Fue durante su permiso de paternidad y en los primeros meses del confinamiento cuando el almeriense Juan Manuel Gil estructuró su séptimo libro, la novela Trigo limpio, ganadora del último premio Biblioteca Breve, con un arranque de niño con pelota en una pista de aterrizaje que corta el aliento.
En un encuentro telemático con periodistas, el novelista ha reconocido este martes que se lo pasó «muy bien» construyendo este artefacto literario, del que Seix Barral destaca que es un «lúcido homenaje al poder universal de contar historias y al refugio que supone la lectura».
Gil, al que le gusta jugar con el lector desde la primera página, advierte que es de los que cree a pies juntillas en la ficción y deja claro que la verdad le «interesa en la vida, menos en la literatura».
«Intento —ha proseguido— borrar fronteras, que se genere una verdad literaria nueva y, en ese afán, busco llevar al lector a un espacio de alucinación, a la sensación de aquellos libros que me han conseguido abstraer para zambullirme en su espacio y en su tiempo».
En este caso, quien vaya pasando las casi 400 páginas de la obra, se encontrará con un narrador sin nombre, pero muy parecido a Juan Manuel Gil, que cuenta lo que le ocurrió de chaval, en El Alquián de Almería, la zona más cercana al aeropuerto, en la primera mitad de los años noventa, cuando se aprobó ampliar las pistas de esta infraestructuras sin tener en cuenta a los vecinos de los barrios aledaños.
Este narrador recibirá un día el correo electrónico de un antiguo compañero, Simón, quien tras leer su libro Un hombre bajo el agua, le pide que escriba otro sobre sus últimos años de infancia y su paso a la adolescencia, en los que hubo un personaje de peso, el enigmático Huáscar, y muchas gamberradas.
Sin embargo, al cabo de un tiempo, Simón le manda un mensaje de voz al narrador para pedirle que olvide el encargo, lo que lleva a este a iniciar una suerte de investigación al preguntarse por qué Simón ha cambiado de opinión.
Para el autor andaluz, esta petición de olvido «es lo peor que se le puede hacer a un escritor, porque enseguida, este va a apelar a la memoria, a la imaginación, e iniciará la búsqueda de ese amigo, con un afán inquietante para que le dé el material suficiente para hacer una buena novela».
Lo que conseguirá esta simple petición es crear a «un narrador despiadado que por encima de todo querrá tener entre manos una nueva novela».
Juan Manuel Gil tampoco ha escondido que en la vida es el primero en no tomarse demasiado en serio, lo que le lleva a «un concepto de literatura que está más cerca del sentido del humor que de la solemnidad, que no me suele emocionar mucho porque me suena a cáscara, a hueco, a armadura».
En cambio, «el humor —ha dicho— me permite desnudar, aproximarme a preguntas que en mi vida resultan nucleares, que me permiten ser crítico, es fundamental».
Otra de las características de su escritura es que está basada en lo que denomina el «principio de asombro».
«Necesito —ha contado Gil— asombrarme con lo que va a ocurrir en la novela. Necesito ser el primer lector de mis libros. El entramado de planos no está hecho de manera deliberada, sino orgánica, lo que no quita que luego haya un trabajo posterior, de ajuste, de amputar determinadas prótesis de la trama».
A pesar de que hay un grupo de niños con peso en la historia, el escritor advierte que no hay nostalgia, no hay idealización de los tiempos pasados. «En la literatura —apunta— lo que me interesa es la mala leche, el cinismo, lo que está mezclado, lo que no es trigo limpio».
A la vez, no obvia que no le ha resultado difícil hacerlo porque «no tengo un recuerdo nostálgico de mi infancia, que fue vibrante, pero también violenta, salvaje y trepidante, pero también implacable», lo que provoca que ahora este relato «no lo pringue de la melaza de la nostalgia».
Además, en su opinión, «decir que aquellos tiempos son mejores que ahora sería incurrir en una imprecisión».
Profesor de literatura, con libros que le han marcado como El Lazarillo de Tormes o La familia de Pascual Duarte, hoy ha dicho que otro autor que le fascina es Antonio Orejudo, antiguo profesor suyo, de quien ha resaltado su voz narrativa, su sentido del humor, su forma de acercarse a la vida.
Tras ganar el Biblioteca Breve, Juan Manuel Gil subraya que su proyecto es «seguir madrugando» y ha desvelado que en la cabeza tiene una «idea embrionaria, que he empezado a trabajar y a divertirme con ella, lo que es una buena señal, aunque el camino es tan largo y sinuoso que uno nunca sabe si llegará a buen puerto».
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