Un poco de la ironía de Julio Camba, otro tanto de la mordacidad de Ruano, pongamos también una pizca de lírica marca Francisco Umbral y, por último, una medida, saludable y chavesnogaliana equidistancia ideológica con sus semejantes. El resultado será Juan Soto Ivars (Águilas, 1985), escritor y columnista, según cita en la biografía de su último libro, Un abuelo rojo y otro abuelo facha. Manifiesto contra el mito de las dos Españas.
Las columnas y crónicas —parlamentarias, culturales, de sociedad— de Soto Ivars en El Confidencial toman pulso y acento propio, sentido en la naturaleza de la prosa y sonido en el fraseo, lecturas asentadas y voluntad de estilo, cualidades que han hecho de su voz un nombre habitual entre los lectores de prensa, digital y escrita; una especie que, a pesar de todo, sobrevive.
Reportero en la revista Papel, del diario El Mundo, Soto Ivars ha sido periodista digital en cabeceras como Tiempo de hoy, Primera línea, El Estado Mental, Jot Down o Tentaciones, de El País, suplemento del que salió cruzando el dintel del despido con un ideal debajo del brazo: la incorruptible creencia de las libertades como válvula del periodismo. Y aun así, con todas estas experiencias, con este bagaje, tan joven, el entrevistado ha tenido tiempo de publicar varios prólogos, ediciones a su cargo, fragmentos en antologías y tres novelas, dos premiadas, Siberia (Premio Tormenta al mejor autor revelación del 2012) y Ajedrez para un detective novato (Premio Ateneo Joven de Sevilla en 2013).
Conversamos con Soto Ivars de su libro, pero también de periodismo, cómo no, y de política, y de cómo ve España ese retrato de su propia política, y de literatura, y de cultura, y de relevos generacionales, y de su trayectoria como escritor; hablamos con una de las plumas —y no sólo por su flequillo— más destacadas de hoy día. Un hombre libre de etiquetas. Aunque con eso baste, es mucho más.
–Un abuelo facha y otro rojo… ¿Qué gana el español medio desde la educación en ese eclecticismo?
–Permite que las pasiones del relato épico queden en un segundo plano. Nuestra Guerra tiene una épica que se explota en el cine y la novela histórica: heroísmo, mártires, verdugos, pero también una historia B, despojada de nociones maniqueas, donde los buenos se vuelven malos y viceversa. Mi historia es la de La vaquilla o La Forja de un Rebelde. El Comunismo y el Fascismo son inhumanos. Ninguna de esas grandes palabras va a matarse por ti. Mis abuelos fachas y rojos me han puesto a salvo del pensamiento totalizador, de la épica. No soy relativista. El golpe de Estado, la Guerra y la dictadura de Franco son crímenes contra la humanidad, pero los hombres buenos y los hombres malos no están repartidos como dice la épica. Mi libro es una celebración de las zonas grises, en las que el 90% de la población española fue zarandeada antes de la guerra, durante y después.
–¿Y qué aporta ver a España desde esa distancia ideológica? ¿No es rico poseer ideas? ¿En qué ayuda esta cierta neutralidad partidista?
–No soy neutral ni equidistante respecto a las ideas, sino respecto a las personas con ideas. La neutralidad suele esconder intenciones que la vergüenza impide sacar a relucir. No es mi caso. Yo tengo ideas. Es rico poseer ideas pero es demencial que las ideas lo posean a uno. La excesiva fidelidad a una idea política se llama Fanatismo y lleva al Totalitarismo. Me resulta insoportable encontrar personas así.
El matiz de mi libro es sentimental: la historia de España no me provoca ese apasionamiento que veo en otros de mi generación. He nacido demasiado tarde y demasiado mezclado para pensar en ajustar las cuentas con nadie. No quiero formar parte de ningún bando. Soy especialmente crítico con el que podría ser mi bando.
–¿Qué proyecto político necesita hoy España?
–No lo sé. Tengo intuiciones. Creo que tenemos tres problemas clave: la desigualdad, la fractura territorial y la distorsión de la soberanía que viene de Europa; es decir: la pobreza, los nacionalismos y la globalización neoliberal. La solución debería conjugar los tres problemas. Ni la izquierda ni la derecha sabe. Siempre cargan las tintas en uno de dos primeros puntos y ninguno se atreve con el tercero. Después de Syriza y el Brexit, Europa ha desaparecido del debate, es un tabú. Tampoco se puede avanzar en un proyecto político de país si no se permite a los catalanes y vascos resolver sus problemas. Esto cada vez es peor. Al Estado le da pavor hacer cualquier movimiento. Los estados débiles no pueden solucionar sus problemas territoriales, y España es un estado muy débil. También puede que yo esté equivocado, es que me preguntas unas cosas…
–Hablas de una generación, la tuya, y, en ciertos pasajes del libro, la comparas con otra, la de nuestros antepasados. Viéndonos en el espejo de esa generación que precede a nuestros padres, ¿podemos sostener el tópico de la generación mejor preparada?
–La pregunta que nadie se hizo es: ¿preparada para qué? Nos vendieron que éramos la generación más preparada y diez años después resulta que nos habíamos preparado para un mundo en extinción. No diríamos que un youtuber está más preparado que un filólogo hispánico, pero parece que se adapta mejor a las nuevas condiciones de vida. Piensa en un fotógrafo profesional que se prepara, recibe su diploma y al día siguiente nace Instagram. De mi preparación agradezco el sedimento humanístico, que está desapareciendo de los planes de estudio contemporáneos. Pero prepararse moralmente, aprender a cuestionarlo todo con lecturas, todo esto no diría que prepara para enfrentarse a este mundo donde el único valor es algo tan precario como el éxito, que dura dos días. Nadie nos prepara para la indefinición y vivimos en un mundo que no se ha definido todavía.
–¿Qué falta al relato político de la izquierda? ¿Y al de la derecha?
–Buena pregunta. Vuelvo a hablar de mis sensaciones, y dejo claro que hay excepciones, gente de derechas y de izquierdas a cuyo relato no le falta nada en absoluto. Ahora te respondo: a la izquierda, en general, le falta asumir sus propios pecados. La izquierda se cree perfecta pero no ha sabido quitarse de encima el germen del totalitarismo. Me fascina que ahora seamos sospechosos de fachas por poner en duda el proceso venezolano o por condenar la violencia abertzale. A la derecha, por su parte, le falta honestidad. Sigue colgándole al izquierdista el sambenito de diablo, como en tiempos de Franco. Se niega a admitir que su proyecto carece de humanidad cristiana, que se ha plegado al neoliberalismo, que es un proceso cruel. Pero más importante: a la izquierda y la derecha políticas les falta muchísima tolerancia con el contrario.
–Y al hablar del contrario, ¿adversario o enemigo?
–Adversario. Pero sin eufemismos. Ahora mismo el clima del debate político es de enemigos acérrimos.
–Y en ese relato político… ¿sentimentalidad o juicio crítico?
–La sentimentalidad no se puede evitar. A mí me llevan los demonios cuando leo sobre las atrocidades franquistas, pero también cuando leo sobre las atrocidades soviéticas. El juicio crítico te permite decir al final del libro: vale, la práctica ha sido espeluznante, pensemos ahora si una izquierda y una derecha mejores son posibles. El relato sentimental hace imposible discutir con uno mismo, no digamos ya con los demás.
–Sentimentalidad y enemigo, dos ingredientes que predominan en el menú del nacionalismo. ¿Cómo convive con ellos un muchacho de Murcia?
–Nacer en Murcia ha sido mi vacuna contra el nacionalismo. Allí en general no tenemos amor propio más que para decir que en Murcia se vive de puta madre. Me es imposible ofenderme si alguien hace una broma sobre murcianos. Nos reímos de nosotros mismos. Yo vivo muy bien en Cataluña pese a que sé que mucha gente aquí desprecia a los murcianos. Lo mejor de ser murciano para mí es la despreocupación.
–Eres escritor y abominas los planes de fomento a la lectura, el método de la enseñanza primaria y secundaria para despertar lectores. ¿Por qué?
–Porque me he hecho escritor (y sobre todo lector) a pesar de esos planes de estudio. Ha sido gracias a profesores que supieron saltárselos para engancharnos a la lectura. No es inteligente que los escolares traguen las ruedas de molino del Cantar del Mío Cid en una edad en la que tienen que engancharse a la lectura. Pero yo sospecho que el Estado tiene mucho interés en que la gente no lea. Desde aquí doy las gracias a todos esos profesores de la pública y la privada que consiguen hacer trampas al sistema y salvar unos cuantos lectores. Y lo siento por esos lectores: el mundo no los va a tener en alta estima.
–Y si de esos planes de lectura saliese, sorpresa, un escritor… ¿qué le recomendarías? Hablamos de un chaval inédito, joven, inexperto y con talento.
–Le recomendaría que no se obsesione con las consecuencias de publicar, porque no coinciden con el relato mítico, que ya está caduco. La palabra escritor en estos tiempos se queda en uno mismo. Sirve para que uno diga: ¡Dios, cómo disfruto escribiendo! Pero algo me dice que van a salir muy pocos Pérez-Reverte de esta generación, y no por falta de talento, sino de lectores. Aunque vuelvo a hablar por intuiciones. Unos chavales habituados a internet desde la cuna pueden volver a poner de moda el libro por rebeldía. No sabemos lo que va a pasar. Siempre me descubro siendo apocalíptico un ratito y luego vuelvo a la feliz incongruencia.
–¿Importa más el continente o el contenido para alcanzar el éxito literario?
–No importa nada. El éxito literario es una quimera. Dura tres días. En el libro doy una cifra que se murmura entre bastidores, en las editoriales literarias: en España no quedan más de 10.000 lectores reales, entendiendo lector como gente que está al día, que se preocupa por leer bien, que vuelve a comprarse un libro la misma semana que ha comprado otro, que decide que esta noche no va a ver Narcos porque le apetece más leer. De esos hay menos que linces ibéricos. Por eso confío en la generación siguiente. Peor que la mía no lo puede hacer.
–¿Y para tomar las riendas de una columna en un periódico de tirada nacional?
–Como a mí me ha tocado la lotería no tengo una respuesta. Tuve mucha suerte. Me leyó la persona adecuada en el momento adecuado (Carlos, te quiero) y me abrió la puerta de uno de los periódicos más libres y tolerantes de España. El Confidencial no tiene línea editorial. Es una especie de paraíso para un columnista tan dubitativo como yo. Muchas veces se publican en mi periódico cosas con las que no comulgo y tengo perfecta libertad para dar la opinión contraria.
–¿Hay censura en el periodismo?
–Camiones.
–Hablo de Cebrián.
–Me imaginaba. Cebrián ha denunciado a El Confidencial por publicar informaciones veraces sobre su patrimonio, es decir: por informar. El editorial que publicó mi periódico después de recibir la denuncia emplea la palabra censura. Estoy de acuerdo en que la intención de Cebrián es atemorizarnos, pero no creo que le sirva de nada.
Pero por desgracia la censura periodística no se limita a eso. Ahora las redes sociales marcan la agenda informativa y los usuarios van como ganado para allá. Hoy hablamos todos de Dylan, mañana de una violación en grupo, pasado igual toca enternecerse por los refugiados. La sociedad online ha inventado tantas formas de censura que conviene estudiarlo muy minuciosamente, el proceso es escurridizo. Pero hay una censura como las huelgas japonesas: censura por exceso de producción informativa.
–¿Y hay inquisidores en la cultura? Gente que no desprecia a un autor por su estilo, precisamente…
–Claro que sí. Cela, por ejemplo, tuvo una actitud trepa y bienqueda con el franquismo, y muchos izquierdistas te intentan vender la moto de que no era un buen escritor. A Umbral le dieron la espalda porque al final de su vida lo hipnotizó Aznar. A Delibes no lo lee casi nadie, como pasa con los exiliados (Sender, Barea, etc) o con los adeptos al régimen de Franco. Me parece natural que la cultura se politice a la izquierda en la Transición, pero yo esperaba que ahora nos quitásemos los prejuicios de la cabeza, y sin embargo el desprecio ideológico se ha renovado. Pero da igual, Gonzalo. Somos libres de leer lo que nos dé la gana. No siempre ha sido así.
–¿Cómo se construye una novela con veintipocos?
–Con menos inseguridad que a los treintaypocos.
–¿Qué papel juegan las redes sociales en la promoción de un escritor apenas conocido? ¿Cuál es la estrategia del marketing? Al trabajar en una empresa de esta índole, lo sabrás.
–En la empresa aquella aprendí más bien lo que no hay que hacer. Da lo mismo. La promoción es una tontería. Uno comparte en Facebook la entrevista que le han hecho porque el entrevistador le pareció inteligente, no para vender el libro. En redes sociales lo único que se puede hacer es dar el coñazo. Alguno se comprará mi libro porque le gustó esta entrevista, pero a ese habría que regalárselo y ponerle un piso.
–En cambio, escribes en el libro que no hay un verdadero progreso social en estos avances tecnológicos. Que aunque haya mejorado la comunicación, eso no aporta cambios significativos en el desarrollo de las personas. ¿Por qué?
–Internet nos ha hecho intolerantes. Esto es así, aquí no tengo ninguna duda. Estoy investigándolo desde hace dos o tres años. Estar al corriente de lo que pasa por la cabeza de quien no piensa como uno ha hecho el clima irrespirable. Ahora mismo hay gente de todas las tendencias políticas poniendo en duda el valor de la libertad de expresión, expandiendo lo que es intolerable y acotando lo que se puede decir, siempre en función de sus ofensas personales y su versión del mundo. Internet nos dio la posibilidad de abrir la mente y discutir con el adversario, pero resulta que nos apetece más silenciarlo o ridiculizarlo.
–¿Están las ideas por encima de las personas?
–No. Los actos están por encima de las ideas, y las personas deben ser juzgadas por sus actos.
–¿Cuál sería un discurso reaccionario hoy día?
–Me gusta esa palabra. Yo quiero conservar la sanidad pública, quiero vivir en una sociedad que ayude a prosperar a quien vive peor que yo, no quiero competir con China en sueldos, quiero que las pensiones se paguen con impuestos y no con transferencias individuales a un fondo bancario. Esto ahora mismo es ser reaccionario, porque el progreso va en otra dirección.
–¿Y uno progresista?
–Pues paradoja pura. Mira quién habla hoy del progreso: los defensores de las teorías neoliberales. También hablan de progreso los gurús de internet, pero Instagram tiene menos de 50 trabajadores para dar servicio a todo el mundo, mientras que Kodak tenía cientos de miles sólo en EEUU. Yo me estoy volviendo ludista. Los robots de Amazon han de ser destruidos. Los camiones sin conductor han de ser destruidos. Los quirófanos automatizados han de ser destruidos.
Y otra cosa, volviendo a Internet: ¿Qué mierda de progreso es este si lo leemos desde la óptica de la democracia? Plantéate una cosa: ¿por qué vemos a Obama en entrevistas en televisión pero no sabemos qué piensan los dueños de Google, que tienen poder para derribar a cualquier Obama? ¿Por qué sólo hay entrevistas donde Mark Zuckerberg se dedica a predicar como si fuera un santo, por qué Steve Jobs hacía lo mismo, por qué nadie trata de discutir la visión del mundo de esos millonarios? Porque se han convertido en los dueños del pensamiento. Zuckerberg, Jobs, Bezos son intocables. No tienen ningún remilgo moral, pero ¡ah, es el signo de los tiempos! Mierda de tiempos. A todos esos monstruos de Silicon Valley no les importamos nada. Se habla de 1984 pero esto es Rebelión en la granja. Somos sus granjas de datos y no tenemos la oportunidad de votar otra cosa. Internet es lo contrario de la democracia. Internet es el totalitarismo.
–Un abuelo facha y un abuelo rojo… Y ahora, dime, Soto Ivars: ¿qué adjetivos esperas de tus nietos?
–Soy demasiado joven para morir.
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Título: Un abuelo rojo y otro abuelo facha. Autor: Juan Soto Ivars. Editorial: Círculo de Tiza. Edición: Papel.
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