La celebración del centenario del nacimiento de Juan Rulfo (16 de mayo de 1917) invita a reflexionar sobre la trascendencia de la obra literaria del autor mexicano y su proyección en nuestro siglo. La publicación de su novela Pedro Páramo en 1955 supuso un antes y un después en el contexto global de la narrativa hispanoamericana, y su experimentalismo abrió las puertas a la novelística del “boom” de los años sesenta y setenta. Considerada como una de las novelas más perfectas del siglo XX en Hispanoamérica, y una de las más significativas en el ámbito universal, no debe hacernos olvidar que, también, su colección de cuentos El Llano en llamas (1953) es otra de las grandes obras literarias hispánicas del siglo XX, en este caso en el ámbito del cuento.
La aparición de El Llano en llamas marcó el inicio de su consagración como escritor. Su temática rural y la ambientación de algunos de los cuentos en el marco de la Revolución mexicana encajaban con la tradición realista que había dominado el panorama narrativo en las décadas anteriores. Sin embargo, estos cuentos de Rulfo ofrecían novedades sustanciales desde la perspectiva de la técnica (el papel del narrador, la complejidad de la estructura narrativa) y, de manera muy llamativa, en la calidad estética de su lenguaje literario. Ambos elementos —técnica narrativa y lenguaje— constituyen la sólida base sobre la que se erige una literatura muy comprometida con el ser humano, en la que la protesta, más que expresada directamente, subyace al mostrar una humanidad desgarrada por la violencia y la soledad.
La búsqueda de la esencialidad le obligó a Rulfo a prescindir de las descripciones características del narrador en tercera persona, ese convencional aliado del lector, convirtiendo a sus narradores campesinos en responsables del resultado estético del proceso literario. Rulfo consiguió que hablasen como la gente real de Jalisco, pero no de la manera en que lo hacía la narrativa costumbrista, sino sometiendo los giros lingüísticos, los términos y expresiones populares a un proceso de literaturización incompatible con el habla normal. De esta manera se produce la paradoja de que el lector percibe el discurso de estos campesinos como real, pero si analiza lo que dicen se da cuenta de que ningún campesino hablaría así. Se trata de un proceso de depuración lingüística por el que los elementos característicos del habla real campesina se convierten en las piezas claves de un nuevo discurso elaborado con los recursos propios del sistema literario. El resultado es un texto muy literario pero con apariencia de lenguaje normal.
Dos años más tarde de la publicación de su colección de cuentos se editó su novela Pedro Páramo. Es difícil encontrar, en el marco de la novelística hispanoamericana, una obra que haya suscitado tal cascada de elogios y una veneración semejante, lo que no resulta extraño, dado que definió en gran medida el nuevo camino que adoptaría la narrativa mexicana e hispanoamericana, en general. Su compleja estructura narrativa y la superación de los tópicos temáticos anunciaban el advenimiento de lo que poco tiempo después se denominó “nueva narrativa hispanoamericana” o “narrativa del boom”. El mundo fantasmal que la novela presentaba ponía a prueba los criterios racionalistas del lector, que se veía obligado a aceptar una realidad en la que la vida y la muerte no estaban separadas por la estricta frontera que nos permite ahuyentar nuestros temores ante lo desconocido. En consecuencia, Rulfo necesitó utilizar una estructura no tradicional —la novela no tiene capítulos, sino “fragmentos”– que le permitiese combinar historias de vivos y difuntos, la narración de sucesos sometidos a la temporalidad de la realidad y la invención de un mundo que sigue “vivo” después de la muerte.
Reconocido por ambas obras como uno de los maestros de las letras en español, también han de tenerse en cuenta la novela El gallo de oro, escrita hacia 1958 y publicada en 1980, y otros textos escritos en los años cincuenta, que no alcanzaron su versión definitiva, pero que muestran la calidad literaria de su escritura. Su breve obra se explica por la depuración a la que sometió sus textos, aspecto visible en las variantes de las distintas versiones que se han conservado de algunas de sus obras. No puede decirse, sin embargo, que escribiese poco, porque tenemos constancia de obras escritas que destruyó: tal fue su afán de perfeccionismo, tanto en el plano del lenguaje como en la utilización de nuevas técnicas narrativas, que apenas sobrevivieron ese reducido número de páginas que componen su obra editada y que le han convertido en uno de los escritores más admirados.
Ni los lectores han decaído en nuestro siglo XXI, ni los críticos literarios han dejado de aportar otras perspectivas en sus análisis. Esa inmensa masa crítica (por cada página que escribió Rulfo existe un libro que analiza su obra) se ha visto enriquecida en los últimos veinte años por nuevas orientaciones que ponen en valor su dedicación a la fotografía, desde el punto de vista artístico, y su participación en proyectos cinematográficos. Considerado como uno de los fotógrafos mexicanos más relevantes del siglo XX, su creatividad artística también dejó huellas en el cine y en la recreación poética de las Elegías de Duino de Rilke. Sus textos críticos sobre literatura, arte e historia, muchos de ellos dados a conocer recientemente, complementan la visión de un escritor que en los años setenta del pasado siglo ya había adquirido la categoría de autor clásico. La crítica del siglo XXI se ha volcado en el estudio de estas facetas menos conocidas de Rulfo que permiten conocer más profundamente su personalidad artística.
Autor: Juan Rulfo. Títulos: El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955), El gallo de oro (1958). El fotógrafo Juan Rulfo. Todas estas obras están publicadas por la editorial RM & Fundación Juan Rulfo. México, con el sello 100 Rulfo, y se encuentran en las librerías españolas.
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