Publica Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) Raros como yo (Espasa, 2023), un bestiario de escritores raros, mejores y peores, más o menos malditos, antes de que el malditismo fuera un producto de franquicia que permitiera al sistema “propugnar modelos vitales y paradigmas culturales que contribuyeran a la cretinización y envilecimiento de las masas”. Por sus páginas circulan, entre muchos, muchísimos otros, León Bloy, “el escritor más original y virulento que jamás hubiese leído”; el pobre Juan Antonio Zunzunegui, a quien se le colgó el sambenito de gafe; Rafael García Serrano, hoy marginado por su falangismo efervescente, o el argentino Leonardo Castellani, por quien el autor mantiene el entusiasmo por su vocación “en medio de tantas zancadillas y puñaladas traperas”. El Premio Ojo Crítico de Narrativa por la fantástica Las máscaras del héroe y Premio Planeta por La tempestad sostiene que “todo escritor verdadero está hablando siempre de sí mismo, de sus inquietudes y anhelos, no importa cuál sea el asunto de su escritura”. Zenda le pregunta por ello en el Café Varela, el maravilloso hospicio culinario y etílico de literatos que comanda Melquíades Álvarez.
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—“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. ¿El verbo nos hace dioses?
—No diría tanto, sería excesivo. El verbo nos hace más conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra insignificancia, pero también de nuestra curiosidad. Las palabras fueron creadas para descifrar y nombrar el mundo. Creo que, más bien, el verbo nos hace conscientes de nuestro lugar en el mundo, de nuestras responsabilidades, también de nuestra condición de hijos de Dios… Iría más por ahí. No creo en la misión mesiánica del escritor ni del artista, la verdad. Todo lo contrario: cada vez creo más en el escritor como un artesano. Creo más en la literatura como un oficio.
—¿Sabría decirme cuál es su palabra favorita?
—No lo sé, no lo he pensado nunca, la verdad.
—¿Y cuál es la que más detesta?
—Cualquier palabra que no tenga raigambre literaria, que no tenga una etimología natural. Hoy en día, los medios de comunicación están constantemente utilizando palabros indecentes, construcciones asquerosas. Es verdaderamente aberrante. La tele casi no la pongo. Entonces, cuando la pongo, me quedo verdaderamente impactado. Cuando dicen “explosionar”, por ejemplo. ¿Cómo que explosionar? ¡Explotar! Hay una tendencia a hacer verbos del sustantivo: de explosión, explosionar. ¡Pero es que explosión viene de explotar! Sí, me impresiona mucho el manoseo del lenguaje que se hace en los medios. Y cómo la política invade el lenguaje. Acuérdate hace unos años con la palabra “gobernanza”; ahora, con la mamonada de la “resiliencia”…
—“Empoderar”, “ecosostenible”…
—¡La “sostenibilidad”! Todas estas cosas me repugnan.
—¿Se ha devaluado el significado del significante “literatura”?
—La literatura, en realidad, es una expresión artística propia de cada época. No debemos olvidar que, ahora mismo, Occidente ha largado amarras con su tradición cultural, ha roto todos los lazos que le unían a ella. Hoy en día, los chavales salen del instituto sin haber leído ninguna obra de ningún autor clásico. Esto es una cosa que no ocurría desde hace siglos. Inevitablemente, la literatura se está depauperando, esto es así. (Piensa) El otro día me mandaron una reseña que debía ser de internet, de Amazon o un sitio así. Y un tipo que, además, escribía un testamento, decía que le parecía una vergüenza que yo utilizara un castellano tan anacrónico. Que, por qué, por ejemplo, utilizaba la palabra “mohíno” y no podía poner “triste”. Al tío le resultaba absolutamente inaceptable que utilizara la palabra “mohíno”. Una palabra tan cervantina, que Cervantes utilizará como cincuenta veces en El Quijote. Me impresionó, lo he notado en otras ocasiones: palabras que me parecen vulgares son consideradas como esotéricas. Esto tiene que ver con la ruptura con la tradición, con el sentido de la lengua y con pensar que la lengua solamente desempeña una función, valga la redundancia, funcional. Esto es lo contrario a la literatura. Está habiendo una metamorfosis social que hace, a mi modo de ver, que cada vez haya más gente que no necesita la literatura u otras expresiones artísticas para vivir.
—Esto es un síntoma de…
—Es un síntoma de robotización, de maquinismo. De sustitución de la biología por la tecnología. Estamos dejando de ser criaturas y nos estamos convirtiendo en máquinas.
—Considera que el escritor es un artesano, pero se habla, sobre todo, de la industria de la literatura. ¿La industria de la literatura produce escritores industriales?
—Está habiendo un fenómeno vinculado a esta deshumanización, a esta maquinización del ser humano, que tiene que ver con la igualación, con la homogeneización de la Humanidad. Frente, digamos, al designio divino, que es que todas las personas seamos distintas, que no haya personas iguales, y por eso nuestros rostros son distintos, también nuestras almas, creo que los poderes que rigen el mundo, por el contrario, necesitan una Humanidad homogénea. Que tenga los mismos gustos, que sea fácilmente encasillable…
—Pastoreable…
—Y pastoreable, por supuesto. Se trata de potenciar mucho, porque eso facilita el consumo, el igualar a la gente. Por supuesto, habiendo diversos rediles: aquí el gay, aquí el feminista, aquí el ecologista…, pero son personas con unas estructuras de pensamiento, y también de sentimiento, homogéneas. Inevitablemente, en una sociedad así, también el arte tiende a homogeneizarse. Se genera un arte estandarizado. Esto se ve mucho en las series de televisión. Empecé a verlas con cierta curiosidad y las dejé de ver porque todas tenían los mismos clichés. En literatura, indudablemente, pasa lo mismo. Lo percibo muy claramente. Tanto en la baja como en la supuestamente alta literatura se generan estándares. Por ejemplo: “Las novelas tienen que ser de psicópatas”. Es una cosa insólita: los psicópatas, gracias a Dios, no dejan de ser pocos. Y los que hacen crímenes rituales o esotéricos son todavía menos (risas). Creo que en España hay más novelas de psicópatas que perpetran crímenes llenos de simbolismos y de cábalas extrañas que crímenes que se cometen así. Es una literatura que no tiene nada que ver con la verdad humana. Simplemente, es alfalfa para personas que han sido creadas en serie.
—¿Y qué me dice de esa supuesta alta literatura?
—Los libros supuestamente de alta literatura que hoy tienen éxito triunfan por razones sociológicas. Más que por razones estéticas. O sea, en un momento dado, la sociedad española necesita asimilar lo que fue el terrorismo etarra. Pues surge esa novela con una visión abarcadora con la que pueden asentir personas de distintas sensibilidades. O surge la nostalgia de la vuelta al campo, y surge el libro de éxito que te habla de eso. Pero es por razones sociológicas. Esta literatura no triunfa porque digas: “¡Joder, cómo escribe este tío!”. Es un fenómeno nuevo que tiene que ver con la uniformización, con la igualación de las almas. Que es una labor diabólica: del mismo modo que Dios lo crea todo distinto, el Demonio quiere igualarlo todo. Porque los demonios siempre van en enjambre.
—“Me llamo Legión, porque somos muchos”.
—Las infestaciones diabólicas siempre son de un mogollón de espíritus iguales. Sí, creo que hay algo diabólico en términos teológicos en esa igualación humana.
—Hablemos del malditismo. Pocas cosas menos transgresoras, más inocuas, se me ocurren que un escritor que, en noviembre de 2023, se autodenomina maldito.
—En líneas generales, el malditismo es un término que, canónicamente, se acuña o consolida en el siglo XIX. La ruptura del maldito es frente a los códigos burgueses. Esos códigos burgueses tenían una serie de paradigmas culturales contra los que el maldito se revolvía. Hombre, en el siglo XXI, esos paradigmas culturales hegemónicos son completamente distintos. Hace dos siglos, blasfemar, indudablemente, era un acto arriesgado, y no digamos hace cuatro o cinco siglos: te la podías cargar bien. Pero hoy en día, blasfemar es inane: no asumes ningún riesgo. En todo caso, te van a aplaudir. ¿Quiénes te van a aplaudir? Aquellos que te han elegido como bufón, aquellos a los que les conviene hacer seguir creyendo a la gente que blasfemar es una ruptura, es una transgresión brutal. Hoy en día, el maldito ha dejado de ser alguien que verdaderamente transgrede los códigos establecidos y se ha convertido en un lacayo de esos poderes establecidos. Poderes que lo potencian, lo financian, lo llevan de gira por los Institutos Cervantes, etcétera.
—Entonces, ¿el auténtico maldito es el bendito?
—Hoy en día, es más maldito rezar a los santos que invocar a los demonios. Es más maldito el que reivindica la tradición que aquel que grita “¡libertad, libertad!”, sin duda.
—¿Le ha perjudicado su catolicismo en el ecosistema cultureta patrio?
—Esto es fruto de una sociedad enferma que se revuelve contra sí misma. Lope de Vega era un escritor católico. Y Cervantes. No se nos ocurre decir: “Cervantes, ese escritor católico…”. No: Cervantes es un escritor que tiene su cosmovisión, su concepción del mundo y del hombre, y esa concepción del mundo y del hombre coincide con una concepción cristiana, católica. El escritor no es católico. El escritor es escritor y luego tiene su concepción del mundo. Evidentemente, la concepción católica, en otras épocas, era hegemónica; hoy en día, totalmente marginal y, paradójicamente, heterodoxa. Nunca he pretendido ser un escritor católico. Soy un católico que escribe, ¿sabes? Pero como soy un zamorano que escribe o un gordo que escribe (risas).
—Reformulo la pregunta: ¿le ha perjudicado ser un católico que escribe en el ecosistema cultureta patrio?
—Indudablemente. Es como si me dices: “¿Te ha perjudicado ser zamorano?”. Seguramente sí: al ser zamorano, sólo veo el mar cuando voy de vacaciones (risas). Todo tiene sus limitaciones y sus grandezas. Te he de confesar que, en líneas generales, más allá de las animadversiones de los sectarios, de los psicópatas, de los enfermos, a mí, ser católico y escritor me ha perjudicado entre los católicos.
—Esta no me la esperaba.
—Porque ser católico se ha convertido en algo tan fuera de sitio en el mundo en el que vivimos, que muchos católicos desarrollan una animadversión, de tensión hacia el mundo. Dentro de esa tensión, se mira con desconfianza a la literatura. Yo, en el mundo católico, soy considerado una especie de réprobo por la libertad que me tomo con las cuestiones sexuales en mis libros. Todavía hay mucha gente que, en el ámbito católico, me señala con escándalo por haber escrito Coños. Y digo: “Joder, ¿estos se han leído el Libro del Buen Amor?”. ¡Y lo escribió un arcipreste! ¡Yo todavía no soy arcipreste! Pienso que, en líneas generales, el mundo moderno es muy radicalmente anticristiano. Entonces, la posición de un escritor que tenga una concepción del mundo cristiana es cada vez más estrafalaria. En ese sentido, sí, sin duda: eso te convierte en un maldito a los ojos de nuestra época.
—Ernest Hello: “El santo forjado por el mundo sonreirá al error, sonreirá al pecado, sonreirá a todos, sonreirá a todo. Estará exento de indignación, de profundidad, de alteza, de mirada sobre los abismos. Será benévolo, dulzarrón con el enfermo e indulgente con la enfermedad”.
—Ernest Hello era un escritor extraordinario, un reaccionario maravilloso. Me hace mucha gracia: he estado viendo la investidura un poco (la entrevista se hizo el 16 de noviembre), y me he dado cuenta de que, en vez de utilizar la palabra “fascista”, utilizan “reaccionario”. Es una palabra que antes tenía un pedigrí elevado, pero ahora han decidido convertirla en una palabra estigmatizante. Pues Hello era un escritor reaccionario, muy brillante. Tiene una obra que se titula El Hombre, título bastante llamativo y osado, y es excepcional. Hello profetiza lo que va a suceder en el mundo moderno con la fe religiosa. Es decir, que va a haber una falsificación de la religión que se va a expresar con esa merengosidad que él describe ahí. En realidad, esa descripción se podría hoy aplicar a muchos clérigos, incluso a altas jerarquías de la Iglesia Católica. Les vendría como anillo al dedo a muchos personajes religiosos de nuestra época. Y, por supuesto, a todo aquel que quiere ser un bienqueda.
—Escribe usted: “Todo escritor verdadero está hablando siempre de sí mismo, de sus inquietudes y anhelos, no importa cuál sea el asunto de su escritura”. ¿Qué cuenta sobre usted cuando se refiere a Carme Guasch, Jacinto Miquelarena o Concha Espina?
—En primer lugar, un sentimiento de hermandad hacia esos escritores. Por una u otra razón, en algunos casos, me parecen magistrales; en otros, encuentro ese rasgo, ese momento vital con el que me identifico. En todas las elecciones hay una afinidad e, indudablemente, los escritores que están recogidos en este libro son escritores con los que me identifico por alguna razón. A veces, simplemente, porque me despiertan ternura. Con todos tratas, efectivamente, de mostrar algo de ti mismo. Me has mencionado a Concha Espina, por ejemplo. Concha Espina era una mujer, si aceptamos las clasificaciones ideológicas de nuestro tiempo, más bien progresista, muy activa en la promoción femenina, muy inquieta por la cuestión social. Llegó a ser una de las directivas de la Sociedad de Amigos de la Unión Soviética. Pero esta mujer vive en la Guerra Civil en un pueblo de Cantabria y va a tener la ocasión de ver las tropelías que cometen allí los republicanos. Y se adhiere totalmente a Franco. Su obra es muy radicalmente conservadora, digámoslo así. Además, su hijo, Víctor de la Serna, de quien también hablo en este libro, era un joven falangista. En ella me gusta el cambio.
—El viaje.
—Sí. Creo que la vida es un camino y, en ese camino, a cualquier persona que no esté fanatizada se le caen las vendas. Con esto no quiero decir que el itinerario exacto de ella sea el que yo defienda. Lo que no defiendo es la visión tan elemental y tan sectaria que hoy en día se está imponiendo. Me sobrecogen las personas que tienen un discurso tan monolítico. Sin duda, el personaje de todo el libro con el que me identifico más es Leonardo Castellani.
—Si usted no es un “escritor sistémico, ni un católico chirle al uso”, es gracias a él.
—Castellani me cambió mucho la vida. Lo leí en un momento importante en el que estuve a punto de abandonar la Iglesia, asqueado por la gentuza a la que conocí. Yo, por triunfar muy joven, digamos que en los ámbitos eclesiásticos se intentó sacar provecho de mi fama, de mi celebridad, y tuve la oportunidad de conocer el mundo eclesiástico y, muy especialmente, las jerarquías eclesiásticas muy de cerca. Entonces, vi gente verdaderamente repulsiva. Tanto eclesiásticos como seglares. Esto me provocó un rechazo bestial. Si en algún lugar he conocido gente mala, fue ahí, ¿sabes? Estaba en una vía prácticamente de abandono y, entonces, leo a Castellani. Castellani sufrió mucho “no sólo por la Iglesia, sino a manos de la Iglesia”. Fue expulsado de la Compañía de Jesús.
—Lo recluyeron en Manresa.
—Era el lugar que tenían los jesuítas para los casos complicados. Los tenían como si estuvieran en el loquero. Por cierto, Castellani escribió una biografía muy interesante de Jacinto Verdaguer. El caso es que lo expulsan de la Compañía de Jesús, lo tienen muchos años sin poder decir misa, finalmente lo rehabilitan, no vuelve a la Compañía de Jesús… y es un escritor que tiene una visión sobrenatural de la Historia y de los problemas políticos, culturales y sociales muy penetrante. Me impresionó mucho su lectura y sí, me transformó por completo. Tiene una reflexión muy profunda, que vertebra su obra, sobre el fariseísmo como gangrena en el seno de la Iglesia. Es muy, muy lúcida. Me parece preclara la visión que tiene muchas cosas. Sobre todo, me gusta mucho porque hace una lectura teológica de casi todos los problemas que aborda. Es una cosa que, prácticamente, nadie tiene ya. Aquello que decía Donoso Cortés de que detrás de toda gran cuestión política, hay una cuestión teológica, es una cosa que Castellani, en su análisis de la realidad, siempre tiene presente.
—Vamos acabando, Juan Manuel. En el prólogo de Raros como yo cuenta que, mientras investigaba sobre las “rosas de Cataluña”, se llevó “muchos arañazos y mojicones de propina”. Desarrolle, por favor.
—La relación con Cataluña ya no es una relación normal. Entonces, es imposible meterte en la cultura catalana y no salir magullado. En Cataluña, quizá, me llevé la indiferencia o el desdén; las magulladuras principales fueron fuera de Cataluña. Un periodista de La Vanguardia me preguntó si consideraba que Cataluña es una nación. Le respondí que si entendemos nación desde el punto de vista histórico, sin duda, puesto que nación es una comunidad humana que tiene una cultura propia, una lengua propia, unas instituciones propias, unas tradiciones propias, y está localizada en un territorio concreto. Entonces, sí, Cataluña sería la nación más clara dentro de los pueblos de España. Ahora, si lo entendemos en el sentido moderno político, no. Porque la nación en términos políticos, la noción liberal de nación, está asociada a la soberanía, a la autodeterminación, etcétera. Esto es lo que dice el diccionario. Yo soy totalmente contrario al segundo término, al concepto liberal de nación. Creo que es el concepto que más daño ha hecho a las sociedades humanas, y creo que la nación histórica es algo importante y que, además, se debe potenciar. Entonces, dije que, “desde el punto de vista histórico, Cataluña es una nación como una catedral”. Titular: “Cataluña es una nación como una catedral”. A pesar de que en la entrevista esto se decía tal y como yo lo había dicho, sin ningún intento de tergiversación y nada, me montaron un aquelarre.
—Usted ha investigado durante muchos años la literatura catalana de la Edad de Plata.
—He dedicado una obra de 1.800 páginas a una escritora, Ana María Martínez Sagi, El derecho a soñar. A esta obra le dediqué la vida. En ese libro hago un montón de hallazgos sobre la literatura catalana desconocidos. Es un estudio de la literatura de la época con una cantidad de aportaciones bestial. La parte de “Rosas de Cataluña” que aparece en Raros como yo, que son escritoras de esta generación, es producto de esas miles de lecturas que hice en aquella época. Sí, fue un trabajo ingrato porque descubres la verdad de Cataluña. Por ejemplo: muchas de las escritoras que aparecen aquí, en Cataluña son presentadas como si escribieran solamente en catalán.
—Y no es así.
—¡Es mentira! Escribieron también en castellano, y su obra en castellano se oculta. ¿Por qué? Porque no contribuye a la creación de estereotipos. El independentismo necesita crear una literatura nacional, en el sentido liberal de la palabra. Por ejemplo: Irene Polo, que es una escritora que ha recibido mucha atención en Cataluña en los últimos años. Una chica moderna, que hace un periodismo muy moderno en los años 30 y se suicida muy joven. La obra periodística en catalán de esta chica ha sido reeditada; la obra en castellano permanece oculta. Esto es impresionante: se presenta como una autora en lengua catalana y es bilingüe. Claro, ¿qué ocurre? Los periódicos en catalán están digitalizados; los periódicos catalanes en castellano, no. Ahí hay también una intención política.
—Y, para finalizar, ¿confrontar con el mundo es beneficioso para la salud?
—La vida es una milicia. Esto lo decía Job. Por tanto, es un combate constante. Creo que sólo quien combate se sabe vivo. Cuando renuncias al combate, puedes morir. Esto lo decía Chesterton: uno, si se pone a favor de la corriente, siempre va a avanzar, pero es que te puedes morir y seguir avanzando, porque la corriente te arrastra.
—“Sólo los peces muertos siguen la corriente del mar”. No sé de quién será, lo vi en un grafiti anarquista.
—Pues eso. Nadando contracorriente, sabes que estás vivo. Solamente puedes avanzar si braceas mucho. Y esto, que vale para cualquier vida, vale todavía más para la vida del escritor. El escritor necesita, para serlo auténticamente, escaparse de la degradante esclavitud de ser un hijo de su tiempo. Necesita enfrentarse a su tiempo. A fin de cuentas, es aquello de san Juan Bautista: ser esa voz que clama en el desierto. Los escritores que más me interesan han sido escritores en contra de su tiempo.
Impresionante entrevista. Autenticidad ante todo, pase lo que pase y pese a quien pese. Excelente escritor de culto. Se suele identificar al escritor de culto con el estigma de la maldición. Falso, en mi opinión.
La frase «separarse de la degradante esclavitud de ser hijo de tu tiempo» me ha impactado. Cierta. Veraz. La suscribo. Me identifico. Todo genio siempre se ha encontrado extraño en su tiempo. Y muchos que no somos genios. Pero, hoy, separarse de este tiempo actual y degradante, es síntoma de dignidad, de inteligencia.
Y no solo escritores. Músicos, pintores, cocineros e incluso si me apuran, aunque sea más difícil, incluso políticos. Acordémonos, por ejemplo de Sorolla, fuera de las famosísimas y nunca suficientemente denostadas vanguardias.
Escritor de culto. A mi me Mola. No va con segundas, ¿o sí?
Realmente es un tipo único, también soy católico, pero no coincido con él en lo más grave que ha dicho, en todo lo demás de acuerdo, sí estamos en un Orden demoniaco, eso está claro para el que Ve, pero por favor No coincido absolutamente en lo de Cataluña, España es la nación histórica, pero como puede decir un escritor clásico español que Cataluña es una nación como una Catedral, desde cuándo???,dándole a esa gente que ha impuesto una dictadura caricias en el lomo. No dice que leyó el Quijote, que hay ahí? España y nada más que España!!!