia del Juguete. 1891 – 1984—. Conversamos en su despacho, ante la mirada plastificada de, entre otros, un Mazinger Z de medio metro y varias figuras de El planeta de los simios.
—Señor Hermida, ¿recuerda cuál fue el primer juguete que le regalaron de niño chico?
—Bueno, de niño tuve muchísimos juguetes y, sobre todo, los que más me gustaban eran las figuras. De hecho, tengo mi recuerdo de los dos primeros juguetes: fueron los Madelman exploradores del Ártico, y una caja de figuras de Historex de Elastolin. Me acuerdo perfectamente porque eso marcó una diferencia en ese momento de mi vida.
—¿Cuál fue esa diferencia?
—El tema de las esculturas: eran extraordinarias. Me di cuenta de que no sólo eran figuritas o soldaditos. Eran muy delicadas. Aun siendo niño, fue como decir: “Uy, qué bonito, pero esto no es normal”. Las trataba con mucha delicadeza, porque, para mí, eran figuras especiales. Tuve mucha suerte: mi padre, de niño, no pudo tener juguetes y a mí, que era el mayor de los hermanos, pues me regaló muchos. Entonces, me regalaron muchos juguetes, muchísimas figuras. Me acuerdo de El Cid de Reamsa, por ejemplo. Y, como todo el mundo sabía que me encantaban las figuras, me regalaban fuertes, indios, cowboys, etcétera.
—Por curiosidad, ¿cuál fue el último juguete que usted regaló?
—El otro día, una figura. Un amigo la buscaba, yo tenía dos y se la regalé. (Piensa) Es curioso: no tuve juguetes solamente de niño. Tenía ocho años cuando nació mi hermano pequeño. Le empezaron a regalar juguetes y yo jugaba con sus juguetes. Entonces, ¿qué es lo que ocurrió? Que estuve jugando con juguetes hasta los veinte años y no solamente disfruté de los míos, también disfruté de los de mi hermano: Mazinger Z, Másters del Universo, Star Wars, dinosaurios… Claro, ya era otro otro período de tiempo.
—En la pequeña biografía de autor que aparece en P. B. P., La Historia del Juguete 1891 – 1894, usted es definido como “apasionado coleccionista e historiador del juguete”. ¿Por qué le apasionan los juguetes?
—Bueno, en primer lugar, el juguete refleja la sociedad, la evolución industrial: con qué materiales, cómo se construido ese juguete…, y también refleja un momento preciso. Por ejemplo, no sé si sabrás que las ocas llevaban esvásticas durante la Alemania nazi. Todo hay que mirarlo en su contexto histórico. Tengo muchos amigos que son coleccionistas de juguetes y punto, no les interesa nada más, pero a mí me interesan más cosas, por qué lo hicieron, cómo lo hicieron, quién los esculpió… Fruto de todo eso, en las entrevistas que he tenido con escultores jugueteros, sobre todo españoles, pero también alemanes o ingleses, me he llevado muchísimas sorpresas.
—¿Cómo se convierte en historiador del juguete?
—Tenía una compañía de discos. Siempre he tenido dos pasiones: una, los juguetes; la otra, los libros. Luego te contaré sobre la relación entre libros y juguetes. Entonces, vendí la compañía de discos porque pensé que venía un cambio. Efectivamente, era internet. Todo el mundo se extrañaba. Dije a mis compañeros que, desde EEUU, me habían avisado de que venía un nuevo sistema, de que se iba a poner en marcha y que, como siempre, la industria discográfica iba a reaccionar tarde y mal. Por ejemplo: sólo en sacar el CD tardaron quince años. Entonces, vendí la compañía, también nació mi hija y me tomé dos años sabáticos para pensar qué hacer. ¿Qué es lo que pasó? Un día vino a mi casa un familiar. En esa casa, yo tenía una balda como estas, y él cogió una figura y dijo: “Anda, viene el número de la patente”. Yo le dije: “Es la excepción”. En ese momento, yo no sabía quién había fabricado la figura. Y entonces, dijo: “Te doy un permiso –él trabajaba en la Oficina de Patentes y Marcas–, y lo investigas”. Como teníamos el número, 123, fuimos al 123 y pín: ahí estaba toda la información de los modelos, el nombre… ¿Qué es lo que pasó? Que cogí las Páginas Amarillas, localicé al fabricante, y él me empezó a contar. Me fui a Barcelona, me abrió las puertas de su casa, me contó y me dio documentación. Para mí, lo más importante era saber cómo había surgido la empresa, por qué habían decidido montar una empresa de juguetes, qué juguetes habían hecho, quién era el escultor, cómo lo hacían, por qué cerraron… Y me di cuenta de una segunda cosa: eran negocios que habían cerrado, y había quedado como una especie de tema tabú en sus familias. Ya había cambiado de status toda la familia, y me preguntaban: “¿Pero esto interesa a alguien?”. “Sí, sí: escribo en varias revistas, en Europa y en Estados Unidos sobre esto y hay una gran demanda…”. Y me di cuenta de que ellos cambiaban. Entonces, llegué a entrevistar a unos 150 fabricantes de juguetes españoles. Algunos se me iban muriendo porque ya eran muy mayores. Al dueño de Geyperman lo entrevisté en la cama, poco antes de que falleciera. Y sus hijos me escriben todos los años por Navidad, me mandan un crisma, no pueden estar más agradecidos.
—Porque recuperó la historia de su vida.
—Se había arruinado, acabó pensando que a nadie le interesaba y, de repente, alguien le dijo: “Gracias a usted, muchos niños pudimos disfrutar con sus juguetes”, etcétera. Y uno de esos contactos, que era este de Jecsan, compartía el mismo escultor con otra empresa que se llamaba Pech Hnos. Martí Castells ha sido el mayor artista de arte religioso en España. Entonces, en el taller de Castells, seis meses al año hacían figuras de Belén para Oliver y otras empresas, y los otros seis meses, figuras para la industria juguetera. ¿Qué es lo que ocurre con las figuras españolas? Son esculturalmente excepcionales. Además, se dio otra circunstancia: en el baby boom de los años 60, dentro del contexto histórico de la política autárquica del franquismo, no entraban juguetes de fuera. Por ello, la industria juguetera tuvo un boom. Entonces, aquí hubo varios cientos de fabricantes de juguetes y miles y miles de juguetes. Con la particularidad de la calidad y la particularidad de la forma en que eran pintadas, porque esto lo pintaban familias en casas. Por el tipo de material, no se puede pintar en cadena, ni con aerosol ni nada de esto: estaba pintado a mano.
—Las películas inspiraban muchos juguetes.
—Sí. Por ejemplo, salía El Cid, con Charlton Heston y Sofia Loren, y ellos hacían una caja del Cid. Además, cabe añadir una cosa: los ilustradores de las cajas de juguetes eran gente como Cortiella, un súper ilustrador, Segrelles o Bargalló. Se hacían figuras de todo tipo de películas. Las únicas figuras en el mundo basadas en El puente sobre el río Kwai son españolas. Como las hacían estos artesanos religiosos, tienen unas caras… Están sufriendo. ¡Claro, están en un campo de concentración! Entonces, llegó un punto que tenía tal cantidad de información que todo el mundo me la pedía, y me planteé ordenar toda esa información.
—Y escribió su primer libro: Historia del “Soldadito de Plástico” Español.
—Cuando lo estaba terminando, me llamaron de varias editoriales, pero todas querían un librito de 200 páginas y 100 fotos. Yo les dije: “Miren, no”. Si te das cuenta, está hecho en Word. No tenía ni idea de diseño ni nada. Entonces, lo anuncio en mi blog. Y digo: “Si lo quieres, tienes que pagar por anticipado 100 euros”.
—¿Esto fue en…?
—2009. ¿Y cuál fue mi sorpresa? Que 310 personas pusieron 100 euros en una cuenta bancaria sin haber visto una página. Un tío me llama y me dice: “Te pago diez”. Me metió 1000 euros. ¿Qué pasa después? Que este tío les pone un precio de 500 euros y los vende. Y es un libro, digamos, muy amateur, hecho en Word… ¡Si no sabía hacer fotos, ni manejar el Photoshop ni nada! Entonces, de una de las editoriales, Andrea, me llaman y me dicen: “Mira, Juan, he comprado el libro de segunda mano por 500 euros. Esto es completamente amateur, vamos a hacerlo bien”. Entonces, sacamos este, que es el mismo, pero editado con más profesionalidad: Plastic Toy Figures Made in Spain. En EEUU se vendió en un día: se presentó en una feria de libros de Nueva York y, de repente, aparece alguien del Club Vintage de Walt Disney. Hojea el libro, le llama la atención, ve unas figuritas de Walt Disney y ve que están fabricadas en España. “¿Cuánto vale este libro?”. “Tanto”. Se llevó los 300 que había. Ahora, quiero recuperarlo y dividirlo en tres libros: “Guerras de plástico”, “Oeste de plástico” y “Mundos de plástico”.
—El siguiente, Figuritas de juguete, ya se lo editó usted.
—Aprendí de los diseñadores porque estaba todo el día con ellos. Andrea empezó a tener problemas económicos y decidí seguir por mi cuenta. Fue cuando hice Figuritas de juguete, que es una guía de precios de 2016. Entonces, decidí abrir mi propia editorial, Coleccionismo de Juguetes, y publicar en ella mis propios libros.
—Y ahí es cuando empieza a publicar la revista del mismo nombre.
—Sí, porque yo lo que buscaba era dar salida al archivo. Yo quería compartirlo, divulgarlo. Se me ocurrió hacer una revista bimestral con otros amigos y coleccionistas, y ha tenido muchísimo éxito. Ha sido algo inesperado. Ha estado el número 5 en Amazon.
—¿A qué cree que se debe ese éxito?
—No es sólo la cuestión del juguete. Hay muchos libros sobre el tema, pero hay una gran diferencia: mis libros y mis publicaciones no se nutren de internet, sino de mi archivo. Del archivo original. Las fotos que, por ejemplo, aparecen en P. B. P. nunca se habían publicado en otro libro. Ni de Star Wars, eh. Entonces, ¿qué ocurre? Que es muy, muy original. Y muy fidedigno.
—¿Cuánta documentación hay en su archivo?
—Calculo que debe tener como kilómetro y medio.
—Y eso lo tiene en un almacén.
—Claro. En un almacén lleno de cajas. Y también digitalizado. Supone muchísimo trabajo. De hecho, te tengo que decir que yo, antes que esto, justo en el momento que está entre empezar con los juguetes y dejar la compañía de discos, monté una empresa y hacía eventos infantiles, y uno de los eventos que hice fue en las navidades del Ayuntamiento de Madrid. En Colón montamos la Ciudad de los Niños, que era gratuita, y montamos una exposición de juguetes, entre otras muchas actividades de teatro infantil y demás. Durante quince días, pasaron 200.000 personas. Gallardón fue a la inauguración y pidió que se le abriera una vitrina para tocar un juguete y era el Meccano. Estaba nueva la caja y dijo: “Uf, ese olor… este es mi juguete favorito de pequeño”. Me acuerdo que le dije que Cortázar era un gran aficionado del Meccano, y me dijo que lo había leído. Entonces, me llamó el Ayuntamiento y me dijo: “Has tenido más afluencia de gente que muchos museos en un año. ¿Por qué no montas un museo del juguete?”. Me mandaron a hablar con el Ministerio de Cultura y monté, durante los dos siguientes años…
—Lo recuerdo perfectamente.
—Pues eso hice. Yo era el director. Empecé con todo ese proceso de montar el Museo del Juguete en Madrid. De hecho, hay 14 museos de juguetes en España, y ninguno en Madrid.
—¿Por qué el proyecto no siguió para adelante?
—Sólo pedía un espacio nada más, yo ponía el sponsor, las colecciones, por supuesto, el archivo, la documentación… lo ponía todo, solamente pedía un sitio en el centro. Después de buscar el espacio, me dieron el Palacio Velázquez en el Retiro, pero decidí dejarlo porque saltó un caso de corrupción allí. Entonces, lo dejé pasar. Así fue. De hecho, de vez en cuando me llaman del Ayuntamiento: “Oye, es que he visto aquí un sitio, y tal…”. Sí, sí, yo encantado. Mientras me den el sitio, que sea céntrico y que sea accesible por transporte público, lo hago.
—¿Y qué proyectos tienes ahora entre manos?
—Ahora sacó la versión sencilla del libro P. B. P. y, luego, dividiré en tres partes el de las figuras. También estoy haciendo dos libros nuevos. Por otro lado, la revista no la voy a volver a hacer. Casi seguro que no.
—Dos últimas preguntas: primera, ¿cuántos juguetes tiene?
—No te sé decir. Miles.
—Y, para finalizar, hábleme de esa relación entre literatura y juguetes.
—Para mí, los libros son muy importantes. Son parte de mi vida. De niño, descubro La isla del tesoro e Ivanhoe. Los leo y me entusiasman tanto que, cuando los termino, cogía las figuras de unos piratas y empezaba a jugar a La isla del tesoro. En mi imaginación, yo seguía desarrollando la novela, o recreándome la novela con mis juguetes. A las figuras les ponía los nombres de la novela. Creo que es muy importante que eso perdure. Lo creo.
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