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Juan José Millás: «La gente no dice nada interesante, nunca jamás”

Juan José Millás. Foto: Jeosm

Juan José Millás (Valencia, 1946) nos cuenta, divertido, cómo le llegó una notificación a Twitter en la que aparecía fotografiado, recientemente, junto a un desconocido en la Fnac: «Estaba pensando: «Y este tío, ¿quién es? ¿Y cuándo he estado yo ahí hace tan poco?». En realidad, el usuario equis posaba con un retrato corpóreo del escritor que le hizo Jeosm.

Entrevistamos al autor de Letra muerta, Dos mujeres en Praga o la magnífica Mi verdadera historia con la excusa de su última novela, Que nadie duerma (Alfaguara, 2018). En la obra, simplificando al extremo, una exprogramadora informática se mete a taxista por un amour fou que escucha Turandot, el aria de Puccini, a todo trapo. Las peculiaridades del personaje y sus circunstancias la conducirán a un final operístico y extremo. También se cree una mujer pájaro.

Antes de mostrar nuestra conversación, les cuento también que cuando nos despedíamos y bajábamos por unas escaleras de caracol, Millás se puso el primero por el siguiente motivo: «Así, si os caéis, lo hacéis encima de mí y os dolerá menos».

Juan José Millás. Foto: Jeosm

P: Señor Millás, ¿los monstruos del sueño de la razón han dado paso a los del sueño de la sinrazón?

R: En mi novela lo que hay es un delirio incrustado en la realidad. Es lo que sucede con frecuencia. Lo difícil es articular la realidad y el delirio: son dos materiales distintos. Entonces, tienes que utilizar mecanismos de alta precisión, como los que se utilizan para articular la rodilla, un codo o un tobillo. Esa ha sido, quizá, la mayor dificultad de la novela: articular esos dos registros tan diferentes. Digo esto un poco a ciegas: tampoco es que uno piense en esa articulación como un ingeniero o un constructor de puentes piensa en cómo articular piezas de un puente. Nuestro trabajo, en gran medida, es intuitivo e inconsciente.

"La posverdad es una mentira, pero va más allá de la mentira. ¿En qué sentido? En su capacidad de convertirse en una verdad alternativa, que es lo que se pretendía con la posverdad."

P: ¿Qué es, para usted, la posverdad?

R: Vamos a ver, la posverdad es una mentira. Eso lo dice todo el mundo. Ahora, el hecho de que se llame «posverdad» es porque debe tener matices con respecto a la mentira. Es como cuando decimos que Antonio López es un pintor hiperrealista y no un pintor realista a secas. Hay algo en él que va más allá del realismo. La posverdad es una mentira, pero va más allá de la mentira. ¿En qué sentido? En su capacidad de convertirse en una verdad alternativa, que es lo que se pretendía con la posverdad. El primer jefe de prensa de Trump negó una verdad evidente, que no recuerdo cuál era, diciendo que había verdades alternativas. Es decir, que la posverdad no es una mentira a secas: está llena de matices y tiene capacidades de confundir que no tiene la mentira tradicional.

P: Escohotado dice que “la verdad se defiende sola; la mentira necesita ayuda del Gobierno”.

R: (Risas) Está muy bien. Lo que pasa es que la ayuda del Gobierno es lo que le permite convertirse en una verdad alternativa.

P: En Que nadie duerma, el presunto periodista, Ricardo, dice que “un modo de hacer las cosas bien consiste en evitar la actualidad. O en desactualizarla”. ¿Lo suscribe?

R: Depende de para lo que sea (Risas). Si es para escribir el tipo de artículo que escribo yo, por ejemplo, conviene desactualizarla. Para escribir este híbrido que suelo hacer yo, que está entre periodismo y la literatura, que llamo «articuento», para eso sí conviene someter la actualidad a un proceso de desactualización.

"Si la gente en las novelas dialogara como en la realidad, las novelas serían aburridísimas."

P: Hay un diálogo entre la protagonista, Lucía, y el ya citado Ricardo, en el que esta apunta: “¿De qué hablamos? De nada”, y él responde: “Miles de millones de personas hablando a lo largo y ancho del mundo sin decirse nada. Lo voy a anotar para uno de mis artículos desactualizados”. Hablamos mucho; ¿pensamos poco?

R: Hablamos todo el rato sin decir nada. Lo normal es no decir nada. Por eso nos gusta, de vez en cuando, leer un libro: porque se supone que dicen algo. Yo les trato de explicar a mis alumnos, cuando doy talleres de escritura, que la lengua se mueve por una serie de circuitos previamente impresos. Si tú has abierto algún reloj digital, ves que hay un circuito impreso y por ese circuito se mueven los electrones o lo que se mueva por ahí. Sería impensable que un electrón se saliera del circuito e hiciera su propio circuito. Pues esto es lo que tiene que hacer el escritor: salirse del circuito, porque en la realidad diaria la gente no se sale del circuito, dice cosas previsibles. Te sientas en una cafetería, te pones a escuchar la conversación de la mesa de al lado, y una vez que sitúas a los personajes, todo lo que dicen lo podrías escribir tú. Por eso los diálogos de las novelas o del cine, cuando son buenos, son buenos porque no se parecen a la realidad. Tienen que transmitir al lector o al espectador verosimilitud, que es posible ese diálogo, pero si la gente en las novelas dialogara como en la realidad, las novelas serían aburridísimas. La gente no dice nada interesante, nunca jamás. (Piensa) Soy un voyeur del oído. El primer teléfono inalámbrico que tuve me pareció muy fascinante. Era fantástico coger el teléfono e irte al cuarto de baño o a la cocina. Bueno, el que yo tuve debía de ser muy malo porque, cuando me separaba unos metros de la base, oía a la vecina de arriba que hablaba con su hija, todos los días, a las cinco de la tarde. Pensé que era un chollo. Bueno, pues al tercer día dije: «No vale nada». En tres días no dijeron nada interesante. Todo lo que dijeron lo podría haber yo imaginado a partir de las primeras frases. Nosotros creemos que somos dueños del lenguaje, pero es el lenguaje el que es dueño de nosotros. Nosotros decimos todo el rato lo que el lenguaje quiere que digamos, excepto cuando te pones a escribir, que ahí tienes que negociar. Soy partidario de una negociación: si yo dijera solamente lo que quiero decir, escribiría textos intransitivos, incomprensibles, que es lo que hizo Joyce con su última novela, Finnegans Wake; si yo dijera solamente lo que el lenguaje quiere decir, serían textos previsibles, sin ningún interés. Entonces, yo creo que hay que negociar con el lenguaje y, de esa tensión, surge un texto literario. Es lo mismo que decir que nace del choque entre lo que tú has leído y lo que tú quieres aportar a la escritura, y cuanto mayor sea esa tensión, más literario será el texto. (Piensa) A Rulfo, en una entrevista, Soler Serrano le dijo: «Da la impresión de que ha viajado por todo México con un magnetofón. En sus novelas, la gente habla como hablan los mexicanos». Y Rulfo le contestó: «Mire usted: la gente no habla como en mis cuentos o en Pedro Páramo. Otra cosa es que yo tenga la obligación de transmitir al lector la idea de que eso es posible, la verosimilitud».

P: A Sabina le pasa algo parecido cuando le aplauden por ser un «poeta de la calle» y derivados, y él lo que dice es, más o menos, «sí, sí, eso está muy bien, pero lo que quiero que se note es el barniz literario, las lecturas».

R: Claro. Transmite esa impresión, de que sus poemas son como la gente habla. Pero es una impresión falsa: si fueran como la gente habla, sus poemas no tendrían ningún interés.

P: Si nuestro mundo se mirara ante un espejo, ¿vería una falsa gorda?

R: (Risas) Vería una falsa delgada. En la medida en que la delgadez es un modelo de belleza y en la medida en que nuestro mundo está muy autosatisfecho, vería una falsa delgada. Pero nuestro mundo está muy mal (Risas). Esto tiene que ver con lo que decíamos de la posverdad: nosotros estamos invadidos por la posverdad. Cada dos o tres días, el Gobierno dice que esto va fabuloso y que hemos vuelto a crecer y que podemos ahorrar para un plan de jubilaciones. Todos sabemos que es mentira, aunque es una mentira con matices: sabemos que hay gente que se ha enriquecido con la crisis. Los periódicos podrían dar la noticia como es de verdad. ¿Hemos crecido al 3%? No: cinco españoles han crecido al 3%, pero otros cinco han decrecido al 3%. Lees el periódico, ves la televisión…

P: Ya no hay desahucios en los telediarios.

R: Eso es. Y no ves que los partidos políticos, ninguno, traten de convertir esos titulares en verdad. Han renunciado. No hay discurso…

"Cada vez hay menos paro, claro, pero porque hay cada vez más esclavos. Todo eso es posverdad."

P: Antes lo hablaba con Jeosm: uno se mete en un periódico digital X, por muy serio que sea, y siempre encontrará un «El impresionante cambio de Fulano», «Las barbaridades más lo que sea de Mengana», titulares entre interrogantes… Es irritante.

R: Eso no es información, sino posverdad y populismo. El populismo se atribuye a unos pocos, pero se aplica desde el poder. Y no hay discurso alternativo contra eso. Resulta que somos uno de los países con más desigualdad de Europa, tenemos cinco millones de pobres que no pueden encender la calefacción, una clase media que ha sido expulsada a la miseria, nos estamos latinoamericanizando, es decir, nos estamos convirtiendo en un país con unos pocos ricos muy ricos, una clase media delgadísima y, el resto, una inmensa bolsa de gente que vive de forma menesterosa, que no puede encender la calefacción. Y, sin embargo, el discurso oficial es… (Piensa) Antes de que vinieras, estaba viendo un telediario en el que daban la noticia de que Guindos va a conseguir el puesto europeo. ¿Sabes qué decían en el telediario? Que como es el artífice del milagro económico… ¡Lo han dicho así, no me lo estoy inventando! ¿Pero a qué llamáis «milagro económico»? Cada vez hay menos paro, claro, pero porque hay cada vez más esclavos. Todo eso es posverdad.

P: Caray, volvamos al libro. (Risas) Lucía tiene algo de Quijote.

R: Hombre, sí. Es una persona ingenua que va haciendo el bien. En lugar de ir montada en un caballo, va en un taxi haciendo el bien en nombre de ese amor platónico que es Braulio Botas. Igual que Don Quijote tiene en su cabeza a Dulcinea, Lucía tiene a este, que es una construcción imaginaria prácticamente: está enamorada de una persona que ha visto un día en su vida, y se ha hecho taxista con la confianza de que, un día, este hombre aparezca en una esquina y se suba a su taxi. Mientras tanto, va haciendo el bien por donde pasa.

P: Antes de que Lucía estalle –utilizo este verbo para no destripar la trama–, me recordó también a Luz, la protagonista de Dos mujeres en Praga: sus locuras son simpáticas, entrañables o compasivas. ¿Existe un patrón de chica Millás?

R: No. Casi no me acuerdo de cómo era Luz. He trabajado con bastantes personajes femeninos. Este no se parece a nadie. Este es un personaje muy potente. Quizá tenga algún rasgo de algún otro personaje mío, pero no lo recuerdo.

P: ¿Por qué se fijó en los pájaros?

R: Yo llevaba mucho tiempo leyendo cosas sobre pájaros. Un día, cayó un libro en mis manos y dije: «Joder, esto es un mundo». Entonces, no es raro que las cosas que tienes entre manos caigan en tus novelas. Te nutres de eso. Luego, pensando… Me gustó mucho que a la madre de Lucía le «cortaran las alas», que es una expresión tremenda, si te paras a pensar: se utiliza para decir que a alguien le han quitado la libertad. De repente, empezó a venir todo lo que había leído sobre los pájaros y también pensé en la carga simbólica enorme de estos. Representan la libertad: siempre hemos imaginado que la libertad es volar. Yo estuve en Japón haciendo un reportaje sobre el desastre de Fukushima. Intenté entrar en una zona de exclusión y no me dejaron. Pero en esa zona había muchos animales domésticos que se habían quedado allí: gatos, perros… Y no los dejaban salir. Sin embargo, los pájaros iban de un lado a otro. Eran los únicos a los que no podían retener. (Piensa) No sé si fue en una obra de teatro, en la que escuché una escena en la que un niño le preguntaba a su padre: «Papá, ¿los pájaros que viven en España son españoles?» ¡Es buenísimo! Tiene una carga… El pájaro representa la libertad absoluta. También el sexo. Dicen los psicoanalistas que cuando sueñas con volar, eso tiene una relación muy fuerte con el sexo. Y en nuestra tradición, los pájaros son portadores de secretos: en la antigüedad griega y romana, había gente que interpretaba el canto de los pájaros.

P: En la novela está también el mito de Prometeo.

R: Sí. Los pájaros, en nuestra tradición cultural, son muy simbólicos y desde muchos puntos de vista. Entonces, eso le viene muy bien a mi personaje. Encaja la idea de ser una mujer pájaro como un guante.

P: También hay una mención a una mujer pájaro de verdad: Koo-Koo.

R: Era una mujer que tenía forma de pájaro, y la exhibían en las ferias. Esa mujer desapareció. No se murió, no, no: desapareció, como si hubiera volado. Por otro lado, había una soprano, Yma Sumac, que aprendió a cantar en su pueblo imitando el canto de los pájaros. Los pájaros la enseñaron a cantar.

"Ésta es una novela muy especial."

P: En la faja de Que nadie duerma, leemos: “El mejor Millás”. ¿Usted también lo cree?

R: Bueno, yo me dejo querer (Risas). Ahora, ya fuera de la broma, hay una cosa muy cierta, y que tú, que veo que has leído varias cosas mías, creo que has percibido: ésta es una novela muy especial. El final es así de fuerte porque ella, que es una mujer ingenua y con dificultades para socializarse, de repente ha encontrado unos amigos que pertenecen al mundo de la cultura, y, para ella, la cultura es sinónimo de bondad. Entonces, la decepción es tan grande que la reacción tenía que estar a la altura.

P: ¿Tiene previsto ir pronto a alguna ópera? ¿Teme represalias?

R: (Risas) Bueno, yo creo que les encantará a los amigos de la ópera. Nunca he ido a la ópera… Miento: sí, estuve en Viena. Ir a Viena y no ir a una ópera es ir como a Madrid y no ver El Prado. Ahora, también es porque el embajador me regaló dos entradas.

P: Para finalizar: ¿vencerá, al alba, la razón?

R: Ufff… Ese es el deseo, pero el deseo no siempre se cumple. Creo que estamos en una época muy mala, con un horizonte muy malo, y que no hay ningún síntoma de que vayamos a mejorar. La desaparición del Telón de Acero fue muy buena para los que vivían al otro lado, pero muy mala para nosotros: no hay alternativa al capital. No hay otro mundo. Y eso nos ha pillado con la guardia baja, con jóvenes que han sido educados en la bondad. Nosotros habíamos hecho conquistas que creíamos que eran para siempre, y no. Hay poca movilidad social, una globalización que nos está igualando por abajo… Ojalá cambie y tal, pero la impresión no es esa, sino la de que vamos a un mundo terrible.

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